Guardias Rojos de Mao en China y la Gran Revolucion Cultural

Guardias Rojos de Mao en China-Gran Revolución Cultural 

EL 18 de agosto de 1966, antes del amanecer, casi un millón de jóvenes estudiantes de todos los confines de China comenzaron a congregarse en la enorme plaza de Tien An Men, en Pekín.

Los reunidos formaban parte de los guardias rojos de Mao, fuerza de choque de uno de los movimientos más sorprendentes y trascendentales de la moderna historia de China: la Gran Revolución Cultural Proletaria.

Exactamente al amanecer, la muchedumbre lanzó un rugido ensordecedor en el momento en que Mao Tse-tung, padre de la revolución comunista china y el dirigente más venerado de la nación, ascendía la rampa que conduce a la colosal Puerta de la Divina Paz, al compás triunfal de «Oriente es rojo».

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En medio de los atronadores aplausos, el anciano héroe, vestido con su conocida guerrera militar, saludó alzando las manos.

A lo largo del día continuó la concentración de masas, mientras oradores de todo el país exhortaban al pueblo a «destruir el viejo mundo, crear uno nuevo y llevar a cabo con decisión la gran revolución cultural proletaria».

Después, los guardias rojos desfilaron ante los dignatarios reunidos, cantando, gritando consignas revolucionarias y mostrando con el brazo extendido los ejemplares encuadernados en rojo de las Citas del presidente Mao Tse-tung.

Al anochecer, una brillante exhibición de fuegos artificiales puso fin a la concentración.

El mundo es vuestro... Vosotros jóvenes, llenos de vigor y vitalidad, estáis en el despertar de la vida, como el sol a las ocho o nueve de la mañana. Nuestro sueño está en vosotros... El mundo os pertenece. El futuro de China os pertenece (Libro Rojo de Mao).

 Xiu Xiu (J. Chen, 1998) es una película que narra los últimos estertores de la Gran Revolución Cultural que sacudió China durante una década, entre su lanzamiento oficial en 1966 hasta la muerte de Mao en 1976.

En 1975 la protagonista, una joven estudiante de secundaria hija de un sastre, es enviada al campo para “reformarse mediante el trabajo”. Su instructor será un pastor tibetano, con quien lleva una vida nómada y miserable. Para poder regresar a su ciudad se prostituye a vendedores ambulantes, soldados y burócratas.

Su trágica muerte simboliza el sufrimiento de toda una generación utilizada como carne de cañón y fuerza de choque en las luchas por el poder, aunque muchos de ellos creyeran sinceramente estar protagonizando la construcción del “hombre nuevo” prometida por Mao, cuyas consignas leían en un pequeño Libro rolo convertido en escritura sagrada o escuchaban en las multitudinarias concentraciones de la Plaza de Tiananmen.

La gran Revolución Cultural Proletaria, de pomposo nombre, había sido lanzada en abril de 1966, provocando un gran impacto entre la intelectualidad progresista del primer mundo y la revolucionaria del tercero (y al parecer también un millón de muertos).LOS GUARDIAS ROJOS de Mao, en China

Tras el fracaso del “gran salto adelante” y unos años de pragmatismo económico, se trataba de volver a las fuentes del comunismo y ahuyentar la “contrarrevolución” mediante el recurso a una agitación ideológica constante.

El instrumento utilizado para ello fueron los jóvenes, encuadrados en el movimiento de los “guardias rojos".

Eran estudiantes nacidos bajo el comunismo que representaban al “nuevo hombre” solidario y sin prejuicios pequeño burgueses que se quería construir.

Alentados por la esposa de Mao (Jiang Qing) y sus secuaces, se pusieron el uniforme verde con la gorra de la estrella roja y empezaron a atacar a los mayores (principalmente a los “con gafas”, como se conocía a los profesores e intelectuales, pero también a los viejos jerarcas del partido e incluso a sus propios padres).

Se echaban a la calle en pandillas y organizaban rituales públicos en los que ridiculizaban a las autoridades académicas y a los políticos moderados, en lamentablesautos de fe con los que nos han familiarizado las películas de Zhang Yimou y las fotografías de Li Zhensheng.

Su medio de expresión eran los dazibaos, periódicos murales mediante los cuales se difundían las consignas.

Se organizaron incontables mítines en los que se denunciaba “el jazz, el rock’n’roll, los desnudos en los cabarés, el impresionismo, el fauvismo” y todos los ismos síntoma de la decadencia de Occidente.

Se impuso una censura sobre las actividades culturales y se impulsaron unas pocas obras de teatro y opera.

Para romper la brecha entre trabajo intelectual y manual se redujo la educación superior (en 1970 sólo quedaban en China 50.000 universitarios) y se envió a millones de estudiantes al campo para “reeducarlos”.

LOS GUARDIAS ROJOS de Mao, en ChinaLa intelectualidad y los jóvenes occidentales sintieron inicialmente una notable fascinación por la Revolución Cultural china: muchos colgaron el póster de Mao en su habitación, otros se pusieron la gorra con la estrella y compraron el Libro Rolo, algunos fundaron grupúsculos de inspiración maoísta.

Algunos creyeron en las posibilidades de esta revolución anticultural hermana de la contracultural, que ellos estaban protagonizando, como la pensadora italiana María A. Macciocchi: “Ha eliminado las élites políticas y tecnocráticas, la burocracia, las jerarquías y los privilegios.

Ha vuelto a unir el trabajo manual y el trabajo intelectual, reunido ciudad y campo, sustituido directores únicos de las fábricas, de las universidades y de las comunas populares por direcciones colegiadas, los comités revolucionarios.

Ha reestructurado la enseñanza, de la primaria a la universidad, en un sistema educativo que opera la síntesis entre teoría y práctica, lo que hace que el Horno sapiens y el Horno Faber formen un ser completo, un hombre total”.

Otros observadores más atentos, como Simon Leys, vieron enseguida la perversión de la política maoísta: “La revolución cultural, que sólo tuvo de revolucionaria el nombre y de cultural el pretexto táctico inicial, fue una lucha por el poder, realizada en la cumbre entre un puñado de individuos, tras la cortina de humo de un movimiento de masas ficticio”.

Pocos libros describen con mayor emoción el rumbo de la Revolución Cultural que Cisnes salvajes (Jung Chang, 1991), la biografía de tres generaciones de mujeres chinas.

La abuela de la autora fue concubina de un señor de la guerra y la madre una ferviente comunista (como el padre)

Jung tenía 14 años cuando empezó la Revolución Cultural en su escuela secundaria de una ciudad de la China interior.

Pronto se hizo de la Guardia Roja y participó en la las actividades de sus coetáneos (trasladarse a vivir a la escuela, vestir con el uniforme característico —gorra y brazalete con letras doradas—, acusar a los profesores y a funcionarios “burgueses”, ridiculizarlos en ceremonias públicas, quemar libros y obras de arte, estudiar el Libro Rojo, ir en peregrinación a Pekín para ver a Mao y a otros lugares santos del comunismo, etc.

Hasta que sus propios padres, fieles funcionarios del partido, fueron también acusados de revisionismo burgués y objeto de persecución, detenciones arbitrarias, burlas y tortura, no se dio cuenta de la gran impostura.

La autora describe las distintas caras de este gran psicodrama, ayundándonos a comprender por qué tantos jóvenes ilusos se convirtieron a la causa.

Por un lado, la retórica oficial no distaban mucho de la que triunfaría en los campus occidentales:“rebelión contra la autoridad”, “revolución en la educación”, “destrucción del mundo viejo para que nazca uno nuevo mundo, “creación de un hombre nuevo”, etc.

Por otro, los adolescentes sintieron el poder de su acción, liberándose de las tutelas familiares, académicas e incluso morales que los amordazaban al tiempo que encontraban la seguridad en una “nueva religión” revelada por un líder carismático e integrada por modas de vestir, libros sagrados, rituales de violencia y sed de aventura.

Cuando los jóvenes aplicaron demasiado al pie de la letra estas consignas, vino el ejército para restablecer el orden.

En 1969 la mayor parte de escuelas secundarias y universidades cerraron y sus alumnos fueron enviados a “reeducarse” junto con los campesinos, en uno de los desplazamientos de población más grandes de la historia (unos 15 millones de jóvenes fueron expulsados de sus casas).

Jung pudo regresar y acabar graduándose en la universidad, pero otros muchos jóvenes (como Xiu Xiu) se quedaron en el camino.

Fuente Consultada: Historia Universal Fin de Siglo Las Claves del Siglo XXI y Wikipedia

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