Biografia de Anne de Lenclos: Vidas Insolitas de Amor

Anne de Lenclos - Famosos Amantes de la Historia

Anne de Lenclos, La maestra del amor

Anne de Lenclos (1616-1705), una cortesana francesa delicadamente atractiva, dio un primer paso en favor de la liberación de la mujer.

La educó un padre cariñoso que era a la vez un músico con dificultades y un macarra a ratos.

Le enseñó a tocar el arpa, a bailar con gracia desde los 12 años de edad, a pensar por sí misma y a citar los ensayos de Montaigne.

Pero, por encima de todo, le enseñó a comprender los instintos hedonistas de hombres... y de mujeres.

Ninon, así le llamaron, desarrolló un ingenio mordaz y un agudo sentido del negocio.

Sus padres murieron cuando tenía veinte años, y ella invirtió una pequeña herencia con la habilidad suficiente para disfrutar de una pequeña renta vitalicia.

Anne de Lenclos - Famosos Amantes de la Historia

Pronto se vio sitiada por una clientela acomodada, a menudo aristocrática, dispuesta a pagar generosamente por sus favores sexuales.

Pero ella no era una prostituta, y seleccionaba a sus amantes en función de su capacidad para devolverle el calor que ella daba.

«Se necesita cien veces más inteligencia para amar adecuadamente que para mandar un ejército», decía, y añadía a menudo: «El amor sin gracia es como un anzuelo sin cebo».

No le costaba mucho llevar a la práctica sus acertadas opiniones sobre el amor.

Cuando el conde de Choiseul demostró no estar a la altura en la cama, le despidió con una línea de Corneille: «¡Oh, cielos, cuántas virtudes me hacéis odiar!».

Un abate y un mariscal quedaron sometidos tan fuertemente a su hechizo que ambos reivindicaban el honor de haberla embarazado y tuvieron que decidir el caso recurriendo a los dados.

Venció el militar y educó con orgullo a su hijo.

Incluso el cardenal Richelieu deseó su cuerpo, aunque ella prefería la mente de él.

Ninon prevaleció sobre su amiga y rival, Marión Delorme, y satisfizo al famoso cardenal, pero previo pago de 50.000 coronas.

El «negocio» de Ninon floreció. Dividió a sus amantes en tres clases: «los paganos, los mártires y los favoritos».

El filósofo Saint-Evremond fue un favorito, y lo propio le cupo al marqués de Sévigué, que le inspiró la siguiente rapsodia de amor:

¡Amor, siento tu furia divina! Mi desazón, mis arrobos, todo anuncia tu presencia. Hoy se levanta para mí un nuevo sol; todo vive, todo tiene alma, todo parece hablarme de mi pasión, todo me invita a darle ánimos...

Desde que te amo, mis amigos me son más queridos; me amo más a mí misma; los sones de mi laúd se me antojan más conmovedores, mi voz más armoniosa.

Si quiero tocar una pieza se apoderan de mí la pasión y el entusiasmo; los efectos que provocan me obligan a parar a cada momento.

Luego sigue a mi arrobo un ensueño profundo, lleno de delicia.

Estás siempre presente; te veo, te hablo, te digo que te quiero...

Me felicito y me arrepiento; deseo tenerte y deseo huir de ti; te escribo y rompo a pedazos mis cartas.

Leo de nuevo las tuyas; me parecen ahora más galantes, más tiernas, pocas veces apasionadas y siempre demasiado breves.

Consulto mis espejos, pregunto a mis sirvientas sobre mis encantos.

En definitiva, te quiero; estoy loca; y no sé qué será de mí si no cumples tu promesa esta noche.

Pero el lío de Ninon con el hijo del marqués parece que tuvo el efecto contrario, la actuación del joven caballero en la cama fue tristemente defectuosa.

Tenía «un alma de buey hervido», dijo ella, «un cuerpo de papel mojado, con un corazón como una calabaza en un fricasé de nieve».

A la edad de cuarenta años, Ninon de Léñelos tenía la reputación «Dame des Amours», dijo Horace Walpole unos años más tarde.

La inteligencia de Ninon comprendió que «la virtud de las mujeres es el mejor invento de los hombres».

Al emanciparse, pudo afirmar a menudo que la moralidad de los hombres y de las mujeres era idéntica; que reducir a la mujer al papel de objeto sexual puramente para el placer de los hombres equivalía a excluirla totalmente del cumplimiento de todo lo que era capaz.

Ninon trataba de igual a igual a sus clientes y esperaba de ellos la misma consideración.

Tenía también instintos de maestra, y fundó la Escuela de la Galantería.

Sus alumnos eran jóvenes aristócratas, cuyas madres querían que aprendieran las artes más sutiles del amor.

Ninon, la principal diseñadora, trataba algunos temas básicos: la psicología de las mujeres, el cuidado particular de una amante o de una esposa, las técnicas del galanteo y de la seducción, y la manera de acabar una relación.

No faltaba tampoco un curso avanzado sobre la fisiología del sexo.

Su escuela se convirtió pronto en la locura de todo París.

Pero incluso así las clases podían no ser satisfactorias.

En este caso Ninon iniciaba con su alumno un programa demostrativo independiente.

Se lo llevaba a la cama para educarlo en el arte del juego previo y del coito.

Era, como Sócrates, un maestro sorprendente.

También las mujeres acudieron pronto a aprender sus expertos consejos sobre el arte de hacer el amor.

En lugar de admitirlas en los mismos cursos que sus alumnos masculinos —el concepto de coeducación sexual parecía, pues, que superaba su comprensión—, les daba consejos en privado.

Una mujer le preguntaba, por ejemplo: «¿Cómo han de ser de grandes los pechos de una mujer para atraer a un amante?», y ella contestaba: «Lo bastante grandes para llenar la mano de un hombre honesto».

Sin embargo, sus clases sobre lo que podría llamarse «El trato a una mujer» parecían indicar que consideraba la emancipación de las mujeres como algo reservado a casos como el suyo.

«Está muy bien guardar comida para otro día», dijo, «pero hay que tomar el placer como llega... Habla continuamente a tu mujer sobre ella y raramente sobre ti.

Ten por supuesto que está cien veces más interesada en los encantos de su propia persona que en toda la gama de tus emociones...

Ninon vivió hasta casi
noventa años de edad.

Recuerda que hay momentos en los que una mujer prefiere que se la trate con algo de brusquedad y no con un exceso de consideración; los hombres se ven derrotados más a menudo por su propia torpeza que por la virtud de la mujer...

Si tú eres el primero en dejar de amar, deja a la mujer la ventaja de romper contigo y de pasar por cruel... Cuando una mujer ha acabado con un hombre lo cambiar por cualquier cosa excepto por otra mujer.»

También llegó en una ocasión la tragedia.

Cuando Ninon tenía 65 años la persiguió su hijo natural, el caballero de Villiers.

Ella aceptó recibirle si el padre guardaba en secreto su real relación.

El muchacho se enamoró tan profundamente de su madre que ella decidió contarle la verdad mientras le abrazaba maternalmente.

El salió tambaleándose al jardín, gritó «¡Madre!» y se mató con su espada.

Ninon vivió hasta casi noventa años de edad.

El refinado y voluptuoso La Fare escribió lo que podría ser muy bien su epitafio:

«Nunca vi a Ninon en la flor de su belleza; pero a la edad de 50 años, e incluso pasados los 60, tenía amantes que la adoraban, y sus amigos eran los hombres más honorables de Francia.

La visitó hasta sus 90 años la mejor sociedad de la época.

Murió en plena lucidez, y con los encantos de su mente, que eran los mejores y más adorables que haya podido conocer en una mujer».

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