El Arte Jesuitico en el Virreinato, Caracteristicas Arte Guarani

El Arte de los Jesuitas en el Virreinato - Caracteristicas del Arte Guarani

Trabajos Artísticos de los Jesuitas y Guaraníes en el Virreinato

EL ARTE JESUITICO-GUARANI. —Sabemos por la historia que el dinámico gobernador Hernandarias promovió, con brillante éxito, la reducción y civilización de los indígenas por medio de la acción tesonera de los beneméritos padres de la Compañía de Jesús, recientemente llegados a las regiones del Plata.

Desde 1609 a 1767, en que una orden injusta los expulsara de todas las colonias hispanas, estos infatigables religiosos fundaron y dirigieron más de cuarenta pueblos en la región del Guayrá, hoy en gran parte territorio del Brasil, y más tarde en lo que es ahora la provincia de Misiones y a uno y otro lado del río Uruguay.

El Arte de los Jesuitas en el Virreinato - Caracteristicas del Arte Guarani

El trazado de todos estos pueblos era muy parecido, por ajustarse, por decirlo así, a un patrón preestablecido: una amplia plaza pública en el centro, a la que rodeaban la iglesia, la morada de los padres, los talleres y depósitos, la escuela y el cementerio, y separadas por calles, las casas de las viudas.

Es de hacer notar que, a pesar de la escasez de piedra en esta región, todos estos edificios fueron levantados con. este material, máxime los templos, notables por su amplitud y sus piedras labradas.

Desde un comienzo, los misioneros, como eficaz método de civilización, se preocuparon en desarrollar las aptitudes artísticas de los indígenas, dirigidos por maestros jesuítas de talento, y más tarde, por sus mismos conterráneos sobresalientes, llegando a transformarse cada población en una verdadera escuela de artes y oficios: había talleres de carpinteros, herreros, tejedores, sombrereros, etc.

Algunos sujetos llegaron a descollar en las artes de pintura y escultura, sobresaliendo muchos en la talla de madera dura, de ordinario policromada.

De más está decir que casi todo este arte fue consagrado al culto divino.

Si bien en lo que respecta a las artes indígenas se advierte la falta de originalidad, los indios poseían notables aptitudes para la copia de obras europeas, a las que con el tiempo imprimieron características propias del ambiente americano, dando así origen a un estilo especial que se ha dado en llamar jesuítico-guaraní.

estacia jesuitica America Colonial-Santa Catalina
Estacia Jesuitica America Colonial-Santa Catalina

Arquitectos, escultores y pintores.

Según hemos visto anteriormente, casi toda la arquitectura colonial que corre entre 1610 a 1767 se debe a la actividad desplegada por alarifes jesuítas que intervinieron, directa o indirectamente, como iniciadores o completadores de todas las iniciativas de la época; igual afirmación podemos extender a las obras de pintura y escultura, las que se refugian exclusivamente en las Misiones guaraníticas.

Por la pasmosa laboriosidad desplegada en arquitectura se destacan en el espectro de este arte, como luceros de primera magnitud, dos arquitectos jesuítas: Juan B. Prímoij y Andrés Blanqui, llegados a estas tierras en 1717.

Cabe notar que si bien nunca trabajaron juntos, a ellos se debe la construcción, modificación, planeamiento o asesoramiento de la mayor parte de las obras levantadas en la época de su actuación en Buenos Aires, Córdoba y las Misiones, y, como asevera el Padre Furlong, "prácticamente llenaron los anales arquitectónicos de un siglo".

A ellos se debe, en Buenos Aires: la iglesia de las Cata linas la del Pilar, San Telmo, San Francisco, parte de San Ignacio, la fachada y torres de la antigua Catedral, la capilla de San Roque y el Cabildo; en Córdoba; la Catedral, el templo de la Compañía, la Universidad, el Convictorio de Monserrat, las íglesias de Santa Catalina, Altagracia y Jesús María; igualmente intervinieron en varias iglesias y colegios.de las Misiones."

Catedral de Córdoba, arquitectuta de los jesuitas
Arquitectura de los Jsuitas

Paralelos, anterior o posteriormente, a estos celebrados artífices, se destacaron también otros religiosos de la misma Orden: Ángel C. Peragrassa, Antonio Sepp, Juan Kraus, José Brasanelli, Antonio Harls y Juan Wolff, la mayoría de los cuales trabajaron en las Reducciones, donde no sólo levantaron iglesias, sino que muchos de ellos, aunando su práctica de arquitectos con sus inquietudes pictóricas y escultóricas, engalanaron el interior de los templos, ya de por sí o iniciando a los indios en los secretos del arte, con artísticos retablos, hermosos lienzos y estatuas primorosamente labradas.

mueble con arte jesuitico guarani
Imponente mueble de jacarandá construido para la Iglesia de san Ignacio en Buenos Aires Siglo XVIII
arte jesuitico, retablo de un altar
Retablo en la Iglesia de Tulumba en Cordoba
Pulpito Iglesia Matriz de Jujuy, Tallado en Madera
Pulpito Iglesia Matriz de Jujuy, Tallado en Madera
balcones: arte jesuitico
Balcones Tallados en Madera

La música y el canto:

El gran movimiento musical, que cuajó en las Reducciones jesuíticas en los siglos XVII y XVIII, es fruto de la intrépida habilidad que demostraron estos misioneros en regiones tan apartadas, y cuando la historia de la música, en las poblaciones españolas, era nula y nadie había que se preocupara de tan noble arte, tenían los jesuítas en sus misiones no solamente coros y bandas de expertos músicos, sino hasta fábrica de instrumentos de cuerda y de viento", correspondiendo de un modo particular la gloria de haber dado un fuerte impulso a esta industria al eximio jesuíta alemán P. Antonio Sepp, quien enseñó además a los indios, a hacer uso de estos mismos instrumentos y a cantar.

Las regiones de las misiones contaron también con la valiosa colaboración de otros grandes maestros en el arte de la música: los jesuítas PP. Juan Vaseo, Luis Verger y Florián Pauke, gran músico y compositor, fabricante de un órgano de cinco registros, y, por último, el más egregio de todos, el músico italiano Domingo Zípoli autor de múltiples piezas de música y del libro titulado Principio o nociones para tocar con acierto el órgano y la trompa.

Con tan habilidosos artistas, pronto los indios, con natural predisposición por el arte de los sonidos, de discípulos pasaron a ser maestros de sus conterráneos; sabemos, por otra parte, que en Santa Fe, Córdoba y Buenos Aires, en ciertas circunstancias, se les requería bajasen con sus músicos para realce de las grandes solemnidades.

Aun después de la expulsión de los Padres jesuítas, estos indígenas conservaron por largo tiempo tan sabias lecciones de música y canto, no siendo, pues, de extrañar que cuando los etnógrafos D'Orbigny y Demersay, visitaron las regiones de los indios Chiquitos y Mojos, en los años 1830 y 1835, encontrasen en dichas poblaciones cantos y danzas que un siglo antes les enseñaran los jesuítas.

LAS ARTESANÍAS.:

Si bien la pintura, la escultura, la arquitectura, la música y el arte tipográfico florecieron, en un principio, casi exclusivamente en las Misiones Guaraníticas, merced al tesón y laboriosidad de los nunca bien ponderados Hijos de San Ignacio, las artesanías y la talla, en cambio, tuvieron amplia expresión en todo el territorio del Virreinato del Río de la Plata.

Según sabemos, ya en la magna expedición del primer Adelantado, don Pedro de Mendoza, llegaron no sólo nobles hidalgos, sino también numerosos y hábiles artesanos, principalmente herreros y carpinteros.

Sucesivas expediciones posteriores siguieron aportando a estas playas rioplatenses gente tan útil en los comienzos de la colonización. Con todo, parece que no llegaron a colmar las necesidades de aquellos tiempos cruciales, según podemos deducir de una carta dirigida a la Corte hispana por fray Bernardo Amenta, en la que manifiesta: "sería necesario que nos enviasen algunos labradores y artesanos de toda clase, más útiles que soldados…".

Que la Corte debió secundar estos y parecidos anhelos lo certifica el que años más tarde, el P. Juan P. de Rivadeneyra, en su Relación de las Provincias del Río de la Plata, asevera, hablando de estas tierras, que "hay muchos calafateros, torneros, sogueros y acordoneros, carpinteros de ribera que hacen navios, arcabuceros, herreros y plateros, y de todos oficios, gran suma de labradores y muchos ingenios de azúcar".

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En el decurso de los siglos XVII yXVIII, gran parte de este magnifico florecimiento en las artesanías se debe a los jesuítas que trajeron al país numerosos contingentes de Hermanos Coadjutores, peritos en diversas "artes y oficios útiles y necesarios a la vida y a la cultura política".

Con tales expertos artífices y buenos maestros, pronto los indios de las misiones empezaron a producir trabajos notables, como se observa de los objetos hallados en las Reducciones al ser expulsados los jesuítas en 1767 y que abundan en nuestros museos públicos y privados: así lo confirma el P. José Cardiel al describir la disposición de la casa de los Padres, con dos patios, en el segundo de los cuales "están todos los oficios: tejedores, carpinteros, herreros, plateros, pintores, escultores, doradores, torneros, sombrereros, rosarieros, los que trabajan en todo género de vasos, de asta de buey, tinteros, peines, etc., y otros géneros de artefactos", y el P. José Peramás, escribe por su parte: "Quisiera que, al oír hablar de indios, no creyeras que sus producciones eran rudas y toscas, pues eran artistas como los más expertos de Europa.

Si pudieras venir a sus talleres verías como hacen órganos de viento y todas clases de instrumentos músicos, y cofres hermosamente cincelados y trabajos textiles, sin contar otras cosas de mayor envergadura".

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No pudiendo historiar aquí, ni aun sucintamente, todas estas manifestaciones de la artesanía en nuestro ambiente colonial, nos limitaremos a reseñar las de carácter más expresivo: carpintería, herrería, cantería y orfebrería.

Carpintería:

Englobamos en este epígrafe tanto a carpinteros como a tallistas, pues si bien el primero se limita a labrar la madera común y el segundo se dedica a la talla o escultura, especialmente en madera, es muy difícil deslindar ambos campos, ya que ambas labores se sobreponen en muchos casos, pues en toda obra humana, por modesta que sea, existe una manifestación de estética.

Si bien hemos de reconocer que la pintura y la escultura fueron pobres en las regiones del Río de la Plata, la carpintería y la talla, en cambio, fueron eximias y pocas veces superadas.

portones de madera tallada etapa colonial
Pueta ed Madera Labrada Para Iglesias

"La sencillez en las puertas de Buenos Aires, es típica y desaparece cuanto más se aleja hacia las provincias del norte, donde se convierte en elemento ornamental con marcos y dinteles tallados y hojas con tableros exornados.

La carpintería porteña es severa, recia y varonil; cuanto más busca en la elegancia lo que le falta en ornamento. Las hojas son con tableros salientes, por lo general de cuarterones reducidos; por excepción se hallan tableros de toda hoja.

La parte superior de los tableros adopta siluetas de curvas barrocas. Las molduras son de pocos miembros y corridas en el espesor de los tableros y batientes.

Estos últimos tienen, por la cara interior de la puerta, el canto achaflanado, siendo liso el fondo que deja el tablero.

No se ven puertas con hojas de terminación semicircular, siendo adinteladas, y la mayoría de arco escarazno.

Los montantes y travesanos acusan con cabezas de clavos, hemisféricas y achatadas, la sujeción de los herrajes interiores de goznes, pasadores y españoleras. Los grandes clavos decorativos de otros lugares no se estilaron en Buenos Aires.

dinteles de madera:arte jesuita
Dinteles de madera:arte jesuita

Donde más patente dejaron sus huellas los artesanos de la madera fue, sin duda, en la construcción de puertas y ventanas, imprescindibles para la habitación cómoda e higiénica del hombre, ya que no hubo edificio ni casa alguna colonial con puertas de hierro, si bien no faltaron las claveteadas con chatones de este metal, como la puerta de la Catedral de Córdoba y la iglesia de San Francisco, en Santa Fe, y no pocas casas particulares, pues si por lo general las fachadas de estas casas coloniales eran modestas, sus puertas nunca dejaban de ser artísticas.

Todas estas puertas de madera, con o sin clavos de hierro, que mas que seguridad estampan cierta severidad a la entrada se caracterizan por su gran altura y en algunos casos están divididas en cuatro, seis u ocho hojas, movibles gracias a poderosos y artísticos herrajes.

arte jesuita-guarani intrados de la cupula en la iglesia de santa fe
Intrados de la cúpula en la Iglesia San Francisco de Santa fe

Las puertas de Buenos Aires son típicas por su sencilez y escasa decoración, pero de muy buen gusto; en cambio, en las ciudades del interior presentan un aspecto más señorial, y tanto en Santa Fe como en Córdoba, Salta, Jujuy, La Rioja y Catamaca no faltan ejemplares de primoroso arte con sus puertas floreadas, decoradas y claveteadas.

En lo que respecta a las ventanas coloniales, poco es lo que podemos añadir a lo expuesto en lo tocante a las puertas, de cuyas características participan en grado más modesto; pero dos factores curiosos cabe destacar: el uso de piedras traslúcidas en vez de vidrios y el alarde de estética en ciertas rejas de madera, cuyos balaustres presentan motivos de lacería o están recortados en multitud de pequeñas gorgueras y collarines.

Notable ejemplo de este arte es la reja de la casa de los Echagüe, conservada actualmente en el Museo de Lujan.

También las balaustradas de madera se aplicaron a las barandas de escaleras, galerías y balcones.

En estos últimos débense mencionar igualmente las ménsulas de sostén de los mismos, recortadas caprichosamente en perfiles ondulados en general, y con talla de figuras de indiátides bajo el balcón del Cabildo de Salta.

Los artesonados de algunas iglesias, algunos de ellos con ménsulas de cabezas humanas, dentro de su rusticidad presentan toda una gama de arte constructivo.

Son dignas de mencionarse la nave de San Francisco, en la ciudad de Santa Fe, con cerchas de elementos atados con tientos , y la magnífica bóveda del templo de la Compañía de Jesús, en Córdoba, habilidosa obra del jesuíta Felipe Lemer .

Nos llevaría demasiado lejos si tratásemos de describir la riqueza artística que trasuntan retablos, altares, comulgatorios, confesionarios, armarios y cajoneras de sacristía, mesas, sillas y candelabros, fruto de la habilidad y dedicación amorosa de muchas veces anónimos artífices de la madera; pero no podemos dejar de nrencionar los pulpitos de las iglesias de San Roque y de la Compañía de Jesús, en Córdoba, y de la Catedral de Jujuy; este último, por su tallado en encaje y en policromado de arabesco, constituye toda una maravilla del arte de la madera.

Terminamos haciendo alusión a los llamados "carpinteros de ribera", esto es, carpinteros consagrados a la construcción o reparación de barcos que surgieron en todas las ciudades marítimas o lluviales de cierta importancia, y que, por su número y la perfección que alcanzaron en esta habilidad, llegaron a colmar holgadamente las necesidades locales.

Construyeron con maderas de lapacho, algarrobo y cedro toda suerte de embarcaciones, como fragatas, bergantines, zumacas, balandras, falúas y otras de menor cuantía.

Herrería:

Paralelamente a la carpintería y talla de madera se desarrolló durante el período hispánico la herrería, cerrajería y artesanías afines: broncería, hojalatería, estañería, peltrería, etc., todo lo cual, si bien sumamente interesante, nos llevaría demasiado lejos desarrollarlo, por lo que nos limitaremos a los relacionados con el hierro.

La herrería tropezó en un principio con la dificultad de la carencia de hierro y acero, que hubo que reemplazar en las construcciones por maderas duras, abundantes en el país.

La importación del metal en bruto, en la colonia, se efectuó con la instalación de numerosas fraguas para forjarlo, y permitió su utilización variada, que, para facilitar su estudio, subdividiremos en: cerrajería, rejería, balconería y otros trabajos.

La cerrajería, aun dentro del limitado campo de su aplicación, ofreció, nó obstante, a los forjadores la oportunidad de poner de manifiesto sus dotes artísticas, ya sea en goznes o pernios, en llamadores o en bocallaves.

Las bisagras o goznes dfi puertas y ventanas, si bien la armella fija presenta pocas variantes, la parte móvil, en cambio, ofrece de ordinario alas lunulares, espiraladas, rizadas o flamígeras. Aún la pequeña rangua y la espiga O gorrón están trabajados con evidente arte.

Los llamadores, bastante molestos para los vecinos de aquellos tiempos de silencio, presentan toda una gama de variedad, desde la sencilla aldaba anillar o el pequeño martillo que golpean contra una esfera, hasta los que adoptan lá forma estilizada de manos, garras, cabezas de caballos o animales quiméricos.

Las bocallaves presentan, la mayor parte, formas geométricas o florales de contornos artísticos, y a veces ornamentación calada y animales heráldicos. Constituyen, casi siempre, pequeñas obras de arte.

Lo que acabamos de decir de las bocallaves se puede aplicar también, en menor escala, a los pestillos, que por lo regular presentan líneas menos variadas.

Completan la cerrajería de las puertas otros accesorios: picaportes, pasadores, españoletas, manijas y capuchinas.

En rejería nos es dado admirar desde las severas rejas conventuales de barrotes rectos, que no ofrecen otra variedad que el motivo central, formado por eses afrontadas dentro del en cuadramiento rectilíneo de los barrotes, hasta las artísticas cancelas del siglo XVIII, ornamentadas con rígidos elementos geométricos (lacería, redes, meandros, etc.) o de formas ondulantes de inspiración vegetal y animal (tallos, rosetas, palmetas, delfines, etc.). Son dignas de mención varias artísticas cancelas porterías, las de la capilla de Salsipuedes y de la casa del virrey Liniers, en Alta Gracia.

Hermosos valores decorativos ofrece también la balconería colonial.

Se inicia con simples barrotes verticales con sus típicas eses afrontadas; más tarde se insertan paneles de rizos y después el sistema de barrotes deja paso a largos cuadros con motivos ondulantes combinados con grandes rosetones, como en los balcones de las torres de Santo Domingo, en Buenos Aires.

Entre otros trabajos diversos de hierro que ofrecen también un estudio interesante debemos recordar los brocales de los aljibes, que constituían un motivo decorativo en los viejos patios coloniales; los brazos de hierro retorcido, que servían de sostén a las luminarias; las magníficas cruces de las iglesias, adornadas con figuras y motivos litúrgicos, y, finalmente, las humildes veletas de tipo banderín o con figuras de animales simbólicos como el perro y el gallo.

Cantería:

La cantería o estereotomía es el arte de labrar la piedra para construcciones diversas. La carencia de piedra en la margen derecha del estuario del Plata hizo que apenas se desarollara este arte en Buenos Aires; en cambio, prosperó en Córdoba, Salta y San Juan, que disponían de material adecuado.

Hoy día, en que la mecánica ha reemplazado el ingenio del cantero, no estamos en condiciones de apreciar en su justo valor el exquisito arte que nos han dejado estos maestros de antaño que supieron transfundir su espíritu a los bloques de piedra que tan pacientemente trabajaron.

Más belleza creadora inspiran esas sencillas piedras angulares de los artífices del pasado que no los presuntuosos, cuanto insensibles, mármoles que arropan no pocas de nuestras construcciones modernas.

El arte de cantería monumental se inicia entre nosotros a mediados del siglo XVIII, trabajándose con éxito en Córdoba y Tucumán la llamada "piedra sapo», que si bien no es pesada, es fácil de rayar y labrar, y hasta aserrar como madera.

Esta clase de piedra se empleó en la fabricación de ménsulas, retablos, mesas de altar, comulgatorios y en objetos más pequeños, como pilas lápidas, soportes, lavabos, etc.

Entre estas últimas obras se destaca, por sus elevados quilates y casi perfectos detalles, el lavabo o aguamanil, existente en la sacristía de la iglesia de la Compañía de Jesús, en Córdoba .

Las ruinas misioneras, a través de los trabajos más o menos intactos que han llegado hasta nosotros: portadas cubiertas de tallas, cornisas con altorrelieves y numerosas piezas aisladas, ponen de manifiesto la amorosa dedicación y la mano experta de los canteros guaraníes

Este arte recibió un empuje notable con la llegada a estas regiones, en 1784, de las Comisiones Demarcadoras de Límites, en virtud del tratado de San Ildefonso (1777), ya que entre sus peritos en las diversas ramas del saber se hallaban varios canteros de valía: Juan M. Fernández, Ramón Solía y Martín Oteyza.

Años más tarde, otros insignes maestros completaron la plana de esta pléyade de artistas de la piedra, a quienes debemos, entre otros muchos trabajos, el escudo en mármol de las armas reales que figuró en la Casa de Real Hacienda, los de la Recova y de la Universidad de Córdoba, así como otras reliquias de piedras que aún podemos admirar en viejas iglesias.

Orfebrería y platería:

Años más tarde, otros insignes maestros completaron la plana de esta pléyade de artistas de la piedra, a quienes debemos, entre otros muchos trabajos, el escudo en mármol de las armas reales que figuró en la Casa de Real Hacienda, los de la Recova y de la Universidad de Córdoba, así como otras reliquias de piedras que aún podemos admirar en viejas iglesias.|

OLa ausencia de metales nobles en nuestro suelo impidió, en un principio, se desarrollaran entre nosotros los trabajos de orfebrería, tal como aconteció en los virreinatos de Méjico y del Perú, donde la abundancia del oro y de la plata determinó una floreciente industria.

mate de orfebreria jesuita
Mates Porteños de Plata Siglo XIX

Hasta mediados del siglo XVIII los datos que poseemos sobre los orfebres en nuestra urbe de Buenos Aires son raros, sin duda porque éstos escasearon, y los objetos de oro y plata que ornaban los templos y casas particulares eran, en su mayor parte, de origen altoperuano.

Los primeros plateros y orífices llegados a Buenos Aires fueron de origen lusitano; de aquí que infundiesen en la platería bonaerense ese carácter afiligranado, género cultivado en Portugal, en oposición al repujado, propio de las regiones donde aoundaba este metal.

En un registro hecho en Buenos Aires en 1748 nos encontramos con catorce plateros, tres Oficiales y dos aprendices; este número de artífices fue sin duda en aumento con el correr de los años, como que en 1788 Buenos Aires cuenta ya con 47 obradores públicos.

No obstante los esfuerzos realizados en varias ocasiones para organizarse en gremios propiamente dichos, al estallar la Revolución emancipadora habían fracasado todas las tentativas y si en los documentos oficiales se hace referencia al "gremio de plateros", es sólo en sentido de junta o agrupaciones y no de corporación, en el concepto jurídico de la época, para lo cual se necesitaba toda una serie de requisitos.

El frecuente empleo de baja ley o los fraudes cometidos al emplear metales de inferior calidad determinó, en 1778, al intendente de Real Hacienda, Francisco de Paula Sanz, a promulgar un bando reglamentando el ejercicio de este arte y en virtud del cual "ninguno podía instalar tienda ni abrir vitrina" si antes no había desempeñado el oficio de aprendiz durante cinco años y dos como oficial bajo las órdenes de un maestro conocido, a cuyo término se le expedía el certificado correspondiente.

Como dato de curiosidad consignamos aquí el examen de competencia que se debía rendir para ejercer la profesión de maestro de orfebrería:

"Previamente debía el pretendiente justificar su limpieza de sangre y ser cristiano viejo, para la cual se hacían las informaciones de práctica, con presencia y declaración de testigos.

El examen contaba de dos pruebas: una de carácter y otra teórica, en donde el futuro maestro debía responder a las preguntas que le formulaban los miembros del tribunal que actuaba en tales diligencias.

Cumplida satisfactoriamente la primera prueba, se procedía «a sacar a la suerte», por uno de los maestros examinadores, una lámina del libro de dibujo, en donde se reproducían todas las clases de piezas de orfebrería.

El objeto representado en la lámina sacada al azar, debía ser labrado por el aspirante en el obrador de uno de los examinadores.

Ejecutada la pieza, con la constancia de que el pretendiente la había realizado sin ayuda ni consejo de otra persona, era sometido a severo examen general, si era aceptada la labor, se le extendía la correspondiente carta de aprobación, con derecho a establecer tienda u obrador para trabajar para el público" .

La carencia misma de metales preciosos en nuestro suelo inhibió a los plateros y orífices porteños trabajar piezas macizas y deslumbrantes, como en el Alto Perú o en las costas del Pacífico; nuestros artífices se limitaron a objetos más modestos y sencillos, casi todos ellos dedicados al culto: medallas conmemorativas , piezas de vajilla para gente de posición holgada y engarces de arreos y monturas.

Sobre esto último, el señor José Torre Revello nos trae la interesante relación:

"Consumados maestros engalanaban primorosamente los lujosos arreos y monturas que lucían ricos parroquianos, quienes en las fiestas patronales gustaban deslumhrar a sus vecinos con «pingos» que ostentaban juguetonas cabezadas con labrados cabezales, pretales, riendas y estribos, en los que el cuero desaparecía bajo el agobio y brillo de los metales, taleros, puños de facones y boleadores, sin que dejemos en olvidó las estrelladas nazarenas ni otros pequeños artefactos que con presunción y orgullo lucían su poseedores" .

¿Para terminar, dejamos constancia de cuatro artífices que más se distinguieron en el difícil arte del buril: Juan A. Callexas y Sandoval, vallisoletano, el más notable de nuestros plateros, a quien debemos ocho hermosas láminas que representan imágenes sagradas de un trazo ágil y reproducción elegante; el cuzqueño Juan Dios Rivera, que ilustró algunos de los impresos tirados en el primitivo taller de los expósitos; el correntino Manuel P. Núñez Ibarra, cuya obra más notable fue un San Telmo, patrono de los navegantes, y, finalmente, el artífice platero italiano José Boqui, a quien vemos actuar ya en Buenos Aires en 1801 trabajando varias custodias, entre ellas la que se conserva en la iglesia del convento de Santo Domingo, de plata dorada y con 1,45 m. de alto.

A partir de 1808 se pierden sus huellas en Buenos Aires y dos años más tarde se encuentra en Lima trabajando en favor de la independencia, siendo designado más tarde director de la Casa de Moneda del Estado del Perú.

Fuente Consultada: HISTORIA DE LA CULTURA ARGENTINA de Francisco Arriola Tomo II Editoria Stella 19ºEdición Capítulo II: El Arte Jesuitico

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