Biografia de Talleyrand Charles Politico y Diplomatico:Resumen

Biografía de Talleyrand Charles
Político y Diplomático Francés

Charles Maurice de Talleyrand nació el 2 de febrero de 1754.

De familia aristocrática, de poca habilidad para la carrera militar, pero destacado en la política de Francia a partir de la Revolución Francesa en 1789, cuando participó en los Estados Generales, como representación del clero.

Defensor de la nacionalización de los bienes eclesiásticos, fue excomulgado y a partir de entonces comenzó su carrera de gran diplomático.

Con el nombramiento de Napoleón como "Empereur des Français", Talleyrand adquiere unas cuotas de poder y de riqueza inimaginables.

Desempeñó un papel decisivo en el Congreso de Viena de 1815.

Se mostró a favor de los Orleáns durante la revolución de 1830, y con Luis Felipe siguió desarrollando una habilidad extrema hasta su muerte

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Charles-Maurice fue el segundo de los hijos de los condes de Talleyrand, pero la muerte de su hermano mayor, acaecida poco después de su nacimiento, le dio el derecho de primogenitura; su vida, por tanto, había de ser destinada al servicio de las armas.

No obstante, antes de cumplir los cuatro años, Charles-Maurice sufrió un grave accidente: confiado a una nodriza, que le criaba en los alrededores de París, cayó de una cómoda y se dislocó un pie; a falta de los cuidados necesarios, el pie creció deformado y se convirtió en un accidente irreparable que habría de tener una importancia capital para el resto de su vida: puesto que su desgracia física le impediría la dedicación a las armas, sus padres decidieron que el niño seguiría la carrera eclesiástica.

Después de pasar una temporada en casa de su bisabuela, la princesa de Chaláis, Charles-Maurice fue internado a los seis años en el colegio de Harcourt; el celo religioso que caracterizaba a esta institución no despertaría ninguna inclinación religiosa en él; por ello, cuando cumplió los quince años sus padres le mandaron a Reims, en donde pasó un año como ayudante de su tío Alexandre, coadjutor de aquella diócesis; la intención de su familia era la de acercarlo a un clima propicio que estimulara su vocación religiosa.

En cualquier caso su carrera ya estaba decidida, y en 1770 ingresó en el seminario de Saint-Sulpice, donde pasaría cinco años, largos y tristes, como más tarde confesaría, y sin que en ningún momento se manifestara su vocación religiosa.

Talleyrand nunca sintió la vocación religiosa; ya poco antes de ingresar en el seminario había dicho a un amigo que si sus padres le forzaban a ser cura harían de él un ser espantoso; pero que se arrepentirían de ello.

De este modo la vida inmoral y disoluta a que se entregó tan pronto como pudo abandonar el seminario era tanto consecuencia de su falta de vocación, como de una actitud compulsiva que buscaba la revancha por sus sufrimientos.

En 1788, encontrándose su pdre cerca de la muerte, pidió a Luis XVI que concediera, como una última gracia, la sede episcopal a su hijo.

El rey transigió por fin y en noviembre de 1788 Charles-Maurice de Talleyrand-Périgord fue nombrado obispo de Autun, pero en 1791 al ser elegido en administrador para el departamento de París, encontró el pretexto que buscaba para dimitir como obispo de Autun.

Convertido en alto funcionario de estado tenía sin embargo bloqueado el ascenso al gobierno por ser miembro diputado de la Asamblea. Monárquico de corazón, cifraba sus ideales de gobierno en una monarquía constitucional.

Talleyrad temía a la Revolución y sus consecuencias; pero había comprendido que la mejor manera de defender los derechos de la aristocracia a que pertenecían pasaba por el camino de las reformas y no por el absolutismo realista sin concesiones.

A finales de 1792, tras descubrirse el archivo secreto de Luis XVI, se encontró la correspondencia que Talleyrand había mantenido con él en 1791, y en la cual le había ofrecido sus servicios.

Fue entonces acusado oficialmente de traición no pudiendo regresar a Francia, embarcó en marzo para los Estados Unidos, pudiendo regresar a Francia en 1796 gracias a las gestiones de su amiga madame Staél.

En julio de 1797 fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores.

Sus ideas sobre política exterior se orientaban entonces hacia una doble alternativa: restablecer la paz en Europa por un lado, y por otro, encauzar el expansionismo francés.

Cuando Napoleón regresó a París en octubre de 1799, Talleyrand fue rápidamente a verle, colaboró con él en las semanas que precedieron al 18 Brumario y al cabo de pocas semanas, volvía al ministerio de Asuntos Exteriores.

Talleyrand vivía inmerso en su trabajo: por las mañanas despachaba asuntos en su ministerio y por la tarde atendía a las representaciones diplomáticas.

Sus ocios los dedicaba al whist y su insaciable afán de dinero le llevaba a especular muy a menudo en la bolsa.

Las relaciones con su esposa, Catherine Grand casados solo por civil, eran poco menos que frías y consideraba su matrimonio como un fracaso.

Políticamente nunca logró imponer a Napoleón su política de «pacificación» consistente en una inversión de las tradicionales alianzas que Francia había mantenido hasta entonces, para él era necesario aliarse con Austria —país que debía desempeñar un papel de estado-tampón cara al expansionismo de Rusia y Prusia— y conseguir la neutralidad de Inglaterra.

Economicamente a lo largo de su carrera Talleyrand procuró sacar beneficio de todas partes; todo para él fue negociable en términos de dinero y susceptible de acrecentar su fortuna.

De todos los tratados y acuerdos que se firmaron siendo él ministro sacó partido: grandes sumas de dinero que recibía de las naciones obligadas a negociar con Francia y que él llamaba golosinas.

Su inmensa fortuna le permitió comprar, ya en 1803, el castillo de Valencay junto con una propiedad aneja de una extensión de más de 19.000 hectáreas.

En 1807 Napoleón le concedió el cargo de «gran dignatario» a que aspiraba, nombrándole vice-gran elector del Imperio, pero a cambio Talleyrand tuvo que renunciar a su ministerio de Asuntos Exteriores.

Talleyran jugó un papel de "amor y odio" hacia el emperador, y hasta se entrevistó con Fouché, jefe de la policía, con vistas a articular un posible complot contra Napoleón.

Como éste se entera muy parcialmente de sus propósitos y destituye a Talleyrand de su dignidad de gran chambelán del Imperio, aunque no de su cargo de vice-gran elector, por lo que Talleyrand ofreció sus servicios a Austria, y cuando este país reanudó la guerra contra Francia, el príncipe de Benavente le suministró información militar secreta.

Luego de la fracasada campaña a Rusia, organiza la trama política para desembarazarse del emperador, y se constituye como el futuro arbitro de la situación política, que podría orientar de acuerdo con sus ambiciones y con sus ideas.

Cuando en marzo de 1814 los aliados entraron en París, Talleyrand tuvo en sus manos las mejores posibilidades para dominar la situación y encauzarla de acuerdo con sus proyectos: único interlocutor válido para los vencedores, se convirtió en el estadista que podía tender un puente entre la liquidación del Imperio y la restauración monárquica.

Por su propia cuenta negoció con los aliados las condiciones del armisticio, que más tarde se verían reflejadas en la Paz de París, donde Francia renunciaba a las conquistas del Imperio y retornaba a sus fronteras de 1792.

Talleyrand se sentía más que satisfecho: tras haber sido depuesto Napoleón y haber aparecido como el principal artífice de la Restauración, el camino para convertirse en el gran estadista que siempre había ambicionado ser estaba ya abierto y en parte ya había empezado a recorrerlo.

Por otra parte, y a pesar de algunos reproches, estaba igualmente satisfecho por el resultado de las negociaciones del armisticio: había conseguido aplacar el espíritu de revancha que animaba a algunos de los vencedores, y de este modo, tan sólo seis semanas después del regreso de Luis XVIII, Francia tenía asegurada la integridad de su territorio y los ejércitos aliados ya habían abandonado el país; con lo cual conservaba las manos libres para futuras negociaciones.

El nuevo rey le concedió de nuevo su antigua dignidad de gran chambelán, y a pesar de su manifiesta antipatía, le nombró secretario de Estado para Asuntos Exteriores.

Con la Restauración empieza la etapa política más importante en la vida de Talleyrand, la que había de confirmarle como un gran estadista y convertirle en una de las figuras de la diplomacia europea del sigloXIX.

Su oportunismo político, su ambición y su venalidad no pueden ocultar la coherencia de sus puntos de vista políticos: Talleyrand se sintió siempre continuador de la política exterior del Antiguo Régimen, y supo recoger en su experiencia la centenaria tradición de los Valois y los Borbones.

Mediante lo que él calificaba de politique de la mesure o de politique de la sagesse («todo lo que es exagerado es insignificante»), trató de apoyar siempre su diplomacia sobre una idea básica: la de mantener las «fronteras naturales» de Francia, las que poseía con anterioridad a 1792 y que habían sido sancionadas por ocho siglos de historia.

El otro principio básico de su estrategia diplomática se orientaba hacia la construcción de una Europa conservadora, basada en una alianza de Francia con Austria e Inglaterra, en oposición al expansionismo de Prusia y Rusia.

la restauracion de 1815 en europa

Gracias a la habilidad diplomática de Talleyrand, en el Congreso de Viena Francia, que había acudido a él como una-potencia derrotada, consiguió entrar a formar parte de las grandes potencias europeas y romper su aislamiento.

En el Congreso de Viena Talleyrand había de poner en juego su enorme talento negociador y su gran experiencia diplomática.

Al llegar a la capital austríaca, acompañado por su sobrina, la condesa Edmond de Périgord, a la que había de convertir en su amante (por esta época Talleyrand ya se había separado de su esposa), alquiló un lujoso palacio y dio fiestas y recepciones muy suntuosas, lo cual formaba parte de su juego diplomático.

Su gran habilidad diplomática había de conseguir que Francia, que acudió al Congreso de Viena como una potencia derrotada, entrara a formar parte en el concierto de las grandes potencias europeas y rompiera su aislamiento.

Para conseguir esto Talleyrand utilizó el apoyo que a Francia prestaron los pequeños estados, con un nacionalismo y incipiente, y que se oponían a la política de reparto de Austria, Inglaterra, Prusia y Rusia.

En la primavera de 1816 Talleyrand, que a la sazón contaba sesenta y dos años, partió para Valencay, dispuesto a gozar de su vida privada, de sus inmensas riquezas y de la compañía de la joven condesa Edmond de Périgord, futura duquesa de Dino.

En su retiro decidió entonces escribir sus memorias, con la intención de que no se publicasen hasta treinta años después de su muerte.

Un hombre que había dedicado su vida a la diplomacia no podía por menos que escribir unas memorias diplomáticas.

Talleyrand, además, siempre se había mostrado preocupado por la imagen que de sí mismo legaría a la posteridad.

En 1821, y a pesar de lo que se había prometido a sí mismo unos años antes, decidió volver a la política. Aunque esta vez lo hizo por abajo, ligándose a la oposición liberal en la Cámara de los Pares, pero luego de varios años como diplomatico francés se apartó definitivamente de la política y en 1834, al regresar de Londres, prsentó su dimisión.

Más tarde, en octubre de 1836, dio a conocer lo que él llamó «su manifiesto», en el que negaba que hubiera sido infiel —en el fondo de su alma— a la religión católica.

La hora de su reconciliación con la Iglesia se acercaba.

El 17 de mayo de 1838 murió en París, después de haber firmado un acta de retractación y serle administrados los últimos sacramentos.

• En Sintesis...

Nadie mejor que Metternich encarnó el trascendental período de la historia europea, comprendido entre la gran Revolución francesa de 1789 y el movimiento revolucionario de 1848.

Su vida se nos presenta como un denso panorama de acontecimientos políticos y conflictos dramáticos detrás de los cuales se oyen los ruidos ¿e las guerras y campañas militares, alternando con los de las fastuosas fiestas palaciegas y los solemnes

Congresos internacionales, sin que falten en este panorama galantes aventuras de Adonis de los salones. Hay en esta vida mucho de novela, y, en efecto, varios escritores, dramaturgos y guionistas encontraron en ella argumento oara sus obras, pero aún más hay en ella de historia y de ciencia eolítica.

Si bien respetado por los Emperadores y Reyes, admirado envidiado por otros estadistas, adorado por las mujeres de la alta sociedad y adulado por sus subordinados, Metternich, aún en vida, ha sido odiado por sus enemigos políticos, ya que otros no tenía.

Este odio, propagado después de su caída y recrudecido después de la revolución de 1848, oscureció la vista de las generaciones posteriores y dejó una sombra sobre aquel estadista que era, como él mismo decía, «una roca contra la que se estrellaban las olas del desorden».

Hubo de desaparecer su creación favorita, el Imperio austríaco, con el consiguiente fraccionamiento y la actual catástrofe de Europa para que la gente volviera sus ojos otra vez al nombre que después de la Revolución y las guerras aseguró a Europa en largo período de paz, de estabilidad y de prosperidad.

Fuente Consultada:
Forjadores del Mundo Contemporáneo - Tomo I- Entrada: Charles Maurice Talleyrand - Editorial Planeta

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