Biografia de Enrique III de Inglaterra
Biografia de Enrique III de Inglaterra
Desde la conquista de Inglaterra por los duques de Normandía y la entronización de la dinastía de los Plantagenets, el país había vivido bajo un régimen feudal mitigado por la autoridad del monarca.
Éste, que a la vez era señor de extensos territorios en Francia, practicaba una "política de influencia en el Occidente de Europa, como se había visto bajo Enrique II y Ricardo Corazón de León.
Éste, que a la vez era señor de extensos territorios en Francia, practicaba una "política de influencia en el Occidente de Europa, como se había visto bajo Enrique II y Ricardo Corazón de León.
Pero en el siglo XIII la autoridad de la corte y la política exterior de los Plantagenets reciben durísimos golpes. Iniciada la decadencia durante el reinado de Juan Sin Tierra (1199-1216), la crisis constitucional inglesa se manifiesta bajo su hijo primogénito y sucesor, Enrique III, personaje dotado de varios de los elementos de un carácter distinguido, pero soñador, iluso, soberbio y extravagante, que no supo medir la realidad de los hechos ni acertar en las soluciones requeridas por los problemas planteados.
La Historia nos enseña que en su gobierno la monarquía de los Plantagenets estuvo al borde de la ruina y que, por otra parte, perdió la mayoría de las posesiones feudales que tenía en Francia.
Nacido el 1° de octubre de 1207, ascendió al trono de Inglaterra a la muerte de su padre Juan, ocurrida el 19 de octubre de 1216.
La situación del reino era deplorable: los nobles y los eclesiásticos amparábanse en las estipulaciones de la Carta Magna de 1215 para limitar el poder de la monarquía, y ésta se hallaba, además, amenazada por el pretendiente francés Luis (más tarde Luis VIII).
Irlanda sólo estaba sujeta nomi-nalmente; el País de Gales era de hecho independiente, y en Francia Felipe Augusto se había adueñado de todas las provincias de los Plantagenets al Norte del Loira.
Para rehacer aquel estado de cosas habría sido preciso un rey genial como Enrique II y no un niño caprichoso como Enrique III.
Apoyado por el Papado, el nuevo soberano pudo superar los difíciles años de su minoridad. En este período ejercieron la regencia primero Guillermo Marshal (hasta 1219) y luego Huberto de Burgh, los cuales, con el auxilio de los legados pontificios, pudieron hacer frente a las turbulencias del baronazgo.
Enrique III fue declarado mayor de edad en 1223 por el papa Honorio III; pero hasta 1227 no se encargó efectivamente del poder. Durante este tiempo, Luis VII de Francia había conquistado Poitou y sus anejos aquitanos.
La mayoría de edad de Enrique III coincidió con la muerte de Luis VIII, quien dejaba como rey a un niño, Luis IX.
Enrique quiso utilizar esta ocasión para recuperar las posesiones inglesas en Francia, proyecto que estuvo a la base de todas sus acciones gubernamentales. Pero si el momento era oportuno, él no supo proceder con tacto, decisión y energía. Fomentó rebeliones, comprometió intereses, se embarcó en locas aventuras, y, por último, fracasó por su incapacidad y cobardía.
Tal es la historia del ataque de 1230, realizado contra el Oeste de Francia, y la de la «ofensiva» de 1242, detenida por los franceses en Tailleburg. Este último fracaso fue coronado por la firma del tratado de Burdeos de 1243. Incluso le fue difícil conservar la Gascuña, que sólo fue pacificada por la mano de hierro del conde de Leicester, Simón de Montfort (1248).
En el interior, la política real corría de tropiezo en tropiezo. Enrique III mortificaba a todos sin lograr captarse la simpatía de nadie. Pobló el gobierno de extranjeros, en particular franceses de Poitou.
Ya en 1234 hubo un primer conato de rebeldía. Amenazado con la excomunión por el arzobispo de Canterbury, Edmundo Rich, Enrique III se vio obligado a desterrar a Pedro des Roches y sus satélites. Pero muy pronto los reemplazó por otras criaturas suyas, que debían su fortuna al capricho real o a la voluntad de la reina, Leonor de Provenza (1236).
En esta época concedió grandes prerrogativas a otro extranjero, Simón de Montfort, a quien dio la mano de su propia hermana (1238).
Esta falta de respeto a los principios constitucionales de Inglaterra, su política tributaria agotadora, su falta de palabra y de buen criterio, y el fracaso militar de 1242, prepararon la gran revuelta de 1258, una de cuyas palancas fue la asamblea o «parlamento» nacido de la frecuente demanda de subsidios.
La revuelta fue motivada por la sujeción del rey a la voluntad del Papado y la aceptación de la corona de Sicilia para su segundo hijo, Edmundo (1255). Simón de Montfort, que se había pasado a la oposición, fue aglutinando a los descontentos.
En 1258 éstos impusieron a Enrique III las Provisiones de Oxford y un Consejo de los Quince, encargado de tutelar al gobierno.
El rey, asegurado por el lado de Francia después del tratado de París de 1259 (por el que reconocía las conquistas de los Capetos en los territorios franceses de los Plantagenets), dio en 1261 un golpe de estado que le devolvió el poder.
Pero tres años más tarde fue derrotado ignominiosamente en Lewes (14 de mayo de 1264) por Simón de Montfort.
Aquí termina el reinado de Enrique III. Pues aunque no murió hasta el 16 de noviembre de 1272 en Westminster, la obra de restauración monárquica fue debida a su hijo Eduardo I.
Fue gracias a la política de este príncipe, que los legitimistas derrotaron a Montfort en Evesham (1265) y que se puso término a la guerra civil por el estatuto de Marlborough de 1267.
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