La Conquista del Desierto y el Sometimiento de los Aborígenes

La Conquista del Desierto de Julio Roca: Sometimiento de los Aborígenes

EL GENERAL ROCA: FIN DE LA CONQUISTA DEL DESIERTO

Al morir Alsina, el ministerio de Guerra y Marina fue encomendado al joven General Julio A. Roca, en enero de 1878.

Roca se aprestó a poner en marcha su propio plan y así dar fin a la Guerra de la Frontera.

Había sido jefe recientemente y conocía por experiencia propia los territorios del sur, el clima, la posición de las tolderías y la calidad de sus ocupantes, su modo de combatir y el valor de sus ambiciones.

Julio A. Roca

El fin de la conquista no era sólo la urgencia por los continuos ataques de los indígenas, sino también por la disputa que se había planteado con Chile a raíz de la soberanía de la Patagonia.

Roca estaba resuelto a terminar con los malones y a afirmar la Soberanía Nacional en las tierras del sur.

Mediante terminantes directivas puso su plan en marcha.

La primera fase era la Conquista del “Desierto”.

Pero, el General Roca no concibió una guerra con objetivos defensivos como lo había hecho Alsina, sino una campaña ofensiva, continua y sistemática.

La consideraba posible porque en ese momento disponía de 6.000 soldados veteranos, con armamentos modernos, mientras que los diversos grupos indígenas habían sido castigados duramente en las recientes campañas.

Roca le propuso al presidente Avellaneda una ofensiva general que partiría de la llamada zanja de Alsina.

Se proponía desplazar los pueblos nativos hasta la línea del Río Negro y su prolongación aguas arriba por el Río Neuquén, conteniéndolos allí.

A partir de julio de 1878, cada comandante de frontera recibió la orden de pasar a la ofensiva en territorio indígena con columnas ligeras, que debían efectuar prolijos reconocimientos del territorio y atacar a los pampas en sus toldos y guaridas.

Ésta fue la campaña de limpieza que debió facilitar el posterior avance del Ejército hasta la línea del Río Negro.

Mientras se preparaba la campaña general continuarían las expediciones de menor alcance que había iniciado su antecesor contra las tolderías para no dejar en paz a sus habitantes y privarlos de su ganado.

La frontera representaba una pérdida continua de vidas y un alto costo financiero que gravitaba sobre todo el país.

Se dio orden de suspender la excavación de la zanja de Alsina, que había alcanzado 374 Km. de extensión.

Se ampliaron las líneas telegráficas, las tropas se prepararon para una guerra de gran movilidad.

También se eliminó la artillería, se libró a la tropa de corazas y se acumuló gran cantidad de ganado para uso militar, se prepararon equinos, abastecimientos, servicios, etc.

Se intentó el sometimiento pacífico de los caciques ofreciéndoles tierras, animales y útiles de trabajo, pero estas gestiones fracasaron.

En las operaciones preliminares de la Campaña del “Desierto” murieron o fueron capturados varios caciques principales como Pincén y Epumer.

Desde Julio de 1878 a enero de 1879 se realizaron 26 operaciones de gran magnitud contra los pampas.

En dichas operaciones la profundidad de avance variaba de 100 hasta 500 Km. de la línea de fronteras.

Hacia el mes de Julio de 1879, los indígenas habían dejado de ser un desafío.

En seis meses las tropas nacionales se apropiaron de 20.000 leguas de tierra virgen y el poderío aborigen declinó.

Los pocos que sobrevivieron, iniciaron una etapa nada feliz: la marginación. Y con ella comenzó no sólo su desaparición física, sino también su desaparición cultural y la explotación de familias enteras por generaciones.

EL DURO TRIBUTO EXIGIDO A LOS CONQUISTADORES DEL DESIERTO

Salvo encuentros de armas de importancia relativa, no hubo batallas campales; los indios dispersos obligaron al fraccionamiento de las fuerzas, pero la documentación histórica consigna la serie de hechos heroicos en los que jefes, oficiales y soldados mantuvieron la tradición del Ejército argentino muriendo con honor.

Ello cupo a los menos; hubo algo, en cambio, de lo que no se salvó casi ninguno de los expedicionarios y fue el tributó que el desierto exigió a aquellos hombres que hollaron sus grandes distancias y todos sus parajes, hasta los más recónditos e inaccesibles, en donde no se había asentado jamás la planta humana ni la de los propios indios.

La pavura del desierto y las penurias experimentadas por las tropas desde sus primeras etapas produjeron entre ellos casos de locura, suicidios, algún conato de revuelta...

Las columnas de Racedo debieron marchar bajo nubes de sabandijas que ensangrentaban y enloquecían a hombres y bestias.

La brigada de Rudecindo Roca, en los desbordamientos del Atuel, en pleno rigor invernal, tras una marcha de dos días con el barro a los muslos y el agua al pecho, llevando el caballo de tiro, al salir a piso firme se halló en pie, porque los animales quedaron despeados.

En aquel atolladero cayeron caballos y jinetes para no levantarse más. Las escabrosidades de la cordillera, en ciertos tramos altos de más de 2.300 metros sobre el nivel del mar, obligaron a los hombres de Uriburu a rolar a brazo la artillería y los bagajes de la división.

La viruela y el cólera, contagiados por los indígenas prisioneros, diezmaron batallones.

El hambre puso a un cuerpo de ejército en trance de comerse sus propios caballos.

Nadie escapó a las torturas de la sed; por efecto de las aguas tóxicas y amargas iban los hombres doblándose en dos de sufrimiento.

De un clima abrasador se pasó a una temperatura glacial en el sur; por las mañanas era preciso esperar a que se derritiera la escarcha en el lomo de los caballos antes de ensillarlos, y durante las noches los soldados de Villegas, de centinelas en el hielo, descalzos y sin abrigos —no se podían reponer vestuarios y ya jefes y oficiales habían repartido sus prendas de abrigo con la tropa— debieron ser renovados cada ocho minutos, porque la patrulla del relevo volvió a la guardia más de una vez con el cadáver del compañero muerto de frío. [...]

Con razón había dicho el general Roca a sus subordinados, proclamándolos: "Formado en el Ejército y salido de sus filas, conozco sus virtudes, su fuerza en las fatigas y su valor en los campos de batalla.

Me veo con placer entre vosotros y consideraré siempre como el timbre más glorioso de mi vida haber sido vuestro general en jefe en esta gran cruzada..."

Fuente: Dionisio Schoo Lastra. El indio del desierto.

Ver: La Vida del Ejército en la Campaña al Desierto

PARA SABER MAS...

"La solución final"
Los dueños del poder político y económico finalmente hicieron suya la ideología del progreso, del orden y de la famosa superioridad de algunos hombres sobre otros: así una nueva corriente iría apareciendo en relación con el "problema indio": la que hablaba del exterminio liso y llano del aborigen.

Los que tenían el Remington y el telégrafo, el ferrocarril y el frigorífico eran los exitosos por ser los mejores, eran los poseedores de una cultura superior que como caballeros que eran debían imponerse por la fuerza a los otros.

Había llegado el momento, no cabe duda, de que imitaran al blanco europeizante (quería decir dejarle las tierras, trabajar para él, hacerse cristiano, vestirse para no escandalizar a la patrona...) o de que desaparecieran.

En 1877 murió Alsina y le sucedió como ministro de Guerra el general Julio Argentino Roca: "los salvajes deben ser dominados con implacable rigor, ya que solamente se doblan ante el hierro", se había dicho por entonces, y Roca estaba preparado ideológicamente para ser rigor y hierro.

Así como Alsina opinaba que había que ahogarlos en civilización, Roca estaba preparado para  soluciones radicales: sostenía que los fuertes fijos mataban la disciplina, diezmaban las tropas y dominaban sólo el espacio circundante; para él, el mejor fuerte, la mejor muralla, era un gran ejército, bien pertrechado y con gran movilidad, que le permitiera recorrer una a una las "guaridas de los indios", apareciéndosele por donde menos lo esperaran, hasta acabar con ellos...

El declarado objetivo de Roca era introducirse en el territorio indígena y aniquilar las comunidades que vivían en él o empujarlas más allá de Río Negro.

Además de haberlos "escuchado" a Viedma y a García hablar sobre ese límite natural y fácilmente defendible por ser el río navegable, Roca aquí se atenía a la Ley 215 (ver Documentos), del 13 de agosto de 1867, que disponía la ocupación de Río Negro y Neuquén como línea de frontera sur con los indígenas; contaba también con un artículo de esa ley que decía que si alguna tribu se resistiera, se enviaría una expedición contra ella hasta lograr someterla y dominarla.

El 4 de octubre de 1878, la Ley nacional 947, con la firma de Avellaneda y Roca, proveía los fondos para llevar a cabo la ocupación del desierto, "previo sometimiento o desalojo", decía en su artículo 1°, de los indios de la Pampa.

En el debate de la ley (ver Documentos), se dijo que "el propio decoro como pueblo viril nos obliga a someter" a estos "salvajes". Era evidente que las cartas estaban echadas y los dos anchos los tenía Roca... (Fuente Consultada: Grandes Debates Nacionales Pagina 12)

Comentario de un escritor contemporáneo sobre la Conquista del Desierto

La conquista del desierto fue un suceso histórico un tanto desconcertante.

En una evaluación estrictamente numérica, se podría decir que en una campaña cuyo costo fue presupuestado en 1.600.000 pesos fuertes, 6.000 soldados vencieron a 2.000 indios en 6 meses sobre un terreno que abarcaba 20.000 leguas.

En relación con lo que se puso en juego, los resultados fueron extraordinarios: desaparición definitiva de la frontera interior que dividía de hecho al país; soberanía efectiva sobre aquellas veinte mil leguas de ricas tierras; cese del costo de la vigilancia de las fronteras y de las subvenciones a los indios; fin de la amenaza siempre pendiente sobre las poblaciones blancas y aseguramiento de una situación fronteriza internacional que alejara malas ideas de las cabezas de vecinos impacientes.

La prolongada duración del problema indígena, la imagen aterradora asignada al indio, los duros fracasos de tantas guerras, la amplitud del ámbito en que se desarrolló la campaña, lo poco que se sabía del terreno que se invadía, lo fulminante del éxito y lo exorbitante del premio, pesaron en la apreciación del hecho.

"Estupenda conquista" y "cacería de tierras" podrían ser los extremos de las divergencias suscitadas.

Ninguna de esas dos afirmaciones, seguramente, contiene toda la verdad. Erigido ya el homenaje del bronce y de la piedra, puede ser útil mirar de cerca, una vez más, algunos detalles del suceso, mientras llegan las nuevas historias que serán escritas a la luz de documentos, métodos y contextos sociales y culturales nuevos, y sin que el sol de la gloria achicharre cerebros o el afán de romper vidrios maltrate la necesaria equidad.

Fuente Consultada:
Historia Argentina Viscontea Fascículo Capítulo 18 La Conquista del Desierto
Historia Argentina y El Mundo Contemporáneo Editorial AIQUE -
La Nación Argentina Historia 3 Editorial Kapelusz
Profesora de Historia: Adriana Beresvil


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