Expediciones Militares a Jerusalem en la Edad Media: Historia

Expediciones Militares a Jerusalem en la Edad Media Historia

DECENAS de miles de niños, provenientes de Francia y Alemania, participaron en las cruzadas infantiles ocurridas en 1212.

Pobres, sin armas, en abigarrada procesión, desfilaron por los caminos y aldeas de la Europa medieval para tratar de conseguir lo que no habían obtenido sus mayores: la conquista del Santo Sepulcro.

Casi todos murieron en el continente y unos pocos, que lograron atravesar el Mediterráneo y desembarcar en territorio sarraceno sufrieron una suerte igualmente desdichada.

La Cruzada de los Niños produjo profundo impacto entre los contemporáneos de la Europa cristiana.

Numerosos cronistas consignan el paso de los niños y la reacción, no siempre benévola, que hallaron durante su marcha.

Algunos de ellos hablan del fenómeno como de una sola cruzada, pero los modernos historiadores coinciden en señalar que se trató de varios movimientos simultáneos, que se unieron en dos grandes expediciones, la francesa y la alemana, y cuya patética trayectoria puede relatarse separadamente.

"No hay apenas en la Edad Media, salvo si» duda el caso de Juana de Arco, una serie de hechos en que la historia se revele tan impregnada de mito, y en que el mito parezca también recubrir la historia por completo, contó esas cruzadas infantiles que conmovieron a la cristiandad occidental durante el año 1212 tan profundamente, que los cronistas que omiten referirse a la Cuarta Cruzada hablan de esas partidas misteriosas", dice el historiador francés Paul Alphandéry.

Una de las referencias más antiguas con que se cuenta es una crónica francesa:

"En el mes de junio, un niño pastor llamado Esteban, que era del pueblo denominado Cloyes, decía que el Señor se le había aparecido en la figura de un pobre peregrino.

Después de haber aceptado de él el pan, le dio unas cartas dirigidas al rey de Francia.

Esteban se dirigió donde el monarca, acompañado por otros pastores de su edad.

Poco a poco se formó en torno suyo una gran multitud, procedente de todas las Gallas, de más de treinta mil personas".

Todos los testimonios coinciden en que se trataba de niños pobres, pastorcillos o hijos de los aldeanos.

Durante el camino se les unían miles y miles de personas.

Poco a poco se agregaban adultos: criados y criadas, campesinos, siervos, artesanos, pobres habitantes de las villas.

El rey de Francia, Luis VIII, no aprueba la aventura.

Después de consultar a los maestros de la Universidad de París, ordena disolver las falanges infantiles.

Una parte obedece, pero la mayoría se reorganiza y prosigue la peregrinación.

A medida que progresa la marcha, los niños se organizan en grupos, encabezadas por estandartes.

No llevan alimentos, ropas ni dinero, y viven apenas de la limosna que les entregan los vecinos de las villas y ciudades por donde cruzan en su marcha iluminada hacia el Santo Sepulcro.

Cuando se les pregunta hacia dónde se dirigen, contestan:

"Hacia Dios". En general, la Iglesia parece haberse opuesto a esta peregrinación. Los "Annales Marbacenses" dicen:

"Canto generalmente somos de una gran credulidad para tales novedades, muchos creyeron que esto procedía no de ligereza de espíritu, sino de devoción e inspiración divina. Les ayudaban, entonces, a sus gastos y les proveían de alimentos y de todo lo que era necesario.

Los clérigos y algunos otros cuyo espíritu era más cuerdo, estimando este viaje vano e inútil, se declaraban en contra, a lo que los seglares se resistían con violencia, diciendo que su incredulidad y su oposición procedían de su avaricia más que de la verdad y la justicia".

Durante la marcha se consignan numerosos otros testimonios que hablan de la conmoción y de las disensiones que provocaba el paso de los animosos peregrinos por las ciudades francesas.

En San Quintín se registró un hecho curioso, cuando una sentencia arbitral castigó por igual al Cabildo y a los burgueses.

A los últimos por haber querido prestar ayuda a los peregrinos quitando los bienes a los canónigos, y al primero, por haberlo evitado.

A pesar de las penalidades de la larga caminata, del hambre, las enfermedades y, en algunos casos, de la hostilidad pública, una parte importante de estos pequeños cruzados franceses logró arribar al puerto de Marsella.

Allí llegaron a un acuerdo con dos armadores que prometieron llevarlos a Siria. Miles de ellos se embarcaron en siete grandes bajeles.

A los pocos días fueron sorprendidos por una furiosa tempestad y dos de las embarcaciones naufragaron cerca de la isla de Cerdeña, en la roca denominada Reclus.

Todos los pasajeros se ahogaron.

Los cinco navíos restantes llegaron a Alejandría y Bujía.

Allí los dos armadores, traicionando a los niños, los vendieron a los mercaderes y a los jefes sarracenos como esclavos.

Según Alberico de Troyes, que relata el fin de esta patética aventura, 400 de los pequeños cruzados fueron comprados por el califa.

Otro relato de la época dice que en 1230, es decir, dieciocho años después de la Cruzada de los Niños, Maschemuc de Alejandría "conservaba aún 700 que ya no eran niños, sino hombres en toda la plenitud de la edad".

A los que quedaron en Marsella y otros que se desperdigaron durante la caminata, el Papa les ordenó que recibieran la cruz, pero que esperaran atravesar el mar y combatir contra los sarracenos cuando tuvieran la edad suficiente.

EL pastor Esteban, que inició este vasto movimiento de los niños, hay pocas referencias concretas.

Tenía unos doce años de edad.

Se sabe que casi inmediatamente después de aparecer con el mensaje que le "ordenaba" dirigirse a Jerusalén para recuperar el Santo Sepulcro, se vio rodeado por la fe y la adhesión de miles de otros niños y, luego, por adultos que se agregaban a la extraordinaria caravana.

Algunos de sus contemporáneos le atribuían milagros.

Se le llamaba el pequeño profeta y el niño milagroso.

Un cronista lo describe sobre una carreta adornada con alfombras, rodeado por una muchedumbre de grandes y pequeños adictos, que caminaban cantando himnos religiosos y enarbolando estandartes.

Al mismo tiempo, otros niños, arrastrados por el ejemplo, comenzaron igualmente a predicar en los pueblos franceses y a reunir otros pequeños ejércitos de inocentes.

Nada detiene a estos muchachos que abandonan todo y arrostran cantando los mayores peligros y penalidades, arrastrados por una suerte de mística vorágine hacia su desdichado destino final.

EN el mismo año se produjo el mismo fenómeno colectivo en Alemania:

"Apareció un niño, cuenta un cronista, Nicolás de nombre, que reunió en torno suyo a una multitud de niños y de mujeres. Afirmaba que por orden de un ángel debía dirigirse con ellos a Jerusalén para liberar la cruz del Señor, y que el mar, como en otro tiempo al pueblo israelita, les permitiría atravesarlo a pie enjuto."

Otro cronista dice que Nicolás llevaba una cruz sobre sí "que debía ser en él señal de santidad y de poder milagroso; no era fácil reconocer cómo estaba hecha, ni de qué metal".

Tapeale hablaba sobre el poder marcha y atravesó la mitad de Europa hacia Genova, donde esperaban embarcarse.

Pero sólo una parte del grupo original llegó, en realidad, a la costa italiana.

En la primera parte del camino el paso de esta tropa irreflexiva suscitó oleadas de emoción y sentimiento popular.

Se les socorría con gran liberalidad.

Las ciudades a veces los esperaban para alimentarlos y hacían colectas para ayudarlos en la prosecución de su peligrosa ruta.

Hubo también reacciones de violencia contra el clero, que trató de oponerse a esta marcha infantil hacia el Santo Sepulcro.

La hueste estaba integrada por niños de ambos sexos, y, poco a poco, tal como ocurrió en el caso de la marcha de los infantes franceses, se agregaron personas mayores, sobre todo criados, criadas y campesinos.

Se trata de un fenómeno que ocurrió frecuentemente en las cruzadas y que sería muy difícil de explicar hoy.

La gente sencillamente dejaba sus ocupaciones, su familia, su vida común y corriente y tomaba la cruz, por lo general para ir a sufrir una suerte dura en tierras extranjeras.

Se había extendido, además, la firme convicción de que los niños conseguirían aquello en que habían fracasado sus mayores.

Se trata de "Nicolás, servidor de Dios, parte para la Tierra Santa. Con los Inocentes él entrará en Jerusalén."

Los niños alemanes que partieron de Colonia parecen haber seguido la ruta que va hacia Maguncia, Spira, Colmar, toda la orilla izquierda del Rin y los Alpes, para entrar en la Italia del norte.

En esta etapa del viaje el recibimiento no fue nada de amistoso.

Numerosas pruebas habían caído ya sobre los niños, obligados a soportar sucesivamente el hambre, la sed, el calor y el frío.

Unos pocos de ellos regresaron y otros murieron en la ruta.

Pero el empeñoso ejército de niños, sin embargo, seguía adelante. Las poblaciones de la Italia del norte se mostraron, en general, hostiles a esta marcha.

Muchos niños fueron capturados por los montañeses y convertidos en sirvientes.

Otros fueron despojados de lo poco que llevaban.

La partida, muy disminuida, pero, a pesar de todo, compuesta por unas siete mil personas, niños y adultos, encabezados por Nicolás, llegó a Genova.

Los habitantes de la ciudad ordenaron, sin embargo, a los peregrinos que abandonaran inmediatamente el lugar.

Los motivos de la medida: "Porque estimaban, dice un cronista, que ellos se dejaban llevar más bien por la ligereza de su espíritu que por la necesidad"

Había otros motivos mas materiales.

Se temía que el aumento súbito de la población fuera un motivo de encarecimiento del pan, en una ciudad con un abastecimiento alimenticio limitado.

Creían, asimismo, los genoveses, que la multitud de peregrinos podía ser origen de disturbios.

Por último, había un motivo de alta política esgrimido por los notables.

El emperador alemán estaba en pugna con el Papa, y los genoveses, en esta contienda, se ponían del lado de la Iglesia.

Fue un momento terrible para los miles de pequeños cruzados, que habían conseguido llegar hasta la costa luego de tremendas penalidades.

La multitud, desanimada, se dispersó.

Un grupo logró llegar a Roma, donde "se convencieron de su fervor inútil. Hubieron de reconocer que ninguna autoridad los sostenía", como dice un historiador.

"Comprometidos por su voto de cruzada, no podían ser relevados del cumplimiento del mismo, salvo los niños, que no habían alcanzado la edad de la discreción, y para ayudarles no encontraban a nadie, como no juera por parte del Papa, que las señales de la más completa desaprobación.

Habían cedido al impulso del milagro y según parece ya había pasado la edad del milagro".

El regreso fue lamentable.

En los "Anuales Marbacenses" se dice que "volvieron hambrientos y descalzos, uno a uno y en silencio". Frustrada la "gran esperanza", ya nadie les daba nada.

Por el contrario, eran recibidos con hostilidad en todas partes.

A fines de año, en el invierno, volvieron a atravesar los Alpes.

Apenas unos pocos pudieron sobrevivir a esta última prueba, a través de los senderos intransitables, la nieve, la escarcha y el frío.

Otros pocos, demasiado desanimados para volver a su patria, se quedaron en las ciudades italianas, acampando en las plazas o los alrededores.

Los mismos "Aúnales" señalan que "una gran parte de ellos yacían muertos de hambre en las ciudades, en las plazas públicas, y nadie los enterraba".

La población sedentaria se volvió abiertamente ahora en contra de ellos.

Lo que al principio fue visto como una anarquía mística, la presencia en este ejército de muchachos y muchachas ahora se veía como una señal de deshonestidad y licencia.

Por otra parte, parece indudable que a las tropas de niños se unió un cierto número de gente indeseable, mujeres de mal vivir y hasta delincuentes comunes, cuya presencia, entre o detrás de los destacamentos infantiles, acabó por dar el golpe de muerte a este extraordinario movimiento que en su oportunidad emocionó y conmovió a toda Europa.

ALPHONSE Dupront ha tratado de explicar este movimiento casi misterioso.

En primer lugar ¿que pensaron los contemporáneos?.

"Todos notan en su lengua asombrada , el prodigio: Esta cosa inaudita en su curso de los siglos..."

El prodigio es sensible a todos.

Todos se asombran.

Pero este asombro no es más que muy rara vez admiración y simpatía.

El prodigio no es el milagro. Únicamente Alberico de Troyes hablará de "esta expedición milagrosamente llevada a cabo".

Richter de Sénones es el único que se apiada del desastre de estas tropas de niños y deja oír, al evocarlas, las lamentaciones de Jeremías: "Los niños han pedido pan y no ha habido persona que se los dé".

El redactor de la Crónica de San Medarno de Soisspns escribe:

"Algunos afirman que antes de producirse esa extraña partida de niños, cada diez años los peces, las ranas, las mariposas, los pájaros, habían partido de la misma manera, cada uno según el orden y la estación de su especie".

Dice Dupront: "La historia, por lo demás, se muestra poco preocupada por explicar el fenómeno singular de las expediciones infantiles.

Los historiadores que han presentido su originalidad observan inmediatamente lo extraordinario que hay en ellas al compararlas, sin más, a las procesiones generales, ordenadas por Inocencio lll en 1212, para obtener del cielo la paz de la Iglesia universal y el éxito de los ejércitos cristianos contra los sarracenos de España.

Todos, sin excepción, están invitados a unirse a la procesión, sin que nadie pueda excusarse".

Levantamiento en masa que no puede menos que emocionar a los espíritus en que las procesiones celebraban.

DOS vías de explicación pueden permitir aclarar la significación histórica de esas partidas.

Una completamente externa; en efecto, esas procesiones infantiles no son en la historia de la Edad Media una singularidad sin precedentes; desde hace menos de un siglo se desarrolla, en el país normando, en particular, la "Cruzada Monumental" de los penitentes constructores, que, arrastrando pesadas carretas cargadas de herramientas, de piedras y de morteros, marchan para ayudar a levantar o a restaurar no pocos lugares del culto de la religión de Chartres o de Caen, y al atravesar un río se detienen junto con sus carros, se ponen en oración y pasan, si no a pie enjuto, al menos vadeando...

Algunas de estas piadosas procesiones estaban compuestas de elementos diversos: hombres, mujeres y niños, pero otras lo estaban únicamente de niños, y nada se asemeja más a las cruzadas infantiles que estas columnas de jóvenes penitentes que llegan, desafiando los riesgos del camino, con cirios y estandartes al frente, entonando cánticos.

Maimón de Saint-Pierre-sur-Dive, que ha descrito en su abadía la obra de los penitentes constructores, nos descubre detalles sorprendentes.

En primer lugar, el hecho de que los niños se flagelaran, invocando la piedad de la Virgen para los enfermos.

Los jóvenes penitentes de Saint-comparan con las huestes infantiles que sucumbieron bajo los golpes de los soldados de Herodes y las cruzadas infantiles llevan la marca constante de esta identificación.

Cuando el Papa Gregorio IX erige una capilla en la isla de San Pietro, en la costa de Cerdeña, cerca del lugar donde se destrozaron los navíos de los armadores marselleses cargados de peregrinos infantiles, la dedica a "los nuevos Inocentes".

¿Rito litúrgico o rito de sacrificio?.

Como los Inocentes de la Natividad, los niños se ofrecen como primeras víctimas.

"Lo que quiera Dios hacer de nosotros, lo aceptaremos con toda alegría".

Claramente el canto de marcha celebrará la redención por medio de la sangre.

El sacrificio de los niños se ofrece por la salvación de la cristiandad entera.

Dupront dice también:

"Si bien hay en la Cruzada de los Niños una manifestación de sacrificio, el espíritu pasivo de población no parece, sin embargo, prevalecer.

Por el contrario, Nicolás lleva la cruz de la victoria; esos niños quieren la victoria, así como saben que no depende más que del milagro, el de su cruzada misma.

Jerusalén ha sucumbido por los pecados de los grandes y de los orgullosos.

La reconquista de los Santos Lugares no puede esperarse ya más que del milagro, y el milagro no puede producirse ya más que en favor de los más puros: de los, niños y de los pobres".

En conclusión, para Dupront, por medio de los niños y de su sacrificio, "se logra la renovación de la idea de la cruzada y, con más seguridad aún, su continuidad".

Fuente Consultada: Revista Hechos Mundiales N°22 Las Cruzadas - Wikipedia - Historia Universal Tomo II - Tomo de Historia Enciclopedia Cosmos


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