Historia y Origen de las Sociedades Secretas y Sus Objetivos

Historia y Origen de las Primeras Sociedades Secretas y Sus Objetivos

Básicamente, desde los comienzos de la civilización se han establecido competencias y rivalidades entre facciones de sectores poderosos, pero siempre la posesión del poder ha variado de una época a la otra.

En los inicios de la cultura humana, el poder estaba predominantemente en manos de los sacerdotes de las distintas deidades, que incluso tomaban a su cargo la entera educación del monarca, a fin de que éste, llegado a la madurez y en posesión del trono, siguiera los preceptos del templo en vez de constituirse en la suprema autoridad en si mismo.

ORIGEN DE LAS PRIMERAS SOCIEDADES SECRETAS Y SUS OBJETIVOS

Desde luego, este sistema de cosas no podía durar demasiado, dado que el advenimiento al poder de un rey algo más ambicioso llevaba a que éste, fatalmente, se determinara a sacudirse el pesado yugo de la tutoría de los sacerdotes, sus primeros educadores, y así adueñarse de su destino y del destino de la nación a la representaba, sin necesidad de rendirle cuentas a nadie más que a sí mismo.

Este parece haber sido el caso del rey Nammu, de la ciudad de Ur en Sumeria, hace más de 3.000 años.

El Rey Nammu fue un general sumerio, que se rebeló y fundó la III dinastía de Ur, con la que vendría el renacimiento sumerio y una nueva etapa de esplendor en Mesopotamia como no se veía desde Sargón de Acad.

Educado por una facción de los sacerdotes del templo, al llegar a la madurez decidió que era lo suficientemente capaz como para gobernar por sí solo, y así separó del poder a los sacerdotes, a los que intentó relegar a la simple condición de oficiantes del culto.

Desde luego, este sector así marginado del poder real que hablan ejercido por más de mil años no dejó de rebelarse contra el deseo de independencia del monarca, promoviendo numerosas insurrecciones en toda Babilonia, aprovechando la gran prédica que tenian entré el pueblo bajo.

Sin embargo, el astuto rey Nammu tenía prevista esta reacción de los irritados sacerdotes y puso inmediatamente en marcha su “plan B”.

Éste consistía en darle un poder mayor —en realidad, apenas aparente— a un grupo minoritario dentro del templo, marginado por los grandes sacerdotes, que estaba esperando su oportunidad.

En aquellos comienzos de la civilización, los templos no sólo agrupaban a los capacitados para ejercer el sacerdocio, según las tradiciones de la Mesopotamia, sino también a los hombres más capaces, inteligentes y dotados de ingenio, imaginación e inventiva.

Podemos decir que los templos antiguos reunían a la inteligencia de la época, desde ingenieros hasta arquitectos, escribas, literatos, geómetras, matemáticos, astrólogos y todos aquellos que no se servían de sus manos sino de sus cerebros para vivir y expresarse.

Este sector, al que podemos denominar como los intelectuales de la época, se encontraba en una relación de inferioridad respecto de aquellos que exclusivamente se dedicaban al sacerdocio, y aunque si bien no ejercían sus labores en la condición de criados en relación a los sacerdotes, sí estaban francamente supeditados a sus caprichos y favores.

Aunque el rey elegía desde tiempos inmemoriales sus ministros y funcionarios de entre las filas de estos individuos, ello no era obstáculo para que los altos sacerdotes influyeran decididamente en esa decisión, teniendo sus recomendados y sus rechazados.

La astucia de Nammu le llevó no sólo a ratificar en sus cargos a los intelectuales que ya había escogido de entre las filas inferiores del templo, sino a aumentar su poder -siempre supeditado al suyo-, desde luego lo que ocasionó una nueva ola de indignación entre los ya menoscabados sacerdotes.

El golpe de gracia lo dio el rey de un modo doble: cuando los sacerdotes comenzaron a predicar en su contra para ganarle el odio del pueblo bajo, ordenó abrir los depósitos reales de grano y los corrales a fin de prevenir al pueblo de cualquier hambruna, sembrado a la vez el rumor de que los sacerdotes habían ocultado al pueblo la posibilidad de ésta.

Dado que los intelectuales del templo eran los encargados de medir y pronosticar las periódicas inundaciones provocadas por los ríos Tigris y Eufrates, que fertilizaban cada año la Mesopotamia, le fue fácil al rey Nammu enterarse por ellos de que aquel año se iba a producir una sequía, por una irregularidad en las lluvias que nutrían a ambos ríos y que aquello iba a ser una catástrofe.

Sin embargo, el pueblo comió a expensas de la corona todo aquel año y las tentativas de rebelión auspiciadas por los desplazados sacerdotes cayeron en oídos sordos.

Antes bien, al insistir éstos en su prédica contra Nammu, el mismo pueblo enfurecido se rebeló contra ellos, quienes por otra parte ya no contaban con el favor real, y no pocos de los desdichados sacerdotes fueron linchados por la misma turba, que los reconoció como enemigos al prestar oídos al rumor sembrado por el rey de que habían ocultado los sacerdotes todos los detalles de la predicción sobre la sequía.

Desde luego, las tropas de Nammu nada hicieron para proteger a los sacerdotes: por el contrario, el ejército babilonio, que le era completamente adicto gracias a la sagaz generosidad del monarca, fue quien ayudó a que los antiguos servidores del templo, los intelectuales que albergaba la clase sacerdotal, ocuparan los puestos vacantes de sus antiguos amos caídos en desgracia.

Como broche de oro, el mismo Nammu se hizo investir del grado de Sumo Sacerdote, reuniendo en su persona el poder. secular y el religioso, con una corte de ingenieros, matemáticos, geómetras, astrónomos y literatos como primeros funcionarios.

El reinado de Nammu, que a la sazón apenas contaba con 22 años cuando ascendió al trono y con 25 cuando se coronó como Sumo Sacerdote, se extendió por espacio de casi 50 años más, siendo uno de los más prósperos en toda la historia de Mesopotamia.

Con la-ayuda de los hombres más inteligentes del reino y sus sabios consejos, el rey mejoró notablemente su imperio en todos los aspectos, desde el comercio exterior hasta la administración de las finanzas, desde la organización del ejército hasta la explotación de los recursos naturales.

Sin embargo, tras su muerte y la llegada al trono de su sobrino, Egnnan II, todo aquello cambió.

Medio siglo respaldando con sus conocimientos a la corona habían llevado a los intelectuales de Ur a cobrar conciencia de su verdadero poder.

Cuando Egnnan intentó sentarse en el trono de su tío, se encontró con la exigencia, por parte de toda su corte de sabios, no sólo de la ratificación de cuanto habían ganado bajo el reinado de su antecesores sino con nuevas exigencias tendientes a restarle buena parte de su autodeterminación.

Egnnan carecía, al parecer, de las dotes diplomáticas de su tío, el innovador Nammu, pero tenía una voluntad y una ambición parejas.

A regañadientes y con muy mal disimulo, pareció primero aceptar todas las exigencias de sus insubordinados cortesanos, pero no perdió tiempo ni dinero en lo que hacía a buscarles reemplazantes: en una sola noche ordenó pasar a degüello a todos los principales funcionarios que tenía y reemplazarlos por los descendientes de los antiguos sacerdotes, que llevaban medio siglo esperando la hora de la revancha.

El pueblo protestó, pero las monedas de oro y. de plata repartidas entre los comandantes de las tropas hicieron lo suyo.

Desde luego, el poder alcanzado por los intelectuales de la época, tras medio siglo de influencia, no iba a desaparecer así, de la noche a la mañana, conque el sanguinario Egnnan ordenó una minuciosa persecución de todos sus seguidores, que se vieron obligados a salir de Babilonia.

Sin embargo, habían probado sus miembros el gusto del poder y les había gustado.

No sólo no desaparecieron, sino que se multiplicaron, expandiéndose por la India, la actual Arabia, el norte de África y toda Asia, utilizando un procedimiento novedoso.

Los antiguos Illuminati de todo el mundo conocido no sólo permanecían en comunicación mediante una extensa red de contactos, sino que se infiltraban en otras organizaciones secretas, místicas y políticas, atentos a recuperar, por los medios que fuera necesario emplear, su poder de antaño.

Como veremos, por ello mismo no estuvieron ausentes, obrando solos o colaborando con otras organizaciones, prácticamente en ningún acontecimiento de los largos siglos venideros.

El tiempo que iba a pasar, lo único que haría sería afirmarlos más en su objetivo de un poder mundial y absoluto.

En Egipto, mientras tanto, iban a suceder acontecimientos propicios para la supervivencia de estas sectas secretas.

Mil quinientos años antes de Cristo, bajo el reinado de Tutmosis III, las escuelas de misterio y de iniciación espiritual fueron aglutinadas por el mismo faraón, quien se convirtió en su líder máximo.

Establecida como factor de poder esta verdadera iglesia mística, acogió en su seno con la mayor generosidad a los fugitivos babilónicos, que una vez a salvo en Egipto, continuaron con su trabajo de infiltración hasta hacerse con el poder dentro de la nueva organización creada por Tutmosis.

Promediando el reinado de éste, los prófugos babilónicos y sus seguidores egipcios se nuclearon entorno a una corriente de pensamiento que unía lo místico con lo científico, denominada desde entonces la Gran Fraternidad Blanca.

Setenta años después, sus miembros respaldaron con sus conocimientos el cambio religioso instrumentado por el nuevo faraón, Akhenatón, en detrimento de los líderes religiosos de los templos, tal como si la historia volviera a repetirse desde lo sucedido en Babilonia.

Akhenatón, como ya sabemos, instauró en todo el reino el monoteísmo, imponiendo la creencia en un único dios, Atón, en detrimento de los templos dedicados a las múltiples deidades del pasado.

Con este gigantesco paso dado por el faraón, el poder de la secta mística no hizo otra cosa que crecer.

Sin embargo, a la muerte de Akhenatón se produjo la restauración de las antiguas ideas politeístas, y la revancha de los sacerdotes se hizo sentir dentro del seno de la Gran Fraternidad Blanca, produciéndose otra diáspora de sus miembros para poder sobrevivir a las persecuciones ordenadas por los sacerdotes.

Dadas así las cosas, la Gran Fraternidad Blanca se dividió en distintas ramas que siguieron conectadas entre sí, pese a la distancia geográfica y el paso del tiempo.

La rama dorada se instaló en la India y el sur de China.

La rama roja en el norte de África y las islas del sur de Italia, donde tomó contacto siglos después con la nueva filosofía griega y la infiltró, del mismo modo que la rama verde lo hizo con las sectas místicas árabes y palestinas.

El núcleo de la Gran Fraternidad Blanca, que siguió en contacto con las ramas dorada, verde y roja hasta los inicios del cristianismo, y aún después, se trasladó a Roma e infiltró a sus dirigentes, contando con influyentes seguidores en el ejército y el Senado romanos.

Establecido el cristianismo como religión oficial del Imperio, la Gran Fraternidad Blanca se replegó hasta una casi clandestinidad, aunque continuó con sus tarea de infiltración de cuanta secta actuara en Occidente y el Cercano Oriente.

Inclusive infiltró a una agrupación secreta árabe, los assassin —de cuyo nombre proviene la palabra “asesino”— que abrigaba fines místicos y políticos.

La secta assassin, dominada por la Gran Fraternidad Blanca desde los inicios de la Edad Media, acudía a las drogas para procurarse estados especiales de conciencia y, además, para favorecer la perpetración de homicidios por parte de sus miembros.

Mientras se expandía sobre Europa el imperio árabe, desde el siglo VII en adelante, también —con la ayuda de sus esbirros, los assessin— se extendía el poder de la Gran Fraternidad Blanca, cuyos miembros ocupaban importantes cargos en la administración imperial de los territorios europeos recién conquistados.

El desarrollo del imperio árabe permitió a la Gran Fraternidad Blanca difundir los conocimientos provenientes de los puntos más distantes del mundo civilizado de ese entonces, desde China hasta Grecia, y desde el Mar Báltico hasta el norte de África, impulsando su conocimiento y su traducción a las lenguas occidentales.

Este aspecto es muy importante para comprender el origen de los Illuminati, dado que, tal como los conocemos hoy, corresponden a una rama interna de la Gran Fraternidad Blanca, que acentuó los aspectos relativos al conocimiento científico y los objetivos de control del poder político, económico y militar en detrimento de las nociones y las prácticas de tipo místico que habían sido hasta entonces el elemento más importante en el seno de la secta.

Es posible, afirman varios investigadores, que en el seno de la Gran Fraternidad Blanca se haya dado hacia el año mil de la era cristiana una verdadera lucha entre ambas facciones: la mística y la científica, de la cual haya surgido triunfadora la segunda, imponiendo sus criterios a toda la organización.

Para otros autores, el desarrollo del cientificismo fue una consecuencia natural de la tradición antigua que animaba a la organización, y su desarrollo coincidió con el desarrollo de la ciencia, lento pero seguro, en todo Occidente, desarrollo al que, por otra parte, la vieja Fraternidad Blanca había ayudado desde tiempos de la dominación árabe.

De un modo o de otro, este apoyo a las ideas científicas de un mundo no creado por Dios sino por procesos naturales y explicables por el hombre, volvió a los Illuminati aún más peligrosos para los ojos de la Iglesia Romana, que reforzó su vigilancia sobre ellos.

Cuando en Occidente surgieron la masonería y la Orden Rosacruz, la atención de la Gran Fraternidad Blanca se centró en ellas, y al hacerlo, fijó las bases mismas de su supervivencia.

Desgastada por las luchas internas entre la facción mística y la cientificista, así como por las persecuciones sufridas por parte de la Iglesia y las monarquías europeas, la Gran Fraternidad Blanca corría el riesgo de desaparecer cuando tomó contacto con la masonería y la Orden Rosacruz.

De algún modo, este contacto le insufló una nueva fuerza a la vieja secta proveniente de Babilonia y el Antiguo Egipto, que había sobrevivido durante un milenio y medio pero se encontraba al borde mismo de la disolución.

Al infiltrarse en estas dos nuevas organizaciones que surgían en Occidente, los dirigentes de la Fraternidad comprendieron de inmediato que la única esperanza para su secta era aprovechar los numerosos contactos que ambas tenían en las cortes europeas, donde por oposición al Papado más que toleradas eran francamente favorecidas.

En este contexto, la vieja secta se aplicó a intentar dominar —siempre desde un plano muy oculto y resguardado por el secreto y el anonimato de sus miembros— la conducción de la masonería y la Orden Rosacruz, un resultado que logró a medias, pero que sin duda le permitió sobrevivir a su irremediable decadencia.

Fuente Consultada: Ángeles y Demonios de René Chandelle

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