Objeto del Vestido, Utilidad y Ejemplos de Su Uso en la Historia

Objeto e Historia del Vestido - Ejemplos Gráficos

Nosotros veremos pronto que existen, desde el punto de vista del traje, tres propósitos diferentes: decoración, decencia e higiene. Ahora bien, en este post el propósito es científico, y en esta sección, higiénico.

No podemos, por esta razón, considerar los problemas de arte, de economía política, ni de moral convencional, que se encuentran entremezclados con la higiene de los vestidos.

Para realizar nuestro propósito necesitamos anotar solamente dos o tres puntos de interés general, antes de finalizar ocupándonos de la tercera y última utilidad de los trajes.

Los otros primates no necesitan vestirse—ya están vestidos por la Naturaleza—, pero el hombre es un ser de piel desnuda durante toda su vida, como los animales recién nacidos, o como los muy jóvenes de muchos animales inferiores que se encuentran después vestidos de pelo o de plumas.

Unicamente en los trópicos, y bajo la sombra protectora de los árboles, se encuentra una combinación de calor y de sombra, que es la que justamente apetece para andar desnudo.

Para resistir los rayos solares abrasadores de los trópicos o el frío de las regiones algo alejadas hacia el norte o el sur de los mismos, hace falta una protección artificial.

Sin embargo, la evidencia histórica parece demostrar que el primer propósito de vestirse aparece en el hombre con fines puramente decorativos.

El deseo del adorno personal es irresistible, y por esto vemos que los adornos preceden al abrigo y a la utilidad en la historia de los trajes.

En nuestros tiempos actuales, todavía persiste la complicación; y los higienistas se ven obligados a manifestarse en contra de muchas prácticas en materia de vestidos, que subordinan la higiene al adorno, o a lo que se cree ser adorno.

Después de todo, los vestidos que mejor cumplen los preceptos higiénicos son, al propio tiempo, los que mejor y más completamente atienden a los intereses de la gracia y de la belleza.

La función higiénica y protectora de los trajes, por otra parte, no es, en sí misma, completamente sencilla, porque existen exigencias que varían y que no podrán ser atendidas por completo hasta que nosotros comencemos a estudiarlas seriamente, y que, por último, dependen de la maravillosa evolución del cuerpo humano.

En general, nosotros necesitamos en primer término los vestidos para conservar nuestro calor.

Existen épocas y localidades que constituyen excepciones a esta regla general, que, por otra parte, es casi constante, correspondiendo evidentemente a la exposición y falta de defensa sin paralelo de la piel humana.

Esta exposición existe en ambos sentidos.

Estamos amenazados por el frío, y estamos afectados también por el calor.

Nuestra piel desnuda siente miedo no sólo de la elevada temperatura del aire, sino también del calor radiante.

En lo que hace referencia al excesivo calor del aire, los vestidos no pueden hacer más que agravar nuestra situación. Pero pueden ser, en cambio, indispensables para proteger la piel de la acción directa de los rayos solares.

En las regiones del mundo en que es muy fuerte la luz del Sol, los hombres blancos se defienden por medio de som brillas, gorros de tela de  algodón blanco, o con armazones adecuados.

Debemos recordar que estamos especialmen te expuestos por faltarnos mucho pigmentó en la piel, y que muchos tendemos más bien a perder esta protección natural del cráneo y del cerebro que nos ha concedido la Naturaleza.

Pero estas dos funciones en modo alguno hacen inútil la función protectora o higiénica de los vestidos.

Los vestidos nos defienden de la suciedad o deben ser empleados con este fin.

Es indudablemente verdad que con demasiada frecuencia se usan los vestidos más bien al modo como se usaba la barredera doméstica—no meramente para quitar la suciedad, sino también para esconderla—.

Si nosotros conocemos nuestro vestido y atendemos al modo cómo debemos vestirnos, nuestros trajes nos mantendrán limpios y nos protegerán contra todas las impurezas, lo mismo las muertas que las vivas.

Cuarto y último: algunas partes de nuestro traje realizan valiosas funciones protegiendo partes de nuestro cuerpo de las agresiones mecánicas del exterior.(Ver: Porque Usamos Ropa?)

Un ejemplo especial de esto es el calor del bombero o del policía, que, indudablemente, supone un suplemento del cráneo en la misión tan importante de prestar una protección mecánica al cerebro.

Por consiguiente, hay muy poco que decir en contra del empleo ocasional de una pieza rígida y dura del traje, con tales propósitos y en tal parte del cuerpo.

Completamente diferente, como vamos a ver, es el uso de una protección también rígida para el tronco, y más especialmente para la porción superior del mismo, que tiene de manera necesaria si hemos de vivir, que dilatarse y contraerse.

Pero, en la porción más inferior del cuerpo, los vestidos han atendido constantemente a los fines de una protección mecánica, para los extrañamente desnudos y mal protegidos pies del hombre, sobre todo tratándose del hombre viajero, trabajador, constructor de caminos, zapador, etc.

Constantemente y en todas partes, han logrado ventajas con el calzado; pero encontraremos que el problema de auxiliarlos, sin causarles ningún perjuicio, resulta casi insoluble por completo.

Tales son, en resumen, las cuatro funciones protectoras o higiénicas de los vestidos: conservar nuestro calor, proteger la piel de la acción directa de los rayos del Sol, resguardarnos de la suciedad y de las impurezas, y protege) aquellos órganos que, como los pies están mal protegidos de las agresiones mecánicas.

Y ahora, nosotros podemos sentar los principos fundamentales que deben ser obedecidos, en relación con aquellas indicaciones.

Una vez que nosotros los hayamos cogido—pero no hasta entonces—podemos adaptarlos a la exposición de los detalles de los vestidos internos y externos de las diferentes par tes del cuerpo.

Decimos, en primer término, que los vestidos conservan nuestro calor y la frase es justa.

Nosotros podemos calentarnos desde fuera con los rayos solares, con caloríferos de agua caliente con chimeneas encendidas o con radiadores de vapor de agua; pero nada de todo esto nos libraría del peligro, si nosotros no guardásemos nuestro propio calor, como hacemos.

Los vestidos, sin embargo no producen ningún calor ni es  su objeto.

Ellos sencillamente, guardan nuestro calor, evitando que se pierda hacia el exterior.

El objeto de los vestidos: conservar el calor; no evitar que entre el frío:

El calor, naturalmente, es una realidad física; pero no ocurre lo propio con el frío, que es sencillamente la ausencia o, más bien, la ausencia relativa del calor.

Nosotros, en lenguaje corriente, hablamos de evitar que entre el frío; pero éste no es una cosa cuya entrada se pueda evitar.

Evitar que entre el frío es guardar dentro el calor, y, de este modo, lo que nosotros llamamos vestidos calientes (trajes de abrigo), no son de ningún modo más calientes que todo lo que está a su alrededor, sino que tienen, en realidad, exactamente la misma temperatura que todo lo que les rodea; pero, además, estos vestidos son malos conductores del calor, y de ese modo impiden que nuestro propio calor salga al exterior y se pierda.

Desde el momento que los vestidos tienden constantemente a retardar la salida de calor del cuerpo, y que el cuerpo no debe nunca subir de una cierta temperatura, se plantea una relación entre la cantidad de ropa que uno debe llevar y la cantidad de combustión que se produce en el cuerpo.

Cabría esperri que las personas producirían menos cantidad de calor, en proporción con la mayor cantidad de ropa, y esto es exactamente lo que ocurre.

En conjunto las personas pequeñas, activas, movibles enérgicas, gastan menos abrigo que las personas de tipo opuesto, a causa ds que producen más calor y no necesitar retardar demasiado la salida de calor al exterior.

La intima e importante relación entre el régimen y el traje, el alimento y el abrigo:

Este interesante punto suscita otro, la relación entre el régimen y el traje, entre el alimento y el abrigo.

En el porvenir habrá que investigar bien este asunto, decidiendo el camino mejor para la salud.

Pero, verdaderamente, cuanto mayor es la dificultad que oponemos a la salida hacia fuera del calor producido po nuestro organismo por el exceso de abrigo, tanta menor proporción necesitamos en el régimen de los alimentos de tipo calorígeno.

Probablemente, muchas de las discusiones entre las personas, científicas y no científicas, referentes al régimen, quedarían definitivamente resuel tas si llevaran a cabo sus observaciones en condiciones de abrigo y temperatura externa constantes.

Existen argumentos en favor de los trajes ligeros y de los trajes pesados.

Vestidos bien calientes, de abrigo, como, es llamamos, pueden conducir a la eco íomía en materia de alimentos que se jueman (grasas e hidratos de carbono, principalmente, las primeras), y la economía en el régimen es un asunto de importancia colectiva, y, con frecuencia también individual.

Por otra parte, una rápida producción y disposición de energía en el cuerpo puede conducir a una vdda más activa y más alegre, y puede, además, traer consigo una mayor pro teeción contra los microbios.

Las opiniones, en disputa, sobre vestidos ligeros y vestidos pesados:

Si adoptamos el plan de vestidos ligeros que supone el consumo, seguramente no de la dieta ordinaria, excesivamente grande, sino de una dieta más amplia que la que sería necesaria en otro caso, nosotros tenemos, sencillamente, que suponer que los órganos de secreción, o, para hablar con mayor precisión, los riñones, se encuentran sanos.

Cuanto más se come, tanto mayor trabajo se impone, inevitablemente, a los riñones; cuanto más intensamente arde el horno, tanto más abundantes son las cenizas.

De aquí, una regla sencilla y cardinal para todos aquellos casos en que los riñones padecen cualquier enfermedad o alguna alteración en su labor, o están, por lo menos, expuestos a padecerla con el transcurso de los años, de hacer lo más ligero posible el trabajo de estos órganos enfermos o predispuestos, y un camino para lograr esto es empleo de ropas de abrigo.

Esto tiene una doble acción, y nosotros debemos reconocer las dos partes.

En primer término, como ya hemos indicado, facilita la reducción de la dieta por conservar mejor la temperatura del cuerpo.

En segundo, los trajes de abrigo estimulan la acción de la piel, que es también órgano de excreción, y que puede, de este modo, en una extensión pequeña, pero valiosa, soportar algo de la sobrecarga de los riñones.

El cuerpo no está hecho para los trajes sino los trajes para el cuerpo:

Otro de los principios fundamentales del vestido, principio de aplicación universal, aunque constantemente ultrajado en la práctica. Es que los vestidos deben ser flojos, holgados, sueltos.

El cuerpo no se ha hecho para los vestidos, sino los vestidos para el cuerpo.

La Naturaleza no se propone ni espera que los movimientos del cuerpo, en conjunto, o los de cada una de sus partes sobre las restantes sean restringidos por ninguna otra cosa más que por la presión atmosférica, que gravita igualmente sobre todas las partes, y, de este modo, no resulta incómoda para ninguna.

Por este motivo, si nos ajustamos directamente los vestidos, corremos el riesgo de comprimir o restringir los movimientos.

Un sombrero estrecho o un cuello estrecho pueden dificultar el movimiento de la sangre en las venas, especialmente en la piel de la cabeza y en el cuello.

Las venas, como regla general, van más cerca de la superficie que las arterias, tienen paredes mucho más delgadas que las de éstas y, además, la presión de la sangre que circula por su interior es mucho menor.

Por estas tres razones se deduce que las venas se encuentran especialmente expuestas a ser afectadas por las presiones externas.

En cada uno de los dos casos que han sido citados anteriormente el efecto puede tender hacia la congestión del cuero cabelludo con sangre venosa, que es una sangre inútil.

De un modo análogo, la compresión de un calzado defectuosamente ajustado deforma más o menos los dedos de los pies de todas las personas que lo soportan.

Si la compresión de los vestidos se extiende a las paredes del abdomen, el perjuicio se extiende también a éste.

La pared abdominal tiene que ser apta para moverse libremente en la respiración y para auxiliar los movimientos de los intestinos comprendidos dentro del abdomen.

Pero esto no puede realizarlo si se encuentra comprimida o estorbada desde fuera.

De todo esto se deduce la regla de que, desde la cabeza hasta los pies, debe rechazarse toda compresión ejercida por el traje.

No puede evitarse por completo tener que soportar el peso del traje propio, pero sí debe ser reducido a un mínimum; debe ser repartido uniformemente y ampliamente sostenido por los tirantes.

Y, con una mayor observación, encontramos que la presión extensa, ejercida por las prendas de vestir, puede llegar a atrofiar un miembro o parte de él, privándole de su riego sanguíneo.

Este es sencillamente el secreto del método, actualmente ya en desuso, de los chinos para reducir el crecimiento de los pies de las mujeres.

Los pies de las jóvenes son vendados de un modo tan apretado que se atrofian y se achican.

Algunas personas sufren de enfriamiento de sus manos o de sus pies, a causa de que ignoran esta regla de que los vestidos deben ser holgados.

Si se lleva un guante o un calzado demasiado ceñido, la mano o el pie se encuentran privados de sangre; las extremidades del cuerpo conservan su temperatura por la sangre, porque, prácticamente, no producen calor por sí mismas.

La vía más apropiada para mantener calientes las manos y los pies es la interna, y esto únicamente puede lograrse dejando que en ellos entre libremente la sangre.

El calor que producen los vestidos holgados se debe a que encierran aire:

Un gas inmóvil o con escaso movimiento es un mal conductor del calor. Todos conocemos perfectamente la diferencia que existe, en sus efectos refrescantes, entre el aire tranquilo y el aire en movimiento.

De aquí se deduce que nuestros trajes nos conservan el calor, no sólo en sí mismos, sino también a causa de que aprisionan en su interior una buena cantidad de aire.

Nos referimos, naturalmente, al solo caso en que se trate de vestidos holgados conformados a nuestro cuerpo.

Una misma cantidad de un material y tejido dados es más caliente en forma de vestido flojo que de vestido ceñido, sencillamente a causa de que, en forma de vestido flojo encierra una buena proporción de aire, y de este modo estamos más abrigados por el aire que por el traje.

Suponiendo iguales las restantes circunstancias, debe ser el vestido de mayor abrigo aquel que comprime ceñidamente aire; pero todos sabemos que no se usa habitual-mente un ceñido y ajustado impermeable, que es lo que mejor encierra el aire, pues verdaderamente, nosotros debemos procurar que nuestras ropas estén tan bien ventiladas como nuestras habitaciones.

Dos o tres prendas holgadas de vestir dan, en cierto modo, la impresión de una cierta cantidad de aire entre las mismas y proporcionan un género de vestido todo lo bueno que se podría desear.

El problema general que sigue inmediatamente a todo lo que llevarnos expuesto es el. que hace referencia a cuál debe ser la materia de que estén confeccionados los vestidos.

En este punto, podemos aprender de la lección que nos suministran los animales más próximos a nosotros; así veremos en seguida que el pelo es el vestido natural de los mamíferos, en variadas formas, como, por ejemplo, la piel del conejo, la del gato y la de la foca, y la ana de la oveja.

Por esta razón, en todas aquellas ocasiones en que se desea calor, se adoptan para vestir materiales de este género: piel o lana. Pero es equivocado suponer que el material de que se hagan los trajes lo constituye todo.

Por el contrario, el hecho más importante, a propósito del material natural, es su admirable, y, por desgracia inimitable, textura. La lana de las ovejas no es simplemente caliente, sino que además es ligera, altamente absorbente y perfectamente ventilada.

Con mucha frecuencia nosotros tomamos esta exquisita materia convirtiéndola en un tejido denso, inflexible y no absorbente, y suponemos que con él se tiene que hacer un traje perfecto, porque está hecho con lana.

Las ventajas de la oveja podrían lograrse si considerásemos el caso de un hombre vistiendo un traje de piel de carnero.

De este modo llevaría, no sólo el vestido de la oveja, sino además la piel de la oveja, que se aplicaría por fuera de su propia piel.

Sin embargo, es posible tejer la lana en forma de un tejido flojo, cálido, aireado, que siga conservando algunas de las propiedades del vestido natural de los animales.

Y veremos de este modo otra propiedad esencial del traje: debe ser absorbente.

La piel, como anteriormente hemos visto, es un órgano de excreción, y el problema consiste en impedir, en cierto grado, la salida a su través del calor, sin dificultar en lo más mínimo la expulsión de los excreta.

Es necesario que todos nuestros trajes sean, en alto grado, absorbentes:

Por todo lo que acabamos de decir se comprende fácilmente que nuestras ropas, y por lo menos las mudables, que de un modo inmediato van aplicadas a la piel, deben ser absorbentes, y esta condición es la más necesaria, la más absoluta y la más imprescindible de todas las que tiene que reunir el vestido.

La piel no necesita, si se la deja sola, ninguna disposición absorbente, como lo demuestra perfectamente la piel desnuda; el problema surge únicamente cuando nosotros tratamos de vestirla.

Y la gran virtud de la lana aplicada a la piel, cuando está tejida en debida forma, es que es altamente absorbente.

En cambio, cuando está mal tejida, pierde esta propiedad.

Esta es una de las múltiples razones por la que condenamos los «petos protectores», de moda desde muy antiguo.

Son, realmente, debilitadores del pecho, a causa de que constituyen una interrupción de las funciones de la piel del pecho.

Algunas personas no pueden soportar la lana aplicada inmediatamente a la piel, a causa de que les produce una sensación muy incómoda, llegando en ocasiones a determinar lo que se conoce con el nombre de «eritema ele la franela»). Sin embargo, estas personas deben llevar ropas suficientemente absorbentes, aplicadas a la piel, y en estos últimos años, los fabricantes han producido, en competencia, una amplia variedad de ropas interiores hechas de seda, algodón, hilo o de combinaciones de estas substancias, que son perfectamente absorbentes, y que pueden ser recomendadas a todos aquellos que encuentren suficiente el abrigo que proporcionan.

No es ciertamente indispensable, desde el punto de vista de la salud, llevar tejidos de lana aplicados inmediatamente a la piel, siempre que los de otra substancia abriguen lo suficiente y sean, que es ¡o esencial, absorbentes.

Fundamentos del traje, basados en sencillos hechos fisiológicos del organismo

Toda la importancia real de este problema de la absorción se comprende fácilmente, desde el momento en que sabemos que el hombre, por término medio, elimina cada día, a través de su piel, aproximadamente, 705 gramos de agua, en unión de diferentes gases y una buena proporción de grasa.

Este sencillo hecho fisiológico sugiere de una manera inmediata la idea de que debemos asegurarnos de que, así como nuestro traje exterior para los trabajos debe ser de abrigo, la ropa interior tiene que estar hecha de un material que sea absorbente, económico y fácilmente lavable.

Tales son, en líneas generales, los principios fundamentales del traje, considerados tan sólo desde el punto de vista de la higiene.

En su composición debe atenderse debidamente, en conjunto, a sus cuatro funciones diferentes, y, considerando las necesidades de cada parte del cuerpo, recordaremos que todo traje debe, hasta donde sea posible, adaptarse a los principios que nos demuestra el perfecto vestido de tanta variedad de animales, vestidos que son de abrigo, pero perfectamente ventilados, cerrados, pero nunca ceñidos; bastante absorbentes, pero a la vez limpiables.

EJEMPLOS DE VESTIDOS EN LOS ULTIMOS 1000 AÑOS

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Fuente Consultada:
Colección Moderna de Conocimientos Universales Editores M.W. Jackson, Inc. -  Tomo III - La Salud - Capítulo XIII - El Vestido

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