El Oro de los Incas Tesoros Usurpados Por Los Españoles
El Oro de los Incas
Tesoros Usurpados En Su Conquista
Antes de la llegada de los conquistadores españoles a Perú, así como a toda América central y del Sur, los incas constituían un potente imperio que puede colocarse entre los grandes edificadores de la historia universal.
En la época en que llegaron los conquistadores españoles, en la primera mitad del siglo XVI, los incas se encontraban divididos; el trono y el poder estaban siendo disputados por dos pretendientes: Huáscar y Atahualpa, que contaban con el apoyo de parte de la aristocracia.
Es en este momento cuando los españoles, conducidos por Francisco Pizarro, irrumpen en escena y comienzan sus campañas de conquistas en el año 1532.
En principio se enfrentaron a las fuerzas de Atahualpa, mucho más numerosas que las españolas, pero muy impresionadas por el armamento y en especial por los caballos y trabucos de éstas.
Los españoles lograron ganar la confianza de Atahualpa y atraerle a su campamento de Cajamarca, donde mataron a sus acompañantes y le hicieron pasionero, veamos como fue la historia...
LA HISTORIA DE LA CONQUISTA ESPAÑOLA:
Pizarro entró en la ciudad capital el 15 de noviembre de 1532 y, en una breve entrevista con Atahualpa, éste les instó a que le devolvieran las tierras tomadas y aplazaran la entrevista para el día siguiente.
Aquella noche los españoles se escondieron alrededor de la plaza.
Cuando al otro día llego el Inca con su escolta y se empezó a impacientar, cayeron sobre ellos sin previo aviso, ahuyentándoles y apresando a Atahualpa; al amanecer siguiente saquearon el campamento de la ciudad.
El clérigo que acompañaba a Pizarro corrió hacia donde se hallaba el conquistador y le previno: «Actúa al instante. Yo te absuelvo.»
Pizarro agitó un pañuelo blanco, tronó un cañón desde la fortaleza y sus hombres, algunos montados y otros a pie, se precipitaron hacia la plaza, lanzando su grito de batalla que invocaba a Santiago, patrón de España: «Santiago y a ellos!»
Los indios fueron presa del pánico.
Sorprendidos por el estruendo de la artillería y los mosquetes, y cegados por la humareda sulfurosa, no ofrecieron resistencia cuando los españoles los arrollaron con sus caballos y los acuchillaron indefensos.
La matanza de los indios continuó durante largo tiempo hasta que cayeron miles de ellos.
Es discutible el número de muertos, pero los prisioneros fueron incontables.
Algunos de los soldados de Pizarro deseaban ejecutar a los prisioneros o al menos incapacitarles, cortándoles las manos.
Pizarro se negó y liberó a todos con la acepción de un pequeño número de ellos que quedaron para atender las necesidades de los españoles.
Por su parte, Atahualpa observaba atentamente a los españoles.
Pronto descubrió que sentían un deseo aún más poderoso que el de convertirle al cristianismo: su amor al oro.
Un día Atahualpa propuso un trato.
Si Pizarro le dejaba en libertad, el Inca dispondría que en el plazo de dos meses la estancia por él ocupada fuese colmada de oro hasta la altura donde alcanzara su mano; el oro procedería del palacio real, los templos y los edificios públicos.
La estancia tenía de 5 m. de ancho, 7 m. de largo y 3 m de alto.
Ansioso de tantas riquezas, Pizarro aceptó la oferta.
Cuando Atahualpa se puso de puntillas, trazaron una línea roja en el punto hasta donde llegó; un escribano redactó las cláusulas del acuerdo y Atahualpa despaché correos para la ejecución de la tarea.
Pizarro también envió a la capital, Cuzco, emisarios que hubieron de recorrer 900 Km. por un escarpado camino entre las montañas.
Allí encontraron el gran templo del Sol cubierto de planchas de oro yen su interior momias reales, cada una sentada en un trono áureo.
Los españoles arrancaron de los muros del templo setecientas planchas del tamaño de la tapa de un cofre y un peso de algo más de dos kilos.
Así constituyeron doscientas cargas de oro que serían trasladadas a Cajamarca sobre los hombros de los humillados indios.
Esta fue simplemente una incursión preliminar; más tarde se llevaría a cabo una mayor y más rapaz expedición a Cuzco.
Mientras tanto llegaba oro de todo Perú, de los templos y palacios del Inca y de otros edificios públicos, para cumplir su pacto con Pizarro.
El metal revestía muchas formas: copas, aguamaniles, bandejas, vasos de variedades múltiples, ornamentos y utensilios, baldosas y planchas, curiosas imitaciones de distintos animales y plantas y una fuente que alzaba un deslumbrante surtidor de oro.
Pizarro seleccionó una pequeña muestra de esos objetos para remitirlos al emperador, Carlos V nieto de Isabel.
Éste había heredado de su madre, Juana la Loca, los reinos de España y era además emperador del Sacro Imperio Romano, cuyo trono ocupé su abuelo paterno.
Sólo Napoleón y Hitler Hitler en la cumbre de su poderío gobernaron una superficie mayor de Europa.
Excepto la reducida muestra que Pizarro enviéó a España, ni una sola pieza de aquel tesoro de la estancia de Atahualpa ha sobrevivido en su forma original, pero resulta asombrosa la menguada cantidad de obras áureas peruanas que escapó de las manos de los españoles y ha llegado hasta nosotros.
Con tal facilidad se obtenía oro de gran pureza de los depósitos fluviales de Perú que muy pronto surgió la orfebrería. Hacia 500 a.C. se hacían ya diademas, pendientes, brazaletes y placas.
Existen incluso objetos más antiguos con claras influencias chinas y vietnamitas, que sugieren que los marinos asiáticos cruzaban el Pacífico cuando los europeos apenas conseguían atravesar el Mediterráneo.
Bien es cierto que ignoramos si consiguieron regresar.
Los peruanos de la época de la conquista recubrían con finos panes de oro vasijas y máscaras de gran variedad, complejidad y opulencia.
Entre sus logros más espectaculares figuraron enormes copas de boca ancha con la forma de una efigie humana, difícil obra técnica con un efecto sorprendente en quien tas contemplaba.
Algunas de ellas muestran la cabeza en una posición invertida; se bebía así del cuello, indicio de que tales recipientes representaban quizá cabezas de enemigos derrotados.
Quien las utilizaba bebía simbólicamente en el cráneo de un adversario, al igual que los lombardos.
Se ha encontrado una túnica de lana que contenía 30.000 minúsculas placas de pan de oro.
En el otro extremo de la escala, los orfebres crearon planchas de oro con dibujos repujados y destinadas a cubrir las paredes, como las que los españoles arrancaron de los muros del templo de Cuzco.
A excepción de la pequeña muestra reservada a Carlos V, todo el tesoro acumulado en forma de ornamentos fue convertido en dinero.
Un objeto tras otro desapareció en los crisoles para ser transformado en lingotes de un tamaño uniforme.
Pizarro asigné esta tarea a los orfebres indios, los mismos hombres que habían creado esas maravillosas obras.
La tarea duró un mes entero, pero produjo 1.326.539 pesos de oro, cuyo valor fue calculado por Prescott en 15 millones de dólares cuando escribió su libro, durante la década de 1840.
En dinero actual equivaldrían a 270 millones de dólares, que en cualquier circunstancia representarían una espléndida retribución por los esfuerzos acometidos.
Mas esta cifra no puede revelar la repercusión de tal tesoro en las economías mucho más menguadas del siglo XVI.
El cálculo no incluye el trono en el cual el Inca hizo su tumultuosa llegada: 86 Kg. de oro de 16 quilates o el equivalente de la producción anual de las minas peruanas.
Pizarro se reservé este botín.
El tesoro que llenó la estancia de Atahualpa superaba el total de la producción anual en Europa en aquel momento o, dato todavía más impresionante, era comparable a veinte años de producción de las minas peruanas.
En contraste, vale la pena recordar que Justiniano empleó el doble de oro en Santa Sofía y que los tres millones de coronas del rescate de Juan II suponían más del doble de la masa de oro en la estancia de Atahualpa.
¡No es extraño que Justiniano creyera haber superado a Salomón y que los franceses se rebelaran ante los gravámenes que soportaron!.
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