Cultivos en América Colonial y los Trabajos Forzados a Aborígenes

Cultivos en América Colonial y los Trabajos Forzados a Aborígenes

LOS CULTIVOS COLONIALES Y EL COMERCIO

Desde el principio, Cortés había dado ejemplo en sus inmensos dominios mexicanos de Cuernavaca, plantando alrededor de su espléndido palacio, caña de azúcar, cáñamo, moreras.

La llegada de los europeos revolucionó el orden animal y vegetal, introduciendo el cerdo, el carnero, el caballo, el asno y el mulo.

Los rebaños aumentaban rápidamente, devastando las tierras de cultivo de los indios, que se retiraban a las montanas; América comienza a exportar su cuero y tejer su lana.

Cultivo de los aborígenes

Cultivo de los aborígenes en América Colonial

El trigo, la viña, el olivar vinieron a suministrar su alimentación habitual a los europeos; no obstante, los cultivos coloniales se desarrollaban en las zonas tropicales: cacao, caña de azúcar, índigo, cultivados en las haciendas, grandes propiedades de tipo capitalista, que empleaban cientos de hombres y un material de transformación considerable.

Pero hasta el siglo XVIII la economía de la plantación no desempeñará un papel determinante.

La prueba es que la América española equilibra sus importaciones con el envío del oro y de la plata.

Doscientos navios salidos de Sevilla aseguran cada año los cambios.

Al ir, trigo, vino, aceite, hasta 1570; después, en el siglo XVII, todos los productos manufacturados cuya fabricación estaba reservada a la metrópoli.

Al retorno, el cuero, índigo, azúcar y, sobre todo, los metales preciosos.

Sólo estaban abiertos a los convoyes españoles tres puertos coloniales: Veracruz, Cartagena, Portobelo, que redistribuían las mercancías importadas hasta La Plata, a pesar de su magnífico estuario.

LA SITUACIÓN DE LOS INDIOS

Desde el punto de vista demográfico, la llegada de los europeos fue una catástrofe.

Después de las matanzas de la conquista, el exterminio de las tribus irreductibles a toda asimilación, como las de los chichimecas en México o los araucanos de Chile, las muertes debidas al trabajo forzado en las minas y las enfermedades microbianas, ocasionaron terribles epidemias.

En las Islas de las Antillas, desaparecieron los indios casi en su totalidad.

Con la supresión progresiva de la encomienda, el trabajo forzado temporal evolucionó poco a poco hacia el trabajo libre asalariado.

Los indios llegaron a no tener más obligación que la de ir a alquilar sus brazos a los empleadores que eligieran ellos mismos, con los que podían discutir su salario sin que éste descendiera nunca de un mínimo marcado por la ley.

Entonces se abrió en algunos puntos de las Indias de Castilla una era de prosperidad para los supervivientes, bastante reducidos después de las grandes epidemias.

La ley de la oferta y la demanda estaba a su favor.

En el siglo XVIII llegó a ser habitual el espectáculo de los indios reuniéndose con sus empleadores en la plaza pública.

Al mismo tiempo, habían sido tomadas medidas para proteger a los indígenas contra trabajos demasiado duros: el de los molinos de azúcar y talleres de tejidos.

En fin, en 1632, fue totalmente suprimido el trabajo obligatorio en toda la América Latina.

Esta decisión demostrativa de una real inquietud humanitaria fue fácilmente soslayada: los propietarios necesitados de mano de obra intentaron atraer a sus dominios a los trabajadores libres, sacándolos de las comunidades de vecinos; para reternerlos, les adelantaban dinero, que los indígenas gastaban muy rápidamente; entonces se les obligó a trabajar para reintegrarlo.

Este fue el trabajo por deudas.

Los poderes reales españoles se preocuparon de esta nueva situación y prohibieron todo adelanto de dinero a los indios, bajo pena de perder las sumas prestadas.

Pero la aplicación de esta ley era muy difícil; esta nueva forma de servidumbre por deudas que se manifiesta en América Latina a mediados del siglo XVII, es ya el «peonaje», que tomará su forma definitiva en el siglo siguiente, y del cual intentaron las masas liberarse, de una u otra forma, en más de un país de la América Central y del Sur.

Las leyes liberales, promulgadas por Madrid para la salvaguardia de los indios, iban a llevarlos involuntariamente a la peor de las condiciones: la de parias, la de indeseables, la de parados.

Pero entretanto surgió la gran desgracia de los indios.

Esta fue la trata de negros que estudiaremos de manera más detallada en la historia del Brasil.

Los principales países que suministraron esta mano de obra fueron desde el principio los de África Occidental y Central y, a partir de 1630, de Mozambique.

Se puede cifrar, aproximadamente, en más de un millón el número de esclavos negros importados en la América Latina antes del siglo XVIII, de los cuales 500.000 corresponden al Brasil.

Los esclavos negros fueron empleados en trabajos agrícolas, principalmente en las regiones de clima tropical-ecuatorial: costas del Brasil, Venezuela y países de América Central, así como en las Antillas.

Santo Do mingo llegó a ser una verdadera tierra africana en el continente americano.

EL PAPEL DE LA IGLESIA LAS REDUCCIONES

La obra de evangelización acompañó a la colonización; en 1528 había ya 28 obispados y, a mediados del siglo, tenían arzobispados México y Lima.

La obra misionera fue acometida, sobre todo, por las órdenes franciscana, dominicana, agustina y, más tarde, por los jesuítas.

Los frailes realizaron un trabajo lingüístico y etnológico extremadamente precioso.

El franciscano Bernardino Ribera de Sahagún es el padre de la etnología india en Nueva España, de la que ha sido el gran explorador.

En todas partes fueron edificados numerosos conventos rodeados de murallas fortificadas.

Buscando aislar a los indios de los europeos, los monjes les enseñaron a cultivar los nuevos productos de Europa, a leer, escribir y a vestirse.

Como los conventos limitaban el reclutamiento del trabajo forzado, se vio a los propietarios luchar contra sus actividades.

Esclavos brasil

Esclavos africanos en el traslado por barcos

Ellos preferían indios paganos para hacerlos trabajar el domingo.

Hubo después rivalidades entre conventos, a veces verdaderas batallas donde los indios servían de soldados.

Las tribus hostiles atacaban los monasterios, los saqueaban, mataban a los frailes.

Otros monjes se adentraban en los bosques y en las montañas para terminar la evangelización.

En el siglo XVIII, los jesuítas desempeñaron un papel capital en la región del Plata.

Controlaban inmensos distritos donde ejercían la autoridad espiritual y temporal, defendiendo a los indios de sus «reducciones» contra los cazadores de esclavos.

A finales del siglo XVII, Paraguay había llegado a ser un estado jesuíta, una verdadera teocracia.

Los tupis-guaraníes estaban agrupados en ciudades fortificadas, donde los cultivos eran de propiedad común.

Bien alimentados y disciplinados, escaparon a la destrucción, pero su asimilación fue muy superficial.

La Iglesia tuvo entonces una influencia decisiva en el desarrollo del arte y la civilización.

En la «Plaza», corazón de cada ciudad, se levantaban, frente a frente, la catedral y el palacio de la administración colonial.

El arte de la América española combina las formas del Renacimiento con reminiscencias góticas, románicas y «mudejares», y el barroco empujó a un grado extremo de audacia y complicación los modelos españoles.

Inmediatamente después de la conquista, se construyeron los conventos de las órdenes religiosas: iglesias monumentales, capillas de tránsito para las procesiones, jardines, acueductos.

La iglesia dominaba siempre por su tamaño al convento.

Cada Orden religiosa impuso un estilo, pero la tradición india no llegó  a manifestarse  apenas.

LA IMPORTACIÓN DE ESCLAVOS NEGROS

Como en la América española, las leyes de protección de los indios, siempre mal aplicadas debido a la oposición de los colonos, condujeron rápidamente al desarrollo de la trata de negros.

La extensión del cultivo de la caña de azúcar provocó en la primera mitad del siglo XVI una necesidad urgente de esclavos, tanto más cuanto que los holandeses se habían hecho dueños de Angola, principal proveedor, relevado muy pronto por la Guinea.

Los portugueses habían practicado la trata en las costas de África, desde el final del siglo XV.

Un contratador la arrendaba al gobierno a cambio del monopolio en una región, determinada.

Los tratantes debían dar por otra parte, dos negros al rey cada año y entregar dinero para las «obras pías» y las Ordenes religiosas.

Ellos se procuraban los esclavos o se los adquirían a los jefes indígenas, a los que las guerras tribales suministraban numerosos prisioneros.

En los períodos de hambre, los negros se vendían ellos mismos.

En fin, los aventureros, los «pourbeiros», negros y mulatos, efectuaban cacerías en el interior.

Los esclavos eran concentrados en la costa, bien alimentados, después de marchas agobiantes en la maleza, engrasados de aceite de palma para darles aire de llenos de salud y vigor.

Es cierto que algunos eclesiásticos protestaron y, en 1639, el papa Urbano VIII prohibió la esclavitud de negros como la de indios, pero la bula no fue aplicada.

Los traficantes eran pagados en pólvora y en armas, en tejidos, tabaco y quincallería.

A veces, son víctima de la astucia de los jefes indígenas que les atraen, anunciándoles un lote importante de esclavos, para robarles sus artículos de intercambio.

Dejando África, y pasando por Lisboa, o entrando en el Brasil, los mercaderes debían pagar tasas por cada cabeza transportada.

Estaba prohibido embarcar un negro no bautizado.

Por lo tanto, un convoy era bautizado sumariamente, «en bloque»; los barcos negreros eran denominados «tumbeiros», enterradores.

Un franciscano italiano que hizo la travesía en uno de estos barcos escribió: «Los hombres estaban apilados al fondo de la cala, encadenados para que no se sublevasen y matasen a todos los blancos de a bordo.

Se reservaba a las mujeres un segundo entrepuente. Las mujeres encintas eran reunidas en la cabina de popa.

A los niños se les amontonaba en el primer entrepuente como sardinas en barril.

Si querían dormir caían unos sobre otros.

Para satisfacer sus necesidades había sentinas, pero como temían perder su sitio se aliviaban donde se encontraban, sobre todo los hombres "cruelmente amontonados", de tal manera que el hedor y el calor llegaban a ser intolerables.»

La travesía del Atlántico duraba de 35 a 50 días.

La mortandad era muy elevada; debido a la asfixia y las epidemias, el índice de mortalidad venía a ser sobre el 50%.

Para «luchar» contra las epidemias se mataba, muchas veces, a los enfermos.

A la llegada, los supervivientes eran de nuevo bien cuidados para obtener un precio satisfactorio en las subastas.

Vendido en Angola en 22.000 reales, un esclavo podía ser comprado en 80.000 reales en el Brasil.

Los precios varían, naturalmente, según la talla, edad, fuerza, sexo, etc.

En 1570, no había más que 2 ó 3.000 negros en el Brasil, en 1600 se les puede estimar en 50.000 y, hacia 1650, en 100.000.

Remunerador a despecho de los riesgos y de las pérdidas, el tráfico suscitaba el contrabando de los ingleses, franceses, italianos, holandeses.

Navios ingleses atacaban a los negreros para apoderarse de sus cargamentos, como lo harán posteriormente los holandeses en el curso de su ensayo de conquista del Brasil.

Fuente Consultada:
Enciclopedia de Historia Universal HISTORAMA Tomo VI La Gran Aventura del Hombre

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