Historias de la Patagonia:Primeros Exploradores del Sur Argentino

Historias de la Patagonia
Primeros Exploradores del Sur Argentino

Nunca fue un territorio fácil ni pródigo. A exploradores conquistadores les exigió esfuerzos supremos cuando pretendían conocerlo y usufructuarlo; hubo que echar a volar la fantasía y apelar al mito y a la ficción para imantado.

Célebres navegantes, piratas, expedicionarios e inmigraciones temeraria desembarcaron en sus desoladas e inhóspitas costas.

Y por distintos motivos: hallar un paso al Océano Pacífico, llegar a las Molucas, donde abundaban las codiciadas especias y al Perú para cargar los barcos con oro y plata con destino a España, y los piratas, para abordar y saquear a esos barcos.

La leyenda adjudicaba a la Patagonia la existencia de ciudades refulgentes en, oro y espléndidos tesoros y eso alentó la concurrencia de aventureros y corsarios, pero también, como lugar distante, remoto, la llegada de fugitivos de múltiples orígenes.

Y las temerarias colonizaciones de gente que buscaba un porvenir promisorio y que en definitiva fue la que construyó lo que existe.

Cada uno, a su manera vivió su propia aventura, corrió su propios riesgos y superó difíciles obstáculos en un territorio que exige a sus habitantes decisión y un temple especial.

Pocos lugares en el mundo incitan a la fantasía como la Patagonia.

Desde el desembarco de Hernando de Magallanes se insinuó como un ámbito propicio para la conquista y la aventura; requirió de protagonistas intrépidos y sagaces para explorar lo que por entonces se consideraba el fin del mundo.

Además, debían enfrentar una naturaleza implacable, batida por un intenso y perpetuo viento, mesetas tan áridas como infinitas, costas extensas y desoladas y temperaturas con oscilaciones extremas.

primeros conquistadoresEra un destino signado por la adversidad: las violentas tempestades, las fuertes correntadas provocaron tantos naufragios en el estrecho de Magallanes y sus accesos que lo señalaron como el más grande cementerio náutico de la época.

Eran frecuentes las muertes en acción: ya fuere en los enfrentamientos con los indígenas, por sublevaciones y motines que estallaban dentro de las embarcaciones, combates armados contra adversarios o piratas, o simplemente alguien que caía de lo alto de un mástil o mientras ceñía velas, o desaparecía en el mar arrastrado por el vendaval.

Cada travesía en las naves de entonces, que semejaban "cáscaras de nuez", significaba un reto a la muerte.

Por eso, cuando un marino embarcaba debía hacer testamento y sólo al regresar, ya en tierra, se lo daba nuevamente por vivo.

Por diferentes motivos, entre ellos el excesivo rigor o el maltrato que capitanes u oficiales imponían a las tripulaciones, el trabajo extenuante o demoras inexplicables en el arribo a destino, padeciendo hambre, sed y enfermedades (con frecuencia el escorbuto), llegaron a provocar sangrientos motines.

Se contaban los días, las horas, y sólo se ansiaba llegar, ver tierra...

Podía pensarse si la incursión por esos remotos confines tenía resultados tan dramáticos y fatales, ¿para que frecuentarlos?.

Pero ocurrió que pocos años después que Magallanes descubriera el estrecho, es decir, el acceso al Pacífico inaugurando una nueva ruta hacia las Molucas, las codiciadas islas de la Especiería, conmueve a España y a Europa un nuevo descubrimiento: los valiosos yacimientos de oro y plata en el Perú.

Y para trastornar aún más a conquistadores y aventureros se instalan otros dos mitos de irresistible seducción: Trapalanda y la Encantada Ciudad de los Césares, imaginarias poblaciones radiantes de tesoros, inconmensurables riquezas, naturaleza pródiga y otros dones que hacen a la felicidad definitiva de los hombres.

El primer mito, durante la escala de Magallanes en San Julián, surgió del descubrimiento de "gigantes", según narró Antonio Pigafetta, cronista de la expedición, en su libro Primer viaje en torno del globo.

magallanes

Primeros conquistadores: El 31 de marzo de 1520, fondea en una bahía patagónica la flota que comanda Hernando de Magallanes; el sitio donde desembarcan es bautizado San Julián y, según comunica el almirante a sus subordinados, allí invernarían y llevarían a cabo las tareas de mantenimiento de los barcos, para reanudar luego su derrotero hacia el Oriente.

La expedición, integrada por cinco naves y 266 tripulantes había zarpado del puerto español San Lúcar de Barrameda el 20 de setiembre de 1519, con el objetivo de hallar un paso del Atlántico al Mar del Sur (Océano Pacífico) y llegar a las Islas Especieras (Molucas)

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AÑO 1586: El corsario inglés Tomás Cavendish llamó "puerto del hambre" a un desventurado fortín del Estrecho de Magallanes, adonde llegó a fines de 1586.

Quince hombres y tres mujeres, más bien espectros espantosos de una quimera que colonos famélicos, le tendieron los brazos suplicantes.

Cavendish recogió a uno de ellos, desmanteló los cañones y partió, abandonando a los demás a su suerte. Así se extinguió la última esperanza para aquellos sobrevivientes de la más descomunal e infortunada hazaña de la conquista.

COLONOS Y CORSARIOS EN EL AIRADO MAR AUSTRAL

Aquellas costas inhóspitas de la Patagonia, con sus tempestades de nieve y con las increíbles mareas del proceloso mar, nunca habían sido sino mal refugio de náufragos o puntos de recalada donde los corsarios hacían pie para recoger por vitualla algunos lobos marinos y para carenar los barcos.

En vano Simón de Alcazaba había intentado establecerse en la costa patagónica en 1536 y explorado tierra adentro, en muchos días de marcha, por lo que pudiera haber.

Fue duro el desengaño y propicio para motines y crímenes que lo desbarataron todo. Y así fue como lo que Alcazaba había llamado "Nueva León", siguió siendo como la tierra de nadie.

En 1578 merodeaba Francisco Drake por la bahía de San Julián, y después de atravesar el Estrecho de Magallanes fue a la rapiña de los puertos del Pacífico.

De Lima salió en su persecución Pedro Sarmiento de Gamboa, gallego tenaz, y, aunque no dio con él, fue el primero en cruzar el Estrecho de Magallanes de oeste a este, tejiendo planes a lo don Quijote.

Cuando Sarmiento de Gamboa estuvo en España, con su fama y sus proyectos, fue escuchado.

El rey accedió a encomendarle la peligrosa misión de colonizar el Estrecho de Magallanes, para que en adelante no volviera a ser vía libre de piratas y corsarios.

Con el singular cargo de "gobernador del Estrecho" partió Sarmiento de Gamboa a fines de 1581 en la nave generala de una gran expedición.

Dieciséis naves lo seguían, con tres mil hombres de guerra y de paz.

Iban maestros carpinteros y albañiles, herreros y labradores, mujeres y niños.

Llevaban un buen bastimento y herramientas de trabajo, y... muchas esperanzas. Pero también los acompañaba —y ellos no lo sabían— la malaventura, la muerte agazapada en las furias del mar.

Las tempestades diezmaron a aquellos tripulantes, pero no arredraron a Sarmiento de Gamboa.

Su decisión era inquebrantable.

Al fin entró en el estrecho con 338 almas en dos naves y tres fragatas, y, haciendo caso omiso a la adversidad, fundó, el domingo 11 de febrero de 1584, la ciudad "Nombre de Jesús", y el 25 de marzo otra que llamó "Rey Don Felipe".

Historia de la Primeras Exploraciones de la Patagonia

Desde los primeros tiempos del descubrimiento se conocen algunos relatos más o menos documentados unos, y fantásticos otros, sobre dramáticas caminatas realizadas por la entonces misteriosa Patagonia.

La primera caminata
Los protagonistas de la primer marcha de que se tiene noticia fueron dos tripulantes de la carabela Santiago, de la flota de Magallanes, quienes unieron caminando Puerto Santa Cruz con Puerto San Julián.

Esta nave, luego de descubrir el río Santa Cruz, naufragó a poco de salir de la bahía, pero toda la tripulación logró salvarse, excepto un negro que pereció ahogado.

Su capitán, Juan Rodríguez Serrano, tras recuperar todo cuanto fue posible de la echazón, despachó por tierra dos tripulantes hacia Puerto San Julián en busca de ayuda, pues allí continuaban invernando las demás naves de la flota.

Replica Nao Victoria que llegó a la Patagonia

Esta primera caminata patagónica, que superó largamente los 100 kilómetros, fue realizada en pleno invierno a través de tierras áridas, frías, ventosas, desoladas y totalmente cubiertas de cascajo.

Estos dos hombres que marcharon en condiciones sumamente precarias, arribaron a destino completamente agotados.

Salvaron la vida porque sus compañeros, según explica el cronista Pigafetta, desde días atrás venían observando el humo de las hoguerras que encendían, y un grupo fue comisionado para investigar lo que ocurría.

Así fue como hallaron a los dos náufragos, ya completamente postrados, a cierta distancia del puerto al cual nunca hubieran podido llegar por sus propios medios.

A raíz de este naufragio, Magallanes despachó también por tierra una partida en auxilio de la gente de la Santiago y, al decir de los historiadores, todos regresaron caminando a San Julián sin mayores inconvenientes. (En general, todas las crónicas aportan escasos detalles sobre este suceso).

• Los Náufragos de León Pancaldo

En el año 1538 naufragó en la barra del río Gallegos una de las naves de la flota que mandaba León Pancaldo, un genovés que en 1520 había participado, como tripulante, de la flota de Magallanes y del descubrimiento de la Patagonia.

Algunos autores han dicho que la tripulación de esta nave, siniestrada en tan remotas latitudes, realizó la extraordinaria hazaña de recorrer caminando desde la desembocadura de aquel río hasta Buenos Aires, ciudad que dos años antes había fundado don Pedro de Mendoza.

Varios son los autores y comentaristas que en diversos medios de difusión se han hecho eco de este suceso, más lo cierto es que los documentos históricos que relatan pormenores de esta fracasada expedición, que tenía finalidades puramente comerciales, no aportan noticia alguna que permita avalar tan aventurada hipótesis.

Se hace notar, además, que resulta llamativamente extraño que una hazaña de esta naturaleza, y de características tan extraordinarias como espectaculares, no haya sido comentada ni citada por ninguno de los cronistas de aquellos tiempos.

No se conoce ningún documento que acuse a León Pancaldo de desalmado por haber abandonado a su suerte a tanta gente en tan desolado y remoto lugar, y tampoco se conoce queja alguna de tan sacrificados caminantes que, de ser cierta su hazaña, debieron superar las peligrosas contingencias de por lo menos tres largos y gélidos inviernos, y otros tantos ventosos y secos veranos patagónicos.

A todo esto debería añadirse la suerte realmente extraordinaria de no haber encontrado, a lo largo de tan extensa caminata, ningún grupo de indios hostiles.

En consecuencia, el raid de este grupo de náufragos, debido a la falta de documentos, hasta ahora no logra superar los límites de lo puramente imaginario, pese a que han corrido ya casi cuatro siglos y medio.

• Expediciones del Padre Mascardi

En las últimas décadas del siglo XVI, las crónicas históricas de las misiones jesuitas establecidas en la isla de Chiloé, registran los viajes —en realidad interminables caminatas-realizados por el padre Nicolás Mascardi, entregado por entero a su apostolado de catequizar infieles y obtener información que le permitiera ubicar la famosa y legendaria Ciudad de los Césares.

Dichas crónicas atribuyen a este religioso el haber emprendido varias expediciones desde la misión del lago Nahuel Huapi.

Durante una de ellas, dicen que descubrió los actuales lagos Musters y Colime Huapi, y en otra se dice, con lujo de detalles, que tras alcanzar la costa atlántica, viajó a lo largo del litoral patagónico desde Puerto Deseado hasta la costa meridional del Estrecho de Magallanes, donde pudo constatar que por allí no existía vestigio alguno de la famosa y misteriosa ciudad que venía buscando.

Estas caminatas patagónicas, realmente fantásticas, del padre Mascardi, superan largamente la que algunos atribuyen a los náufragos de León Pancaldo, y las mismas están respaldadas por gran acopio de documentos, tal como puede comprobarse en las páginas del libro Entre los tehuelches de la Patagonia, del padre Guillermo Furlong.

Tapary: 19 meses caminando: En 1753, los anales patagónicos registran otra caminata que alcanza ribetes extraordinarios, pues su protagonista, Hilario Tapary, un indio paraguayo, solo y librado a sus propios medios, unió caminando Puerto San Julián con el río Negro.

La aventura de este indio guaraní duró algo más de 21 meses, de los cuales se calcula que durante 19 caminó constantemente a lo largo de la costa atlántica.

Desde el río Negro fue traído a Buenos Aires por unos indios, pues su patrón, al enterarse que los salvajes habían saqueado las instalaciones levantadas en Puerto San Julián donde éste había quedado en compañía de otras dos personas contratadas para preparar bolsas de sal, encomendó a los indios que solían visitar Buenos Aires y entre los cuales había algunos patagones, que averiguaran lo ocurrido en aquel lejano puerto y trajeran a su casa a los sobrevivientes, si los había, pues prometió recompensarlos generosamente.

Al reintegrarse a la civilización, Tapary narró a su patrón, don Domingo Basavilbaso, todo cuanto había ocurrido en aquel lejano lugar a partir del momento en que se alejó el buque que los había llevado.

Este tomó por escrito su declaración, de la cual fueron incluidas cinco páginas en la Colección de viajes y expediciones a los campos de Buenos Aires y a las costas de la Patagonia, cuya primera edición data del año 1837, y es la primera que relata esta extraordinaria aventura.

• Walampa: 400 kilómetros a los 80 años

En agosto de 1883, cuando las fuerzas del general Lorenzo Vintter apresaron en Puerto Deseado a la tribu de Orkeke, la hermana mayor del viejo caudillo tehuelche, llamada Walampa, fue abandonada a su suerte por considerar que, debido a su edad y estado, no resistiría el viaje hasta Buenos Aires, hacinada en las bodegas del transporte Villarino.

Sin embargo, esta anciana, al quedar sola, abandonada, desprotegida y desprovista de todo, emprendió viaje hacia el sur, y varios meses después, tras andar más de 400 kilómetros, alcanzó la margen norte de la bahía de Puerto Santa Cruz.

Los integrantes de la Subdelegación Marítima, que entonces se había instalado en cañadón de los Misioneros, intrigados por las señales de humo que venían observando en la ribera opuesta, cruzaron la bahía con el bote, y prestaron socorro a esta infeliz mujer, a la que hallaron en un estado de total postración, siendo necesario llevarla en brazos hasta el bote.

Quienes la conocieron en la época en que finalizó esta tremenda caminata, decían que debía rondar los ochenta años. Pese a todo, logró reponerse de las contingencias de tan largo y agotador viaje, pues durante varios meses vivió en Cañadón de los Misioneros, y cuando un grupo de indios visitó el lugar, se marchó con ellos a los paraderos de la zona del estrecho, montando por sus propios medios el caballo que le prestaron.

• El Vasco de la Carretilla

La última gran caminata patagónica o raid cuya calificación oscila entre lo anecdótico y lo deportivo, fue protagonizada en el año 1937 por un pintoresco individuo llamado Guillermo Isidoro Larregui, quien unió, caminando y empujando una carretilla, la localidad de Comandante Luis Piedra Buenaentonces Paso Ibañez— situada a orillas del río Santa Cruz, con la Capital Federal.

Relieve de la Patagonia

Esta hazaña, considerada por algunos como netamente deportiva, ya que su protagonista no aspiraba a conquistar premio o recompensa alguna, alcanzó en aquellos tiempos extraordinaria resonancia en todo el país, pues sobre la marcha de Larregui, que de inmediato fue rebautizado con el apodo de el vasco de la carretilla informaban constantemente los medios de difusión de la época.

Este raid patagónico, a diferencia de lo ocurrido en siglos anteriores, nada tuvo de dramático o histórico, pues el mismo se inició a raíz de una apuesta.

El vasco, tras beber unas copas, comenzó a jactarse en rueda de amigos reunidos en un boliche de Laguna Grande, que era capaz de unir caminando ese paraje, situado a unos 120 kilómetros al noroeste de Comandante Luis Piedra Buena con la localidad de Puerto Deseado.

Un poblador que asistía a la reunión puso en chula que Larregui fuera capaz de realizar semejante  hazaña diciéndole, además, que no tenía ida de lo que era caminar mas de 400 Km. por aquellos secos y ventosos eriales.

Esta observación , como es de imaginar dado el lugar donde estaban reunidos, provocó  acaloradas discusiones.

Las mismas finalizaron al formalizarse la apuesta que, tal como se acostumbraba por allí, fue sellada con un apretón de manos ante más de una docena de parroquianos que oficiaron de testigos.

Pocos días después, el vasco se puso en marcha y, empujando una carretilla en la cual llevaba agua, ropa, comida y una lona, se dirigió hacia Paso Ibañez.

Como era época de trabajo, de inmediato se difundió la novedad de esta singular apuesta; y era mucha la gente que se acercaba a la huella para ofrecerle ayuda, comida, cigarrillos o simplemente para estimularlo o acompañarlo un trecho conversando con él.

Pero poco antes de llegar a Paso Ibañez, el estanciero con el cual había formalizado la apuesta comenzó a preocuparse por la aventura que había emprendido su paisano y de la cual todo el mundo allí se hacía eco.

Tomando conciencia de que por su culpa algo grave pudiera sucederle andando solo por aquellos desiertos, tortuosos y polvorientos caminos, salió en su coche a fin de alcanzarlo, pagarle la apuesta, reintegrarlo a su trabajo junto con la carretilla y dar por terminada la caminata.

Pero el vasco, al oír esa propuesta, se sintió herido en su amor propio y rechazó indignado la sugerencia de dar por finalizada su aventura.

Tras sostener una agria discusión, se negó a cobrar el importe de la apuesta —quinientos pesos de aquellos tiempos— y agregó que, a partir de ese momento, su meta ya no sería Puerto Deseado sino la Capital Federal.

En Paso Ibañez fue ayudado por sus amigos que, según dijeron, no tomaban muy en serio sus proyectos, más como vieron que sería inútil disuadirlo, le ayudaron para acondicionar debidamente su carretilla, y tras proveerse de lo más indispensable, se despidió agradecido de sus colaboradores y se puso en marcha hacia su meta.

Tan solitaria y extraordinaria caminata, si bien finalizó exitosamente, estuvo matizada por algunos inconvenientes, entre ellos la salud que lo demoró en ciertos tramos, pero logró reponerse y proseguir viaje.

Finalmente, el 25 de Mayo de 1937, luego de recorrer paso a paso más de 2000 kilómetros, se le brindó en Buenos Aires, en la Avenida de Mayo, frente al local de un importante diario vespertino de entonces, un extraordinario recibimiento popular.

Acallados los ecos de su hazaña, se dirigió a Lujan siempre empujando su ya por entonces famosa carretilla, y la depositó en el museo donde se halla actualmente.

Ya familiarizado con la fama y el éxito, este vasco tan simple y sencillo como fuerte, porfiado y aventurero, inició otro raid hasta Santiago de Chile empujando siempre un artefacto similar.

Luego de dar por finalizada su travesía trasandina, se dirigió con otra carretilla hasta Misiones, pues tenía proyectado radicarse definitivamente cerca de las cataratas del Iguazú, donde, cautivado por el sortilegio de aquellas tierras tan ricas en flores y pájaros, según declaró al periodismo, quería dar por satisfecha su sed de aventuras como empedernido trotacaminos.

Larregui, a quien se considera como el más extraordinario y famoso de los raidistas patagónicos, había nacido en Pamplona, España, y vino muy joven al país.

Comenzó a trabajar como peón en los establecimientos rurales de sus paisanos en la Patagonia, aunque también realizó otras tareas.

Falleció en Misiones en el mes de junio del año 1964, días antes de cumplir los ochenta años de edad.

Fuente Consultada: Patagonia Territorio de la Aventura Roberto Hosne

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