La Vuelta al Mundo de Magallanes:Historia y Ruta del Viaje

La Vuelta al Mundo de Magallanes:Historia y Ruta del Viaje

El 26 de septiembre de 1519, parten del puerto de Sanlúcar de Barrameda cinco naves en una expedición secreta.

Al mando de ellas se encuentra el gran navegante portugués Fernando de Magallanes, que se propone bailar el paso que comunica los dos océanos y ser el primero en dar la vuelta al mundo.

El portugués Fernando de Magallanes obtuvo de Carlos V autorización para navegar hasta las Molucas, las islas asiáticas de las Especias, navegando hacia el oeste.

La misión debía demostrar que la redondez de la Tierra era cierta y a la vez abrir una nueva ruta comercial hacia Oriente.

Magallanes, nacido en 1480 en la población portuguesa de Ponte de Barca, fue amigo del cosmógrafo Ruy Faleiro, quien le hizo interesarse por las teorías de la redondez de la Tierra y lo indujo a concebir el proyecto de descubrir un paso entre el Atlántico y el llamado Mar del Sur para llegar a las Indias navegando hacia Occidente.

Mapa del Recorrido del Viaje Histórico

ruta de magallanes

El derrotero elegido por Magallanes casi lo lleva al desastre. Después de doblar el cabo de Hornos, siguió una dirección en diagonal a través de las calmas ecuatoriales y, en un océano plagado de archipiélagos, no divisó tierra desde el día en que entró en el Pacífico el 28 de noviembre de 1520 hasta que avistó Ouam el 6 de marzo de 1521.

PUNTO 1:

265 hombres en cinco naves se equiparon para el viaje: la Trinidad, comandada por Magallanes; La San Antonio, por Juan dé Cartagena; la Concepción, por Gaspar de Quesada; la Victoria, por Luis de Mendoza; y la Santiago, por Juan Rodríguez Serrano.
El 20 de setiembre de 1519 partieron de Sanlúcar de Barrameda.

PUNTO 2:

Cruzaron el Atlántico, tocaron las costas del Brasil en diciembre, y llegaron al Río de la Plata en enero de 1520. Durante un mes permanecieron en el estuario, realizando viajes de exploración.

PUNTO 3:

Desde el Río de la Plata prosiguieron viaje hacia el sur y, luego de descubrir la costa argentina -que tocaron en varios puntos- alcanzaron la bahía de San Julián el 31 de marzo de 1520.

En ese sitio Magallanes decidió detenerse a invernar. Tras superar varios conflictos con sus subalternos -algunos de los cuales fueron ajusticiados- y de perder una nave, la Santiago -que naufragó mientras efectuaba un reconocimiento-, prosiguió la navegación hasta el río Santa Cruz, donde permanecieron cincuenta y tres días.

El 18 de octubre continuaron el viaje hacia el sur.

PUNTO 4:

El 21 de octubre hallaron la boca del estrecho que Magallanes llamó de Todos los Santos -y que hoy lleva el nombre de su descubridor- y se dispusieron a atravesarlo.

Entretanto, la nave San Antonio, había desertado y emprendido viaje de regreso a España, en cuyo transcurso se cree que descubrieron las islas Malvinas.

PUNTO 5:

Sólo tres barcos, pues, realizaron la travesía del estrecho y salieron al Mar del Sur -al cual dieron el nombre de Océano Pacífico- el 28 de noviembre de 1520.

El cruce del océano se prolongó más de noventa días, durante los cuales murieron muchos tripulantes a causa de la falta de agua y de alimentos frescos.

PUNTO 6:

Por fin tocaron tierra en una isla que llamaron de los Ladrones (Archipiélago de San Lázaro, actualmente Filipinas) y, luego de aprovisionarse y de recuperar las perdidas fuerzas, recorrieron otras islas vecinas, cuyos habitantes les brindaron un recibimiento aparentemente cordial.

PUNTO 7:

Pocos días después, sin embargo, Magallanes y varios de los suyos fueron muertos en la isla de Mactan, cuyo rey se negaba a reconocer la soberanía de España.

Era el 27 de abril de 1521. Ante ese contraste, los demás expedicionarios decidieron levar anclas pero, para colmo de males, la nave Concepción se hallaba en pésimas condiciones, por lo que fue quemada, luego de haberla desmantelado.

PUNTO 8:

Sólo dos barcos prosiguieron entonces la travesía. Recorrieron numerosas islas -las Islas de la Especiería- donde hallaron oro y perlas, además de las codiciadas especias: clavo de olor, canela, nuez moscada, sándalo.

Así transcurrieron varios meses; al poner definitivamente proa a España, a fines de 1521, hubo que dejar la Trinidad que se inundaba para que fuese reparada.

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BREVE DESCRIPCIÓN DE VIAJE:

magallanes hernando

Durante los primeros 20 días mantuvo rumbo norte, quizás para dejar atrás los mares fríos lo más pronto posible.

Luego alteró su curso en forma gradual hacia el oeste, llegando al ecuador el 13 de febrero de 1521.

Avistó pequeñas islas el 24 de enero y de nuevo el 4 de febrero, pero no pudo desembarcar.

En el ecuador tomó la sorprendente decisión de continuar hacia el noroeste, en vez de hacerlo directamente hacia el oeste, rumbo a la supuesta ubicación de las Islas de las Especias.

Este hecho ha alimentado la conjetura de que Su principal destino era la mítica isla de Cipango.

En todo caso, hacia la fecha en que avistaron Guam, los exploradores ya bebían agua pútrida y comían galletas agusanadas, que "apestaban a orina de ratas".

Confrontados por ladrones' en la isla, Magallanes impuso el tono de la conducta europea en el Pacífico quemando sus aldeas antes de partir, ya reabastecidos, el 9 de marzo.

Una observación hecha por uno de sus compañeros de viaje sugiere que esperaba que su próxima recalada fuera en la costa de China.

Transcurridos siete días avistó Samar en las Filipinas: había encontrado por azar las islas que formarían el punto central de la navegación española en el Pacífico durante los siguientes 100 años.

Si bien la muerte de Magallanes a finales de abril en una imprudente intervención en conflictos locales perjudicó el prestigio español, la barcos que había zarpado tres años antes pudo volver a casa, a España, por el cabo de Buena Esperanza.

Se consideró que este hecho y su valioso cargamento de especias justificaron el viaje.

• EL VIAJE DE MAGALLANES:

La hazaña de Magallanes. En 1519, con diferencia de días, salieron de Sanlúcar de Barrameda dos expediciones capituladas para el Nuevo Mundo.

Una, la de Gil González Dávila, debía explorar desde Panamá hasta 1.000 leguas por el océano Pacífico, hacia el Poniente; la otra, la de Magallanes, descubrir un paso que, por el sur de América, condujese a la especiería. Fernando de Magallanes (h. 1480-1521), portugués de origen, hallábase ampliamente versado en cartografía y náutica.

Exploró la costa recorrida antes por Solís, y en marzo de 1520 llegó al puerto de San Julián; vióse obligado a invernar en la zona y a pasar fríos intensos, escasez de víveres y sublevaciones de la tripulación.

En octubre zarpó hacia el Sur, y, finalmente, descubrió el tan ansiado paso, en el estrecho que hoy lleva su nombre.

Treinta y ocho días duró la navegación del mismo, hasta llegar a mar abierto, que fue llamado océano Pacífico.

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DESCRIPCIÓN DETALLADA DEL VIAJE HISTÓRICO

1-El Rey de Portugal Rechaza a Magallanes

Un día del otoño de 1516, un soldado lisiado se prosternó torpemente ante su rey, Manuel I de Portugal.

El soberano contempló con cierto desagrado a Fernando de Magallanes.

En los últimos años, los superiores de quienes Magallanes había osado discrepar habían hecho correr informes malintencionados acerca de su conducta.

Mas no había quien pusiera en tela de juicio su noble cuna, sus brillantes hazañas militares y su inflexible lealtad a la Corona.

De mala gana, el rey Manuel le hizo seña para que hablara.

Magallanes relató que, a los 36 años, lo habían empobrecido ocho de navegar, explorar y combatir por la Corona en África y las Indias portuguesas.

Más aún, había sido gravemente herido tres veces al servicio del monarca, incluyendo una lanzada en la rodilla que lo dejó cojo para siempre.

Solicitaba humildemente un aumento en su pensión. Manuel I, que no era nada dadivoso, denegó la petición.

Sorprendido y dolido, Magallanes siguió arrodillado. ¿Podría entonces dársele el mando de alguna carabela rumbo a las Indias, para tratar de rehacer su fortuna? Tampoco, respondió el rey; no había lugar para él al servicio de Portugal.

2-Magallanes Viaja a España

El soldado, humillado, sólo pudo hacer una petición más: que se le permitiera servir a algún otro rey. Manuel lo despachó, rezongando que no le importaba dónde fuera o qué hiciera Magallanes.

Amargamente humillado, Magallanes pasó meses dando vueltas a aquellas ásperas palabras. Poco a poco fue forjando un plan.

Su amigo Francisco Serrano, que se había establecido en las Molucas, llevaba años rogandole para que se le uniera.

Magallanes  evocaba mapas y globos que había visto en el gabinete cartográfico real, en Lisboa, así como los insistentes rumores acerca de la existencia de un estrecho inexplorado, en el continente sudamericano, hasta el "Mar del Sur" (el Pacífico) que Balboa acababa de descubrir.

De conseguir dar con el estrecho, podría abrir una vía occidental a las Indias, en lugar del largo camino alrededor de África y a través del océano Indico que los portugueses usaban y defendían fieramente.

Por suerte para Magallanes, en España varios hombres de importancia ponderaban la misma posibilidad. Y todos convinieron en que Fernando de Magallanes, con su rica experiencia de las Indias, era el hombre más indicado para la empresa.

No bien lo llamaron de España, Magallanes abandonó Portugal.

3-El Visto Bueno de Carlos I Para La Exploración

A su tiempo, los que apoyaban a Magallanes le concertaron una entrevista con Carlos I de España, rey de 17 años que debía dar el visto bueno a la expedición. Todo marchó bien desde el primer momento.

El joven monarca quedó impresionado por el veterano rengo, con su apasionada ambición, su lógica geográfica y su conocimiento personal de las Indias.

Seguramente las hazañas pasadas de Magallanes y lo apasionante del viaje propuesto despertaron también el sentido aventurero del joven rey.

En cualquier caso, sabía bien qué beneficios podía esperar España si rompía el monopolio portugués del tráfico de especias abriendo un nuevo camino a las Indias por el occidente.

El 22 de marzo de 1518 el rey Carlos aprobó que se costeara "un viaje para descubrir tierras desconocidas" pasando por el estrecho, y designó a Magallanes capitán general de la expedición.

En Sevilla hicieron falta 18 meses para completar los preparativos del viaje. Tan largo retraso obedeció en parte a las maquinaciones del cónsul del rey Manuel en Sevilla.

Aunque el destino de la expedición era un secreto oficial, los espías de Manuel se habían enterado de la verdad, y el rey estaba dispuesto a evitar aquel intento español de apoderarse de las riquezas de unas Indias que él tenía por dominio personal.

Aun más siniestros eran los empeños de don Juan de Fonseca, obispo de Burgos y consejero del rey de España, y de los banqueros alemanes que sufragaban la expedición. Aterrados por las generosas recompensas prometidas a Magallanes por el rey Carlos, y temerosos de que la expedición resultara "demasiado portuguesa", decidieron limitar la autoridad de Magallanes.

Al cabo de unos meses de intriga, el obispo Fonseca consiguió que su hijo natural Juan de Cartagena fuera nombrado capitán de uno de los barcos (los demás estaban al mando de oficiales portugueses) y colocados en puestos clave otros españoles más.

Mientras tanto, Magallanes trabajaba metódicamente aprovisionando su flota para la exploración.

Fueron adquiridas cinco naves: la Trinidad (nave capitana de Magallanes), la San Antonio, la Concepción, la Victoria y la Santiago.

"Muy viejas y remendadas", escribía desdeñosamente al rey Manuel el cónsul portugués, "no quisiera navegar en ellas, así fuese a las Canarias, pues tienen las cuadernas como manteca."

No advertía que Magallanes, tan marino como soldado, mandaba reconstruir los barcos para que resistieran los azares del viaje.

Uno de los grandes problemas fue el reclutamiento de marineros suficientes para tripular la flota.

Los orgullosos marineros castellanos no querían servir a un comandante extranjero.

Peor aún: el taciturno Magallanes se negaba a decir exactamente adónde iba, y los marinos profesionales no se decidían a comprometerse en una expedición de dos años o más a "un mundo desconocido".

A decir verdad, parece que el único que se alistó gustoso fue Antonio Pigafetta, joven noble italiano que quería ver las "grandes y maravillosas cosas del océano".

Acaso fuera también secretamente espía de los mercaderes venecianos interesados en el tráfico de las especias. En todo caso, la historia tiene una deuda con Pigafetta, pues su diario, vívido y detallado, es una narración de primera mano de aquel trascendental viaje de Fernando de Magallanes.

Pese a las dificultades, el capitán general consiguió al fin una tripulación completa de unos 250 hombres, que incluía italianos, franceses, alemanes, flamencos, moros y negros, a más de españoles y portugueses.

Parecía confiar en que su personalidad de hierro aglutinaría aquel conjunto heterogéneo en un cuerpo disciplinado.

4-Partida Hacia El Nuevo Mundo

El 20 de septiembre de 1519 todo estaba al fin dispuesto. Retumbó el cañón y ondearon banderas mientras las cinco naves enfilaron al Atlántico desde el puerto de Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir.

El 26 de septiembre abordaron las Canarias para acabar de abastecerse y tomar agua dulce.

A las pocas horas arribó un barco al puerto con una carta urgente para Magallanes de sus amigos de España.

El mensaje era alarmante: Cartagena y los suyos proyectaban amotinarse y matar al jefe. Fríamente, Magallanes decidió no hacer más de momento que vigilar de cerca a Cartagena. Confiaba en que,, llegada la ocasión, su experiencia de soldado seria más que suficiente ante cualquier insubordinación.

Pocos días después, la pequeña armada siguió hacia el sur por la costa de África. Las instrucciones de Magallanes fueron característicamente rotundas: "Seguid de día mi bandera y de noche mi farol."

Cojeando silencioso por el puente de mando de la Trinidad, repartía su atención entre el océano desierto, delante, y los cuatro navíos que espumaban detrás.

Antes de la puesta del Sol, hacía que sus capitanes se acercaran a la nao capitana y gritaran según se acostumbraba en aquella época: "Dios os salve, capitán general y señor, y a la tripulación del barco."

Por este procedimiento, Magallanes recordaba a todos los expedicionarios que su autoridad era absoluta.

Ardiendo de rencor, Cartagena esperaba una oportunidad de salir al paso al capitán general.

Llegó cuando Magallanes, fiel a su formación portuguesa, siguió el camino de da Gama, costeando África un trecho antes de poner rumbo al occidente por el Atlántico.

Cartagena preguntó incisivamente por qué la expedición no seguía un "itinerario español", diagonal hacia el sudoeste.

La respuesta lo dejó frío. Magallanes se limitó a decirle que atendiera a sus obligaciones y cumpliera las órdenes recibidas.

Después de sufrir violentas tormentas frente a Sierra Leona, la flota cambió al fin rumbo y puso proa a sudoeste, pero no tardó en quedar atrapada por las calmas chichas ecuatoriales.

Los barcos pasaron tres semanas quietos en el mar vitrificado.

La brea se derretía, los palos se resquebrajaban con el calor abrasador, y los hombres empezaron a rezongar sospechando que el viaje era inútil.  Pero el menudito capitán general seguía envuelto en su silencio acostumbrado.

Al fin se alzó el viento y los barcos reanudaron su camino. Las noticias son vagas y contradictorias, pero el hecho es que Cartagena volvió a desafiar la autoridad de Magallanes.

Un atardecer, en vez de gritar personalmente el saludo acostumbrado, se lo encomendó al contramaestre, que se dirigió groseramente al capitán general llamándolo "capitán" a secas.

Magallanes reprendió duramente al marinero, pero no hizo de momento nada contra Cartagena.

Sin embargo, tres días después Cartagena declaró rotundamente ante Magallanes que ya no obedecería sus órdenes.

Era rebelión abierta, exactamente lo que Magallanes estaba esperando. Agarró a Cartagena por la chorrera y con voz de hielo hizo constar que el español era su prisionero.

El rebelde quedó custodiado por otro oficial y aquella tarde un nuevo capitán obediente dio el grito en su lugar.

Vientos favorables empujaban a los barcos a través del Atlántico y no tardaron en perfilarse en el horizonte las costas de Brasil.

La flota navegó hacia el sur siguiendo costas vestidas de selva y ancló a mediados de diciembre en la espléndida bahía donde más tarde se alzaría Río de Janeiro.

Allí, Magallanes concedió a sus fatigados marineros un par de idílicas semanas en tierra.

Los indios de la región, anota Pigafetta, eran caníbales. Por suerte para los europeos, fueron recibidos como dioses y festejados con banquetes de lechón y piñas, cambio gratísimo después del cerdo salado y la galleta de a bordo.

Pasaron también muy buenos ratos persiguiendo a las muchachas indias, que iban desnudas y a quienes sus padres anhelaban dar como esclavas a cambio de un cuchillo o un hacha.

El matrimonio, por el contrario, lo respetaban celosamente los brasileños: "Pero no nos ofrecieron nunca a sus mujeres: además, no hubieran éstas consentido entregarse a otros hombres que no fuesen sus maridos, porque a pesar del libertinaje de las muchachas, su pudor es tal cuando están casadas, que no toleran nunca que sus maridos las abracen durante el día."

Magallanes, que se había casado poco antes con una española, se mantuvo apartado hasta que llegó el momento de reintegrar a sus deberes a los hombres reacios.

Había barricas de agua corrompida que lavar y dar.

El 27 de diciembre, entre los adioses lacrimosos de las muchachas nativas, el capitán general ordenó a sus hombres levar anclas y poner rumbo al sur en busca del estrecho.

5-El Motín de San Julián

El primer día del año 1520 pasó casi inadvertido.

Los vigías escrutaban la costa impenetrable de Brasil buscando señales del estrecho.

Cundió la esperanza cuando, al cabo de dos semanas y 1200 millas de navegación, descubrieron un vasto canal al oeste, hacia la latitud donde todos los mapas situaban el estrecho.

Pero el canal se estrechó en seguida, pues no era sino el estuario del río de la Plata.

Amargamente desengañado, Magallanes concluyó que los mapas estaban equivocados.

El estrecho debía de estar más al sur, en las heladas regiones de la Terra Australis, el legendario continente cuya existencia se suponía en lo bajo del globo terráqueo.

Muchos marineros se desanimaron tanto que quisieron regresar, pero la férrea voluntad de Magallanes y su desprecio de la cobardía les hicieron seguir.

Batidos por mares salvajes, vientos huracanados y granizadas interminables, los cinco navíos seguían adelante mientras se acercaban el otoño y el invierno australes.

El hielo empezó a trabar los aparejos; los marineros no daban abasto a quitarlo.

El mismo capitán general no dormía más de un par de horas seguidas y, como el resto de la tripulación, pasó semanas enteras sin probar una comida caliente.

Se cuenta que Cartagena masculló: "Este loco nos lleva a la destrucción.

Con la ambición puesta en encontrar el estrecho, acabará por crucificamos a todos."

A fines de marzo, Magallanes se compadeció de su tripulación aterida y decidió invernar en tierra.

La flotilla recaló en una bahía imponente pero abrigada, que llamaron Puerto de San Julián, cerca de la punta meridional de Argentina. Ningún nativo les dio la bienvenida.

Odo eran montes grises y playas desoladas.

Descendió sobre ellos, como una niebla, la depresión.

Llevaban seis meses en el mar y no habían llegado a nada ni encontrado nada.

¿De qué serviría a España aquella costa estéril? ¿Dónde estaba el imaginario estrecho hacia las islas de las especias?

Los capitanes rogaron a Magallanes que volvieran a la patria, o al menos a las latitudes más clementes del río de la Plata para pasar el invierno, pero Magallanes se negó tercamente hasta a discutió el asunto.

En seguida estalló el motín que tanto había esperado.

Según Pigafetta, el cabecilla era Juan de Cartagena.

Amo de tres barcos, al parecer planeaba lanzarse hacia la entrada del puerto y poner proa a España, pero no estuvo a la altura de Magallanes, quien metió algunos de sus hombres a bordo de un barco amotinado para que se apoderasen de éste, y una vez dueño de tres barcos cerró la boca del puerto y recuperó el dominio sobre las cinco naos.

Magallanes juzgó inmediatamente a corte marcial a los jefes de la conjuración y todos ellos fueron hallados responsables de amotinamiento.

Con sombrío sentido teatral, dispuso una ejecución ritual ante un fondo de rocas ásperas, en presencia de oficiales y marineros.

Uno de los capitanes amotinados fue llevado al tajo y allí su propio sirviente le cortó la cabeza.

Su cuerpo y el de otro capitán muerto en la pelea fueron arrastrados y descuartizado, y los miembros colgados de cuatro horcas alzadas en la playa de la bahía.

La autoridad de Magallanes estaba restablecida incuestionablemente.

En cuanto uan de Cartagena, acompañado de un clérigo amotinado, fue abandonado cuando la flota al fin volvió a ponerse en marcha.

6-Los Patagones

Pasaron dos meses en Puerto de San Julián antes de ver nativos, hasta que "un día vimos de repente un hombre desnudo de estatura gigantesca, bailando en la playa, cantando y echándose polvo en la cabeza ...

Este hombre era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura.

De hermosa talla, su cara era ancha y teñida de rojo, excepto los ojos, rodeados por un círculo amarillo, y dos trazos en forma de corazón en las mejillas.

Sus cabellos, escasos, parecían blanqueados con algún polvo."

No tardaron en aparecer más gigantes, que entablaron buenas relaciones con los exploradores, hasta el punto de bailar con ellos, dejando huellas de medio palmo de profundidad en la arena.

Al parecer rellenaban con hierba seca las pieles en que se envolvían los pies, a fin de proporcionarse más calor, lo cual daba la impresión de unos pies descomunales, por lo que Magallanes llamó "patagones" a los gigantes, y la comarca no tardó en ser conocida con el nombre de Patagonia.

7-Al Fin, El Canal Buscado

Con el apremio de seguir la exploración, Magallanes mandó la Santiago a reconocer la costa hacia el sur.

El barco se perdió en una tormenta, pero los sobrevivientes (por suerte todos, menos uno) informaron haber hallado un puerto mucho más favorable.

A él se dirigieron a fines de agosto los cuatro barcos restantes, después de cinco meses en el tétrico fondeadero de Puerto de San Julián, y allí permanecieron hasta el 18 de octubre.

Para entonces se acercaba rápidamente la primavera austral y Magallanes ansiaba seguir la busca del huidizo estrecho. Tres días después y aproximadamente cien millas más al sur, la flota costeó un cabo arenoso y entró en otra vasta bahía.

Los capitanes protestaron diciendo que era inútil perder tiempo explorándola: no podía haber estrecho en el extremo occidental de la bahía.

Pero el capitán general no estaba dispuesto a perder ninguna oportunidad.

Ordenó a los capitanes de la Concepción y la San Antonio que buscaran en la bahía una salida por el oeste.

Una repentina tormenta hizo desaparecer los dos barcos tras un promontorio rocoso que asomaba en la bahía, y el viento impidió a Magallanes seguirlos durante dos días.

Cuando por fin consiguió doblar el cabo, no tardó en ver los dos barcos perdidos, con gallardetes al viento y disparando cañonazos.

De fijo tenían buenas nuevas, pero el capitán general, con su dominio acostumbrado, no prorrumpió en expresiones de alegría.

Se limitó a inclinar la cabeza y santiguarse.

Pronto la San Antonio se acercó para que su capitán anunciara gozoso que los barcos habían navegado más de 100 millas por un canal angosto y hondo, con marcas muy notables y sin rastro de agua dulce.

No era la desembocadura de un río, debía de ser el estrecho al gran Mar del Sur.

La flotilla se adentró majestuosamente por un paso imponente, entre montañas altísimas.

"Y pensaron que en el mundo no había mejor ni más hermoso estrecho que éste", declaró Pigafetta entusiasmado.

Este estrecho de Todos los Santos, como lo llamó el capitán general, y que hoy lleva, con justicia, su nombre, no es un canal ordinario.

Su anchura varía entre 3 y 30 kilómetros, y constituye un laberinto líquido lleno de quiebros, vueltas y ramificaciones que llevan a incontables callejones sin salida y angosturas.

Salvo unas cabañas llenas de cuerpos momificados y la breve visita de una canoa de nativos que desaparecieron misteriosamente en la noche, los exploradores avistaron pocas señales de vida humana.

Pero más adelante vieron parpadear y lucir hacia el sur muchas hogueras, y Magallanes llamó al lugar Tierra del Fuego, como sigue llamándose hasta la fecha la gran isla que hay al sur del estrecho.

Toparon con una isla grande en el canal y Magallanes ordenó al capitán de su nave de mayor tamaño, la San Antonio, que explorara su lado meridional mientras el resto de la flota seguía por la orilla norte.

No tardaron en encontrar un buen lugar donde fondear en la desembocadura de un río pululante de sardinas. Magallanes puso a su tripulación a salar una buena provisión de pescado.

Luego, en vez de arriesgar su embarcación por aquellas aguas inexploradas, mandó algunos marineros en un esquife a buscar una salida al mar.

Pocos días después volvieron, gritando que la habían hallado.

La nueva produjo a Magallanes tal emoción que, según Pigafetta, aquel hombre de hierro lloró.

Pero la San Antonio no volvió. Teniendo que hubiera naufragado, Magallanes perdió cerca de tres semanas buscándola en vano, hasta que tuvo que rendirse a la triste evidencia de que la tripulación había desertado y retornado a España, llevándose gran parte de las escasas provisiones de la flota.

Aunque la catástrofe dejó a Magallanes bastante desabastecido, resolvió seguir hacia el oeste entre las brumas, vueltas y aguas agitadas del estrecho.

8-Hambre, Fatiga y Desolación

Finalmente, el 28 de noviembre, los tres barcos salieron de los 450 kilómetros de canal a un océano vasto y pacífico.

Después de la indispensable ceremonia de acción de gracias, Magallanes anunció a sus oficiales: "Señores, navegamos por aguas que ningún navío recorrió antes.

Ojalá siempre las hallemos tan sosegadas como esta mañana.

Con esta esperanza llamaré a este mar, Pacífico."

En vez de lanzarse osadamente al noroeste por la inmensa extensión del océano, Magallanes avanzó hacia el norte durante algún tiempo, siguiendo la costa de lo que hoy es Chile.

Aunque este derrotero sólo sirvió para aplazar la angustia de adentrarse en la soledad, trajo consigo una apreciable ventaja: algo de calor.

Los exhaustos marineros de Magallanes, que llevaban tiritando desde su llegada a Puerto de San Julián, más de ocho meses antes, se regocijaron al sentir que el sol y un aire más benévolo les acariciaban la piel.

Los barcos prosiguieron hacia el norte por espacio de casi tres semanas hasta que Magallanes, preocupado por la disminución de las provisiones, dio la orden decisiva de poner rumbo al noroeste.

La señal corrió de buque en buque, tres timones viraron a estribor y la flotilla se adentró en el mar abierto.

Magallanes no podía saber que en su recorrido pasaría de largo cerca de innumerables islas que salpican el Pacífico central, ni que aún lo separaba de las Molucas sin océano que cubre un tercio de la superficie terrestre.

El año de 1521 se inició sin novedad; día tras día, semana tras semana los vigías escrutaban el horizonte esperanzados, pero las anheladas islas no aparecían.

Se hubiera dicho que los tres barcos chapoteaban sin adelantar en un disco inalterable y enorme de agua azul, sin fin visible.

Los horrores del hambre no tardaron en ser una atroz realidad. Pigafetta recuerda con vivos tonos que comíais galleta y, cuando se acabó, buscaron tiligas, que estaban llenas de gusanos y hedían a olores de ratón.

Bebieron agua amarilla, podrida de varios días.

Y llegaron a comer pedazos del cuero con que habían recubierto el palo mayor para impedir que la madera rozase las cuerdas ...

Estaba tan duro que era preciso remojarlo en el mar durante cuatro o cinco días, y en seguida lo cocían y comían, lo mismo que el aserrín. Los marineros hambrientos, debilitados por el escorbuto, se disputaban las ratas atrapadas en la bodega.

El sufrimiento de sus hombres suscitó en Magallanes un imprevisto caudal de compasión.

Todas las mañanas cojeaba entre las víctimas, cuidando de los que habían escapado de la muerte durante la noche.

Pigafetta advirtió con admiración que el capitán general "nunca se quejan. nunca se hundía en la desesperanza".

Por fortuna, el 24 de enero, después de casi dos meses de navegar sin ver tierra, apareció en el horizonte un diminuto atolón deshabitado.

Los hambrientos marineros se atracaron de aves marinas y huevos de tortuga y renovaron su provisión de agua dulce.

Un par de semanas después vieron otra isla, pero el viento se llevó de largo a la flotilla sin que los pilotos pudieran remedlirio.

Siguieron pasando semanas.

El 4 de marzo llevaban 97 días viajando por el Pacífico- los hombres de la Trinidad comieron la última migaja.

Dos días después uno de los pocos que conservaban fuerzas para trepar a la arboladura gritó roncamente desde lo alto: "Gracias a Dios! ¡Tierra, tierra, tierra!"

La pequeña flota acababa de anclar ante la isla llamada hoy Guam, cuando la rodeó una multitud de canoas de balancín repletas de emocionados nativos que subieron a bordo en tropel, y con ágiles dedos se llevaron todo cuanto hallaron a su alcance.

La rapiña continuó hasta que algunos marineros, hartos, dispararon las Magallanes llamó desdeñosamente a aquella tierra la isla de los Ladrones.

Con los isleños en jaque merced al sencillo expediente de quemarles las chozas, el capitán general consiguió mandar una partida a tierra para que saqueara un poco.

Los europeos se apoderaron del agua dulce y la comida fresca de los nativos, que tanto necesitaban los enfermos de escorbuto, y disfrutaron una comilona de cerdo asado, pollo, arroz, ñames, plátanos y cocos.

Pocos días después se detuvieron en otra isla para volverse a avituallar, y en breve empezaron a recobrar salud los marineros agotados.

Curaron las úlceras, se afianzaron los dientes flojos, mejoraron las encías reblandecidas.

Fortificados y con el ánimo recuperado, los exploradores navegaron al oeste.

El 16 de marzo apareció otra isla grande, y en los días siguientes no dejaron de dibujarse en el horizonte nuevas islas. Magallanes fue comprendiendo que había dado con un enorme archipiélago desconocido.

Eran las islas Filipinas.

Aunque allí no había especias, los isleños tenían abundancia de oro y de perlas. Con el tiempo se constituiría un próspero comercio transpacífico entre las islas y los puertos españoles de las costas occidentales de América Central y del Sur.

Anclado ante una de las islas, Magallanes comprobó con emoción que virtualmente había dado la vuelta al mundo.

Al acercárselas una canoa llena de isleños, el negro Enrique, esclavo del capitán general desde sus días de juventud en el Lejano Oriente, habló a los nativos en malayo, lenguaje usado en todas las Indias.

Los isleños le entendieron y contestaron. Magallanes había salido de las Indias orientales ocho años atrás, en 1513. Ahora, a fuerza de alejarse continuamente de ellas, las iba alcanzando de nuevo.

Aquel momento supremo en la vida del capitán general parece haber ejercido sobre él un efecto extraordinario.

Siempre profundamente religioso, le acometió un obsesivo celo misionero.

Aplazó la última etapa de su viaje a las Molucas, se detuvo en la gran isla de Cebú, improvisó un altar en la orilla y comenzó a predicar a multitudes de nativos fascinados.

"El capitán les dijo que no debían volverse cristianos por miedo", informó Pigafetta, "ni por darle gusto, sino por su voluntad."

Sus sermones, traducidos por el negro Enrique, debieron de ser extraordinariamente eficaces. En un solo domingo, el 14 de abril, Magallanes bautizó a docenas de jefes locales, incluyendo al mismo rajá de Cebú, junto con centenares de súbditos.

"Después de haber plantado una gran cruz en medio de la plaza se pregonó que cualquiera que quisiera cristianarse debería destruir todos sus ídolos, colocando la cruz en su lugar. Todos consintieron.

El capitán, tomando al rey de la mano le condujo al tablado (adornado con tapicerías y ramas de palmeras) y se le bautizó con el nombre de Carlos, por el emperador... Mostré a la reina una imagen pequeña de la Virgen con el niño Jesús, que le agradó y enterneció mucho. Me la pidió para colocarla en lugar de sus ídolos y se la di de buena gana."

Fue entonces negociada una ,santa alianza" con el rajá, estableciendo la autoridad de España sobre Filipinas.

Sólo un jefe, que mandaba en la diminuta isla de Mactán, estuvo en desacuerdo con la conquista pacífica de Magallanes.

Embriagado por su éxito evangélico y político, el capitán general olvidó su cautela acostumbrada. Apiñó a toda prisa unos cincuenta voluntarios en tres botes y se lanzó a la disparatada empresa de someter la isla por la fuerza.

El 27 de abril de 1521, el pequeño ejército cristiano se acercó a la isla de Mactán con el agua hasta los muslos.

Los esperaban cientos de guerreros apostados detrás de una serie de hondas trincheras defensivas.

Ni siquiera los arcabuces, las ballestas y las armaduras de hierro de los europeos bastaron para contener a la horda de filipinos que gritaban mientras mandaban nubes de "flechas, jabalinas, lanzas con punta endurecida al fuego, piedras y hasta inmundicias, de suerte que apenas podíamos defendernos". Los cristianos no tardaron en salir huyendo derecho a sus botes.

Conducía la retaguardia el rengo capitán general, ya herido en la pierna por una flecha, con un puñado de soldados.

Durante una hora la reducida tropa luchó desesperadamente al borde del agua, contó Pigafetta, "hasta que al fin un isleño consiguió herir al capitán en la cara con una lanza de bambú. Desesperado, éste hundió su lanza en el pecho del indio y la dejó clavada.

Quiso usar la espada, pero sólo pudo desenvainarla a medias, a causa de una herida que recibió en el brazo derecho ... Entonces los indios se abalanzaron sobre él con espadas y cimitarras y cuanta arma tenían y acabaron con él, con nuestro espejo, nuestra luz, nuestro consuelo, nuestro guía verdadero".

Después de la muerte de Magallanes, las relaciones entre los exploradores y sus huéspedes de Cebú se echaron a perder rápidamente.

Los hombres de piel blanca parecieron de pronto menos divinos, más vulnerables.

El rajá, influido por un tripulante descontento, sospechó traición en los españoles.

El primero de mayo invitó a 27 oficiales de la flota a un banquete, les dejó comer tranquilamente hasta hartarse y a continuación mandó matar a la mayoría.

Esta catástrofe redujo a 114 los sobrevivientes de la expedición, que al principio contaba con unos 250 hombres.

No había suficientes marineros para tripular tres barcos.

Los sobrevivientes vaciaron y quemaron apresuradamente la Concepción, se refugiaron en la Trinidad y la Victoria y huyeron de Cebú.

El Regreso Triunfal a España

Sin un Magallanes que los dirigiera, los dos navíos vagaron por el mar de China meridional y el mar Sulú durante seis meses, pirateando ocasionalmente en perjuicio de los comerciantes de la región, hasta que toparon con la isla de Tidore, una de las Molucas.

Allí cargaron tal cantidad de especias, sobre todo clavo, que la Trinidad empezó a hacer agua. Tomaron entonces la decisión de dejarla atrás para carenarla, y la Victoria, mandada por Juan Sebastián de Elcano, se internó hacia el sudoeste por el océano índico en diciembre de 1521.

El largo viaje no fue tranquilo. Elcano, que había tenido que ver en el motín de Puerto de San Julián, no resultó popular como capitán.

Hubo conatos de motín y deserciones por el camino.

Las tormentas no dejaban doblar el cabo de Buena Esperanza.

Mientras remontaban la costa occidental de África no cesaban de morir marineros de escorbuto e inanición.

Hasta septiembre de 1522, el día 8, casi tres años justos desde su partida de España, la fatigada y crujiente Victoria no atracó en el puerto de Sevilla.

Una multitud silenciosa presenció con asombro el desembarco de 18 sobrevivientes.

Al día siguiente, flacos y descalzos, fueron con cirios encendidos a dar gracias al templo favorito de Magallanes, la iglesia de Santa María de la Victoria.

Luego de honrar así a su jefe muerto, Juan Sebastián de Elcano aceptó del rey Carlos.

Las Carabelas de Cristobal Colón

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