Prediccion de la Actividad de un Volcan:Erupciones Volcanicas

Predicción de la Actividad de un Volcán: Erupciones Volcánicas

La América Central es una región de gran actividad volcánica, donde suele registrarse, por lo menos, una erupción todos los años y una gran explosión dentro del lapso regular de una vida humana.

El inventario de las formaciones volcánicas de Nicaragua surgidas en el último millón de años asciende a 28, sin contar lagunas cráteres y otras depresiones semejantes.

Todas están ubicadas junto a una fractura de 290 kilómetros de largo que corta los dos grandes lagos del país, cuyas islas y penínsulas están cuajadas de volcanes activos y apagados.

Una distribución similar se percibe en el eje volcánico del istmo, que corre paralelo al litoral del océano Pacífico, con conos y cráteres uno junto a otro desde México hasta Panamá.

El agua y el fuego han creado, en combinaciones caprichosas, los paisajes más admirados de la América Central.

Corte Esquematico de un Volcán

interior de un volcan, corte esquematico

Raro es el año en que no se registra una erupción volcánica en el istmo.

Entre los de mayor actividad se cuentan los volcanes Pacaya, Santiaguito y Fuego, en Guatemala; lzalco y San Miguel, en El Salvador; Telica, Masaya y Concepción, en Nicaragua, Poás e Irazú, en Costa Rica.

En los últimos cuatro siglos se ha registrado actividad en unos 25 volcanes centroamericanos por lo menos, incluso el surgimiento de volcanes nuevos, como el Izalco y el Cerro Negro, que aparecieron en forma inesperada en 1770 y 1850 en El Salvador y Nicaragua, respectivamente.

También se produjeron erupciones de magnitud sorprendente en conos que se consideraban extintos, como el caso del Cosigüina en 1835; el Santa María, en Guatemala, en 1902, y el Arenal, en Costa Rica, en 1968. Tres erupciones violentas en menos de 150 años.

La historia de las manifestaciones volcánicas en la región permite conjeturar la probabilidad de que se produzca al menos una gran erupción en algún lugar del istmo dentro del lapso regular de una vida humana.

Esta eventualidad merece tomarse en serio, si se considera que el 60% de la población centroamericana vive dentro del área de alcance de algún volcán, a menos de 40 kilómetros.

Los habitantes de San José de Costa Rica todavía recuerdan los meses de aflicción en 1963 cuando el volcán Irazú hizo llover cenizas sobre la ciudad.

Y en León, Nicaragua, los vecinos barrían constantemente los tejados para evitar que las cenizas despedidas por el Cerro Negro en 1968 y 1971 causaran el derrumbe de los techos coloniales.

Además de lanzar materiales pulverizados, los volcanes también suelen arrojar lava incandescente que baja por las laderas calcinando todo lo que toca.

En 1772, la gran corriente de lava del volcán Masaya recorrió unos 15 kilómetros como un río de fuego, sembrando pánico en los pueblos vecinos.

Un brazo del río  se desvió y llegó a una laguna cercana, donde se apagó en medio de una gran humareda causada por la vaporización del agua.

Otros volcanes como el Pacaya, Fuego, San Miguel y Momotombo tienen las laderas revestidas de negras coladas de aya, que recuerdan erupciones del pasado.

Una de las manifestaciones más temidas de la furia de los volcanes es la proyección de las llamadas nubes ardientes, mezcla sofocante de gases densos y partículas semifluidas que baja velozmente por las laderas arrollando con todo lo que encuentra a su paso.

Una de esas nubes ardientes, lanzada por el monte Pelée en 1902, destruyó la capital de la isla de Martinica y sofocó de manera letal e instantánea a sus 30.000 habitantes.

El mismo fenómeno se produjo en Costa Rica en 1968, cuando el volcán Arenal asoló dos aldeas en las cercanías de la montaña.

La persistencia de la alta densidad demográfica en las peligrosas regiones volcánicas del istmo centroamericano, que se remonta a los tiempos precolombinos, se debe simplemente a la gran feracidad de los suelos de procedencia volcánica, en los que se puede cultivar una amplia variedad de productos tropicales.

Los pobladores precolombinos solían cultivar maíz, frijoles, cacao y otros productos en los mismos lugares donde hoy se cultivan algodón, café, caña de azúcar y donde hay buen pasto para la cría de ganado, actividades que constituyen el principal sustento económico de las repúblicas del istmo.

Algunos países, como El Salvador y Nicaragua, aprendieron también en los últimos años a utilizar la rica energía geotérmica que encierran los volcanes y a depender cada vez menos de la importación de combustibles derivados del petróleo.

Los abundantes materiales expulsados por los volcanes también se aprovechan para la construcción de edificios y carreteras, mientras que el turismo se inspira en el paisaje para mostrar la visión espectacular de los conos que reflejan sus figuras imponentes en las plácidas aguas de los lagos.

Vivir junto a los volcanes es un riesgo que los centro americanos conocen y aceptan.

Las corrientes de lava, las lluvias de cenizas, las avalanchas, los sordos ruidos subterráneos y otras manifestaciones telúricas no lograron desalentar ni distraer el interés de los habitantes centroamericanos actuales para seguir poblando y explotando sus vulnerables pero fértiles áreas.

Entre los hombres y las montañas existe una dependencia estrecha de raíces muy antiguas.

Los pueblos aborígenes de la América Central rendían culto y veneración a los montes de fuego y humo, donde creían que moraban seres legendarios o dioses tutelares cuya ira se manifestaba en las erupciones, terremotos, sequías y otras calamidades.

Entre los indígenas que todavía viven al pie de los volcanes y los campesinos que cultivan sus laderas perduran las supersticiones y los relatos de seres fabulosos que moran en sus entrañas, resabios de temores ancestrales.

No obstante los descubrimientos hechos por la ciencia y particularmente los adelantos prodigiosos del siglo XX, los volcanes de la América Central todavía guardan celosos sus secretos.

Predicción de las Erupciones por Actividad de un Volcán:

Todos los volcanes son diferentes, por lo que no puede considerarse que exista una serie de síntomas, en forma de normas de aplicación general, que nos permita determinar la amenaza de una erupción.

La observación en particular de cada uno de los volcanes se ha confirmado, en cambio, como un medio muy útil en la predicción de erupciones, por lo que desde el comienzo de este siglo se han establecido observatorios en muchos volcanes.

El observatorio de Monte Etna,  a un kilómetro y medio de su cima, se vio invadido por la lava en la erupción de 1971.

Los pequeños temblores de tierra, originados por el movimiento del magma en el interior del volcán, y que preceden a las erupciones, pueden ser detectados mediante sismómetros.

Aunque existen una serie de observatorios dedicados continuamente a la detección de terremotos, se utilizan preferentemente sismómetros portátiles, para la predicción de las erupciones y de la localización exacta de los nuevos cráteres o salideros de lava.

La primera comprobación de la existencia de pequeños temblores de tierra coincidentes con las erupciones se realizó de forma inintencionada mediante fotografias.

Los chorros de lava al rojo no se veían afectados por los temblores de tierra, pero el terreno, y la cámara fotográfica dispuesta sobre él, sí sufrían sacudidas: en consecuencia los trazos de las trayectorias de las partículas de lava al rojo parecían movidas en la fotografía.

Algunas erupciones en las Islas Hawai están precedidas por un peculiar ruido rítmico de sonidos graves en forma de tarareo.

Para determinar los cambios producidos en la forma del volcán durante las erupciones, se utilizan inclinómetros y medidores electrónicos de distancias.

El registro gráfico, tomado en Hawai desde 1956 a 1969, muestra elevaciones progresivas correspondientes a las erupciones, y bruscas caídas al final de las mismas.

Los movimientos del magma se reflejan a veces en cambios de potencial eléctrico o de las características magnéticas de las rocas. (Al calentarse éstas por encima de los 600° C pierden sus características magnéticas naturales.)

El análisis de la composición y la temperatura de los gases emitidos por las fumarolas en los períodos comprendidos entre las erupciones ha resultado ser una guía muy útil del comportamiento de algunos volcanes.

Todas estas observaciones y mediciones se suplementan actualmente con la vigilancia continua por medio de satélites especiales.

Es de esperar que en un plazo corto se pueda desarrollar un sistema automático de vigilancia global.

Fuente Consultada: Revista América Vol. 39, Nº1

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