Que es una Actitud Humana?:Como se Forman - Psicologia

PSICOLOGIA: ¿Que es una Actitud Humana?
Como se Origina y Su Función Social

¿Qué se entiende por actitud?. ¿Qué circunstancias son las que la originan?.

Los psicólogos conceden una gran importancia a este tema, ya que la actitud condiciona, en cierto modo, el comportamiento.

El hombre, que es un «animal organizador» y está en contacto constante con sus congéneres, y con objetos y situaciones, elabora su propio sistema de creencias, sentimientos y respuestas.

Este «sistema» lo utiliza para valorar las personas y situaciones nuevas favorable o desfavorablemente; dicho en otros términos, se forma una actitud.

Una actitud se adquiere mediante el conctacto directo con la situación implicada, por relación con otros que la tengan ya formada, o a través de experiencias infantiles e influencias familiares.

Cualquiera que sea el modo en que se forme, entraña unos recuerdos de experiencias anteriores.

Si opinamos que un hombre manifiesta una actitud autoritaria, lo que queremos decir es que sus opiniones, sus creencias y sus actos con respecto, por ejemplo, a las revueltas estudiantiles, y el tratamiento de los delincuentes, poseen una notable continuidad que los diferencia claramente de las opiniones, creencias y actos de otra persona con una actitud liberal.

Tener una actitud es comprometerse con un punto de vista.

Por esta razón, los psicólogos consideran las actitudes de una persona como un elemento clave para comprender lo que dice o hace y para predecir su comportamiento en determinadas situaciones.

El término ACTITUD puede ser definido como la manifestación de un estado de ánimo o bien como una tendencia a actuar de un modo determinado.

Utilidades de las Actitudes

Una actitud es una tendencia relativamente duradera a interpretar las cosas de una determinada manera, ya que, una vez formada, actúa a modo de filtro de la información recibida.

Existe una tendencia a negar, desfigurar o ignorar los datos nuevos que puedan perturbar la actitud existente, y a seleccionar a los que la refrendan o apoyan.

Esta discriminación tiene el efecto de dividir en categorías los objetos y acontecimientos, de manera que sea mucho más fácil dar una respuesta generalizada.

Tomemos, por ejemplo, la situación de dos estudiantes que comienzan a conocerse.

Pedro comparte una habitación con Juan.

Al principio todo marcha bien hasta que Juan hace una observación que induce a suponer que es protestante.

Pedro tiene sus ideas sobre los protestantes; en consecuencia comienza a experimentar una profunda aversión hacia Juan.

Su actitud hacia este último no es como persona individualizada, puesto que no le conoce lo bastante, sino como miembro de una categoría de individuos que se supone son todos iguales.

juego de niños en el exterior

La falta de espacio en sus casas induce a estos niños a jugar en un solar. Tales experiencias infantiles pueden dar origen a la formación de fuertes lazos comunitarios y de una afición por el ejercicio físico. Si una madre lleva a sus hijos a un museo de ciencias. Despertar el interés del niño es un modo de formar actitudes.

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Dicha categoría ha sido ya catalogada con anterioridad, de modo que, habitualmente, Pedro siente, piensa y actúa respecto a sus miembros de manera más o menos consistente.

Tenía una actitud hacia los protestantes que Juan contribuyó a activar.

Sin embargo, las actitudes no sólo simplifican la complejidad de nuestro ambiente social, sino que nos proporcionan claves para conducirnos adecuadamente.

Pueden llevarnos a juzgar erróneamente a nuestros vecinos hasta que los conocemos mejor, pero alguna clasificación es esencial para hacer frente con rapidez y eficacia a todos nuestros encuentros sociales.

Necesitamos una advertencia previa de que un hombre puede ser honrado, una opinión peligrosa o una política desastrosa, de manera que podamos prepararnos para actuar en consecuencia.

Sin nuestras actitudes no sabríamos cómo actuar en situaciones nuevas.

Cuatro Funciones Básicas

La manera cómo se forman y cambian las actitudes se comprende mejor observando las razones que inducen a las personas a ostentar las que poseen.

Según el profesor Katz, de la Universidad de Michigan, las funciones que cumplen las actitudes para la personalidad pueden agruparse bajo cuatro epígrafes principales:

la función del ajuste social: sirven para alcanzar metas deseables y evitar las indeseables.

La función de la expresión de valores: el individuo las utiliza para ofrecer una imagen de sí mismo que le sea satisfactoria.

La función de conocimiento: se utilizan para elaborar un sistema de criterios que organizan y estabilizan el mundo de experiencias cambiantes.

La función autodefensiva: se utilizan para protegerse de verdades interiores o de las realidades del mundo exterior.

Veamos primero la función de ajuste social:

En general, la persona trata de ajustar su comportamiento de modo que obtenga el mayor número de recompensas y los menores castigos posibles.

En el curso de su iniciación en una sociedad determinada, y en diversos grupos en el seno de la misma,el niño se siente atraído por los objetos y personas que asocia con la satisfacción de sus necesidades y deseos; y le repelen los que se lo impiden o los que le castigan.

Una investigación estadounidense puso de manifiesto que dos tercios de los niños preguntados tenían actitudes políticas similares a las de sus padres. La intensidad de una campaña política puede dejar una impresión duradera.

Puesto que depende de los adultos durante un período de tiempo relativamente prolongado, en una época en que la imagen de sí mismo es más maleable, sus padres ejercen una poderosa influencia en la formación de sus actitudes.

Los efectos de las necesidades sociales así inducidas pueden ser muy duraderos.

Por ejemplo, un grupo de investigadores norteamericanos descubrió, en un estudio a escala nacional, que cuando ambos padres tenían las mismas ideas políticas, aproximadamente los dos tercios de los hijos pertenecían al mismo partido que ellos; la pauta era, sin embargo, menos marcada cuando los padres diferían en actitudes políticas.

Los padres contribuyen de dos maneras a formar las actitudes de los hijos.

En primer lugar, los métodos de crianza dirigirán la atención del niño hacia ciertas partes de su medio, al mismo tiempo que ignorará otras.

Los padres le pondrán en contacto con determinados alimentos, determinados tipos de personas y un determinado tipo de literatura y esparcimiento, que constituyen su estilo de vida.

El niño se ve obligado a juzgar estos objetos y actitudes, manifestándose en pro o en contra de los mismos.

Los padres desempeñan un papel crítico en la adquisición de las actitudes de ajuste social del niño, pues éste está en contacto directo y constante con sus actitudes y valores.

Una investigación estadounidense sobre las actitudes de los escolares blancos hacia los negros reveló que el contacto con estos últimos tenía poco efecto sobre las actitudes negativas.

Los niños de las escuelas de Nueva York exclusivamente para blancos y los alumnos de las escuelas mixtas tenían hacia los negros actitudes notablemente parecidas a la de los niños del Sur.

Aunque algunos de los niños dijeron haber tenido experiencias agradables con negros, esto no variaba el grado de su prejuicio contra ellos.

El factor crítico era la actitud de los padres, fortalecida no sólo ante la vista de cómo se trataba a los negros como seres inferiores, sino también por estar claro que se trataba de una actitud socialmente aceptable. En resumen, la actitud daba resultado.

A medida que van pasando los años, el individuo pasa a formar parte de numerosos grupos fuera del ambiente familiar, y se independiza cada vez más de sus padres para la satisfacción de muchas de sus necesidades.

La pertenencia a estos nuevos grupos ejerce gran presión sobre las actitudes, que desempeñan una función de ajuste social.

El aspirante a ingresar en un grupo está sumamente interesado en demostrar que comparte ciertas actitudes, creencias y características de comportamiento, puesto que eso significa «comprar la aceptación».

En los grupos políticos, por ejemplo, el converso es a menudo más fervoroso en sus protestas de fidelidad que quienes han pertenecido al partido durante toda su vida.

El compartir las actitudes significa tener una comunicación más fácil con el grupo. Cualquier grupo que carezca de unidad de criterio para atribuir significados comunes a los mismos objetos o acontecimientos se disolverá rápidamente.

Esta es la razón de que cuando un Gobierno adopta una política de discriminación racial, erige barreras materiales entre los grupos raciales a fin de evitar que compartan creencias y actitudes.

A los grupos sociales reprimidos no sólo se les mantiene en una situación económica deprimida, con el fin de que «se vea que son ciertas» las actitudes promovidas oficialmente respecto a su inferioridad, sino que se les encierra en campos o reservas que reducen la oportunidad de comunicación. Se establece así un círculo vicioso.

Las actitudes «desviadas» tienden a considerar el comportamiento del otro grupo como indeseable, hostil o peligroso, reduciendo de este modo las motivaciones para superar las barreras de la comunicación.

La falta de comunicación provoca una mayor divergencia entre las actitudes, lo que conduce a considerar el comportamiento como hostil e inaceptable.

confort de niños en sus hogares

Rodeados de cuadros y de confort material, los niños aprenden a asociar estas cosas con los conceptos de placer y satisfacción y con un determinado estilo de vida.

Actitudes valorativas

Mientras que muchas actitudes sirven a la función de conformidad social, acatándolas o demostrando que quien las detenta «está de acuerdo», la finalidad de lo que Katz ha denominado «actitudes valorativas» es frecuentemente otra, consistente en disociar a quien manifieste la actitud de su grupo de pertenencia obligado.

Un hombre puede considerarse diferente de su grupo en algún aspecto importante y encontrar un verdadero placer en expresar las actitudes que reflejen sus creencias en contra de quienes le rodean.

Así, los jóvenes, mediante su atuendo, lenguaje y actitudes, se disocian de las opiniones y estilo de vida de sus padres, y se identifican con sus iguales.

Un estudio intensísimo de las actitudes de diez hombres hacia Rusia (época de la Guerra Fría), ilustra muy bien el funcionamiento de una actitud valorativa. Uno de los sujetos del estudio era un hombre que se regocijaba mostrando sus opiniones radicales ante sus conservadores compañeros.

Todos los días hablaba de los despropósitos de la prensa «capitalista» en un intento de mostrarse superior. No le preocupaba lo más mínimo que su actitud le aislara del grupo, porque su verdadera identificación era con un grupo de intelectuales, aunque no tuviera contacto con ellos más que a través de la lectura.

En el caso de las actitudes valorativas, la recompensa no está tanto en el prestigio o reconocimiento social como en la confirmación del tipo de persona tal y como se ve a sí misma.

Los individuos no sólo adquieren actitudes para satisfacer diversas necesidades sociales y psicológicas; también tratan de dar un significado a hechos que afectan a sus vidas, de conocer lo que pasa en el mundo.

La gente necesita un marco de referencia —una escala de valores con la que entender al mundo— y las actitudes proporcionan dicha base. En el estudio citado más arriba, se descubrió que tener una actitud hacia Rusia significaba algo más que estar en pro o en contra: era también un modo de percibir y conocer Rusia.

Las actitudes se utilizaban para mantener la imagen ordenada y firme a la que ya se habían ajustado sus gustos y asperaciones.

Un hombre que no había podido cursar estudios centró su valoración en las oportunidades para la enseñanza superior que había en Rusia.

Otro, que deseaba mantener a toda costa su precario rango de clase media, excluía sistemáticamente todo cuanto pudiera amenazar sus aspiraciones sociales, aunque no fueran inmediatas, y, en consecuencia, veía el comunismo como un «objeto» que debía evitarse.

Actitudes defensivas

Tal vez nuestras actitudes no nos den una imagen muy completa del mundo y es bastante probable que nos ofrezcan una visión distorsionada. Sin embargo, es un mundo posible, al que hemos aprendido a adaptarnos.

Además de gastar una considerable cantidad de energía en sacar el mayor provecho del mundo exterior y en ofrecer una imagen de sí misma a los demás, la persona también la gasta en formarse una imagen de sí misma.

Tenemos que defender dicha imagen tanto de los peligros exteriores —el modo de reaccionar de los demás— como contra los propios impulsos inaceptables procedentes de nuestro interior y contra nuestro conocimiento de cómo somos en realidad.

Muchas de las actitudes tienen su origen en la defensa de nuestra propia imagen.

Si, por ejemplo, tenemos un complejo de inferioridad profundamente enraizado, trataremos de ocultárnoslo a nosotros mismos proyectando esos sentimientos en algún grupo minoritario y haciendo gala de una fanfarronería manifestada en actitudes de superioridad  hacia  él.

En un estudio sobre las actitudes de los ex-combatientes estadounidenses hacia los judíos y los negros, se comprobó que los que pensaban que su posición social había descendido desde la guerra manifestaban intensas actitudes negativas hacia ambos grupos, mientras que quienes consideraban que su posición había mejorado tenían unos prejuicios notablemente menores.

No es que los miembros del primer grupo sufrieran una privación económica debida a la competencia de judíos y negros, sino que estimaban que su posición social relativa había descendido y era esencial para su autodefensa creer que todavía había un estrato por debajo del suyo.

Todas las personas utilizan actitudes defensivas de vez en cuando, pero difieren en el grado y en el concepto que tienen de ellas como medidas de protección.

Generalmente, no se dan cuenta de sus actitudes de autodefensa, especialmente en el momento en que las utilizan, pero quienes poseen una personalidad esencialmente sana sí advierten, más tarde, que han estado engañándose a sí mismos.

discusion entre hombres

Las actitudes pueden modificarse o cambiarse radicalmente mediante la discusión y el contacto con otras personas. En la fotografía, un hombre discute acaloradamente con otro en un intento de hacerle variar de opinión  sobre  un determinado tema.

Dado que las actitudes desempeñan una diversidad de funciones para la personalidad, es obvio que no habrá un sistema universal para cambiarlas.

El primer paso debe ser siempre determinar cuál es la función que cumple la actitud en cuestión.

Si es fundamentalmente un medio de conocer el mundo pero se ha formado sobre la base de una información inapropiada, los intereses de la persona podrán progresar merced a su flexibilidad para absorber nuevos datos.

En tales casos existen diversas técnicas que pueden resultar eficaces, tales como películas, discusiones de grupo y conferencias.

Si, por otro lado, la actitud es fundamentalmente un medio de ajuste social, un medio de identificarse con un grupo admirado o una forma de autoafirmación, el individuo estará menos interesado en los hechos y más en lo que los demás piensan de él.

En este caso deben cambiarse las actitudes de todo el grupo, como se ha hecho, en ocasiones, con bandas de delincuentes, o proporcionarse al individuo un nuevo grupo que le resulte igualmente satisfactorio y que apoye su cambio de actitud.

Las actitudes utilizadas para proyectar conflictos internos sobre otros individuos o grupos estarán más enraizadas en el sistema defensivo de la personalidad y es improbable que respondan a nuevos datos o a la manipulación en grupo.

Para modificar una actitud de este tipo es preciso reducir la amenaza de que se siente objeto la personalidad, y esto puede implicar una terapia individual.

En general, es probable que una actitud persista sin modificar mientras le sea útil al individuo y le ayude a llevar una vida feliz y satisfecha. Una vez que ya no cumple su función, será modificada o sustituida por otra radicalmente nueva.

Fuente Consultada: La LLave del Saber Tomo II La Evolución Social - Ediciones Cisplatina S.A.

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