Biografia de Schweitzer Albert-Medico Misionero, Resumen de su Vida

Biografía de Schweitzer Albert
Resumen de la Vida del Médico Misionero

En vísperas de la Primera Guerra Mundial, en Francia, un joven organista y pastor protestante acaba de graduarse en medicina. Conmovido por las noticias de las penurias de los enfermos de lepra del África Ecuatorial francesa, marcha hacia este país.

Convencido de que la civilización humana estaba en decadencia por su incapacidad de amar, Albert Schweitzer marchó al África Ecuatorial, actualmente Gabón, donde fundó en Lambaréné un hospital para atender a los leprosos.

La lepra es una enfermedad contagiosa que provoca el aislamiento de los enfermos y, hasta no hace mucho, su apartamiento social y su persecución.

La generosidad del Dr. Schweitzer contribuyó a aliviar las penalidades de centenares de enfermos gaboneses y a generar sensibilidad en Europa sobre las condiciones de vida del África Negra.

BIOGRAFIA:

En Kaysersberg (Alcacia) , el 14 de enero de 1875 nacía Albert Schweitzer. Cuando tenía unos seis meses sus padres se trasladaron a otro pueblo, Günsbach.

El padre era pastor de la iglesia evangélica del lugar.

Sólo había una iglesia en Günsbach, y, lo mismo que sucedía en otras iglesias de Alsacia, el sacerdote católico y el pastor la usaban por turnos para sus servicios.

Aunque era el hijo del pastor, le desagradaba intensamente que lo considerasen «retoño de la burguesía», y deseaba ser en todo como los demás niños del pueblo, de forma que lo aceptasen como uno de tantos, hasta el punto de no colocarse un abrigo que su había hecho, porque sus amigos no usaban esa prenda.

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No fue un niño particularmente listo en la escuela primaria, siendo más bien demasiado soñador.

Sin embargo, mostraba grandes dotes para la música,y cuando tenía unos siete años asombró una mañana a la maestra tocando un himno en el armonio, inventando melodías.

Por sus habilidades innatas con la música, cuando tenía catorce o quince años tomó lecciones de piano con un famoso organista, Eugen Münch, pero al principio no se entendieron muy bien.

Albert prefería improvisar más que ponerse a practicar seriamente la música que su maestro le señalaba.

Con el tiempo el maestro quedó complacido y empezó a introducir al muchacho en la música de Beethoven, y luego de Bach.

Un año después, a la edad de dieciséis, había hecho tales progresos que Münch le confió el acompañamiento de órgano para el Réquiem de Brahms, que iba a interpretarse.

Ya por aquella época, y siendo muy joven empezaba a notar el sufrimiento que veía en el mundo a su alrededor y a sentirse triste por ello.

Sentía gratitud por su propia infancia feliz; gradualmente y de una manera vaga, fue ocurriéndosele la idea de que, a cambio de toda aquella felicidad y de su buena salud, debía hacer algo por quienes no son tan felices o se hallan enfermos o entre dolores.

En 1893 entró en la universidad de Estrasburgo. Los temas que decidió estudiar fueron teología y filosofía.

Lo que le interesaba más de todo en sus estudios teológicos era la vida de Jesús tal como se cuenta en los Evangelios sinópticos.

Pronto debió abandonar por el servicio militar obligatorio.

En 1896 llegó a una decisión que iba a alterar todo el curso de su vida.

Tenía entonces veintiún años, y la decisión que adoptó fue la de que dedicaría los nueve años siguientes de su vida a los temas de su predilección, teología, filosofía y música, y después de cumplir los treinta consagraría el resto de su vida a trabajar por otros menos afortunados que él.

Cuatro años después de ingresar en la universidad escribió su primera tesis de teología.

El tema propuesto aquel año estaba relacionado con la Ultima Cena. Su tesis le conquistó la beca Goll. Ésta era para viajes y capacitaba a su usuario a ir donde quisiera, con la condición de que, a los seis años como máximo, tendría que tomar el grado de licenciado o devolver el dinero que se le había dado.

Se fue primeramente a París, y allí empezó a estudiar intensamente filosofía y redactó una tesis sobre Kant que sería aprobada en la facultad de letras de Estrasburgo.

En París se relacionó y tomó lecciones, naturalmente, de su profesor Widor.

En diciembre de 1899 fue nombrado predicador en la iglesia de San Nicolás de Estrasburgo.

Tenía que ocuparse de los servicios religiosos para los niños.

Al año siguiente se licenció en teología, y esto le permitió obtener un puesto de catedrático en la universidad.

En 1905 publicó en francés su gran libro sobre Bach.

A la edad de cerca de treinta años, era ya famoso en tres ramas diferentes del saber: teología, filosofía y música.

Lo natural habría sido que siguiera construyendo sobre tales triunfos y elevándose a alturas cada vez mayores, hasta convertirse en un personaje de fama mundial.

Pero no se había olvidado de la decisión tomada nueve años atrás.

Lo maravilloso de aquella resolución no fue haberla hecho, sino mantenerla.

Durante todos aquellos años de éxitos continuados la había mantenido intacta en su mente, y ahora llegaba el momento en que tendría que llevarla a la práctica. La cuestión era: ¿dónde?.

Lo ignoraba en absoluto.

Un día leyó un artículo revista de la Sociedad Misionera de París en que se exponía la gran necesidad de médicos entre los nativos del África Ecuatorial Francesa,especialmente para combatir la terrible dolencia de la enfermedad del sueño y su decisión fue tomada inmediatamente.

Volvería a entrar como estudiante en la universidad de Estrasburgo, se haría médico e iría a ayudar a los nativos africanos, tan necesitados.

Era conciente que le iba a costar un gran esfuerzo estudiar medicina, a tal punto que al principio, sus estudios médicos no le gustaban lo más mínimo y lo agotaban y desalentaban.

Pero el día llegó y en diciembre de 1911, por fin, dió el examen final. Al año siguiente se fue a París a seguir un curso especial de medicina de los trópicos que lo capacitara para ir al sitio en donde pensaba residir.

Durante todos estos años tuvo una fiel amiga, que se interesaba por todos sus trabajos, en Helene Bresslau, y cuando acabó su carrera de medicina se casaron sin ninguna ostentación.

Ella compartía totalmente todas sus aspiraciones, y durante aquel tiempo había estado ejercitándose como enfermera, de forma que pudiese ir a África y ayudar a su marido en el trabajo

Reunió luego una cantidad de dinero que juzgó le permitiría estar al frente de un hospital en África durante dos años, ya que no quería aceptar paga alguna por lo que iba a hacer.

Además dió algunos conciertos para sumar sus ahorros y cuando reunió los fondo que necesitaba para equipar un hospital durante dos años, escribió a la Sociedad Misionera de París, ofreciéndose formalmente.

El 13 de abril de 1913 luego de una larga travesía llegaron a destino (Lambarene), los recién llegados son conducidos a su pequeño bungalow de madera. Tiene cuatro habitaciones y está construido sobre pilotes, con una galería que lo circunda.

Era el único médico a 500 Km. a la redonda, un área totalmente repleta de vegetación espesa, con árboles de 30m de altura y colmada de feroces animales salvajes.

Su primera noche fue agotadora, con un clima insoprtable y con su casita atacada por arañas y roedores.

A primera hora del alba, el matrimonio estaba en su puesto de trabajo para comenzar la tarea con los pocos elementos que poseían, pues unas 70 cajas con equipos e instrumentos estaban por llegar en los próximos días.

Dos grandes dificultades tenían que enfrentar.

En primer lugar, no sabía hablar las lenguas usadas por los africanos.

La segunda dificultad era todavía mayor: no había edificio alguno en el que pudiera examinar a sus pacientes o someterlos a tratamiento.

Enseguida e inesperadamente llegaron las "cajas médicas", fue una gran alegría, y en un viejo gallinero abandonado, que otro misionera hubo usado decidió armar su primer consultorio, casi en su totalidad al aire libre.

Pronto se descubrió entre éstos a un listo africano llamado Joseph, que sabía hablar un poco francés y lo convirtió en su ayudante para administrar las medicinas. Joseph se convirtió en un ayudante de su total confianza.

Todas las mañanas, las seis reglas del doctor eran leídas en voz alta en las lenguas de las dos tribus principales, los galoas y los pahuinos.

Entre las reglas había algunas que ordenaban: «No escupir cerca de la casa del doctor», «No hablar en voz alta», «Traer bastante comida para todo el día».

La comida era necesaria, porque era tal cantidad de pacientes diarios, que los últimos pasaban varias horas esperando hasta casi la caída del sol.

Desde el principio, el doctor llevó un registro muy metódico de todos sus pacientes, sus nombres, sus dolencias, y todas las botellas, vendas y otras cosas que se les daba.

En el registro, a cada paciente se le ponía un número, y cuando se marchaban después del tratamiento se les daba un disco de cartón con el número escrito en el mismo. Este disco se solía colgar en torno al cuello del paciente, y no había peligro de que lo olvidaran o perdiesen, ya que se consideraba como una especie de fetiche o amuleto entregado por el doctor blanco.

A los dos meses y medio fue invitado a una  conferencia de misioneros a unas treinta millas de distancia en canoa, donde se decidió que el edificio de chapas de hierro ondulado y otros pequeños edificios podrían alzarse al pie de la colina.

Podía ahora abandonar el gallinero que durante algunos meses había sido el único hospital.

Las nuevas habitaciones tenían el suelo de cemento y anchas ventanas que se elevaban hasta el techo. No había cristales en las ventanas, pero sí tela metálica de una trama muy espesa a prueba de mosquitos, y postigos de madera.

La esposa del doctor proporcionaba ayuda inapreciable en muchos sentidos, administrando los anestésicos antes de una operación e hirviendo y esterilizando luego los instrumentos.

Su segundo paso importante, que ledió una enome alegría,  fue lograr construír al otro lado del río una sala para los paciente con la enfermedad del sueño. Esta enfermedad se propaga desde una persona infectada a una persona sana tanto por mosquitos como por moscas tsetse. Para descubrir si una persona sufre de esta dolencia, su sangre tiene que examinarse cuidadosamente, y esto puede ocupar gran parte de una mañana, mientras que los demás pacientes se consumen de impaciencia y exigen ser reconocidos.

El 5 de agosto le llegó la noticia de que en Europa habían movilizado, y probablemente estarían ya en guerra, se inciaba la primera guerra mundial, y su Alcacia natal ahora pertenecía a Alemania y como ellos eran franceses se los consideraba prisioneros de guerra, pero podían continuar residiendo en su casita, pero no debían hablar ni tener comunicación alguna con ninguna persona, blanca o negra.

Al cabo de tres meses llegó la noticia de que se autorizaba al doctor para trabajar de nuevo en el hospital. Aunque ahora estaba de nuevo ocupado con el hospital, encontraba un poco de tiempo cada noche para continuar escribiendo su gran libro La filosofía de la civilización. Era un libro realmente muy importante, pues Schweitzer era un pensador profundo. Había llegado a una parte del libro que lo tenía perplejo. No le parecía poder continuar mientras no hubiese decidido por sí mismo qué era exactamente lo que él entendía por civilización. De pronto, unas palabras flamearon en su espíritu: «Respeto a la vida». Eso es la civilización; lo que hacía la gente civilizada, y encajaba del todo con el cristianismo y el amor de Jesús.

Con el tiempo el dinero comenzó a escasear y ya no pudo pagarle a su ayudante Joseph, quien debió trasladarse a otro lugar, de forma que una mayor responsabilidad recayó sobre el doctor y su esposa.

En septiembre de 1917, cuando la guerra llevaba más de tres años de duración, llegó la orden de que el doctor y su esposa abandonaran inmediatamente África para ser internados en un campo de prisioneros de guerra en Europa, hasta el final de la guerra. Cuando fueron liberados se encontraban enfermos. Cuando hubo recobrado un poco las fuerzas tuvo que considerar seriamente la cuestión de encontrar algún medio de vida.

Luego del tratado de Versalles, Alsacia se convirtió en posesión francesa, y de esta forma los Schweitzer y los demás alsacianos pasaron a ser subditos franceses en lugar de alemanes. En las Navidades de 1919 recibió una invitación del arzobispo sueco Sóderblom para dar una serie de conferencias en la universidad de Upsala. Huésped del arzobispo, éste le sugirió que hiciera una gira por las ciudades más importantes de Suecia dando conferencias y recitales de órgano.

Continuó por este caminos varios años, hasta que el 21 de febrero de 1924 Schweitzer inició su segundo viaje a Lambarene, cerca de once años después de haberse dirigido allí con su esposa por primera vez. Un joven estudiante de Oxford, de dieciocho años de edad, Noel Gillespie le acompañaba para prestar servicios durante algunos meses.  Encontró el hospital abandonado y muy deteriorado, enseguido buscó ayuda y se puso a recuperarlo, y pronto empezaron a llegar los primeros pacientes, y al mismo tiempo hubo que iniciar la reparación del hospital. Se las arregló para conquistar a media docena de africanos dispuestos a ayudarle.

Después de muchas dificultades, en el otoño de 1925 se decidió trasladar el hospital a un nuevo terreno. Todo el tiempo que había gastado, desde su regreso a África, en la reconstrucción le parecía ahora que no servía para nada. Pero el hierro ondulado que estaba llegando de Europa serviría en lo sucesivo para techar un nuevo hospital en lugar del antiguo.

No podía pagar a nungún peón-ayudante, era muy dificil convencerlos para que colaboren, y les ofrecía regalos. Los regalos que ellos preferían eran tabaco y alcohol, pero el doctor no se los daba. Les regalaba solamente cosas útiles, como cucharas, tazas, platos, cuchillos, cacerolas, mantas, esterillas, mosquiteras o telas. Día tras día proseguía aquel trabajo de desbosque.

En 1926 comenzó a construir su nueva sede medica, pero a partir de 1927 comenzó a estar muy cansado y decidió tomar unas vacaciones abandonado por un timpo su "segundo hogar" como el solía llamar a Africa.

Durante los diez años siguientes, Schweitzer iba a estar a veces largos períodos lejos de su hospital; con objeto de adquirir fondos viajaba dando conferencias por sitios tan distintos como Suecia, Dinamarca, Holanda, Francia, Suiza, Inglaterra y Checoslovaquia. Entre una y otra visita a aquellos países vivía tranquilamente con su esposa y su hijita, en Estrasburgo. En 1928 la ciudad de Frankfurt le concedió un premio en memoria de Goethe, que se concedía por «servicios ada humanidad» y con parte del dinero recibido construyó una casa en Günsbach, pensada con mas habitaciones para recibir sus amigos.

En  1939, se declaraba la segunda guerra mundial, de modo que Schweitzer decideregresar a su Hospital, encargó grandes cantidades de medicamentos y compró muchos sacos de arroz tan pronto como llegó a África. El hospital había crecido sin cesar. Niñitos que antiguamente se veían condenados a morir por haber perdido a sus madres estaban ahora bien atendidos. Veintenas de hectáreas de tierra estaban en cultivo.

Había guisantes, judías, tomates y otras hortalizas en el huerto, y otro huerto lleno de árboles frutales. Durante la guerra tuvo tanta fruta que podía cambiar parte por arroz para dar de comer a la gente. Los pacientes africanos y sus amigos vivían principalmente a base de bananas y yuca.

En 1948, a los 73 años, regresó de nuevo a Europa. Estaba muy cansado, pero una visita a la Selva Negra y luego a Suiza le infundieron nueva vida. En Suiza tuvo  la gran alegría de ver a su hija Rhena y al esposo de ésta, y, por primera vez, a sus nietos. Es un hombre modesto que se preocupa muy poco de obtener reconocimiento o alabanza para sí, anhelándolos en cambio para su hospital. En 1952 recibe el premio Nobel de la Paz, entre otros premios internacionales. En 1953 se le dio la medalla de la Royal African Society.

En el discurso que el 4 de noviembre de 1954 pronunció en Oslo con motivo de recibir el Premio Nobel de la Paz, suplicaba que las naciones del mundo trabajaran todas juntas en favor de ella. El 14 de enero de 1956 celebró su 85 cumpleaños; más de la mitad de su larga vida la había pasado al servicio del pueblo africano.

La hora de la muerte le sobrevino a Schweitzer en la noche del 4 de septiembre de 1965. Muerto a los 90 años puede constituir un enigma no sólo para una nueva generación, sino para varias nuevas generaciones.

Fuente Consultada:
Forjadores del Mundo Contemporáneo – Tomo I- Entrada: Albert Schweitzer “el medico misionero” – Editorial Planeta
Enciclopedia Temática Ilustrada – Tomo de Biografías – Editorial GR.U.P.O. S.A.


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