La Inmigracion en Argentina:Inmigrantes Europeos en Argentina

La Inmigracion en Argentina
Inmigrantes europeos en Argentina

En las últimas décadas del siglo XIX se produjeron profundas transformaciones en la sociedad argentina.

Se registró un vertiginoso crecimiento numérico de la población del país, que estaba relativamente poco poblado.

El origen de este crecimiento fue la llegada masiva de inmigrantes de origen europeo.—en 1869, el 12,1% de los habitantes de la Argentina eran extranjeros y en 1914 el porcentaje ascendió al 30,3%—.

LA INMIGRACIÓN EXTRANJERA EN ARGENTINA:

La teoría civilizadora que iría a transformar profundamente nuestro país se formuló en un contexto de superpoblación y cambios en Europa.

Para los Estados europeos la emigración fue una válvula de escape a muchos problemas locales.

El auge de la navegación de vapor permitió un traslado transoceánico rápido y barato, al punto que solía ser más caro el pasaje desde las aldeas a los puertos de salida, que de éstos hasta América.

Proliferaban compañías cuyos voceros recorrían los campos procurando convencer a sus pobladores de que probasen la tentadora emigración.

Agentes consulares y comerciales contribuyeron, ofreciendo incluso pasajes gratuitos.

Hubo episodios de explotación del emigrante, cuya estada en los puertos fue aprovechada por avisados traficantes para esquilmarlos.

Se dieron casos de engaño en que se mentía el destino del emigrante y se lo llevaba a lugares donde las condiciones de trabajo eran abusivas.

Por fin, hacinados en la tercera clase de buques, separadas las mujeres de los hombres, los europeos enfrentaban el océano y la incertidumbre.

En nuestro país, Buenos Aires fue la puerta de entrada. Pequeña ciudad al comienzo, entre 1869 y 1914 duplicó su población.

Europa se había convertido en un polo de rechazo de población, debido al crecimiento demográfico y a la crisis agrícola que generaban desocupación y hambre, y también a causa de guerras y conflictos religiosos.

Y el continente americano —en particular los países de la costa atlántica, entre ellos la Argentina— aparecía como un destino favorable para que una gran masa de europeos—mayoritariamente agricultores pobres— realizaran sus deseos de mejorar sus condiciones de vida.

Entre 1870 y 1929 llegaron a la Argentina alrededor de 6 millones de inmigrantes europeos, de los cuales algo más de 3 millones se radicaron definitivamente en el país.

En su gran mayoría, arribaron con la esperanza de convertirse en propietarios de una parcela de tierra de cultivo o, al menos, de hallar un empleo bien remunerado en las faenas rurales.

Aunque la producción agropecuaria argentina se hallaba en esos años en pleno auge, la mayor parte de los inmigrantes no logró transformarse en propietaria ni afincarse en zonas rurales.

Esto se debió a diferentes factores: las mejores tierras para la producción ya estaban ocupadas y eran propiedad de grandes terratenientes, por lo que el acceso a la tierra propia era muy difícil o estaba casi bloqueado para los recién llegados —que disponían de un capital escaso—.

Cuatro millones de personas desembarcaron en sus playas, en un proceso que adquirió su máxima intensidad entre 1881 y 1930.

En 1895, de cada 100 habitantes, 72 eran extranjeros de distintas procedencias, pero con un 43% de italianos y un 3300 de españoles.

El criollaje vio invadido su escenario.

Esa gringada, que se pensó iría a poblar el desierto, se concentró en la urbe y cubrió todos los puestos de trabajo. Hasta los policías eran extranjeros.

En 1910, los europeos eran dos millones y medio, sobre una población total de seis millones y medio de habitantes.

La crisis de 1929 frenó ese empuje.

Aparecieron políticas discriminatorias y se acabó la inmigración espontánea.

Sólo se permitía la llegada de familiares de los ya radicados, con pasajes de llamada.

Desde 1938, se combatió la inmigración clandestina y sólo se admitió la selectiva.

El flujo poblacional se reanudará, en medida mucho más modesta, al fin de la Segunda Guerra Mundial, entre 1945 y 1950.

Fueron grupos muy distintos de los arribados en el linde de los dos siglos.

Pocos permanecerían entre nosotros.

Volverían a Europa o probarían otros destinos migratorios.

El saldo resultó negativo.

Buenos Aires, como adelantamos, fue el gran receptor.

A ello contribuyeron diversos factores.

Por ejemplo, la dificultad de los agricultores inmigrantes para acceder a la tierra.

En el Litoral (Santa Fe, Entre Ríos y, en menor medida, Corrientes) desde mediados del siglo anterior se verían instalando colonias de los más diversos orígenes étnicos: judíos, suizos, franceses, alemanes, eslavos y los omnipresentes españoles e italianos.

Dieron origen a lo que se llamó pampa gringa o pampa sin gaucho.

Los estancieros locales aceptaron con beneplácito la presencia de los chacareros en la medida que les permitía valorizar tierras de productividad dudosa, en muchos casos en zonas de frontera amenazadas por los indios, y se constituían en clientela para comerciantes dinamizando la región.

Los terratenientes porteños y bonaerenses, en cambio impulsaron, en forma más tardía, el régimen de arrendamientos, alquiler precario de las tierras, en un ciclo que concluía con el alfalfado de los campos, para provecho del ganado.

Este se hallaba altamente valorizado en función del progreso de la industria frigorífica.

Inmigrantes europeos en Argentina:

En 1862 entraron al territorio 6.716 inmigrantes; en el curso del año 1880 vinieron 41.651, y la cifra había ascendido a 70.000 en 1874.

Esta población se distribuyó de preferencia en la zona litoral, y así surgieron centros agrícolas de alguna importancia en brevísimo plazo.

Todo hacía suponer que el número seguiría aumentando; pero, a medida que crecía, se hacía más necesaria una meditada política colonizadora para arraigar a los núcleos aluviales y fundirlos en la comunidad.

Por el momento, la inmigración no parecía sino un instrumento del progreso económico; pronto se vería que suscitaba graves problemas de otro orden.

Pero, sin duda, desde aquel punto de vista, la inmigración constituyó un factor de enorme importancia; gracias a ella creció la producción en tal escala que ya en la época de Avellaneda se logró exportar cereales, inaugurando una era de prosperidad económica que reportaría al país crecidos beneficios.

En 1865 las importaciones habían superado a las exportaciones en cuatro millones de pesos oro cuando la suma del comercio exterior apenas pasaba los 56 millones; quince años más tarde, en 1880, las exportaciones llegaban a 58 millones contra 45 de las importaciones y el monto total del comercio exterior pasaba de los 100 millones.

Este acrecentamiento de la riqueza se advirtió en el florecimiento de las instituciones de  crédito y en el fácil desarrollo de las actividades mercantiles, cuyo crecimiento correspondió también a cierta transformación que fue operándose en el estilo de vida, en especial en Buenos Aires.

José Luis Romero, Las Ideas políticas en Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica,
1969. (Fragmentos.)

Los inmigrantes europeos recién llegados que no tuvieron posibilidades de trabajaren el campo, debieron emplearse como trabajadores asalariados en la ciudad y pasaron a formar parte de esta clase obrera urbana.

De este modo, se fue conformando aceleradamente un sector obrero numeroso y muy concentrado.».compuesto por argentinos nativos y, mayoritariamente, por trabajadores de origen europeo.

Los inmigrantes que arribaron con algunos recursos económicos o que ya desempeñaban un oficio en Europa, lograron establecerse con un pequeño comercio o montaron su propio taller, trabajando por cuenta propia —como zapateros, sastres, ebanistas o relojeros, por ejemplo— y formaron parte de los sectores medios urbanos.

Con el tiempo, muchos hijos de inmigrantes obreros lograron ascender socialmente, por la vía de una carrera profesional o por medio de un cargo en la administración pública.

Esta cercanía entre los sectores medios y los obreros, favorecida por la pertenencia a una comunidad de origen, una lengua natal una cultura, un barrio, y la movilidad social que existía entre esas dos posiciones, permiten designar a esta franja de la sociedad —compuesta por nativos y un gran número de inmigrantes y sus descendientes— como sectores populares urbanos.

El torrente inmigratorio concentrado en Buenos. Aires (la ciudad tenía en 1869 casi 180.000 habitantes y, en 1904, 950.000) generó problemas habitacionales, debido a que la ciudad no estaba preparada para recibir a tantas personas en tan corto lapso.

El Hotel de Inmigrantes sólo era un lugar de estancia transitoria para la gran mayoría de inmigrantes sin recursos.

Luego de permanecer allí unos días, los inmigrantes debían salir y hallar un lugar para vivir, y lo conseguían en grandes casa donde compartían el baño y hasta el comedor, conocidos como conventillos.

Durante los últimos años, la sociedad argentina recibió dos tipos de inmigrantes muy diferenciados.

La situación de crisis económica y crisis política que atraviesan algunos países latinoamericanos dio origen a una importante corriente inmigratoria —particularmente desde Bolivia, Perú y Paraguay—.

Muchos de estos inmigrantes son jóvenes —en general, las familias quedan en el país de origen— que llegan a nuestro país con la expectativa de encontrar trabajo —están dispuestos a cualquier trabajo— y a veces también de estudiar.

El objetivo de estos inmigrantes es poder enviar ayuda económica a sus familiares y organizar su vida cotidiana con una mayor estabilidad que la que tenían en su país de origen.

Otra corriente migratoria muy importante es la proveniente de los países de Europa del Este, que se originó a partir de la crisis política y económica de la Unión Soviética que desorganizó el bloque de países liderados por ese país.

Los inmigrantes de este origen, generalmente, son familias que tienen el objetivo de establecerse definitivamente en el país.

Los árabes:

Cuando un árabe (vulgarmente llamado turco) llegaba al país, declaraba indefectiblemente ser de profesión comerciante.

Al ver los registros, podía comprobarse que en verdad era agricultor en su tierra.

Pero el paisano que lo llamaba le aseguraba su colocación en el comercio ambulante y el inmigrante asumía de antemano ese papel.

Se formaron verdaderas redes de distribuidores de telas y baratijas, a partir de un árabe con negocio instalado, que mandaba al interior a los recién llegados.

Estos, con una caja o baúl al hombro, llegaban hasta apartados rincones rurales a ofrecer su mercadería, sabiendo poco y nada del idioma.

En 1906 el comercio ambulante sufrió una crisis en Buenos Aires, lo que hizo que los árabes se desplazaran hacia el interior.

Pronto alcanzaron una distribución uniforme en todo el país.

En Córdoba y en el Noroeste fueron más que todos los otros extranjeros juntos.

En La Rioja superaban a los españoles.

Debieron luchar contra la mala imagen que se les atribuía como comerciantes.

En 1914, el 72 por ciento de los árabes habitaba en medio urbano. Los que prosperaron se insertaron en la industria y en otras actividades. Sólo en la segunda o tercera generación enviaron sus hijos a la universidad.

Los judíos

llegaron al país organizados gracias a la obra del barón Mauricio de Hirsch, que consiguió sacarlos de Rusia, donde sus vidas no estaban garantizadas, e instalarlos en colonias agrícolas, la primera de las cuales fue Moisesville.

En Santa Fe y Entre Ríos prosperaron esos que Gerchunoff bautizó como los gauchos judíos.

Trabajaron también como artesanos (en el estereotipo popular, como sastres) y comerciantes.

Muy preocupados por la educación utilizaron las facilidades de nuestro sistema educativo para destacarse como profesionales, científicos y artistas.

Al original destino agrícola siguió la migración hacia las ciudades, periplo común de nuestros campesinos.

Allí se dedicaron al comercio y a la industria.

En general, los oriundos de Damasco y Alepo se ubicaron en el barrio porteño del Once, dedicados a la confección y comercio de textiles.

Pero no todos los inmigrantes vinieron de Europa.

Los Japoneses:

A comienzos de siglo un convenio con el imperio japonés trajo a algunos comerciantes de aquel país hasta el nuestro.

En 1914 los orientales eran poco más de mil, la mitad de ellos residían en Buenos Aires y grupos menores en Santa Fe, Córdoba, Salta, Mendoza y Jujuy.

Hacia 1933 eran 15.000 y hoy se los estima en 33.000. En 1920 crearon un instituto para enseñar su idioma y en 1937 fundaron la Escuela Japonesa de Buenos Aires, bilingüe.

La mayoría provenía de la isla de Okinawa, cercana geográfica y culturalmente a China, mucho más abierta al extranjero que el territorio central.  

Hacia 1920 se definió la inserción japonesa en el mercado laboral: fueron floricultores, horticultores y tintoreros.

Popularmente se los sitúa en esta última profesión, pero no siempre fue así.

En 1912 una mujer recorría las casas pidiendo ropa para lavar.

Allí comenzó el camino de la colectividad hacia la tintorería.

Pero cuando en 1935 se creó la Unión de Propietarios de Tintorerías la reunión se realizó en la Federación Gallega y no había japoneses afiliados.

En 1939 un dirigente se referiría a éstos como una amenaza, pidiendo se limitara su ingreso.

Según él, los precios bajos que cobraban los orientales se basaban en un ritmo de trabajo inhumano, esclavista y en la falta de ambiciones y de sentido social.

Sólo en 1948 los japoneses ingresaron masivamente en la Unión.

Años después, en 1965, arribaron grupos coreanos y chinos.

En la década del 80 los primeros participaron de una operatoria que fomentaba el ingreso de inmigrantes con capital.

Hoy son 40.000, si bien su llegada declinó a partir de 1989.

El primer grupo era más pobre y, como todos, los inmigrantes tuvieron que dedicarse a tareas no queridas por los nativos y mal pagas: fueron mozos, lavacopas, lustrabotas.

Primero habitaron en una villa en el barrio porteño de Flores, erradicada compulsivamente por el gobierno militar.

Entonces, adquirieron o alquilaron locales y casas en el mismo barrio, creando el Barrio Coreano o Koreatown.

Convivieron en el Once y Caballito con los comerciantes judíos sefardíes, que desde 1910 practicaban el comercio y la confección textil.

Pronto aprendieron el oficio, y comenzaron a crecer en el rubro, renovándolo con nueva maquinaria y un sistema de trabajo intensivo basado en mano de obra familiar.

Esa laboriosidad extrema era la misma que los pioneros judíos tenían al iniciar su camino del inmigrante, cuando trabajaban todo el día y dormían en el taller.

No obstante, la crítica a los nuevos competidores parecía calcada de los reclamos antijaponeses de los treinta: trabajo abusivo e inhumano, desprecio por las conquistas sociales, etcétera.

La laboriosidad y la autoexploración eran vistas como defectos.

Aparte, los judíos decían ser más argentinos, integrados al país.

Los coreanos, a su vez, respondieron alegando que los judíos no trabajaban, sólo hacían números, y que si ellos adoptaron formas ilegales de explotación (trabajo en negro, jornadas abusivas) fue porque lo aprendieron de sus críticos.

En todas las épocas el recién llegado siempre debió pagar derecho de piso y respondió al prejuicio con el prejuicio.

Los hijos de los coreanos ya asisten a nuestras escuelas.

Sus padres aprecian mucho las oportunidades educativas existentes aquí, muy escasas en su patria.

Es probable que en poco tiempo una nueva generación de criollos de ojos rasgados aporte ejemplos útiles en la lucha contra la discriminación, y su comunidad sea tan respetada como lo es hoy la japonesa.

LAS CONDICIONES DE VIDA DE LOS INMIGRANTES:

Dado que sus expectativas de acceder a la propiedad de la tierra se vieron frustradas por su inexistencia, la mayoría de los inmigrantes terminaron estableciéndose en las grandes ciudades como Buenos Aires, Córdoba o Rosario, en las cuales existía la posibilidad de encontrar trabajo en los puertos, en la construcción de edificios y desagües, o en algunos de los talleres industriales que comenzaron a establecerse a fines del siglo XIX.

En 1914, el 50% de la población de la ciudad capital del país era extranjero. Las condiciones de de los inmigrantes eran muy malas.

Las ciudades no contaban con la infraestructura suficiente como para albergar a tanta gente, y ésta terminó habitando en antiguas mansiones abandonadas por la epidemia de fiebre amarilla de 1874, convirtiéndolas enconventillos en los que se hacinaban varias familias por cuarto.

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En Buenos Aires se realiza la primera exposición del pintor Fernando Fader. Se funda oficialmente la Universidad Nacional de La Plata, ya existente pero con carácter provincial.

Además, se crea el Patronato de la Infancia y se publica un nuevo diario: La Razón, bajo la dirección de Emilio Morales.

Dos instituciones deportivas llamadas a tener prolongada vida y múltiples éxitos aparecen en 1905: los clubes Independiente y Boca.

Además, arriban a nuestras playas 221.000 inmigrantes pero regresan a sus lugares de origen 82.000.

Son los llamados inmigrantes golondrinas, que vienen a trabajar en las cosechas y luego retornan con sus ahorros. Ya son 12 millones de hectáreas las que comprenden los cultivos explotables.

La ciudad de Buenos Aires ha pasado la raya del millón de habitantes y lo que llama la atención de los visitantes es la tupida red ferroviaria que transporta anualmente a 225 millones de pasajeros.

Se expide la primera cédula de identidad como documento personal y en la calle Esmeralda al 300 comienza a funcionar la primera sala cinematográfica.

Por supuesto, se pasan películas mudas, a veces acompañadas de un piano.

En tanto, en un restaurante del Centro, Ángel Villoldo presenta un tango que tendría gran repercusión: El choclo.

Hubo grandes inundaciones en Entre Ríos y el norte de la provincia de Buenos Aires.

En Mar del Plata, que ya es la meca de los veraneantes, se incendia la flamante Rambla pero de inmediato se proyecta reemplazarla por otra construcción más sólida.

Y el 1° de Mayo es celebrado, en forma conjunta, por la socialista Unión General de Trabajadores (UGT) y la anarquista FORA.

El acto termina con la represión policial.

Los inmigrantes que llegan a la Argentina

Durante los últimos años, la sociedad argentina recibió dos tipos de inmigrantes muy diferenciados.

La situación de crisis económica y crisis política que atraviesan algunos países latinoamericanos dio origen a una importante corriente Inmigratoria —particularmente desde Bol/vía, Perú y Paraguay—.

Muchos de estos Inmigrantes son jóvenes —en general, las familias quedan en el país de origen— que llegan a nuestro país con la expectativa de encontrar trabajo —están dispuestos a cualquier trabajo— y a veces también de estudiar.

El objetivo de estos inmigrantes es poder enviar ayuda económica a sus familiares y organizar su vida cotidiana con una mayor estabilidad que la que tenían en su país de origen.

Otra corriente migratoria muy importante es la proveniente de los países de Europa del Este, que se originó a partir de la crisis política y económica de la Unión Soviética que desorganizó el bloque de países liderados por ese país.

Los inmigrantes de este origen, generalmente, son familias que tienen el objetivo de establecerse definitivamente en el país.

Fuente Consultada:
El Diario Intimo de un País - La Nación
El Gran Libro del Siglo XX de Clarín

Ver: 1920-1930: La Argentina y el Mundo


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