La Mujer en las Cruzadas Cristianas en Jerusalen

La Mujer en las Cruzadas Cristianas en Jerusalen

En le noche del 27 de noviembre de 1095 se acabó la tela roja era la ciudad de Clermont, Francia; Urbano II, el "Papa de Oro", había abandonado sus suaves modales y esgrimido el más formidable de sus recursos: la oratoria.

Y ante una muchedumbre entusiasmada, el ex monje de Cluny proclamó le Guerra Santa contra los infieles.

Sus palabras desencadenaron uno de los movimientos más espectaculares y curiosos en la historia de la humanidad.

En Clermont la población se lanzó a fabricar cruces rojas que cosían en sus vestiduras.

Agotada la tela, se recurrió al tatuaje y al hierro candente.

Franceses y alemanes vieron atravesar sus fronteras a un personaje del Antiguo Testamento: Pedro el Ermitaño; especie de profeta velludo y desgarbado, instaba a los pueblos a dejarlo todo y a tomar la cruz y las armas.

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Y era tal el fervor que despertaba en las muchedumbres, que arrancaron el pelaje de su muía para convertirlo en reliquias.

La consigna "Dios lo quiere?" sacudió a los nobles.

El primero en responder a Urbano II fue Raimundo, conde de Tolosa. Valiente católico, pero mujeriego y pendenciero, atravesó sus dominios recibiendo el homenaje popular.

A través de su único ojo —salvado, según la leyenda, de una feroz riña—vio que las campesinas francesas habían cubierto su camino con hojas y ramas perfumadas.

Pero también partieron trovadores, poetas y caballeros que empuñaban la pluma.

Fueron ellos los que —faltando a las cifras y maquillando los acontecimientos— entregaron a la posteridad las anécdotas y leyendas de esta gran epopeya cristiana.

HISTORIA VI:

LA MUJER EN LAS CRUZADAS

"El diablo escucha con sumo placer la prédica de una cruzada, porque en la peregrinación de la cruz una multitud de nobles damas se convierten en cortesanas, y millares de doncellas perdían su inocencia."

Esta carta, del sacerdote Luis Marcilla a una señorita llamada Domicilia, que deseaba partir a Tierra Santa, revela sólo una de las facetas de la mujer en las cruzadas.

Si bien hubo aventureras que tuvieron "trato infame y abominable con un turco" (Alberto de Aix), los trovadores emocionaron a las castellanas qué permanecían en Occidente con cantos sobre las damas cruzadas.

Así, se conservaron historias como la de Margarita de Henao, que recorrió el Oriente buscando el cadáver de su esposo muerto por los turcos, y la de una princesa llamada Ida.

que desapareció en el tumulto de una batalla y terminó sus días en el harem de un califa.

Los juglares también se inspiraron en el coraje de las que tomaron la cruz: una mujer cristiana que ayudaba a los sitiadores de Tolemaida a Henar un foso cayó mortalmente herida.

Antes de morir rogó encarecidamente a su marido que arrojara su cadáver al foso para ayudar a los cristianos a sortear ese obstáculo. Incluso, la leyenda cuenta que existió un batallón de mujeres, dirigidas por un jefe del mismo sexo.

Y era tan reluciente la armadura que "la generala", que musulmanes y cruzados llamaban "la dama de las peirnas de oro".

Un poeta que empuñó la pluma durante la Tercera Cruzada dejó a la posteridad el relato del romance más famoso de la Epopeya Cristiana.

Un caballero llamado Raúl de Coucy, perdidamente enamorado de la esposa del señor de Fayel, se enroló a los cruzados pare poder visitar con más facilidad a su amada, que también viajaba a Palestina.

Pero Coucy murió en una batalla y antes de expirar le pidió a un fiel amigo que entregara su corazón a la hermosa Gabriela.

Sin embargo, el señor Fayel se enteró del episodio.

Y en un rapto de celos obligó a su mujer a comerse el corazón del romántico caballero.

Las mujeres musulmanes nunca tuvieron la libertad de las damas cruzadas.

Un ejemplo son los apuntes de un emir árabe del siglo XII, Ousama:

"Los trancos son superiores a todos en el valor y el ardor en los combates, pero no en otras cosas... No celan a sus mujeres. Si uno de ellos, acompañado de su esposa, se encuentra con otro, deja que éste le tome la mano..."

Es ésta una de las razones por lo cual muy pocas participaron en los combates.

Orderico Vital es el único de los cronistas de Occidente que conservó algunas anécdotas sobre las musulmanas.

Así, hizo famosa a Fátima, una de las mujeres del emir Balac.

Estando cautiva en una fortaleza sitiada por los sarracenos, aconsejó a los soldados cristianos no rendirse.

Su principal móvil, fue —según Vital— su deseo de no volver nunca más donde su marido.

También relata la historia de la hija del gobernador de Antioquía, que cayó en poder de los cristianos al tomar éstos la ciudad.

Al ser devuelta a sus familiares, la princesa rompió a Morar amargamente.

Al preguntársele la causa de su pena, aseguró:

"No podré comer ya la exquisita carne de cerdo", alimento prohibido por el profeta de Alá.

Pero en donde los trovadores mejor mezclaron la fantasía con la realidad fue en el encuentro del rey Ricardo Corazón de León, prisionero del duque Leopoldo de Austria.

Mientras en Europa se ignoraba el paradero del rey de Inglaterra, un caballero llamado Blondel juró "que buscaría a su señor por toda la tierra hasta que le hubiese encontrado".

Blondel y Ricardo habían compuesto juntos varias canciones y ésta afición a la música los había unido.

Encontrándose un día frente al castillo de Duresten, en la ribera del Danubio, escuchó la primera copla de una canción que habían compuesto juntos.

Después de contestarle el segundo verso, partió a Inglaterra a contar el paradero de su rey. Así, los trovadores medievales libraron otra importante batalla contra el olvido de las generaciones futuras.

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