Avalanchas y Aludes de Nieve:Causas y Tipos
Avalanchas y Aludes de Nieve
Causas y Tipos
Las regiones montañosas se ven en ocasiones afectadas por aterradoras catástrofes. Entre estos cataclismos naturales hemos de contar las avalanchas.
Existen avalanchas de nieve seca, de nieve húmeda y avalanchas de glaciar. A veces cualquier insignificancia basta para que millares de toneladas de hielo y nieve se derrumben, sembrando a su paso la muerte y la destrucción.
También las avalanchas o aludes contribuyen a la formación de los glaciares.
La nieve recién caída no puede permanecer pegada en espesas capas a lo largo de las paredes abruptas.
También sucede que, después de un período de frío intenso, el sol proporciona el calor suficiente o bien empieza a soplar el foehn, y la nieve, las grandes masas de nieve, se ponen en movimiento y provocan una avalancha.
Podemos dividir las avalanchas en tres tipos: la avalancha de nieve seca, la de nieve húmeda y la de un glaciar. E
n el primer caso, la nieve acabada de caer resbala sobre una superficie que no le ofrece el menor agarre.
Los aludes de nieve húmeda se producen cuando el agua resultante de la fusión de las capas superiores impregna el resto de la nieve.
Finalmente, la avalancha de un glaciar se produce cuando el peso de la nieve hace resbalar un glaciar suspendido o agarrado a una pared relativamente abrupta.
Las avalanchas son fenómenos naturales extremadamente peligrosos que se producen siempre de modo imprevisto.
Enormes masas de nieve, que a veces representan millones de toneladas, se desploman con un ruido atronador.
En 1962, 3.500 peruanos murieron en menos de diez minutos sorprendidos y aplastados por un alud.
La catástrofe se produjo el 10 de enero, en pleno verano peruano, en el flanco norte del Huascarán, que con sus 6.700 m es la cumbre más alta del país.
Gigantescos glaciares arrastran masas de hielo y de nieve hacia el valle.
Normalmente, el hielo se funde en el límite de las nieves eternas y alimenta ríos torrentosos.
Pero el calor que desprendía el sol decidió que en aquella ocasión las cosas sucedieran de otra forma, y el deshielo súbito provocado de este modo dislocó el glaciar en varios cientos de metros y las masas de hielo se pusieron en movimiento y aplastaron y destruyeron cuanto hallaron a su paso.
En unos minutos la muerte y la desolación se abatieron sobre un valle al que ningún peligro parecía amenazar, y pueblos inundados de sol quedaron al instante transformados en inmensas tumbas.
No menos de tres millones de toneladas de hielo y nieve se habían desprendido del glaciar a las 6.13 de la mañana; dos minutos más tarde había que deplorar ya ochocientas víctimas: los habitantes del pueblo situado al pie de la montaña.
Algunas colinas desviaron el alud de su trayectoria y gracias a este milagro el pueblo de Yungay escapó a la destrucción.
A las 6.18 la avalancha llegó hasta el lugar en que se levantaba la población de Ranrahirca, que en un abrir y cerrar de ojos quedó transformada en un inmenso montón de ruinas bajo las que quedaron sepultadas unas dos mil setecientas personas.
Después de destrozar otros cuatro pueblos, la monstruosa masa se detuvo en las proximidades del río Santa: eran las 6.20; la catástrofe que acababa de causar daños inestimables y de arrebatar la vida a millares de personas había durado exactamente siete minutos.
Estos siete minutos fueron suficientes para que recorriera una distancia de unos cuatro mil metros y para devastar uno de los valles más prósperos de los Andes peruanos.
La fuerza destructora de la naturaleza había sido de una potencia inimaginable, y los pocos supervivientes testigos de aquel desastre quedaron anonadados. Lo que más les llamó la atención, inmediatamente después de la catástrofe, fue el impresionante y mortal silencio que sucediera al ruido ensordecedor de la avalancha.
En todas partes se organizaron grupos de socorro que se declararon impotentes ante la magnitud de aquel desastre: la masa de hielo, nieve y ruinas alcanzaba un espesor que iba de los 30 a los 60 m.
¿Había acaso la esperanza de encontrar algún superviviente?.
A simple vista el espectáculo era de completa desolación.
Pero encontraron a un niño al que la avalancha había arrastrado durante más de un kilómetro y que, milagrosamente, había escapado a la muerte.
En otro lugar algunas ovejas, únicas supervivientes de un enorme rebaño, soltaban sus lastimeros balidos.
Los pocos que escaparon al desastre reunieron cuanto pudieron recuperar y abandonaron en el acto y para siempre aquella región tan próspera días antes.
Este alud ofreció a los especialistas una ocasión única de estudiar el modo de evitar, en lo futuro, una catástrofe semejante.
Llegaron a aquellos lugares glaciólogos de todos los países y anotaron cuidadosamente cuantos datos consiguieron recoger.
Técnicos y expertos estudian en la actualidad aquellos informes e intentan deducir de ellos las medidas de precaución que haya que tomar. La cuestión estriba en saber si tendrán éxito, incógnita a la que es difícil responder.
En 1965 fue Suiza la que sufrió las consecuencias de una avalancha que, si bien no provocó una catástrofe de la amplitud de la del Perú, arrebató la vida a unas ochenta personas.
Todo empezó con una grieta abierta en el hielo; luego, súbitamente, la masa helada se separó y se desplomó sobre los barracones de los obreros ocupados en la construcción de una nueva presa de contención. La obra quedó cubierta por una capa de hielo de 80 m de espesor.
Los grupos de socorro llegaron casi inmediatamente, pero no había supervivientes. Por otra parte, el peligro de que se produjeran nuevos aludes era tan grande que hubo que suspender las operaciones de salvamento.
Sólo en 1951, perecieron en Suiza, a causa de las avalanchas, unas cuatrocientas personas. Por fortuna no todos los años se producen en los países montañosos tales catástrofes.
Numerosos son los factores que han de intervenir para que se produzca una avalancha, entre los que podemos mencionar la cantidad de nieve caída, la temperatura y la evolución del glaciar.
Cuando todos los elementos están presentes, el más pequeño incidente (por ejemplo, un disparo de fusil) puede provocar el cataclismo.
Por esta razón se toman todas las medidas de precaución posibles, principalmente en primavera, que es cuando los riesgos de avalancha son más grandes.
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