Invasión Napoleonica a Rusia:Desarrollo de la Campaña
Invasión de Napoleón a Rusia Desarrollo de la Campaña
Napoleón estaba bien preparado: un formidable ejército había sido concentrado desde el Báltico a los Cárpatos, compuesto de 700.000 hombres.
El más poderoso ejército conocido hasta entonces por la Historia.
¿Quién habría podido predecir, por tanto, la victoria del zar, dado que Napoleón disponía, a la vez, de su genio, intacto, y de tropas tan gigantescas?.
Emperador Napoleón Bonaparte
En realidad, esta nueva versión del «Gran Ejército» tenía, sin embargo, sus puntos débiles: no había en él más que 200.000 franceses, que formaban, en su mayoría, el centro del dispositivo, al mando de Davout y del mismo emperador.
La guardia también se encontraba allí, pero las alas habían sido dejadas, sin vigilancia alguna sobre ellas, a los cuerpos aliados, de cuya combatividad había razones para dudar, y que Napoleón sabía perfectamente que eran capaces de desertar en plena batalla.
Este ejército estaba constituido por contingentes de veinte naciones: había alemanes e italianos, holandeses y croatas, suizos y austríacos; toda Europa se hallaba representada en él.
Por otra parte, se había reunido un material considerable: 1.350 cañones.
Este aumento de la artillería permitía a Napoleón compensar la mediocridad de algunos cuerpos de ejército.
Pero esto se traducía también en una falta de confianza en la posibilidad de sorprender al adversario mediante la legendaria movilidad de sus tropas.
La campaña comenzó con el verano.
La situación del suelo permitía al convoy de aprovisionamiento avituallar regularmente al ejército hasta en el centro del país.
Además, el tiempo de la cosecha no tardaría en llegar, y, en caso de que la campaña hubiera de prolongarse, podría habilitarse el avituallamiento en los mismos lugares de la guerra, por medio de requisas.
Ni siquiera se suponía que la llegada del invierno pudiera sorprender a los ejércitos en lucha hasta entonces, las campañas napoleónicas habían sido siempre muy rápidas.
LA MARCHA SOBRE MOSCÚ:
Ante tal despliegue de fuerzas, el zar había de contentarse con mantenerse a la defensiva. No disponía, al principio, más que de 150.000 hombres; aceptar el combate le habría conducido, inevitablemente, al desastre.
Era, pues, necesario que los rusos renunciasen a su ofensiva en dirección a Polonia, y aceptasen la invasión de su territorio.
Fiel a su táctica, Napoleón desplaza su centro con toda rapidez: espera hacer penetrar una cuña entre los ejércitos rusos y batirlos después, uno tras otro.
Pero el zar había confiado el mando de sus tropas al anciano mariscal Kutusov, el cual rehuye sistemáticamente el combate.
A pesar de sus marchas forzadas, Napoleón no consigue alcanzar a las tropas rusas.
A fin de cortar en dos el país, deja a un lado San Petersburgo y avanza directamente hacia Moscú, la santa capital. Sin embargo, se da cuenta en seguida de que la intendencia se interrumpe.
Los depósitos se muestran pronto insuficientes para alimentar a 700.000 soldados.
Las requisas ordenadas entre los aliados prusianos y aun entre los polacos, chocan con una especie de resistencia pasiva.
Según van penertando los ejércitos napoleónicos en territorio ruso, se hacen más largas las distancias que los convoyes de avituallamiento deben recorrer.
Y la retaguardia marcha jadeante, cuando todavía no han comenzado los combates, cuando únicamente han sido rebasadas Vilna y Smolensko.
¿Se esperaba encontrar alimentos en el país?.
En su retirada, los rusos hacen que los campesinos abandonen los pueblos antes que ellos, y prenden fuego a los campos, a las casas y a los graneros. Napoleón no conquista más que tierra calcinada.
Mal nutridos, sus soldados avanzan con menos rapidez, pues pierden tiempo en buscar alimentos. Todas estas dilaciones favorecen aún más la retirada rusa, que puede efectuarse en buen orden.
Sólo hay una esperanza: que caiga Moscú, y que el choque psicológico tal vez sea suficiente, pues ¿podrá seguir imponiendo el zar a su pueblo aquel suicidio colectivo ante el invasor?.
Ningún pueblo del mundo —se piensa— puede olvidar durante mucho tiempo la idea de que nada hay mejor que una paz, incluso la más dura.
Aunque lenta, la marcha del ejército francés proseguía: en septiembre, ya se encontraba cerca de Moscú.
Y, en este punto, el ejército ruso se detiene para defender la capital de su religión.
La primera batalla de la guerra tiene lugar en Borodino. Tolstoi, en su novela «Guerra y Paz», supo describir las terribles escenas de estos combates, en los que el ejército ruso volvió a suscitar el heroísmo de los hombres dispuestos a morir por la patria.
Frente al «ogro», despreciado, denigrado, verdadero anticristo, los rusos se aprestan a ofrecer una resistencia sin debilidades.
La batalla de Borodino del 7 de septiembre de 1812 fue la más sangrienta de todas las libradas hasta entonces por el ejército francés. 30.000 hombres le costó a Napoleón el paso del Moscova y ver abrirse ante él el camino de Moscú, y 50.000 a los rusos su resistencia.
Y 30.000 hombres eran muchos si se piensa que no se había producido ningún resultado decisivo.
Tanto más, teniendo en cuenta que, durante toda la ofensiva, el ejército había perdido ya millares de hombres por enfermedad, y, sobre todo, por deserción.
Una división de Wurtemberg no contaba ya más que con 1.500 soldados, cuando, al principio de la campaña, estaba formada por ¡16.000!
EL INCENDIO DE MOSCÚ
El 15 de septiembre de 1812, Napoleón y su ejército entran en Moscú.
No encuentran más que una ciudad vacía.
Al día siguiente, ésta, construida casi enteramente de madera, estaba en llamas.
Toda Rusia reconoció en ello la mano nefasta de Napoleón, la barbarie característica de los franceses.
Y, sin embargo, ni Napoleón ni los franceses habían tenido parte en la destrucción de la ciudad.
El incendio había sido preparado por el gobernador de la ciudad, Rostopchin: era la lógica continuación de la política de tierra calcinada.
Pero, ¿quién podría creer que los mismos rusos hubieran prendido fuego a la santa capital de la Santa Rusia?.
Napoleón y los 500.000 hombres que le quedan resultan vencedores en un desierto de cenizas.
Ni ellos mismos saben qué hacer.
Al menos, confiaban en el cansancio del adversario.
Los enviados franceses reciben la orden de proponer al zar una paz muy conciliadora.
Pero el zar ya ha dado las suyas: Rusia se batirá hasta el fin. Los emisarios franceses no son autorizados a atravesar las líneas.
La guerra no puede, pues, concluir: no hay adversario que combatir, ni negociaciones de paz que entablar.
Ante Napoleón se abre todo el territorio ruso, pero la ruina y el fuego preceden siempre al avance de sus tropas.
No existe para los franceses más que un serio adversario, y muy presente: el invierno, que sorprende a un ejército solamente equipado para realizar una fulgurante campaña de verano.
¿Qué hacer, entonces, sino batirse en retirada, a fin de evitar, al menos, que las naciones satélites de Europa se aprovechen de la ausencia del emperador y de su ejército, para sublevarse?.
Napoleón ordena la retirada el 18 de octubre. 400.000 hombres habían de perecer en una marcha de 1.500 kilómetros.
Es el clima, el famoso «general invierno», quien logra alcanzar, por lo que se refiere a los rusos, las mayores victorias.
LA TRÁGICA RETIRADA
Falto de botas y de mantas, hundiéndose en la nieve al caminar, el ejército francés pierde cada día unos 5.000 ó 6.000 hombres.
Los caballos que no han podido ser herrados especialmente para sostenerse sobre el hielo, no son de utilidad.
Por otra parte, las tropas se ven embarazadas por el enorme botín que llevan, tomado en Moscú.
En largas y desorganizadas columnas, se van desperdigando por el camino de regreso, ofreciendo así sus flancos a los ataques enemigos: campesinos inflamados por un patriotismo feroz y animados por una mística fe en la lucha contra los agentes del diablo; cosacos, más numerosos cada vez, que encuentran la ocasión de demostrar el valor de su caballería, especializada en atacar rápidamente a un enemigo que no tiene tiempo de reaccionar; atraídos todos por los tesoros que lleva el ejército francés, por lo cual cada incursión reporta a sus autores una pequeña fortuna.
Por el contrario, el ejército ruso apenas si atacaba.
Se contentaba con mantener encauzada la retirada de Napoleón, impidiéndole sólo que se desviase hacia el sur, donde las tropas podrían encontrar algunas provisiones.
Por lo cual, los franceses habían de volver a pasar por el camino de tierras calcinadas atravesado en el verano.
La Trágica Retirada de Rusia
Esta pasividad del ejército ruso se explica, sin duda, por el temor a establecer un combate en línea, a provocar la acción de los franceses.
Por otra parte, los rusos no tenían necesidad de someterse al peligro de un combate semejante: era suficiente para ellos contemplar el progresivo hundimiento del ejército francés.
Uno de los más famosos episodios de la retirada fue el paso del Beresina, un afluente del Dniéper.
Como había sucedido con el cruce de todos los demás ríos desde su salida de Moscú, el ejército francés esperara poder pasar este otro, también, caminando sobre su espesa capa de hielo.
Pero un súbito cambio de temperatura provocó un deshielo ocasional, el río creció y no existían barcas para atravesarlo.
El famoso ejército estaba en peligro de hallarse ante un obstáculo infranqueable: parecía condenado a perecer por completo.
Pero, entonces, el cuerpo de pontoneros del general Eblé tuvo el suficiente valor para, poniéndose a trabajar entre las gélidas aguas y bajo el fuego de la artillería rusa, lograr construir dos puentes sobre el río, dejando libre así el tintino hacía el Oeste.
El 16 de diciembre, es decir, dos meses despúes de haber dejado Moscú, los restos del Gran Ejército volvían cruzar el Niemen.
De los 27.000 italianos que tenía al principio de la campaña solo regresaron 233.
Fuente Consultada:
Enciclopedia de Historia Universal HISTORAMA Tomo IX La Gran Aventura del Hombre