El Teatro Nacional Durante el Regimen Oligarquico de 1880

El Teatro Nacional durante el Régimen Oligárquico

El teatro nacional rioplatense: el mito del gaucho perseguido.

Durante el período anterior se registraron antecedentes precisos —autores y obras— que con escasos valores artísticos y con una falta total de recursos escénicos echaron las bases, sin embargo, de un auténtico teatro nacional.

No obstante, esta labor quedó silenciada, y aun olvidada, ante la aparición de Juan Moreira, una “pantomima circense” que dio nuevo impulso al teatro vernáculo.

El Teatro Nacional durante el regimen oligarquico Eduardo Gutiérrez (1853-1890) (imagen) —autor de folletines y relatos de aventuras— escribió, hacia 1879, la crónica novelesca de un cuchillero famoso, Juan Moreira, cuyo brazo armado estuvo al servicio de algunos caudillos políticos.

La narración idealizó la figura del protagonista y creó un mito, al transformar al matón en héroe.

La sensibilidad de la campaña y del suburbio urbano, que veía en el avance del progreso y de la migración-extranjera un ataque al hombre de las pampas, posibilitó la proliferación de esta clase de literatura.

En 1884, el actor José J. Podestá, pidió a Gutiérrez la adaptación de su crónica a una pantomima (es decir, a una representación por medio de gestos, y sin palabras) que pudiera representarse en el circo.

Como el éxito fue rotundo, dos años mas tarde (1886),Podestá convirtió la pantomima en drama, añadiéndole diálogos entresacados del relato original y otros, creados por él.

Así estrenó en un circo de Chivilcoy, la obra Juan Moreira, que es la historia de un gaucho perseguido por la justicia y sin más ley que su cuchillo.

Este drama gauchesco originó el teatro nacional rioplatense —aun cuando la verdad histórica no coincidiese con lo manifestado en aquél — las obras teatrales, con estas características, se multiplicaron a raíz de la sensibilidad de la época.

La danza: del vals romántico al tango de suburbio.

Ya hemos dicho que, a partir de 1853, las danzas nativas se refugiaron en el interior del país; la Capital fue invadida por las creaciones extranjeras.

En los, salones porteños se mantuvo el entusiasmo por las danzas de pareja enlazada, casi todas originarias de América —como la Contradanza colombiana, el Bambuco y la Habanera— o europeas —como la Mazurca, el Chotis y el Vals—.

El Vals, sobre todo, gozó de una supremacía inigualable, quizás porque este baile, de origen alemán y se singular señorío, tuvo un enorme auge en las cortes de Europa, y porque músicos célebres (como el vienés Johann Strauss) escribieron páginas brillantes que se difundieron por el Viejo y el Nuevo Mundo.

En la campaña alcanzaron notable preeminencia dos creaciones tradicionales criollas: el Malambo y el Pericón.

El primero, uno de los aires folklóricos más antiguos —así lo atestiguan versiones de las Misiones Jesuíticas (1687)— en el que sólo interviene el hombre, fue la justa obligada para demostrar la habilidad de los bailarines que competían con sus zapateos, repiques y mudanzas.

El segundo, danza de pareja suelta —airoso, pausado, con gran variedad de figuras—, simbolizó la caballerosidad criolla.

El suburbio porteño, anónimo y ya cosmopolita, aportó dos bailes de pare/a enlazada que, con el tiempo, se impondrían en los salones.

Uno de ellos, la Milonga, tuvo su origen en la milonga cantada.

Su ritmo, vivo y cadencioso, imitaba los tamboriles de los candombes y fue creado por los “compadritos” del arrabal de Buenos Aires, como una burla a los bailes de los negros.

El otro, fue el Tango, creación eminentemente rioplatense.

Durante algunas décadas se mantuvo en el suburbio bonaerense; se afirmó bailándose en los conventillos y lugares de diversión de la orilla porteña, para pasar, después, a los locales céntricos.

El Tango conservo “el ritmo del candombe, la coreografía de la milonga y la línea melódica y la profundidad emotiva de la habanera”.

En 1880 apareció una de las primeras composiciones escritas, titulada Dame la lata, a la que siguieron millares, cuya popularidad fue evidente.

El teatro lírico: un placer para melómanos.

Mientras en los salones la línea musical cortesana se prolongaba con el vals, y en los arrabales porteños nacía el tango, la lírica triunfaba con el arribo de excelentes compañías europeas.

Esta forma del proceso musical mantuvo su continuidad, desde su iniciación en el país después de la Revolución de Mayo.

El viejo Teatro Argentino fue demolido en 1873, y el nuevo Teatro Colón fue expropiado, en 1877, para sede del Banco Nacional.

Las funciones líricas se ofrecieron, entonces en el Teatro de la ópera, edificado en 1871, pero cuyas condiciones acústicas eran desfavorables.

En tanto, se había inaugurado el Politeama que, en realidad, fue construido para circo.

Allí actuó el célebre Pepino el 88, nombre circense de José J. Podestá quien, en esa sala, ofreció la primera representación urbana de Juan Moreira.

En 1879, las dimensiones del Politeama y sus excelentes propiedades acústicas —mejores que las de la ópera— hicieron que fuese habilitado para teatro: grandes artistas como Adelina Patti, María Barrientos y Regina Pacini (imagen) o tenores como Stagno y Tamagno, prefirieron el Politeama a la ópera y ofrecieron en él grandes espectáculos líricos.

A su vez, las ilustres trágicas, Eleonora Duse y Sarah Bernhardt, interpretaron en su escenario las obras maestras de la dramaturgia universal.

La opereta, expresión musical vivaz y ligera, brindó también, a la melomanía porteña, felices puestas en escena, en las que se destacaron las compañías de Rafael Tamba y de Vitale.

Fuente Consultada: HISTORIA Argentina y El Mundo Contemporáneo e Historia La Argentina Contemporánea de Felipe Pigna y otros


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