Anecdotas de Javier Mendez Cuentos Pendientes Jugar con Arena

ARENA 

Llegamos a Villa Sarmiento a pasar las vacaciones de verano. En aquel entonces, dos tías solteronas ocupaban la casona que fuera de mis abuelos. Sobraba lugar. Nada hacía suponer que nos íbamos a entretener, pero a pesar de las enérgicas protestas que elevábamos con mis hermanos, hacía como tres años seguidos que veníamos al mismo pueblo los primeros días de enero. Mis padres aducían cariño a las tías. Yo creo que era falta de presupuesto.

Había un pibe, a la vuelta de la esquina. Él era nuestro compañero de juegos. Ese año la novedad fueron las enormes montañas de arena (yo les llamaba inadecuadamente dunas -por mi paso por el mar-) que una compañía constructora  había  levantado  en un gran terreno baldío. Prácticamente era una manzana entera. Recuerdo muchas manzanas baldías en Villa Sarmiento.

Escalábamos las montañas amarillas valiéndonos de unos palos, a modo de bastones,  que enterrábamos en la arena a medida que ascendíamos. Una siesta infernal, el chico de a la vuelta se fue hacia atrás en plena escalada, rodó  por sus espaldas y cayó contra una pared socavada por las máquinas excavadoras de la duna de al lado. Enseguida vino el desmoronamiento y, casi como un áureo  monstruo, la montaña se lo tragó.

Descendimos con mucho cuidado, clavando a fondo nuestros bastones a un costado del cuerpo y afirmando bien los talones en cada paso, temerosos de sufrir la misma suerte que el pibe. Lo buscamos un buen rato sin éxito. Cuando se hizo de tardecita volvimos a la casona a tomar la leche y resolvimos que lo mejor sería no comentar nada a nuestros padres, pues se disgustarían al enterarse de que habíamos ido a trepar montañas con los zapatos de salir. Al año siguiente, sobre el terreno que ocupaban las dunas, se levantaba un importante edificio con un  cartel que decía "Escuela de Educación Técnica".  A una de las aulas le pusieron el nombre del pibe.

Cuando pedí permiso para ir a su casa a invitarlo a jugar (después de todo, se había convertido en una celebridad y yo era su amigo), mis padres y  tías se miraron como espantados y finalmente me contestaron que ya no vivía  más allí. Pienso que se habrá ido de la vergüenza, por temor a que un día volviéramos con mis hermanos para delatarlo. Solamente nosotros sabemos la verdad: el premio que le han dado al ponerle su nombre al aula es injusto. Él se cayó cuando apenas iba por la mitad del camino. Nosotros sí llegamos a la cima. En lo que a mí respecta, estoy un poco decepcionado con el pibe. Él debería estar tranquilo. Yo sé guardar secretos.


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