El Medio Geografico y la Vida del Hombre:Influencia y Condicionamiento
INFLUENCIA DEL MEDIO GEOGRÁFICO EN LA VIDA DEL HOMBRE
Varios sociólogos contemporáneos han destacado la influencia del medio geográfico sobre la comunidad.
El eminente historiador británico Arnold Toynbee, cuyas ideas sobre Filosofía y Sociología iluminaron el campo del quehacer histórico, sostuvo al respecto una valiosa teoría.
Según él, los grupos humanos que lograron imponerse, a lo largo de los siglos, en el mundo, fueron aquellos que aceptaron, como un desafío, las condiciones que la Naturaleza les brindaba.
El medio geográfico ha sido en todas las épocas un factor importantísimo en la vida de las sociedades humanas.
Para que una comunidad prospere, las condiciones ambientales no deberán ser ni demasiado duras ni tampoco demasiado favorables, pues unas y otras son negativas para el desarrollo de las capacidades del hombre.
Las grandes civilizaciones precristianas, por ejemplo, nacieron casi siempre en los valles de grandes ríos como el Nilo, el Eufrates y el Tigris, el Ganges y el Amarillo.
La influencia del clima es otro factor determinante.
En la parte derecha de la ilustración puede compararse la división en zonas climáticas con la distribución de la población.
Los colores representan las zonas climáticas.
Las franjas en el extremo del dibujo indican la población (1 milímetro = 100.000.000 de personas) y se refieren cada una a una porción de 20°.
Es evidente la correspondencia entre las áreas de clima benigno y las poblaciones más numerosas.
No es difícil imaginar la importancia que tiene el clima con respecto a la vida y a las actividades del hombre.
Su influjo tiene repercusiones directas sobre la salud, favorece u obstaculiza un gran número de actividades humanas (cultivos agrícolas, empresas industriales e incluso investigaciones científicas, por ejemplo astronómicas, que resultan prácticamente imposibles en los lugares de clima húmedo donde el predominio de las nieblas y de vapores hace muy difícil la observación del cielo); condiciona en forma decisiva el ambiente determinando la cantidad y la calidad de la flora y de la fauna, asimismo muy importantes para la prosperidad humana; por último, constituye un elemento de no escasa importancia para el desarrollo social y civil de las poblaciones, influyendo en su modo de ser y en sus costumbres (baste pensar en el carácter generalmente duro y obstinado de los pueblos que habitan en regiones casi incomunicadas por las rudas condiciones climáticas, y en el temperamento pacífico y tranquilo de los habitantes de las zonas templadas donde el clima demasiado suave y dulce hace más fácil y despreocupada la vida).
El clima es, pues, de suma importancia para el hombre; resulta del todo natural que el hombre, deseoso de conocimientos y de saber, venga, desde tiempo inmemorial, estudiando con escrupulosa atención las condiciones climáticas y sus variaciones, tratando de comprender y de describir su génesis y consecuencias, del modo más exacto posible. Por lo demás, no se trata sólo de satisfacer una simple curiosidad.
Hace ya muchos siglos que el austero Catón, censor inflexible de las costumbres romanas, afirmaba que las dotes principales de una casa consisten en estar construida en un lugar donde las condiciones de un clima templado y apacible puedan proporcionar a quien la habite el marco más favorable para su mente y para su cuerpo.
Las condiciones naturales no deberían ser ni demasiado duras (como, por ejemplo, las que podrían presentarse en el polo a causa del frío excesivo o en las regiones tropicales que aplastan, con su calor agobiante y sin tregua, cualquier iniciativa), ni tampoco demasiado favorables.
El fracaso de algunas comunidades allí donde todo se les brinda, pródigamente y sin esfuerzo, es una consecuencia de aquella aparente ventaja según la cual se puede vivir sin trabajar.
El hombre debe aceptar, pues, ese desafío que el medio le propone: luchará para sobrevivir e imponerse, o -como pronosticaba Spengler, en "La decadencia de Occidente"- sucumbirá.
Las limitaciones y los estímulos propios del sitio donde un individuo actúa (y que, por supuesto, ejercen una influencia notable, en contra o a favor de él), pesan, sin embargo, menos que la voluntad de acometerlos.
Hay pueblos que viven en zonas donde abundan los combustibles -cada vez más necesarios para dar impulso a la tecnología moderna- y que poco o nada hacen por explotarlos.
Países donde no faltan el carbón, el petróleo, el gas natural y el uranio, cuyos yacimientos, inexplicablemente, en vez de producir más, rinden cada vez menos.
Y otros que disponen de filones metalíferos que albergan plata y oro, cobre y plomo, hierro y manganeso (por citar sólo dos ejemplos de cada especie: preciosos, no ferrosos y ferrosos) o bien canteras de minerales arcillosos y calcáreos, pigmentos, piedras de tallado, materias silicadas y riquísimos mármoles, y que siguen teniéndolos bajo tierra, en medio de una total inoperancia, cuando podrían ser fuentes de inagotable bienestar.
Es cierto que, con el tiempo, habrá cambios fundamentales que demostrarán la importancia del medio geográfico en la sociedad humana.
También los hubo antes.
Sabemos que las grandes culturas (precristianas) se iniciaron, casi siempre, en los valles de grandes ríos, como el Nilo, el Eufrates y el Tigris, el Ganges y el Amarillo.
En cambio, la ubicación frente a la inmensidad del mar o a los picos escarpados de una cordillera, no serviría para justificar ciertos aislamientos frustrantes.
Podrían servir, como ejemplos positivos, la actitud de los pueblos de navegantes (fenicios, griegos, normandos, españoles, portugueses, ingleses, etc.) y la presencia de civilizaciones asentadas en medio de los Alpes, a lo largo del macizo andino, en la Sierra Madre mejicana, o al pie del Himalaya.
Existen determinantes geográficas importantísimas, como la influencia del clima o la existencia o ausencia de riquezas naturales en un lugar.
La posibilidad de adaptación a las distintas condiciones ambientales y la capacidad de inmunizarse con respecto a ciertas enfermedades infecciosas, son problemas derivados, que conciernen al área social.
LA VIDA EN LA ZONA MONTAÑOSA:
Alejada del bullicio de las grandes ciudades, que son como hormigueros humanos, la gente de las zonas montañosas vive en pequeñísimos pueblos o en solitarias granjas que anidan en las laderas de las montañas.
Sus casas están hechas de troncos cortados de los bosques cercanos y techadas con maderas.
A menudo el techo está cubierto con pizarras y reforzado con barro o césped, para que pueda soportar el enorme peso de la nieve que descansará allí en invierno.
Piedras chatas o pequeñas piezas de roca protegen estas casas de la violencia de los vientos.
Pero hay un peligro que no puede contrarrestar la más cuidadosa protección y es el de los aludes.
Cuando las nieves de invierno comienzan a fundirse, las que se encuentran en las zonas bajas son las primeras en derretirse y así, aumentando en peso y en fuerza, se lanzan con gran violencia por las laderas de la montaña, en forma de un poderoso alud.
Muchas casas están protegidas por un ancho cinturón de pinos que crecen en la falda de las montañas, más arriba de ellas.
Pero, algunas veces, lluvias torrenciales acompañan a estos deshielos de primavera y entonces los arroyos que serpentean por las montañas, no pudiendo contener más aguas se desbordan, y grandes torrentes barren todo lo que encuentran en su camino, incluyendo los árboles, que no consiguen detenerlos.
En las montañas, la lucha por la existencia toma un aspecto más espectacular y quizás más heroico que en las planicies.
La gente que vive en pueblos aislados, donde los peligros pueden amenazar a cada instante, trata de desarrollar fuertes lazos de unión entre sí, lo cual, a veces, se convierte en un verdadero nacionalismo.
También, en las altas y escabrosas montañas al norte de Albania, la pequeña tierra de Montenegro ha sido un reino independiente durante gran parte de su historia, manteniendo su propio espíritu nacional, aun cuando formó nominal-mente parte del imperio turco.
Durante estos últimos tiempos, especialmente, ha habido un enorme incremento en el número de gente que desde las zonas industriales, cada año, busca en las montañas un cambio de ambiente, yendo allí en invierno para esquiar o en verano para gozar del paisaje, de los baños de sol y para practicar alpinismo.
Los Alpes, por ejemplo, constituyen uno de los lugares principales de esparcimiento de Europa.
Pero mientras el turismo es una importante ayuda suplementaria del trabajo forestal y de granja en las regiones alpinas de Europa, allí, como en cualquier otra población en crecimiento, se requieren nuevas industrias.
La manufactura está limitada a la producción de artículos livianos por las dificultades del transporte.
Así, por ejemplo, Suiza ha sido y es un centro importante de la manufactura de relojes.
La gente de las regiones montañosas está haciendo cada vez mayor uso de la energía hidroeléctrica para atraer nuevas industrias, y los valles suizos están convirtiéndose en importantes centros manufactureros de artículos eléctricos.
VIDA EN EL ÁRTICO:
En las grandes planicies fértiles del mundo, el hombre cambia rápidamente el aspecto de la tierra cuando planta en grandes extensiones trigo, cebada, avena o arroz, cuando construye grandes ciudades o atraviesa las tierras con canales, caminos y vías férreas.
El continente antártico no tiene población humana permanente, salvo en las bases, cuyo personal es relevado, por lo general, cada año.
En las tierras que limitan el mar Glacial Ártico, los lapones y esquimales constituyen la única población y hasta hace poco eran los únicos habitantes.
Los hombres blancos han cazado ballenas en el Ártico durante más de tres siglos, pero sólo en los últimos cien años se han establecido allí en número considerable.
Aún hoy, los 15.000 esquimales que viven en Groenlandia tienen muy poco contacto con el mundo exterior.
Los 30.000 o más que habitan las tierras septentrionales de Canadá, Alaska y las Islas Aleutianas, han estado durante mucho tiempo en contacto con varias tribus de indios pieles rojas; pero actualmente se ven cada vez más influidos por la civilización del hombre blanco.
Fueron los pieles rojas los que les dieron el nombre de esquimales, que significa "comedores de animales marinos", y resulta una denominación muy apropiada, pues en el Ártico, donde la vegetación es muy escasa, hay pocos alimentos salvo productos de la caza y de la pesca.
En Groenlandia hay aún muchos esquimales que viven de la misma manera en que lo hicieron sus antecesores durante innumerables generaciones.
Todavía se refugian en pequeños iglúes en forma de cúpula, construidos con nieve; sus únicos medios de trasporte terrestre son trineos arrastrados por fuertes perros; sus botes son los kayakes o umiakes, hechos de piel de foca y propulsados por remos.
La alimentación sólo consiste en lo que pueden obtener del mar y del aire: pescado, aves marinas, carne de focas y morsas.
De vez en cuando, en verano, encuentran algunos débiles arbustos que dan bayas comestibles, pero éstas sólo les sirven para una única comida.
De la piel de la foca fabrican la mayoría de sus vestimentas y de su grasa obtienen luz y calor.
En la lámina se aprecia el corte transversal de un iglú.
La leña y unos pocos utensilios de cocina provienen del puesto de venta más cercano.
El hombre pesca los peces con el arpón a través de un orificio cortado en el hielo, y coloca sus presas alrededor.
Al igual que sus antecesores, cree que procediendo así habrá más peces al alcance de su arpón.
A pesar de sus ideas y equipos primitivos y de la vida difícil que llevan, y a pesar de que el sol no pasa del horizonte durante más de seis meses en el año, los esquimales figuran como uno de los pueblos más felices de la tierra.
Peter Frenchen, un danés que vivió durante dieciocho años entre los esquimales de Groenlandia y se casó con una mujer esquimal, considera que fueron esos años los más felices de su vida.
Pero sería un gran error considerar que hay sólo unos pocos miles de esquimales que habitan en el Ártico.
Cercanas a la costa norte de Noruega, están las islas Lofoten, uno de los centros más importantes para la pesca del bacalao y él arenque en Europa; además, bien dentro del círculo polar ártico hay dos ciudades noruegas de más de 12.000 habitantes, Tromso y Narvik.
Esta última, un puerto libre de los hielos la mayor parte del año, se comunica por ferrocarril con las minas de hierro del N.E. de Suecia y embarca gran parte de este metal para exportarlo a otros países.
Murmansk, en la zona ártica de la Unión Soviética, es una próspera ciudad de 230.000 habitantes, que tiene aproximadamente la misma extensión que Narvik. Y en Thule, en el N.O. de Groenlandia, a sólo unos cientos de km. del polo norte, los Estados Unidos han establecido una gran base aérea.
LA VIDA EN EL DESIERTO CÁLIDO:
Los más grandes desiertos cálidos del mundo, al igual que las regiones de nieve y hielo, ofrecían al hombre, en el pasado, muy pocas posibilidades de vida. Son, como su nombre lo indica, regiones desérticas.
La mayoría de ellos —el Sahara, el Kalahari, en el S.O. de África, el de Atacama, en Chile, y el gran desierto de Australia— quedan entre los 20° y los 30° al norte o al sur del ecuador.
Comparten un clima similar: durante el día el calor es ardiente y durante la noche, a causa de los cielos claros que permiten al calor perderse rápidamente en la atmósfera, hace fresco y aun frío.
Ni una gota de agua cae sobre ellos durante meses, y, cuando llegan las lluvias, la humedad se pierde rápidamente por el alto grado de evaporación.
A pesar de que ninguno de los suelos de estos desiertos se compone enteramente de arena, las grandes cantidades de ella constituyen el rasgo característico de los mismos.
En la época de los vientos, los torbellinos de arena que se levantan hacen la atmósfera prácticamente irrespirable.
Fuera de los oasis hay pocas manifestaciones de vida, excepto después de las escasas lluvias, cuando, como por arte de magia, grandes extensiones del desierto se cubren repentinamente, pero por poco tiempo, de flores brillantes.
Aun en los oasis, la mayoría formados alrededor de algunos pocos manantiales naturales, la vida está severamente limitada.
Hay algunos animales oriundos de la región; las cabras, ovejas y camellos han sido traídos por el hombre y criados allí.
Las plantas que existen están provistas de raíces extremadamente largas, algunas de una longitud 10 veces mayor que el tallo o tronco; otras plantas están recubiertas por un tejido duro como cuero que les ayuda aevitar la pérdida de humedad por evaporación.
El árbol más característico y más útil, en los oasis, es la palmera datilera. En las tierras desérticas, su sombra fresca es tan valorada como sus frutos.
Hasta hace alrededor de un siglo, casi los únicos habitantes de los desiertos de África y de Asia occidental eran las tribus nómades árabes.
Se refugiaban en tiendas livianas que los protegían del calor durante el día y del frío durante la noche.
Sus ropas, a menudo de telas blancas, servían para el mismo propósito.
La forma de usarlas les permitía también proteger el rostro de la arena y del polvo durante las tormentas.
El agua, elemento del que dependían sus vidas, era almacenada en recipientes cerrados de cuero, cuidadosamente hechos para prevenir la pérdida por derrame o evaporación.
El camello, que puede almacenar grasa en sus jorobas, que vive de cualquier pasto y soporta viajes largos sin abastecerse de agua, es el único medio positivo para el transporte.
El caballo es usado, algunas veces, sólo en el límite del desierto.
Los desiertos son aún hogar de numerosas tribus que conservan sus modos de vida tradicionales; las del Medio Oriente y del Sahara tienen hoy una población humana diferente: geólogos, exploradores e ingenieros que han hecho del desierto una de las grandes fuentes petroleras del mundo.
Alrededor de los campos petrolíferos del desierto, se han establecido muchos poblados donde el hombre occidental vive del mismo modo que en sus propios hogares: carreteras, recientemente construidas para vehículos motorizados, y aeropuertos ponen a estos establecimientos al alcance del mundo exterior.
Sería absurdo subestimar la tarea que aún tiene por delante el hombre hasta lograr toda la utilidad posible de los desiertos del mundo.
Pero, por lo menos, ya ha comenzado.
Los relativamente pequeños desiertos del S.O. de los Estados Unidos fueron, alguna vez, obstáculos para los más temerarios pioneros.
Hoy, cualquier viajante casual puede cruzarlos con comodidad por las rutas y, en el camino, hallará huerta? bien irrigadas que en algún momento fueron pobres oasis.
Ver: Vida de los Esquimales Los Tuareg: La Vida en el Desierto
Fuente Consultada:
Enciclopedia Ciencia Joven Fasc. N°35 Diques y Embalses Edit. Cuántica
Cielo y Tierra Nuestro Mundo en el Tiempo y el Espacio Globerama Edit. CODEX
Enciclopedia Electrónica ENCARTA Microsoft
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