España y el Oro Americano:Carlos V y Felipe-Historia Economica

España y el Oro Americano
Carlos V y Felipe de España

historia sobre el oro

Cabría pensar que hacia mediados del siglo XVI España tuvo que ser, con mucho, la nación más rica de Europa.

Sin embargo, no lo fue.

La repercusión de esta incorporación inmensa y súbita a la riqueza monetaria fue sentida en el resto de Europa e incluso en el Extremo Oriente, pero en España no subsistieron beneficios duraderos de las hazañas espectaculares de los conquistadores y de los ríos de sangre que fluyeron de blancos e indios.

El oro entraba por un lado y desaparecía por otro, sin dejar rastro.

¿Cómo fueron los españoles capaces de desbaratar estas riquezas?

¿Por qué tan gran porción de los frutos de esa primera fiebre del oro acabó en manos de otros?.

Parte de las respuestas a estas preguntas radica en las peculiaridades del carácter de la España del siglo XVI.

Carlos V reinó junto con su madre en todos los reinos y territorios de España con el nombre de Carlos I (1516-1556)

Otra, y quizá mayor, fue resultado del entorno dinámico e incansable de la época, en donde la sociedad española estaba mal preparada para intervenir.

Una vez que el oro comenzó a llegar en cantidad, los españoles se mostraron mucho más activos en el gasto que en la producción.

Las enormes importaciones de oro y de plata estimularon las inclinaciones al gasto al mismo tiempo que ahogaban el incentivo hispano para la producción.

España se comportó como un individuo pobre que gana una fortuna en la mesa de juego, pero llega a creer que el dinero es su destino y no un acontecimiento aislado.

Y desde luego no volvió a repetirse: por copiosos que fueran durante el siglo XVI los envíos de oro a España, alcanzaron un punto máximo hacia la mitad del siglo y cayeron en picado a partir de 1610; los envíos de plata lograron su cenit hacia el ario 1600 e iniciaron un marcado declive a partir de 1630.

Durante el siglo XVI , cinco sextas partes de las mercancías salidas de España, sobre todo a las colonias, eran bienes cultivados o manufacturados en otros países.

A finales de ese siglo, las Cortes declaraban:

«Cuanto más [oro] llega, menos tiene el reino [...].

Aunque nuestros reinos deberían ser los más ricos del mundo [...] son los más pobres, porque sirven sólo como puente para que [el oro y la plata] vayan a los reinos de nuestros enemigos.»

Un observador español, Pedro de Valencia, escribió en 1608: «Tanta plata y tanto dinero ...]

han sido siempre un veneno fatal para las repúblicas y ciudades. Creen que las mantendrá el dinero y no es cierto; lo que proporciona sustento son los campos arados, los pastos y las pesquerías.»

Otro se quejaba: «La agricultura abandonó el arado y se vistió de seda, ablandando sus manos encallecidas [...].

Los oficios adquirieron aire de nobleza y se lucieron por las calles.»

En vez de transformar el oro y la plata en nueva riqueza productiva, los españoles pagaron a otros países con los metales preciosos y gastaron tanto que las deudas a países extranjeros se incrementaron en gran medida.

En fecha tan temprana como la década de 1550, una sentencia popular afirmaba que «España es las Indias de los extranjeros» porque harto buen dinero español era pagado a los foráneos a cambio de «puerilidades»: fruslerías como ajorcas, cristalería barata y naipes.

España había cometido un costoso error económico en 1492, el año de Colón, aunque la decisión produjo alegría y orgullo en el tiempo en que fue tomada.

Tanto los judíos como los musulmanes fueron expulsados en 1492.

Luego de su conversión al cristianismo, permanecieron algunos judíos, pero rápidamente se desintegró la vibrante comunidad intelectual que tan gran contribución habla hecho a España durante centenares de años.

La mayoría de los españoles cristianos de la época eran campesinos o soldados, analfabetos y sin conocimiento alguno de la aritmética elemental.

Los nobles se mostraban ociosos o se consagraban a la guerra.

Judíos y musulmanes, en contraste, eran instruidos, encabezaban e progreso científico y eran inmunes a las estrictas reglas cristianas contra la usura Fueron diestros administradores públicos y hombres de negocios.

Los musulmanes, en particular, poseían una larga tradición en el comercio, la importación y la exportación.

Con su partida, España perdió casi toda su clase comercian autóctona, que resultaba esencial en una época de dinámico desarrollo económico en toda Europa.

Cádiz y Sevilla, por el contrario, rebosaban de extranjeros: mercaderes y banqueros genoveses, prestamistas alemanes, fabricantes holandeses y suministradores de cualquier género de bienes, servicios y finanzas de toda Europa, incluso bretones y gentes de áreas tan lejanas como las costas de mar del Norte.

Casi todos los cuantiosos préstamos que recibió España durante el siglo XVI tuvieron financiados por extranjeros.

La salida de judíos y musulmanes constituyó una pérdida en otro sentido.

En razón de su situación geográfica, España no se hallaba en la ruta que seguían comerciantes y viajeros para ir de un lugar a otro.

La línea de países desde Francia hacia el este y la proyección de Italia y de Grecia hacia el Mediterráneo se encontraban en la encrucijada este-oeste de viajes y comercio a través de Europa.

No había necesidad de cruzar España a no ser que se viniera de África y, aun así, la península no constituía la única posibilidad.

Como resultado, el país tendió a quedarse más encerrado en sí mismo.

Sólo Sevilla, Barcelona y Bilbao mantenían conexiones significativas con el resto de Europa.

El ambiente cosmopolita procedía de judíos y musulmanes, quienes durante siglos habían mantenido contactos con otros países.

Su partida cortó el vínculo con el mundo exterior, dejando a España dependiente de forkeos leales a otras potencias.

Un estudio autorizado ha resumido la situación de España como una terrible paradoja:

El oro y la plata adquirían simplemente su rango internacional en España sin hallarse en modo alguno vinculados a la economía española…]

Existían una abundancia de metales sin ninguna evolución productiva y un alza de los precios sin alteración monetaria.

En suma, la España del siglo XVI se caracterizaba por una separación entre el dinero y las mercancías.

El gran despilfarro inspirado por el oro de España no radicó en el afán de lujo o en la pérdida de una complejidad comercial y financiera.

Se centraba en los sueños de gloria de los monarcas españoles.

El oro había estado siempre vinculado al poder.

Una vez que los reyes de España comprendieron cuánto les proporcionaría la nueva riqueza de los descubrimientos en las colonias americanas, se convencieron de que su fortuna era lo bastante grande pasa imponer al mundo su voluntad, especialmente en la candente cuestión del catolicismo frente al protestantismo.

Hacia mediados de ese siglo, la mitad de todos los negocios en España se llevaban a cabo por cuenta del rey.

Carlos V, que ascendió al trono en 1516 tras la muerte de su abuelo Fernando, estaba resuelto a hacer de España la potencia dominante en Europa.

Pero no le bastaba el poder de España.

También deseaba seguir los pasos de su otro abuelo y convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano.

A ese puesto no se llegaba por vía hereditaria; sólo era posible convertirse en emperador a partir de la elección de un grupo de alemanes designados por el Papa, los electores. Francisco I de Francia poseía ambiciones idénticas.

Estalló una intensa guerra de pujas por la compra de votos, en un ilimitado certamen de sobornos.

Francisco se hallaba respaldado por los banqueros genoveses y Carlos por los Fugger, la gran familia de banqueros de Augsburgo.

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