La Vida Cotidiana en la Edad Moderna Costumbres Sociales

La Vida Cotidiana en la Edad Moderna

La mayoría de las mujeres en el Renacimiento acababan siendo madre, y la maternidad era su profesión y su identidad.

Sus vidas como adultas (desde aproximadamente los veinticinco años en casi todos los grupos sociales y desde la adolescencia entre las familias más ricas) eran un ciclo continuo de embarazo, crianza y embarazo.

Las mujeres pobres daban a luz cada 24 ó 30 meses.

Las mujeres ricas tenían más hijos que las pobres.

La necesidad de asegurar la descendencia, para garantizar una transmisión efectiva de la riqueza, las forzaba a ser fértiles.

Tener hijos constituye una carga y un privilegio de las mujeres.

En Italia y en Francia la mujer que paría era festejada y mimada.

La madre, por un momento, ocupaba un puesto estelar inigualable.

Era por tanto un auténtico honor estar embarazada.

El parto era un momento temible, fruto del castigo especial de Dios a Eva por su falsedad en el Paraíso.

Las madres que sobrevivían se enfrentaban a menudo a la muerte de la criatura que habían traído a este mundo con tanto sufrimiento.

La mortalidad infantil era muy alta.

Los recién nacidos tenían unas posibilidades de supervivencia que oscilaban, en Europa occidental, entre el 20 y el 50 por ciento.

Eran presas fáciles de las plagas, la diarrea, la gripe, los catarros, la tuberculosis y el hambre.

Los niños que sobrevivían eran amamantados entre 18 y 22 meses.

En los pueblos y ciudades de toda Europa lo mayoría de las mujeres tenían que dar pecho a uno o más lactantes durante casi toda su vida adulta.

Algo más que una simple falta de inclinación se esconde tras la negativa amamantar generalizada entre las mujeres ricas.

A sus maridos frecuentemente no les gustaba la apariencia de una madre dando pecho a su hijo.

Sea cual fuere la razón última, casi todas las mujeres ricas rechazaban amamantar a sus hijos.

Los niños de los ricos mamaban de los pechos de los pobres.

Las familias más ricas tenían sus propias amas de cría.

Con más frecuencia, los recién nacidos de las ciudades de Italia, Francia, Alemania e Inglaterra, eran enviados al campo al tiempo del parto para que los amamantaran las mujeres campesinas.

Algunas amas de cría tenían una abundancia de leche tal que podían hacer frente sin problemas a las nuevas bocas.

Otras acababan de enterrar a sus propios niños, o los habían destetado ya, o —seducidas por salarios que llegaban a ser dos veces mayores que los del servicio doméstico— se los traspasaban a su vez a otras amas.

Las madres que no podían hacerse cargo de sus hijos, fueran éstos legítimos o ilegítimos, podían abandonarlos, con la esperanza de que el abandono fuera menos grave que el asesinato, y de que algún extraño caritativo haría posible la su pervivencia del niño.

Si las mujeres pobres abandonaban a veces a sus hijos en los hospitales, y las ricas en manos de las amas de cría, ¿dónde quedaba la feliz imagen de la madre y el niño que ofrecían los cuadros renacentistas?.

El dolor del parto, la desesperación por la muerte del niño, la tensión de la pobreza, la inseguridad de la riqueza, y la ferocidad de la ley engullían a ambos, madre y fino.

Fuente Consultada: (Tornado de La mujer en el Renacimiento, de Margaret L.King historiadora norteamericana contemporánea)

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