Dimensiones de Principales Cataratas y Cuencas Fluviales del Mundo

Dimensiones de las Principales Cataratas y Cuencas Fluviales del Mundo

Pocos fenómenos de la Naturaleza causan tanta impresión y emocionan tanto nuestro espíritu como las cataratas.

Algunas son como una humareda hacia abajo, velos de gasa espesísima, que descienden; otras, se precipitan, espumantes, en terribles precipicios; otras, llegan al mar, cascada tras cascada; pero todas son bellas y algunas majestuosas.

Según todas las apariencias, las cascadas son el resultado de los grandes o pequeños precipicios, por los que las corrientes y los ríos se ven obligados a precipitarse; pero en muchos casos, los declives y los precipicios son obra de la misma corriente.

Generalmente, la corriente o el río, por los que vertiginosamente desciende, empieza por ocupar el cauce que los declives naturales le señalan.

Pero, como encuentran en su cauce rocas de diversa naturaleza, corroen rápidamente algunas partes de su lecho, y lentamente otras: ahora bien, la corriente encuentra, a veces, duras capas de roca, que ofrecen una tenaz resistencia a la erosión, a las que suceden otras capas más blandas; en este caso, la corriente va socavando gradualmente la roca blanda que está más allá y cae por el borde en forma de cascada.

En el caso del Niágara, el río se desliza sobre una capa de dura caliza, que desgasta muy ligeramente, precipitándose en un profundo desnivel que ha socavado en el terreno inmediato por ser de blanda arcilla.

Las mayores cataratas de Europa son las del Rhin, en Schaffhausen, que están formadas por duros escalones de caliza.

Las del Nilo son, asimismo, debidas a duras rocas calizas, que resisten a la erosión.

La mayoría de las cataratas suizas caen sobre capas de granito, gneis y de piedra caliza.

Las grandes cascadas del Misuri, por otra parte, deben su existencia a una capa de roca triásica, sobre blandos estratos jurásicos, y las cataratas de Kaieteur, en la Guayana inglesa, de 246 metros de altura, provienen de una dura capa de conglomerado, sobre lechos de blanda arenisca.

Desde luego, por dura que sea la capa rocosa, va siendo gradualmente desgastada, y no solamente por la acción erosiva de las aguas, sino también a causa de que el río, al caer por sus bordes, en sus giros y salpicaduras hacia atrás, va socavando naturalmente las rocas blandas que están debajo de aquéllas, que, al perder sus cimientos, acaban por fragmentarse.

Por esta razón, las cataratas del Niágara han descendido nueve metros.

Las del Canadá, o cataratas de la Herradura, han descendido 31 metros, y en algunos sitios, 81 metros en cuarenta y ocho años; las de San Antonio, en el Misisipí, descendieron 272 metros en ciento setenta y seis años, o sea, a un promedio de más de 1,5 metros por año, desde 1680 a 1856.

No siempre son, sin embargo, estas las causas que producen las cataratas.

En algunos casos, las cataratas, deben su formación a las fallas; es decir, a desniveles del terreno, producidos por la rotura y desplazamiento de los estratos.

A este género pertenecen las de Glens, en el Hudson, que deben su origen a desplazamientos de estratos de arenisca, y las de Yosemite, cuyo salto es de 450 metros, que tienen igual origen.

En otros casos, las cataratas se precipitan por grandes cisuras, abiertas en la corteza terrestre, debidas a terremotos o a otras conmociones violentas.

El ejemplo más notable de cascadas de esta naturaleza es la de Victoria, en el Zambeze, la cual se precipita en una enorme grieta de dura roca basáltica, que forma el lecho del río.

Otra de esta naturaleza se observa en la de Dettifoss, en Islandia, que se precipita verticalmente en una cisura, desde 105 metros de elevación.

Dicha cisura tiene cerca de 20 kilómetros de longitud.

También pueden deber su origen a una acumulacion de rocas que forman una barrera en el lecho del río.

Las de Coles, en el río Sturgeon, por ejemplo, saltan sobre una gran presa, formada por trozos de roca caliza, de gneis y de granito.

Las más conocidas y más famosas de todas las cataratas son las del río Niágara.

El primero en descubrirlas, como testigo presencial, fue el Reverendo Padre Tlennepin, franciscano, que las visitó el invierno de 1678-79. Hizo un boceto de ellas, y escribió: "Entre los lagos Erie y Ontario existe una vasta y prodigiosa cascada, que se precipita en una forma sorprendente y asombrosa, hasta tal punto, que el universo no ofrece otra semejante."

Ver: Cataratas de Niagara

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