Biografia de Neil Armstrong y Su Viaje a La Luna

Primer Hombre en llegar la Luna:Biografia de Neil Armstrong

El nombre de en la cuando, el 20 de julio de 1969, se convirtió en el primer hombre que pisaba la Luna.Millones de persona de todo el mundo pegadas al televisor fueron testigos de la hazaña de Armstrong, junto a Aldrin y Michael Collins, sus dos compañeros de la misión espacial Apolo XI, cumplían así uno de los logros tecnológicos-cientificos mas importantes de la historia de la Humanidad.

Armstrong, murió el 25 de agosto de 2012 en Cincinnati, por una afección cardíaca.

Neil Alden ArmstrongNeil Alden Armstrong, astronauta estadounidense, fue la primera persona en caminar sobre la luna; nació el 5 de agosto de 1930, cerca de Wapakoneta, Ohio.

Él era el mayor de tres hijos de Stephen y Viola Armstrong Engel.

Su pasión por los aviones quedó señalada a los seis años, cuando hizo su primer viaje en uno de ellos.

Es probable que cuando Neil Armstrong nació, en la granja de sus abuelos, en su destino estuviera escrito "elegido para la gloria". Sin embargo, no lo sabría hasta pasados varios años, cuando se convirtió en el primer ser humano en pisar el suelo lunar.

Nada hubo en su infancia que dejara adivinar un futuro tan colosal.

Neil no fue un niño prodigio.

Todo en él era discreto, salvo un detalle: su pasión por volar.

Eso sí lo hacía distinto de otros chicos de su edad.

Hoy, más de cuatro décadas después de que una pisada suya fuera recibida en el mundo como "la mayor aventura de la historia", se ha elaborado una leyenda romántica sobre este personaje, que escapa de la celebridad refugiándose en su Ohio natal.

biografia de neil armstrong

► Infancia

Según esa leyenda, a los dos años Armstrong mostró su primer interés por los aviones.

Fue un día en que su padre, Stephen Armstrong, lo llevó a la Competencia Nacional Aérea de Cleveland.

El pequeño Neil se mostró muy entusiasmado mientras presenciaba las cabriolas de enormes y brillantes aviones.

A los seis años, Neil iba a disfrutar de su primer vuelo en avión.

Es probable que nunca se sepa si en esa ocasión visitó o no una cabina de mandos, y si de ahí nació su auténtica afición por las aeronaves.

Pero sí que poco tiempo después empezó a fantasear con la idea de comandar un aparato.

Comenzó a tomar lecciones de vuelo a la edad de catorce años, y en su décimo sexto cumpleaños le fue concedida una licencia de piloto.

A esa edad, Armstrong se construyó un pequeño túnel de viento (un túnel a través del cual el aire es forzado a una velocidad controlada para estudiar los efectos de su caudal) en el sótano de su casa, también realizó experimentos utilizando el modelo de aviones que había diseñado.

A través de estas actividades se estaba preparando para lo que sería una distinguida carrera en la aeronáutica o la construcción, diseño y navegación de las aeronaves.

SU DESTREZA COMO PILOTO LO LLEVÓ A LA ASTRONÁUTICA

LA PROEZA CONTÓ CON UN GRAN ALIADO: LA TV

FUE EL PRIMER HOMBRE EN PISAR EL SUELO LUNAREE.UU.

SACÓ VENTAJAS EN LA CARRERA ESPACIAL CONTRA LA URSS

SE DEDICÓ A LA ENSEÑANZA Y ASESORA PROYECTOS ESPACIALES

Armstrong también estaba interesado en el espacio exterior a una edad temprana.

Su fascinación fue impulsada por un vecino que era dueño de un potente telescopio; en el que fue encantado con las vistas de las estrellas, la Luna y los planetas que vio a través de este dispositivo.

Ingresó a en la Universidad de Purdue en Indiana en 1947 con una beca de Marina de los EE.UU. Después de dos años de estudio fue llamado al servicio activo con la armada y ganó sus alas de piloto de jet en la Estación Aérea Naval de Pensacola, en Florida.

► Ya Siendo Adulto

A los veinte años fue el piloto más joven en su escuadrón. Voló setenta y ocho misiones de combate durante la Guerra de Corea, una guerra civil desde 1950 hasta 1953 entre el Norte y Corea del Sur en el que China luchó en el lado comunista de Corea del Norte y los Estados Unidos lucharon para ayudar a Corea del Sur.

Después de la guerra Armstrong volvió a Purdue y completó una licenciatura en ingeniería aeronáutica en 1955.

De inmediato aceptó un trabajo con el Laboratorio de Propulsión a Lewis Vuelo del Comité Consultivo Nacional de Aeronáutica (NACA) en Cleveland, Ohio.

Un año más tarde se casó con Janet Shearon.

► Un Piloto Consagrado

Poco después, Armstrong transferido a la NACA , donde se convirtió en un experto piloto de pruebas y voló los primeros modelos de aviones como el F-100, M-101, M-102, M-104, F-5D, y B-47.

También fue piloto del avión cohete X-1B, una versión posterior del primer avión que rompió la barrera del sonido (el efecto de arrastre de aire en un avión al aproximarse a la velocidad del sonido).

Fue seleccionado como uno de los tres primeros pilotos de la NACA para volar el avión cohete X-15-motor.

Hizo siete vuelos en este avión, que era una especie de primer modelo de las futuras naves espaciales.

Logrando una altura récord de 207 a 500 pies y una velocidad de 3.989 millas por hora.

►Ahora, Astronauta

En 1962, Armstrong decidió convertirse en astronauta tras una selección de la NASA e ingresó a ella para su formación.

En septiembre de 1962 se convirtió en el primer astronauta no militar de Estados Unidos.

Su asignación de vuelo por primera vez como un astronauta fue como una copia de seguridad, o suplente, del piloto de Gordon Cooper, en la misión Gemini 5.

A posteriori continuó su formación especializada en la nave espacial Gemini y fue seleccionado como el piloto de mando para la misión Gemini 8.

Con copiloto David Scott que fue lanzado desde Cabo Kennedy (ahora Cabo Cañaveral), Florida, el 16 de marzo de 1966.

El Gemini 8 orbitó y se acopló como estaba previsto con otro vehículo en órbita, pero poco después la nave Gemini 8 se salió de control.

Armstrong trajo al Gemini 8 al Océano Pacífico a sólo 1,1 millas náuticas del punto de aterrizaje previsto.

La conducta fría y profesional de Armstrong dio una fuerte impresión en sus superiores, quienes lo destinaron a la formación para el programa Apolo.

Durante un vuelo de entrenamiento de rutina del vehículo de aterrizaje de la investigación, las embarcaciones de Armstrong se salieron de control; este se expulsó a sí mismo y aterrizó en paracaídas a unos metros de distancia del vehículo de formación, que se estrelló en llamas.

Con sus emociones controladas de costumbre, él se alejó y con calma hizo su informe.

Misión Apolo 11

En enero de 1969 Armstrong fue seleccionado como comandante del Apolo 11, la primera misión de aterrizaje lunar.

El 16 de julio a las 9:32 A.M. Hora del este (EDT), Armstrong, con los astronautas Michael Collins y Edwin Aldrin, despegó desde el Centro Espacial Kennedy en Florida.

El Apolo 11 pasó a la influencia gravitatoria (fuerza de la gravedad) de la luna el 18 de julio y la vuelta a la luna dos veces. Armstrong y Aldrin entraron en un módulo lunar (una pequeña nave espacial) llamado el Águila.

A medida que descendieron hacia la superficie lunar, su equipo se convirtió en sobrecarga, pero bajo las instrucciones del centro de control de la misión en Houston, Texas, Armstrong logró aterrizar el módulo.

A las 4:17:40 pm. , el 20 de julio, una parte importante de la población de la Tierra estaba escuchando la transmisión de radio de Armstrong informando que el Águila había aterrizado.

A las 10:56 pm. puso el pie en la luna, diciendo: "Eso es un pequeño paso para el hombre, pero un salto gigantesco para la humanidad."

Descripción del Alunizaje del Apolo XI:Relato de Neil Armstrong

Carrera después de la NASA

Apolo 11 fue la misión al espacio final de Armstrong.

Luego se unió a la Oficina de la NASA de Investigación Avanzada y Tecnología, donde una de sus principales actividades era promover la investigación sobre el control de las aeronaves de alto rendimiento mediante la computadora.

En 1971 comenzó a trabajar en la Universidad de Cincinnati en Ohio, donde pasó siete años como profesor de ingeniería aeroespacial.

Armstrong se mantuvo trabajando para el gobierno. En 1984 fue nombrado en la Comisión Nacional sobre el espacio, donde completó un informe con un ambicioso futuro de los programas espaciales de EE.UU.

También fue líder de una comisión gubernamental para investigar la explosión desastrosa de la lanzadera espacial Challenger , que se produjo en enero de 1986.

Armstrong trabajó para varias empresas desde sus días de astronauta, incluyendo el cargo de presidente de los Sistemas de AIL, Inc., un fabricante de electrónica aeroespacial.

En 1999 fue honrado en una ceremonia celebrada en el National Air and Space Museum de la Smithsonian Institution en Washington, DC, donde recibió la Medalla de Langley, en honor al trigésimo aniversario de la misión Apolo 11. Armstrong también hace ocasionales apariciones públicas en el aire en su ciudad natal de Wapakoneta, Ohio.

MITOS Y SECRETOS:

UN SUSTO:

Armstrong tuvo un percance en los ensayos previos a la misión Apolo XI En mayo de 1968, en Texas, guiaba el simulador Lunar Landing Research Vehide. Algo salió mal y la nave estalló en el aire.

Armstrong salvó su vida al eyectar su asiento v saltar en paracaídas; sólo sufrió heridas leves.

TAN SOLO UNA QUEJA:

Según Armstrong, la misión espacial del Apolo XI transcurrió sin sobresaltos. Tuvimos muy pocos problemas, muchos menos de los esperados en la superficie.

Fue una operación muy agradable y las temperaturas no eran altas. La combinación de los trajes espaciales y los aparatos en la espalda que mantenían nuestras vidas operaron a la perfección", afirmó.

No obstante, sí se lamentó de que "la principal dificultad fue el poco tiempo para hacer la gran cantidad de cosas que nos hubiera gustado. Teníamos el mismo problema que un niño en una tienda de dulces".

UNA FALLA, UN SUSTO:

Houston sí tuvo que resolver con rapidez un problema de Apolo XI, ya que uno de los aparatos encargados del alunizaje se bloqueó. Según el ex-jefe de programas espaciales de la NASA en España, Luis Ruiz de Gopegui,

"Armstrong, gritó, al ver cómo una luz roja de la cabina de mandos se encendía y centelleaba sin parar: ¡Tengo una alarma en la computadora que no conozco, díganme qué hago!". Esta señal, la alarma 1202, se hizo famosa, aunque no hubo mayores consecuencias.

SOBRE SU VIDA PRIVADA:

Poco se sabe de la vida privada de Armstrong, un hombre aislado del mundo y muy defensor de su intimidad; tan sólo, que se casó con Janet Shearon y tuvo tres hijos, Eric, Marky Karen -ésta última falleció en la infancia-.

Quizás para entender su carácter basten sus propias palabras: "Ahora permanezco en casa, sentado y pensando en los buenos tiempos. Supongo que he tenido una buena vida y me siento muy afortunado. Todavía disfruto viendo a la gente que va al espacio. Leo todo lo que se refiere a las nuevas tecnologías y ayudo en el desarrollo de proyectos espacíales en todo lo que puedo."

EN LA ARGENTINA:

Fue una de las primeras transmisiones televisivas vía satélite, recibida en la estación terrena de Balcarce.

En la noche del 20 de julio de 1969, millones de argentinos vieron cómo Armstrong descendía del módulo Eagle.

El seguimiento de la misión continuó hasta la madrugada del 21 de julio. En tanto, un argentino, el doctor Enrique Febbraro, declaraba al 20 de julio comoDía Internacional del Amigo..

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EL VIAJE ESPACIAL RELATADO POR NEIL ARMSTRONG

NUEVA YORK, 18.- El día del descenso en la Luna fue muy largo y bastante agitado.

Nos levantamos a las 5.30 de la mañana y descendimos aproximadamente a las 3.20 de la tarde (hora de Houston).

Hubo muchas cosas que hacer durante cada minuto de ese día.

La puesta en marcha de los motores para el descenso se realizó suavemente y en el momento preciso.

Lo hicimos en el instante en que pasábamos por el punto exacto, sobre el borde occidental del Monte Marilyn.

Estábamos volando mirando hacia abajo, a 16.000 metros de altura, y la visión que teníamos del Monte Marilyn y de otros puntos indicaba que íbamos a descender relativamente cerca del área que se había elegido.

No íbamos a caer en la cara opuesta de la Luna ni nada parecido.

A continuación, nuestro radar de descenso nos informó que estábamos a 12.000 metros, exactamente donde esperábamos estar.

Alrededor de los 10.000 metros comenzamos a tener problemas con las computadoras.

Cuando la computadora tiene problemas enciende una luz de alarma y un número.

Antes del vuelo habíamos simulado una gran variedad de alarmas.

Para las más probables habíamos memorizado ciertos procedimientos y algoritmos.

Para las más complicadas habíamos hecho pequeñas anotaciones en tarjetas pegadas al tablero de instrumentos.

Sin embargo, la alarma que se encendió durante el vuelo no tenía número, no era el tipo de alarma que esperábamos; no era ninguna de las que había surgido durante las simulaciones.

En ese momento los muchachos de la misión de control se ganaron realmente su sueldo.

Analizaron el problema y la causa, y nos indicaron rápidamente que podíamos dejar de lado tranquilamente las alarmas y continuar nuestro descenso.

Desde los 10.000 metros hasta los 1600 estuvimos totalmente absorbidos por el análisis y la consideración de este problema, y por el control de instrumentos.

En consecuencia, no prestábamos atención a las ventanas y a la identificación de puntos de orientación externos.

La primera ocasión que tuvimos de pasar algún tiempo mirando hacia afuera fue cuando ya estábamos a menos de 1600 metros.

Con el estrecho horizonte que caracteriza a la Luna, era difícil tener un campo visual muy extenso desde esa altura.

El único punto destacado que alcanzamos a ver fue un cráter muy grande que hasta ese momento se había identificado como Cráter Oeste, aunque en ese momento no lo reconocimos.

Modulo Lunar Apolo Caracteristicas Capsula Lunar Descenso LunaAl principio consideramos la posibilidad de descender cerca de él.

Parecía evidente que hacia allí nos estaba llevando nuestro sistema automático.

Sin embargo, cuando nos acercamos unos 300 metros no nos cupo ninguna duda de que el Águila trataba de descender en una zona nada conveniente.

Había peñascos grandes como un Volkswagen diseminados por todas partes.

Yo tenía una visión excelente del cráter y del campo pedregoso a través de la ventana izquierda, pero la posición  de la cámara sólo permitía captar la imagen del perímetro norte, de apariencia relativamente benigna.

Las rocas parecían acercársenos con espantosa rapidez, aunque, por supuesto, en una situación como ésa el reloj anda tres veces más ligero.

En ese momento mi atención se dirigía casi totalmente hacia la ventana, y Buzz (Aldrin) me informaba sobre las lecturas importantes en la computadora y en los instrumentos.

A una altura de unos 120 metros y a 80 kilómetros por hora se hizo evidente que iba a tener que utilizar el control manual de la nave.

De esta forma controlaba la marcha y la velocidad horizontal del Águila, y mis órdenes, junto con las que impartía la computadora, hacían funcionar el acelerador.

Disminuimos nuestra velocidad de descenso de tres metros por segundo a alrededor de un metro por segundo.

Hubiera sido interesante descender en ese campo pedregoso, porque estoy seguro de que algunos de los elementos que emergían de ese enorme cráter eran rocas del interior de la Luna y, en consecuencia, fascinantes para los científicos.

Me sentí tentado, pero mi sensatez fue mayor.

Avanzamos ubicándonos a una altura conveniente para pasar por sobre las puntas de los peñascos y exploramos la superficie hacia el Oeste buscando un lugar más adecuado para el descenso.

Miramos varios y cambié de opinión un par de veces.

El que elegimos tenía apenas unos 60 metros de lado, el tamaño del lote de una casa grande.

Un costado estaba rodeado por algunos cráteres de buen tamaño y el otro por un campo de pequeñas rocas.

Hice descender el Águila allí.

Supe que durante el descenso aumentó notablemente el ritmo de los latidos de mi corazón, en realidad me preocuparía si no hubiera sido así.

La trayectoria final que realicé antes del descenso real fue muy parecida a las que me tocó describir en las prácticas.

Durante los últimos segundos del descenso nuestros motores levantaron una gran cantidad de polvo lunar que voló en forma radial y casi paralela a la superficie, a grandes velocidades.

Como en la Luna no hay atmósfera, el polvo se desplaza en una trayectoria plana y baja, dejando un espacio limpio detrás de él.

Podían verse rocas y cráteres, pero se hacía difícil decidir la velocidad necesaria para lograr un descenso suave.

Parecía que estuviéramos aterrizando en medio de una niebla que se movía velozmente.

En esta última etapa del descenso yo estaba muy preocupado por el nivel del combustible. Los medidores indicaban una posición muy próxima a vacíos y en realidad estuvimos muy cerca de una contraorden que nos hubiera hecho poner en marcha el motor de ascenso y -con suerte- volver a la órbita.

A pesar de los escasos niveles indicados por los medidores es probable que en el momento del descenso todavía nos quedara combustible par unos 40 segundos.

Siempre resulta agradable saber que cuando la lectura de los medidores indica vacío hay todavía cuatro litros en el tanque.

Por supuesto que estábamos alborozados, pero hay gran cantidad de trabajo que realizar inmediatamente después del descenso.

Buzz y yo tuvimos unos 12 minutos de trabajo muy activo.

Luego pudimos distendernos lo suficiente para disfrutar de una sensación de alivio, de dicha. Buzz extendió su brazo y me dio un gran apretón de manos junto con sus felicitaciones, lo cual realmente tuve a gran estima.

Es mi crítico más competente.

Decidimos realizar temprano nuestra actividad fuera del vehículo, para luego llegar tarde al propio límite que nos habíamos fijado.

Diversos pequeños detalles contribuyeron a la demora, pero la mayor sorpresa fue el tiempo que nos llevó anular la presión del Águila.

Antes de abrir la escotilla para salir teníamos que lograr que la presión a ambos lados de la escotilla fuera igual.

Y puesto que la presión exterior en la Luna es el vacío, debíamos reducir también al vacío la presión interna.

Nos llevó mucho más tiempo que lo que había previsto.

Así que nuestra demora en salir del Águila no fue, como mi esposa y acaso otras personas han sugerido medio socarronamente, para darme tiempo a pensar lo que diría en el momento de poner el pie en la Luna.

Algún pensamiento sobre ello me había cruzado un poco antes del vuelo, principalmente porque tanta gente había acordado gran importancia a este punto.

También pensé un poco durante el viaje a la Luna, aunque no mucho.

No fue sino después del descenso que me propuse decir

"Es un pequeño paso para un hombre, un salto gigante para la humanidad".

Más allá de esas palabras no recuerdo emoción o sentimiento particular alguno fuera de la cautela, el deseo de tener la seguridad de que no existía peligro en dejar caer mi peso sobre aquella superficie ajena al Águila.

Dentro de la cabina, la Luna parecía cálida y seductora.

El cielo era negro, aunque una vez sobre la superficie parecía como de día, y el suelo, tostado.

Existe un efecto de luz muy particular en la superficie lunar que parece hacer que los colores cambien; no lo comprendo del todo.

Si se mira de espaldas al Sol, a lo largo de la propia sombra, o de frente al Sol, la Luna es de color tostado.

Si se mira dando el costado al Sol, es más oscura, y si se mira directamente a la superficie, particularmente en las sombras, es muy oscura.

El material que se toma en las manos también es oscuro, gris o negro.

Generalmente, de textura delicada, casi como harina, aunque ciertas partículas más se asemejan a la arena.

Muy agradable resultó trabajar en esa atmósfera. No era fatigoso.

El único problema real para mí consistió en los muchos lugares donde me hubiera gustado investigar, ver qué había justo detrás de la siguiente colina.

Bien conocidas son ahora todas las cosas que dejamos en la Luna.

Nos sentimos particularmente complacidos en depositar el emblema de la Apolo XI en memoria de nuestros amigos y compañeros astronautas Gus Grissom.

Ed White y Roger Chaffee, y las medallas que se acuñaron en memoria de los cosmonautas soviéticos Gagarin y Komarov.

Creo que esos caballeros y sus asociados comparten nuestros propios sueños y esperanzas de un mundo mejor.

Mi convicción se fortaleció por un telegrama de felicitaciones que nos aguardaba en el Laboratorio de Recepción Lunar a nuestro regreso.

Comenzaba "Queridos colegas", y se hallaba firmado por todos los cosmonautas que habían participado en vuelos.

Cuando regresamos al módulo lunar había determinado olor en la cabina.

Me pareció como de cenizas húmedas en un fogón.

No puedo tener la certidumbre de que provinieron del material lunar, aunque me inclinaría a pensar que sí.

Esta ocasión, sin embargo, fue la primera en que la cabina de la nave espacial había estado al vacío, lo que pudo haber afectado a alguna cosa interna.

Sería interesante oler ahora las rocas que se trajeron a la Tierra.

Nunca me di especialmente cuenta de las temperaturas en la Luna.

El traje adecuado siempre resultó agradable y cómodo, y en ningún momento parte del equipo transmitió frío ni calor a través de los guantes aislantes.

Si miro hacia atrás, el instante de tocar la Luna constituyó el punto de realización más sorprendente del vuelo.

El despegue le siguió en notabilidad.

Mucho más había dado que pensar aquel simple motor de ascenso del que dependíamos enteramente. Cuando llegó el momento, se mostró como dechado de perfección.

No sólo nos proporcionó una agradable cabalgata, sino que nos regaló una final vista en vuelo de la Base de la Tranquilidad a medida que subíamos y nos alejábamos de ella.

Las más dramáticas memorias que ahora conservo son las vistas en sí, aquellas magníficas imágenes visuales.

Van mucho más allá que cualquier experiencia visual que haya tenido en mi vida.

De todos los cuadros espectaculares, el que más me impresionó en el viaje a la Luna fue el que se me ofreció al volar por su sombra.

Todavía nos encontrábamos a miles de kilómetros, aunque lo suficientemente cerca para que la Luna casi llenara nuestra ventana circular.

Desde nuestra posición eclipsaba al Sol, y se percibía como una gigantesca forma de lupa o platillo que se prolongaba por varios diámetros lunares.

Era magnífica, pero más todavía la misma Luna.

Nos hallábamos en su sombra, de modo que el Sol no iluminaba ninguna de sus partes.

Únicamente la Tierra, mediante su reflejo, la alumbraba.

Esto hacía que la Luna pareciera de un gris azulado, y tridimensional.

Casi parecía como si quisiera mostrarnos su redondez, su semejanza en forma a nuestra Tierra, en una especie de bienvenida.

Abrigué, entonces, la seguridad de que sería un anfitrión hospitalario; se había hallado esperando a sus primeros visitantes durante largo tiempo.

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• ALGO MAS...

Entre los 50 cosmonautas estadounidenses, Armstrong, que en 1969 tenía casi 39 años, se destacaba por su sentido del orden, su gran autocontrol y por su carácter poco propenso a las fantasías.

Nada le interesaba, excepto volar. "Cualquiera que lo trate, lo describirá como un sujeto frío, calculador" —decía de él otro astronauta—. "Su modo de pensar y de vivir es rígido como una operación aritmética".

Estudió ingeniería aeronáutica. Como piloto de la Marina, intervino en 78 misiones de combate durante la guerra de Corea.

La guerra fue para él una experiencia técnica, una ocasión preciosa para familiarizarse con los más modernos equipos aeronáuticos. Tal como siempre lo manifestó, no es un romántico, detesta la aventura y el peligro, especialmente si los considera inútiles.

Antes de convertirse en astronauta, en setiembre de 1962, Armstrong ya trabajaba para la NASA (Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio) como piloto de pruebas del programa X-15, avión-cohete que era lanzado a los límites, de la estratosfera, tarea para la cual se encontraba ampliamente capacitado.

Cuando se proyectó el vuelo de la Apolo 11, Armstrong, que habría de ser el comandante de la nave, no fue elegido para ser el primero en desembarcar. Sintiéndose insatisfecho por ello, reclamó hasta que la decisión fue revocada y, finalmente, se le encomendó ser el primer hombre en hollar la superficie de la Luna.

Al regresar a la Tierra, declaró a los periodistas: "El alunizaje fue para mí el momento más emocionante del vuelo. En segundo lugar yo ubicaría al instante en que abandonamos la Luna".

Cuando se le pidieron más detalles, recordó a los presentes que en la Luna el cielo es oscuro y la superficie del suelo clara, y manifestó que el trabajo no le había resultado cansador.

La prensa mundial consagró a Armstrong "el hombre del siglo" y hubo quienes llegaron a llamarlo, incluso, "el hombre del milenio".

(Fuente Consultada: Revista Conocer Nuestro Tiempo Enciclopedia del joven N°2)

Fuente Consultada: Profesora Sonia Gaynor Para Planeta Sedna

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