La Guerra de los Mundos Orson Welles Graves Errores de la Humanidad

La Guerra de los Mundos de Orson Welles

¡Los marcianos han aterrizado!
El programa radiofónico de Orson Welles que hizo cundir el pánico en América

Pocos minutos después de las ocho de la noche del domingo 30 de octubre de 1938, una voz sombría interrumpió una emisión radial para advertir a los americanos: «Señoras y señores, tengo que hacer un grave anunció.... las palabras que siguieron, emitidas en un programa que se difundía a través de una red que abarcaba todo Estados Unidos, causó notables escenas de pánico. Pues el «grave anuncio» consistía en que los marcianos habían aterrizado en Norteamérica, y estaban barriendo toda la resistencia que se les oponía en una serie de sangrientas batallas. Hombres del espacio exterior estaban ocupando los Estados Unidos de América.

La Guerra de los Mundos Orson Welles

El anuncio formaba parte de una obra radioteatral algo excéntrica, pero tan realista —como que estaba producida por un genio del teatro— que mucha gente tomó la obra como un hecho real. El programa había comenzado de una manera convenientemente poco dramática. A las ocho de la tarde, los oyentes escucharon: «La Columbia Broadcasting System y sus estaciones filiales presentan a Orson Welles y su Teatro Mercury del Aire, en... La guerra de los Mundos, del I.G. Wells».

Luego, se oyó la impresionante voz de Orson Welles: «Ahora sabemos que, desde comienzos del siglo XX, nuestro planeta está siendo observado muy de cerca por inteligencias más desarrolladas que la humana».

Fue interrumpido por un locutor que, aparentemente, leía un boletín meteorológico de rutina: «El tiempo para esta noche: para las próximas 24 horas se prevén pocos cambios de temperatura. Se informa de una ligera alteración atmosférica de origen indeterminado sobre Nueva Escocia, que ha causado el desplazamiento bastante rápido de una baja presión sobre los estados del Nordeste, con posibilidad de lluvias, acompañadas por vientos de escasa intensidad.

Temperatura máxima, 190. mínima, 90.

Este parte meteorológico es ofrecido a ustedes por el servicio meteorológico oficial. Ahora nos trasladamos a la sala Meridian del Park Place Hotel, en el centro de Nueva York, desde donde podrán oír la música de Ramón Requello y su orquesta».

Hasta entonces, no había nada capaz de causar alarma. Pero se estaba creando hábilmente el ambiente. Los oyentes que habían sintonizado desde el principio ya habían olvidado que lo que estaban oyendo era una obra radioteatral.

No es que hubiera muchos oyentes. Después de 16 representaciones del Teatro Mercury, los empresarios de la CBS admitieron rápidamente que sus series dramáticas no estaban resultando un éxito. El Teatro Mercury obtenía sólo el 3 por ciento de la audiencia. La mayor parte de la gente sintonizaba, los domingos por la noche, el shaw de Charlie McCarthy, en una emisora rival.

Por este motivo, Welles, preocupado por los niveles de audiencia, los ratings, estaba jugándose el resto en La guerra de los mundos. Sabía que la CBS eliminaría su programa si no encontraba un patrocinador importante que lo respaldara. Y el programa no conseguiría un patrocinador si no aumentaba su audiencia. Welles, Paul Stewart y John Houseman, sus asociados en el Teatro Mercury, habían trabajado en la serie durante cinco días. La habían ensayado, habían reescrito el guión y habían vuelto a ensayar.

La noche del jueves anterior a la salida al aire, los tres hombres habían escuchado la grabación de su trabajo hasta ese momento, y no estaban conformes. Welles, que entre tanto había ensayado otra obra en Nueva York, y que casi se estaba durmiendo de pie, exhibía más malhumor que nunca. Afirmó: «Nuestra única oportunidad es hacer este programa lo más realista posible. Tendremos que utilizar todos los artilugios que seamos capaces de imaginar».

El equipo estuvo toda la noche agregando al guión retazos de noticias verosímiles. Al día siguiente, Stewart trabajó en los efectos sonoros apropiados: ruido de multitudes presas del pánico, disparos, chillidos... El domingo a la noche, el estudio estaba repleto de vasos de papel y de recipientes de comida, tras ocho horas de excitados ensayos.

Pero a las 7.59 de la noche, mientras Welles se tragaba una botella de jugo de piña, antes de salir al aire, todo el mundo estaba de acuerdo en que este programa tenía una oportunidad... este programa robaría oyentes a Charlie McCarthy. -- este programa iba a hacer que se hablara del Teatro Mercury. -. Lo que ocurrió después, durante las veinticuatro horas siguientes, dio que hablar sobre el Teatro Mercury y sobre Welles en particular.

También ganó oyentes al show de McCarthy, y mucho más pronto de lo que Welles había imaginado nunca. Casualmente, ese domingo, el show de variedades de McCarthy había presentado a un nuevo cantante como principal atracción. Era un desconocido. Fue presentado a las ocho y diez minutos; los fastidiados oyentes comenzaron a girar sus diales para averiguar si había algo mejor en la CBS. Captaron La guerra de los mundos después de que hubieran hecho los anuncios preliminares. No disponían de indicio alguno de que lo que estaban escuchando era una obra radioteatral. Todo lo que sabían era que estaban ocurriendo cosas extrañas en la zona costera oriental.

El locutor de la CES se lo estaba diciendo... «Señoras y señores: tengo que hacer un grave anuncio. El extraño objeto que cayó esta tarde temprano en Grovers Milis, Nueva Jersey, no era un meteorito. Por increíble que parezca, el objeto contiene seres extraños que, según se cree, constituyen la vanguardia de un ejército proveniente del planeta Marte.» A continuación se oyó una música suave: un toque sutil para mantener ansiosa a la gente, para mantenerla incómoda, sobre ascuas. ¿Qué estaba ocurriendo? El locutor interrumpió la música de nuevo.

El tono de su voz denotaba que se sentía nervioso, aterrorizado. Los marcianos, repugnantes criaturas de piel correosa, se estaban desplegando. La policía de Nueva Jersey se precipitaba a interceptarlos. Se oyó más música, otros anuncios febriles, seguidos de silencios escalofriantes. La gente estaba pegada a sus receptores. Se llamaba a los vecinos para que también oyeran.

Se telefoneaba a los parientes para alertarlos. A través de toda América, la gente comenzó a ser presa del pánico. Entonces, el locutor —nuevamente en el aire— balbuceó: «Conectamos ahora con Washington, para dar difusión a un mensaje de emergencia nacional formulado por el secretario del ministerio de interior».

Se escuchó una voz solemne que incitaba a la población a no ceder al pánico; pero con el mismo tono, se le decía que los marcianos que aterrizaban no lo hacían solamente en Nueva Jersey. Habían caído a tierra vehículos espaciales en todos los estados de la Unión. Miles de civiles y de soldados habían sido ya barridos por armas de rayos letales. Se emitieron entrevistas con testigos oculares, muchas de las cuales corrieron a cargo del brillante actor Joseph Cotten.

El testigo narraba cómo había visto aterrizar objetos llameantes, de los que luego emergían repugnantes seres; cómo los rayos letales habían arrasado a miles de personas; hasta qué punto los extraños alienígenas resultaban indetenibles. Uno de los actores de Welles desempeñó el papel del presidente de los Estados Unidos y advirtió al pueblo americano contra los peligros del pánico. El programa terminó con un locutor que, desde la cúspide del rascacielos de la CBS, gritaba que Manhatann estaba siendo invadida.

Su febril relato se transformó, al final, en un grito ahogado. A esta altura, muchos oyentes habían abandonado ya su lugar junto a los receptores de radio. Los que oyeron el programa hasta el final advirtieron que todo había sido solamente una obra de radioteatro. Los que no lo hicieron siguieron dominados por un pánico ciego.

En Nueva Jersey, donde se había dicho que los marcianos hablan aterrizado primero, los caminos estaban atestados de automóviles que corrían hacia las colinas. Familias enteras salieron de sus casas volando, con toallas mojadas alrededor de las cabezas, en la creencia de que esto les salvaría de los nauseabundos gases espaciales de los que se habla hablado. El mobiliario y los objetos valiosos habían sido apilados en camiones y coches.

Había comenzado la estampida. El pánico se expandió a todas partes. En Nueva York, los restaurantes se vaciaron. Las terminales de autobuses y las colas de taxis se llenaron de gente que trataba de llegar a sus hogares para confortar a sus familias. Las esposas telefoneaban a los bares, tratando de localizar a sus maridos. 

Y la noticia siguió corriendo. Los marinos de la armada estadounidense fueron convocados a sus barcos en el puerto de New York, para preparar la defensa de América contra los marcianos. Desde Los Angeles hasta Boston se produjeron denuncias sobre meteoros. Alguna gente impresionable aseguró que, efectivamente, había visto marcianos. Los soldados estatales de reserva fueron llamados a presentarse en sus cuarteles generales como voluntarios para la defensa del mundo. En el sur, mujeres histéricas y llorosas rezaban por las calles. Los servicios religiosos fueron interrumpidos en muchos lugares del país cuando la gente irrumpía para contar las noticias a los fieles. Incluso se produjo el caso de un intento de suicidio.

Las centrales telefónicas de los periódicos y las estaciones radiales estaban abarrotadas Pero curiosamente, no había indicios de pánico en los estudios de la CES, donde, entre alaridos y anuncios sobre la implantación de la ley marcial Welles estaba otorgando a su programa un horrible final. Welles y Cotten fueron advertidos sobre la masa de llamadas telefónicas, pero Cotten minimizó el hecho: «Son unos pocos maniáticos». Hacia el final del programa, dos policías que estaban de guardia llegaron a la parte posterior de los estudios, pero al darse cuenta de que sólo se trataba de una obra radioteatral, no dijeron nada a nadie sobre el pánico, y en cambio se quedaron para oir el final.

La primera noticia que Welles tuvo acerca del resultado de sus entusiastas esfuerzos la recibió a la mañana siguiente, al abandonar su apartamento. Vio su nombre en los letreros luminosos de neón del edificio del New York Times: «Orson Welles causa pánico».

Compró los periódicos y leyó los principales titulares del New f-ferald Tribuna —«El ataque desde Marte en una obra radiofónica sumió a miles en el pánico»— y del New York Times —«Oyentes de radio dominados por el pánico: muchos huyeron de sus hogares para escapar a la invasión de gas proveniente de Marte»—; Welles, que ya a los 24 años era un actor conocido, resultaba duramente criticado por su inconcebible actuación, que había sumido en el terror a la mitad de los Estados Unidos. Los periódicos lo criticaban tachándole de irresponsable.

Se habló de entablar una acción criminal en su contra. Docenas de personas iniciaron pleitos contra la CES; el total de las reclamaciones sumaban 750.00o dólares. Pero todas las demandas fueron desestimadas y, lejos de suprimir el programa de Welles, los empresarios se felicitaban por haber contratado al actor más célebre de América.

Los mtings del Teatro Mercury subieron rápidamente. También se encontró un patrocinador Rabia sido recompensado el mayor disparate radiofónico.


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