Vida e Historia de Los Maoríes: Costumbres ,Lengua y Tradiciones

Vida e Historia de Los Maoríes de Polinesia

Muchos nombres toponímicos de Nueva Zelanda indican que Abel Janszoon Tasman fue el primer europeo que abordó estos parajes durante su exploración de 1642-1643. Ahí tenemos, en efecto, el mar de Tasman, un monte Tasman y un glaciar Tasman. La entrada en contacto de los holandeses con las poblaciones autóctonas estuvo lejos de ser amistosa, motivo que indujo a Tasman a llamar «Bahía de los Asesinos» al lugar en el que intentó desembarcar por vez primera.

tribu de polinesia maories

Maorí, pueblo polinésico de Nueva Zelanda. Según estudios arqueológicos, los maoríes desembarcaron en Nueva Zelanda procedentes de las islas Cook hacia el 800 d.C. Parece ser que entraron en conflicto dos culturas: la maorí arcaica y la maorí clásica; esta última fue la que se impuso. El primer contacto maorí con los europeos se produjo con la llegada de Abel Tasman en 1642, y tuvo como consecuencia la muerte de cuatro miembros de su tripulación. En 1796 el navegante y explorador James Cook entabló relaciones amistosas con algunos maoríes, y a partir del siglo XIX empiezan a llegar barcos con mucha frecuencia.

Después de esta expedición los blancos se mantuvieron durante mucho tiempo apartados de estas islas. El contacto se restableció con James Cook, cuando éste llegó a Nueva Zelanda en 1768 y 1777, no sin haber tenido también que librar numerosos combates contra los indígenas.

Sin embargo, consiguió tomar posesión de este nuevo territorio en nombre del rey de Inglaterra. Toma de posesión, por otra parte, simbólica, ya que la anexión efectiva no se llevó a cabo hasta 1840. El retraso en concretar esta conquista se debió en gran parte a la actitud más bien poco hospitalaria de los indígenas, los maoríes. Sin embargo, tras muchos encuentros sangrientos, aquéllos tuvieron que inclinarse ante los ocupantes europeos, mejor armados.

La población autóctona, que cuando llegaron los primeros blancos se calculaba en más de doscientos cincuenta mil individuos, en 1878 sólo contaba con 46.000. Las operaciones militares llevadas a cabo por los conquistadores no fueron las únicas responsables de esta situación.

En este sentido hay que tener también en cuenta la importación de alcohol y armas, que hicieron más frecuentes y sangrientas las guerras tribales, y la aparición de numerosas   enfermedades   contagiosas, que fueron su consecuencia.

¿Quiénes eran los maoríes?. Extranjeros también que, según todos los indicios, hacia el siglo XIV emigraron de Polinesia y se establecieron especialmente en la isla del Norte, más cálida. Allí donde abordaban exterminaban sistemáticamente a la población local.

Pese a haberse llevado de Polinesia tubérculos de taro y patatas dulces, sólo practicaban una agricultura muy primitiva. Además de raíces, se alimentaban de bayas y frutas silvestres. Completaban su comida con perros y ratas que también habían importado de otros lugares. De vez en cuando, el segundo plato consistía en pescado, o carne de un enemigo vencido.

El hecho de que en su comida figurase a menudo la carne humana se debía a que entre las diversas tribus reinaba una guerra casi perpetua. Y, sin embargo, en comparación con las de los demás pueblos guerreros, sus armas no estaban perfeccionadas del todo. No conocían ni el arco ni la flecha. Su equipo de guerra se componía esencialmente de venablos y hachas de piedra.

Desconocían el metal y la alfarería. Aún vivían como en la edad de piedra y, sin embargo, demostraban excepcionales aptitudes para lo bello. Fueron, por ejemplo, grandes artistas de la escultura en madera y el tatuaje (grabado de dibujos de colores en la piel). Los maoríes no conocían la escritura, pero poseían una rica tradición de relatos y leyendas.

Gracias a su gran facilidad de adaptación, salvaron rápidamente este inmenso atraso, y en el siglo xix empezaron a adaptarse a un ritmo bastante veloz a las exigencias de los ocupantes.

Desde 1876 gozaron de derecho de voto. A medida que pasaba el tiempo vivieron en excelentes relaciones con  los  inmigrantes  blancos,   a quienes llamaban, en su lengua, pakeha. El origen de esta mutua comprensión se remonta al Tratado de Waitangi (elaborado por los ingleses en 1840), en virtud del cual los indígenas eran considerados como iguales por los colonos.

Los maoríes obtuvieron, sobre todo, especiales garantías con respecto a sus propiedades y sus tierras. A pesar de que más tarde surgieron varios conflictos armados, nunca se renunció a este espíritu de comprensión. Por otra parte, éste es el motivo de que ambas comunidades lleven hoy una existencia pacífica una al lado de otra. En efecto, actualmente los maoríes cuentan con jefes militares, políticos y profesores de su raza, y durante las dos guerras mundiales lucharon al lado de sus conciudadanos blancos.

Cada año los dos grupos conmemoran el día en que se concluyó el Tratado de Waitangi. La tradición cuenta que uno de los jefes maoríes dijo al representante inglés de la época, Hobson: «Quédate entre nosotros y sé para nosotros un padre, un juez y un pacificador». Seguidamente, Hobson es-brechó la mano de los jefes maoríes y declaró: «Somos un solo pueblo».

Estas afirmaciones se han hecho realidad, pues las dos comunida-des viven en buena armonía y los matrimonios entre residentes europeos y maoríes están a la orden del día. Actualmente, el número de maoríes asciende de nuevo a 170.000. La población total de Nueva Zelanda es hoy —como ya sabemos dicho— de 4.000.000 habitantes.

Es evidente, por lo tanto, que los maoríes constituyen una exigua minoria de la población. Sin em-bargo. cada vez tienden más a conservar su lengua y cultura propias. La verdadera colonización planificada de Nueva Zelanda por
los blancos no se inició hasta 1840.

No obstante. en 1841 los colonos ya fundaron una capital, Aucklland. Esta función no tardó en ser transferida a Wellington, pues esta ciudad ocupa una posición más central.

Desde el principio, esta nueva comunidad se caracterizó por su aspiración a la independencia con respecto a Gran Bretaña. Por otra parte, tal tendencia estuvo dominada por un mayor deseo de independencia con respecto a Australia. A esto se debe que los neocelandeses todavía se consideren hoy (si bien conservando sus propias características) miembros de la Comunidad británica.

Cuando en 1901 se constituyó la Commonwealth australiana, se ofreció a los neocelandeses formar parte de ella. Pero, no obstante, prefirieron abstenerse. El 26 de setiembre de 1907 obtuvieron el estatuó de dominio. Actualmente gozan de total independencia dentro de la Comunidad británica.

Los blancos han logrado hacer de esta colonia un Estado próspero, como lo demuestran ciudades ordenadamente urbanizadas, como Auckland y Wellington, con sus ciudades jardines ultramodernas dotadas de numerosas residencias individuales.

En el Parlamento (construído a estilo neoclásico, como tantos edificios fabricados en Londres en el siglo pasado) tienen su escaño ochenta diputados elegidos, entre ellos cuatro maoríes. Nueva Zelanda puede abordar todos los problemas gracias a la enseñanza perfectamente organizada, que en este joven país es gratuita para todos, sin distinción, hasta la edad de diecinueve años.

Cuatro universidades proporcionan los cuadros superiores necesarios para consolidar este futuro lleno de promesas.

Por último, existe otro aspecto en el que los neocelandeses gozan de envidiable fama. Basta recordar los nombres de Hillary y Snell, que por sus hazañas deportivas conquistaron la atención del mundo entero.

Antes de terminar, conviene decir que Nueva Zelanda ejerce su dominio sobre diversos territorios y dependencias. Tales son el archipiélago de las Cook, formado por dieciséis islas, cuya capital Awarua se halla en Rarotonga; la isla Niue o Savage, atolón de 259 km2, cuya capital es Alofi; las Tokelau o de la Unión, grupo de islotes madrepóricos ; y en la Antártida el «Ross Dependency». Salvo éste, todas las dependencias viven de la exportación, copra sobre todo.

Su participación (los maories) en ambas guerras mundiales reavivó su espíritu beligerante, que había permanecido dormido desde sus luchas por las tierras. La valentía de los maoríes y sus éxitos en batalla les granjearon el respeto de los europeos y el restablecimiento de su mana. Tras la I Guerra Mundial, y más aún al final de la II Guerra Mundial, se produjo un notable incremento de la participación maorí en la vida nacional. Muchos de los que no intervinieron en la guerra entraron a trabajar en industrias esenciales para ayudar a la causa bélica, lo cual a menudo implicaba trasladarse desde los pueblos a las ciudades; este fenómeno marcó el comienzo de una tendencia que desde entonces ha resultado significativa.

Ver: Exploración de Nueva Zelanda

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