Biografia de Tutmosis III Reinado del Faraon Egipcio

Biografia de Tutmosis III Faraón Egipcio

He aquí al héroe más destacado del Egipto de los faraones, al Napoleón de la más remota antigüedad.

Su genio militar, realmente excepcional, y sus prodigiosas dotes de gobierno nos lo señalan como uno de los grandes caudillos de la historia de todos los tiempos.

Estas características no se revelan en los rasgos de las esculturas que nos legaron los artistas de su época, los cuales procuraron ante todo prestar a la efigie del soberano una impresión de majestad de acuerdo con las normas legadas por el Imperio memfita.

Tutmosis III Biografia

Pero, en cambio, aparecen muy claras en su momia, cuyo rostro tiene facciones enérgicamente acusadas. Tutmosis III (Thutmose) fue un individuo asténico, al estilo de Richelieu, gran hombre de acción, movido por poderosos resortes nerviosos.

Durante su juventud nada hizo prever su fulgurante destino. Era hijo de una concubina de Tutmosis I, uno de los monarcas más notables de la XVIII Dinastía (Imperio Nuevo).

Uno de sus hermanastros, Tutmosis II, ocupó el trono de los Dos Egiptos, asociando a su gobierno a su hermana y esposa Hatshsep-sut, la llamada Semíramis egipcia.

Mujer dotada de singular energía, ya preferida por su padre por su talento y capacidad de gobierno, se desembarazó de su esposo — la muerte de Tutmosis II no fué probablemente natural— y reinó como soberana indiscutida de Egipto.

Pero para ello tuvo que contraer nuevo matrimonio. Su segundo esposo fué Tutmosis III, por lo que éste empezó a reinar en Egipto en 1496 antes de Jesucristo.

En realidad, Tutmosis III se limitó a prestar su nombre a los actos oficiales, ya que él estaba relegado a un lugar secundario, sin intervención alguna en los asuntos de gobierno.

Así transcurrieron unos veinte años. Tutmosis veía consumarse lo mejor de su juventud y tascaba el treno en la mas completa impotencia.

Hatshsepsut y su visir Senmut dirigían la gobernación del país con mano diestra y seguros, destinos. Egipto se enriquecía, mientras se relegaban al olvido las expediciones guerreras de Tutmosis I en Asia.

Al morir Hatshsepsut, Tutmosis III cogió las riendas del poder con puño robusto y decidido (1476). Por fin iba a poner en práctica los sueños que había alimentado durante tanto tiempo.

Las riquezas acumuladas bajo el próspero reinado de su consorte — cuyo nombre hizo borrar de todas las inscripciones —prestarían los medios necesarios para emprender las expediciones más atrevidas. Ya no era un mozalbete ni un joven alocado.

Con sus cincuenta años, Tutmosis se lanzaba a la guerra porque en ella veía la manera de prestar el mayor servicio a su país: librarle para siempre de la amenaza de las invasiones asiáticas, gracias a la conquista del corredor de Palestina y del reducto de Siria.

Inició su primera campaña el 19 de abril de 1475, a poco de inaugurar su gobierno propio en Egipto.

Su ejército partió de Zaru, en la frontera, y avanzó hasta la ciudad de Meggido, en cuya llanura derrotó el 14 de mayo siguiente, al ejército coaligado de los príncipes sirios, al mando del señor de Kadesch.

Poco después Meggido se le rendía, dando a los egipcios considerable botín y la posesión de muchos territorios hasta el curso superior del Orontes.

Tal fué el primer ((venablo» que Tutmosis III «hizo penetrar en las gargantas de los asiáticos».

A esta campaña sucedieron otras catorce, que se encadenan hasta fines de su reinado. Su objetivo fué mantener el territorio conquistado y ampliarlo hacia el Norte, hasta englobar la región del Naharín (Siria septentrional), foco de continuas intrigas y sublevaciones.

Durante diecinueve años, de 1475 a 1456, el faraón regresó periódicamente a Siria para dirigir las campañas de conquista. Las tres primeras fueron de consolidación de su dominio en Palestina y de preparación de las expediciones ulteriores.

Conquistados los puertos del litoral y pudiendo recibir por vía marítima los hombres y los abastecimientos, Tutmosis III lanza el golpe decisivo contra la resistencia siria. En 1466 cae la ciudad santa de Kadesch, llave del Orontes y de los pasos entre Palestina y Siria.

El faraón ya no halla obstáculo alguno para sus ambiciosos planes. Poco a poco progresa hacia el Norte el ejército egipcio, y en 1463 Tutmosis III derrota al rey de los mitanis entre Aleppo y Karkhemisch, llega al arco del Eufrates, atraviesa este río y restablece la estela que su padre, Tutmosis I, mandó levantar en aquellos lugares con motivo de una expedición afortunada y pasajera.

Pero su hijo no abandona lo conquistado, antes bien quiere asimilarlo a Egipto. Los hijos de los príncipes sirios son deportados a Tebas para que se instruyan en las costumbres de la corte de sus vencedores.

Y cuando fracasa este procedimiento pacífico y los sirios se sublevan apoyados por los mitanis, Tutmosis acude, como el rayo, con su ejército y restablece la hegemonía de sus armas.

Así, en 1456, derrota en la llanura de Kadesch al ejército de los sublevados sirios y de sus auxiliares los mitanis, después de un movimiento de flanco que ilustraría a cualquier buen general de nuestros tiempos. Esta batalla estabiliza definitivamente sus conquistas en Palestina y Siria.

De esta manera Egipto cobra el primer rango en el concierto de las grandes potencias del Próximo Oriente. Los monarcas de Babilonia, Asiría y Khatti ofrecen regalos a Tutmosis III para captarse su amistad.

En el Sur, los nubios se muestran fieles a Egipto, y el faraón puede vanagloriarse de dominar los pueblos de más allá de la cuarta catarata. Las conquistas han enriquecido el país; la prosperidad es general y en la corte se desarrolla una vida fastuosa y refinada.

Se levantan los primeros templos en Karnak… Tutmosis III, ya septuagenario, preside los negocios de los pueblos uni-
dos a su vasto imperio, desde el «cuerno de la Tierra», en el Sudán, hasta la «fértil media luna», en el Eufrates.

Murió el 17 de marzo de 1442. Su visir Rekhmire grabó en su tumba unas palabras de elogio al difunto soberano, que resumen cabalmente la impresión causada en todos sus subditos por su excepcional personalidad.

«Su majestad sabía lo que iba a suceder. No existía nada que no pudiera hacer. Era dios en todas las cosas: no había palabra que no llenara y cumpliera."

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