La Ciudad Medieval: Aspecto, Costumbres de Vida y Seguridad

La Ciudad Medieval Aspecto y Costumbres 

Leamos esta descripción de la vida en la ciudad de Florencia en tiempos medievales.

Parece redactada por una moderna oficina de estadísticas y es, tan sólo, una parte de una "crónica" escrita por un florentino de la época.

"Había en Florencia treinta hospitales, con más de mil camas para pobres u enfermos.

Los negocios consagrados a las artes de la lana eran cerca de trescientos, y hacían en un año más de cien mil paños. Los bancos de los cambistas de moneda eran ochenta; los notarios, seiscientos; los médicos u los cirujanos, sesenta; las especierías alcanzaban a ciento.

Comerciantes y buhoneros los había en número considerable; los negocios de, los zapateros no podían contarse, tal era su cantidad.

Había en Florencia 146 hornos de panificación; cada día se consumían en la ciudad 1.400 fanegas (840 hectolitros) de grano, por lo cual s-e puede calcular cuánto se consumía en un año, teniendo en cuenta que la mayor parte de los ricos permanecía, con sus familias, cuatro meses al año en algún lugar de la campaña.

Cada año entraban en la ciudad 1.650.Ó00 cántaras (330.000 hl.) de vino.

Cada año se consumían, también, 1.000 cabezas de ganado, entre bueyes y terneros, 00.000 ovejas, 20.000 cabras, 30.00O puercos.

En el mes de junio entraban, por la puerta de San Friano, 1.000 cargas de melones...."

No se puede decir, en verdad, que en la ciudad comunal languideciera el comercio ni que los habitantes padecieran hambre...

Según parece manifestarse, entre las cifras que llenan la "crónica", estos hombres del lejano Medievo pasaban su tiempo entre sus negocios, con banqueros; en mercados, entre los notarios que debían cuidar de su muy floreciente estado de cuentas; eran también amantes de la buena mesa y del vino, al tiempo que cuidadosos y atentos con los pobres y los enfermos.

En efecto, en los siglos XII y XIII , las ciudades europeas experimentaron una gran prosperidad económica y se poblaron densamente. Imaginémonos, como si fuéramos turistas del pasado, que llegamos de visita a una ciudad de aquellos tiempos.

ciudad medieval

LA CIUDAD

Entremos, atravesando una de las puertas, en una ciudad medieval.

Lo primero que encontramos no es la zona urbana habitada, propiamente dicha, en razón de que los muros encierran también una zona de despoblado y edificios fabriles.

Las casas no se levantan conforme con un plan establecido, sino aquí y allá, como siguiendo el capricho de sus constructores; la ciudad resulta así una increíble mezcla de edificios, cabañas, callejuelas, senderos y huertos.

En el centro de la ciudad se levantaban los edificios principales, construidos de piedra y dotados de altas torres, almenas y robustas rejas que protegían sus ventanas.

Eran los palacios donde tenían sus residencias respectivas el obispo, el conde, la autoridad municipal y los miembros de las familias más ricas; cuando se producía alguna reyerta entre las diversas facciones que dividían a la ciudad, estas casas se convertían en fortalezas, que a veces debían soportar violentos ataques y largos asedios.

Calles tortuosas y estrechas, fuentes, tiendas, pocilgas y estercoleros contrastaban con sus gloriosas catedrales, en abigarrada convivencia.

Las casas corrientes eran de madera; otras, de madera y ladrillos, y en el centro de la ciudad las había de varios pisos.

Grandísimo era, por consiguiente, el peligro de incendio; en los primeros 25 años del siglo XIII, Ruán se incendió seis veces.

En Genova, en los días de viento (que en aquella ciudad son más bien frecuentes), un pregonero municipal recorría expresamente calle tras calle para advertir a las amas de casa que vigilaran atentamente el fuego de su cocina.

El desarrollo de las ciudades comunales fue rapidísimo: mientras antes del siglo XI pocas ciudades europeas alcanzaban a tener apenas unos millares de habitantes, a partir de ese siglo el ritmo de crecimiento vegetativo en los principales centros urbanos fue extraordinario.

Las estadísticas existentes de aquel entonces así lo atestiguan. París, en el siglo XIII, tenía unos 100.000 habitantes; Lila, Gante y Brujas, alrededor de 50.000 habitantes cada una; Londres, 20.000; Francfort, Basilea y Ham-burgo contaban con sendas poblaciones de 10.000 habitantes.

En el siglo XIV, Florencia y Venecia tenían 100.000 habitantes cada una, y parece que Milán, un siglo después de la victoria sobre Barbarroja, alcanzó los 200.000.

Córdoba y Palermo, con 500.000 habitantes, sólo eran superadas por Constantinopla.

La lejana metrópoli oriental, en efecto, durante todo el Medievo conservó su primacía sobre el resto de Europa.

vista de una ciudad en la edad media

POR LAS CALLES, DE DÍA Y DE NOCHE

Se podría decir que la población de la ciudad pasaba el día en las calles; éstas, en verdad, a pesar de ser estrechas, mal trazadas e irregulares, y con mucha frecuencia anegadas por verdaderos arroyuelos de agua sucia, estaban siempre llenas de una masa de gente que se agolpaba yendo de un lugar a otro.

En las primeras horas de la mañana la llenaban los comerciantes: en la vía pública se vendían verduras, carne de jabalí, cabrito, faisanes y perdices, quesos, leña, vinos y sal.

En épocas posteriores, se acostumbró destinar alguna plaza a mercado de determinados productos ("plaza de las verduras" en Verona).

Figurémonos, por un momento, el alboroto que provocaría, en medio de una tal masa de gente, el paso de una "carreta" (así se llamaba entonces a las carrozas) o de un caballero, que atravesara las callejuelas conteniendo su cabalgadura.

Aquel que no encontraba un modo mejor de pasar el tiempo, tenía oportunidad de asistir, si era el caso, a la ejecución de las penas a los condenados, que se consumaban en una plaza pública: en ese lugar podía contemplar a los malhechores encerrados en una jaula y expuestos en ella o en la picota al escarnio público, y a otros sometidos a la fustigación.

Y podía, también, presenciar una decapitación.

Pero apenas sobrevenía la noche y las campanas de la catedral daban la señal de queda (o cubrefuego), las calles quedaban desiertas.

Y como cundía en ellas la mas completa oscuridad, era frecuentemente prohibido salir de noche por las calles sin ir provisto de una antorcha.

La luz que el viandante llevaba servía tanto para anunciar la propia presencia como para evitar las desagradables sorpresas que pudieran venir... de lo alto; durante las horas nocturnas, efectivamente, era permitido arrojar por las ventanas cualquier desperdicio ...

Estaba establecida, sin embargo, la obligación de advertir a los eventuales viandantes, con un grito, que en las viejas ciudades españolas era: "¡Agua va.. .!".

Durante las horas de la noche, las calles de la ciudad solían ser recorridas por guardianes dedicados a vigilar el cumplimiento de las prohibiciones de circulación nocturna, tanto como la aparición de incendios.

Pero cabe suponer que su servicio no sería muy eficaz, si es cierto lo que relata una crónica de la ciudad de Siena del año 1233: una noche de aquel año, los "serenos" fueron sorprendidos, en número de siete, mientras dormían despreocupadamente.. . y por ese motivo fueron condenados a una multa de 12 dineros cada uno... .

Fuente Consultada:
Enciclopedia Estudiantil Tomo VI Editorial CODEX


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