Los Principes Engañados en el Dreadnougth:Errores de la Humanidad

Grandes Errores de la Humanidad

Los príncipes que nunca llegaron, lo primero que se supo acerca de la visita real fue un telegrama enviado por el ministerio de asuntos exteriores, desde Londres, a la flota anclada a la altura de Waymouth, Dorset.

Transcurría el año 1910 y el poder naval de Inglaterra no tenía parangón.

El mayor barco de la flota era el HMS Dreadnougth, nave capitana de la armada real.

Y fue el Dreadnougth el que recibió el mensaje del ministerio de asuntos exteriores.

El telegrama, firmado por el subsecretario de exterior, sir Charles Hardinge, ordenaba que el barco se preparara para recibir a un grupo de príncipes abisinios.

La marina debía darles una buena acogida, hacerles sentirse importantes y, en general, impresionarles con la invencibilidad del poder imperial.

Los oficiales del Dreadnougth se dieron a la tarea y jamás sospecharon que el telegrama pudiera no ser genuino.

Mientras tanto, en la estación de Paddington, en Londres, un hombre elegante, con sombrero de copa y chaqué, hablaba confidencialmente con el jefe de la estación.

Se presentó como Herbert Cholmondesly, del ministerio asuntos exteriores, y solicitó un tren especial, dispuesto para transportar hasta Weymouth a un grupo de príncipes abisinios.

Quería ese tren inmediatamente.

El jefe de la estación se apresuró a preparar un coche destinado a los VIPs, sin sospechar que Cholmondesly pudiera ser un impostor.

El «hombre del Foreign Office» era William Horace de Vere Cole, un acaudalado joven de la alta sociedad, un bromista fuera de lo común. Fue él quien envió el telegrama al barco.

Y los cuatro «príncipes abisinios» que abordaron el tren eran sus amigos: la famosa novelista Virginia Woolf; Guy Ridley, hijo de un célebre juez; el deportista Anthony Buxter y el pintor Duncan Grant.

Todos habían sido maquillados, caracterizados y vestidos por el experto maquillador teatral Willy Clarkson.

Durante el viaje, estaban acompañados por un «intérprete»: Adrián, el hermano de Virginia Woolf, y por el propio Cole, el bromista.

El grupo llegó a Weymouth y fue recibido por una fastuosa alfombra roja y una guardia de honor.

Al llegar a bordo del Dreadnougth, que había sido engalanado con gallardetes para la real visita, se sorprendieron al ser saludados con honores que habitualmente sólo se reserva a los almirantes.

No pudo encontrarse en ninguna parte ni lá bandera ni la música del himno nacional de Abisinia.

En su lugar, los atribulados oficiales ordenaron izar la bandera de Zanzíbar, y la banda ejecutó el himno de ese país.

Nadie debería haberse preocupado: los príncipes no podían notar la diferencia.

Mientras, el grupo recorría el barco, distribuía tarjetas de presentación impresas en swahili y sus integrantes hablaban entre si en latín, con un acento irreconocible.

Todo lo que se les mostraba era saludado por ellos con la complacida expresión de «Bunga-bunga».

Se les dispensaron todas las formas de la hospitalidad.

En retribución, trataron de rendir honores militares abisinios a algunos de los oficiales de alto rango.

Pidieron esteras para rezar al ocaso, pero rehusaron todos los ofrecimientos de comida y bebida «por razones religiosas» <habían sido advertidos por el maquillador Clarkson de que, si trataban de comer algo, sus falsos y abultados labios podrían caerse).

La artimaña casi fue descubierta en dos ocasiones.

Primero, cuando Anthony Euxton estornudé y la mitad de su bigote desapareció y consiguió pegarlo de nuevo antes de que nadie lo notaras y luego cuando el grupo fue presentado a un oficial pariente de Virginia Woolf y que también conocía muy bien a Cole.

Pero el oficial no vio a Virginia detrás del disfraz y, lo que es asombroso, no demostró ningún indicio de reconocer a Cole cuando le fue presentado.

El grupo real dio por finalizada la visita de manera precipitada y, después de posar para las fotografías, volvió a Londres; allí, sus miembros revelaron su bochornoso engaño.

Toda la operación había costado a Cole 4.000 libras, una suma principesca para aquellos tiempos.

Pero Cole hubiese pagado casi cualquier suma y llegado casi a cualquier lugar extremo para gastar una broma pesada.

Una vez se vistió de obrero y cayó un enorme pozo en el centro del bullicioso Piccadilly londinense.

Durante varios días, se dedicó a contemplar su pozo y el rostro desorientado de los numerosos concejales que se acercaron a visitar la obra. Transcurrió una semana antes de que advirtieran que habían sido engañados y rellenaran el pozo.

En otra ocasión Cole paseaba por Westminster con un miembro del parlamento; en un momento dado, el archibromista afirmó que podía ganar al diputado una carrera hasta la próxima esquina, incluso dándole 10 m. de ventaja

. El diputado aceptó, sin darse cuenta de que Cole había deslizado un reloj de oro en su bolsillo.

Cuando el parlamentario comenzó a correr, Cole gritó: «Al ladrón!», y llamó a un Policía para que registrara los bolsillos del «fugitivo».

El reloj estaba en su bolsillo, de manera que el parlamentario fue conducido rápidamente a la comisaría más cercana, donde tuvo la desagradable tarea de persuadir a la policía de que todos habían sido engatusados.

Pero las bromas favoritas de Cole incluían siempre disfraces.

Mientras era estudiante en la universidad de Cambridge, se disfrazó de sultán de Zanzíbar e hizo una «visita oficial» a su propio colegio.

Fue conducido hasta muy cerca de sus propias habitaciones,

Otra de sus extrañas representaciones consistió en asistir a una reunión de dirigentes sindicales.

Marchó decididamente hacia la tribuna para dirigirles un discurso.

La audiencia estaba esperando una arenga del primer ministro laborista, Ramsay MacDonald Y Cole, verdadera. mente, se parecía muchísimo al primer ministro, luego de pasar horas maquillándose ante el espejo.

El verdadero MacDonald, entre tanto, estaba «perdido» en algún lugar de Londres, a bordo de un taxi conducido por cómplices de Cole.

El orador estaba diciendo a los dirigentes sindicales que todos deberían trabajar más y recibir menos salarios.

El discurso no fue acogido muy favorablemente.

Enlace Externo: El Engaño del Dreadnougth


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