Historia del Uso de las Armas Quimicas y Biologicas en la Guerra

HISTORIA DEL USO DE ARMAS QUÍMICAS Y BIOLÓGICAS EN LA GUERRA

“Se define como guerra biológica el uso intencional de organismos vivos o sus productos tóxicos para causar muerte, invalidez o lesiones en el hombre, animales o plantas.

Su objetivo es el hombre, ya sea causando su muerte o enfermedad o a través de la limitación de sus fuentes de alimentación u otros recursos agrícolas.

El hombre debe sostener una continua batalla para mantenerse y defenderse a sí mismo, a sus animales y a sus plantas, en competición con insectos y microbios.

El objeto de la guerra biológica es malograr estos esfuerzos mediante la distribución deliberada de gran número de organismos de origen local o foráneo, o sus productos tóxicos, haciendo uso para ello de los medios más efectivos de diseminación y utilizando puertas de entrada inusuales.

La guerra biológica ha sido adecuadamente descrita como salud pública al revés.” .

Del folleto Efectos de los agentes de la guerra biológica, publicado por el Departamento de Salud, Educación y Bienestar de los Estados Unidos de Norteamérica, en julio de 1959.

BREVE HISTORIA DEL USO DE ARMAS QUÍMICAS O GASES:

Un examen minucioso del papel que representaron los productos químicos en la Guerra Europea será no sólo interesante, sino también agradable narración, por la que se conocerán métodos nuevos y detalles atractivos para adaptar la ciencia moderna a los medios de producir la ruina de los pueblos y esparcir el dolor y la muerte.

USO DE ARMAS QUIMICAS

Es la descripción de cuanto pudo hacerse con rapidez sorprendente para suministrar a los ejércitos combatientes productos químicos, como los gases asfixiantes, aquellos que producían lágrimas y las variedades que obligaban a estornudar, con los gases tóxicos, líquidos inflamables, etc., etc.; del esfuerzo colosal llevado a cabo por los químicos de los países aliados para descubrir los medios de estorbar o impedir los efectos de este nuevo y espantoso método de ataque alemán, así como el éxito de los servicios diversos de los suministros militares en los Estados Unidos y el extranjero, acertando a castigar al enemigo con sus mismos procedimientos.

Los gases venenosos no se emplearon como medio de ataque por primera vez en la última guerra: 431 años antes de Cristo los espartanos saturaban la madera con pez y azufre, quemándola para asfixiar al enemigo.

Más tarde emplearon también flechas incendiarias, y los griegos utilizaron productos diversos químicos para incendiar y «disparar».

Durante la guerra civil en Norteamérica se emplearon los humos producidos al quemar el azufre para que el viento los llevase en dirección del bando contrario.

Como se ve, la aplicación no es nueva, y su marcha progresiva siguió el mismo paso que el avance en las investigaciones químicas y los perfeccionamientos técnicos en otros suministros militares en armonía con los tiempos.

El término «gas», en cuanto a suministros militares se refiere, quiere decir materiales que causan daño cuando se mezclan con el aire y se envían contra el enemigo.

El término indica su condición original y puesto que además pueden encerrarse dentro de las granadas, bombas o cilindros.

En cada caso, los gases son en realidad líquidos o sólidos que al romperse el depósito o artificio que los contiene se volatilizan o se generan, debido a la presión o fuerza explosiva.

Son generalmente de tres clases: persistentes, no persistentes e irritantes.

Otro importante grupo empleado con fines militares lo forman los llamados «humos», los cuales pueden ser venenosos o simplemente utilizarse sólo para ocultar al enemigo los movimientos de las tropas.

Los gases venenosos se emplearon por primera vez en la reciente guerra el 23 de abril de 1915, utilizando los alemanes el cloro (gas oximuriático) contra las líneas francesas e inglesas en el saliente de Yprés.

Un desertor había dado a conocer las intenciones del enemigo; pero no creyendo los aliados que Alemania violase las reglas establecidas en La Haya, no dieron importancia a este aviso, y, por tanto, no se tomaron serias medidas de protección contra ellos.

He aquí cómo describe los resultados Auld en su obra Gas y llama:

«Imaginaos, si es posible, la situación y estado de ánimo de aquellas tropas, al ver una extensa nube de ceniciento gas amarillo brotando del suelo y arrastrándose, empujado por el viento hacia ellos; los vapores quemaban la tierra, introduciéndose por las grietas y huecos, llenando los agujeros hechos por las granadas y las trincheras según iba acercándose.

Al principio, el asombro; después, el miedo, y por último, cuando las primeras capas de la nube envolvieron y dejaron a los hombres sin aliento y agonizantes, si pánico. Los que podían moverse huyeron, aunque en general en vano, pues la despiadada nube los seguía y alcanzaba.»

El 22 de abril de 1915 los alemanes lanzaron sobre las líneas francesas en Ypres una nube de gas de cloro, matando a más de 5.000 soldados y produciendo otras 10.000 bajas.

El desastre fue tal que la línea del frente se quebró, abriendo a los alemanes el camino del Canal de la Mancha.

Pronto empezaron las técnicas de defensa y a fines de abril de 1915 los Aliados inauguraron el uso de máscaras antigás en los frentes de combate.

Se inició una escalada continua de gases tóxicos y técnicas paliativas, que culminé con el uso masivo del mortífero gas de mostaza (iplirita).

Aunque éste no fue usado hasta la última parte de la guerra, se estima que produjo 400.000 bajas.

Se calcula que en total ambos bandos insumieron 124.200 toneladas de gases tóxicos en la contienda.

Los horrores de la guerra química y la presencia en los países europeos de miles y miles de veteranos "gaseados”, inválidos condenados a una supervivencia de hospital, impactaron de tal modo a la opinión pública internacional que se convocó a la Conferencia que en Ginebra en 1955 convino a prohibición de todo uso de gases asfixiantes, venenosos e incapacitantes.

El Protocolo de Ginebra fue firmado por 32 naciones —entre las que  no estaban ni Japón ni los Estados Unidos— y abiertamente violada aún antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial: en 1936 las tropas de Mussolini emplearon el gas de mostaza contra los etíopes durante la Campaña de Abisinia.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las armas bacteriológicas reaparecieron en la Guerra de Corea.

En febrero de 1952 se denunció el uso que de ellas hacían los Estados Unidos. Para comprobar estas denuncias se formó la Comisión Científica Internacional para las investigación de los hechos concernientes a la guerra bacteriológica en Corea y en China, integrada por científicos de renombre de varios países.

Esta comisión concluyó, tras una larga investigación que «los pueblos de Corea y China  han servido de blanco para las armas bacteriológicas.

Estas armas fueron usadas en destacamentos del ejército de los Estados Unidos, que utilizó para este fin muchos y variados métodos, algunos de los cuales son continuación» de los métodos utilizados por el ejército japonés en la Segunda Guerra Mundial”.

Se produjo un informe de 700 páginas, presentado ante las Naciones Unidas en octubre de 1952, citando el uso de moscas, piojos, mosquitos, roedores, conejos y otros animales pequeños infectados con gérmenes de cólera, antrax, peste bubónica y fiebre amarilla.

Los Estados Unidos refutaron los cargos y las Naciones Unidas nunca se pronunciaron.

EL PRESIDENTE KENNEDY Y LA GUERRA QUÍMICA:

John Fitzgerald Kennedy llegó al poder con algunas ideas fijas. Entre ellas estaba su plan para flexibilizar una posible respuesta militar norteamericana, hasta entonces enmarcada rígidamente en el uso de dispositivos nucleares.

Biografia de John Kennedy Gobierno y Magnicidio – BIOGRAFÍAS e HISTORIA UNIVERSAL,ARGENTINA y de la CIENCIA

J. F. K. sabía que el futuro de su país estaba poblado por guerras limitadas, en las cuales, por razones políticas, se haría muy difícil si no imposible utilizar todo el arsenal nuclear táctico.

Los conflictos limitados deberían pues enfrentarse con métodos nuevos, que aseguraron una gran versatilidad de respuestas que se adecuaran a requerimientos tácticos variables

Por empezar hacía falta un nuevo tipo de soldado de élite, superentrenado para operar con la mayor independencia y en el cual la esencial neutralidad ideológica del conscripto se reemplazara por una formación política adecuada que le permitiera matar, torturar y sabotear con cabal conocimiento de causa.

Este soldado debía ser no sólo un operador sino un formador de cuadros cívico-militares nativos de los países invadidos. Así surgió el cuerpo de los “green berets" (boinas verdes).

Los teatros de operaciones de estas nuevas guerras limitadas prometían dificultades insalvables para las armas convencionales.

Hacía falta utilizar transportes de un nuevo tipo, de operación vertical, gran autonomía y capaces de prestar apoyo efectivo a las fuerzas terrestres.

Luego de un comienzo tímido en manos de los franceses durante la guerra de Indochina, el helicóptero pasó a primer plano y se convirtió en uno de los principales instrumentos bélicos en Vietnam.

Las tácticas antiguerrilleras encontraron así expuestas novedosas: un nuevo tipo de soldado, multifacético y politizado, y el uso sistemático del helicóptero para contrarrestar la sorpresa y el empleo de terrenos escabrosos por parte de la guerrilla.

Hacía falta, sin embargo, algo más. Ni los boinas verdes ni los helicópteros alcanzaban ya para luchar con efectividad en Vietnam, donde las densas selvas tropicales, obstaculizaban la detección de francotiradores, impedían localizar las emboscadas, disimulaban los objetivos de la aviación y de la artillería.

Por otra parte, dan las características de la lucha guerrillera —donde según Mao (en un texto citado por todos los estrategas norteamericanos de la última década) “el combatiente es como un pez que nada en el agua que es su pueblo”— era importante “secar el estanque”, es decir, cortar la conexión logística y su base de apoyo popular.

O más simplemente aún, dejarlo sin sustento.

El presidente Kennedy no podía rehuir el compromiso del siglo, es decir, la exploración de los fértiles campos de la ciencia para encontrar nuevas armas espectaculares.

Y aunque los orígenes de su fortuna familiar no lo entroncaban con los fundadores del “establishment” (el contrabando de alcohol durante la Ley Seca era demasiado reciente en la maculada foja de su padre) había vivido en Massachussetts y se había educado en Harvard.

La ubicación geopolítica del asesinado presidente norteamericano es importante para comprender lo naturalmente que accedía a los pináculos de la ciencia norteamericana.

El núcleo científico de los Estados Unidos tiene uno de sus centros en Boston, Massachussetts. Harvard y el M. I. T. (Instituto Tecnológico de Massachussetts) represen­tan el paradigma de la acumulación de poder científico y político en los Estados Unidos.

El 25 por ciento de los miembros de la célebre “National Academy of Science” provienen de estas dos instituciones.

De entre 300 universidades, el M. I. T. mantuvo hasta hace un año el record absoluto de contratos con el Departamento de Defensa de los Estados Unidos.

Esta colaboración estrecha entre el gobiernofederal y las universidades comenzó durante la Segunda Guerra Mundial —con el desarrollo del radar, de las bombas atómicas, la investigación operativa, la computación, los misiles y la sociología aplicada— pero quedó definitivamente entronizada y reforzada con el pasaje del tiempo y la continuación de la guerra (Corea, la Guerra Fría, el apoyo a la guerra, colonial francesa).

Kennedy estaba en muy buenas relaciones con el “establishment’ científico.

Su política interior le había valido el apoyo electoral de la universidad. Salvo degenerados sociales como Teller o Seaborg, los grandes popes de la academia coincidían con él en la necesidad de evitar holocaustos nucleares, pactar con la Unid Soviética y buscar otros métodos para la lucha contra el comunismo.

Entusiastas con la actitud de Kennedy en todo lo referente a la cultura —un verdadero oasis en el perpetuo desierto el anti-intelectualismo norteamericano del que Goldwater, Nixon y Wallace son ejemplos contundentes— coincidieron con el presidente en la necesidad de aguzar el ingenio para diseñar armas “piadosas”.

Además, J. F. k. era un asiduo lector de lan Fleming, el autor de “James Bond”.

La euforia cientificista de la Casa Blanca llevaba los asesores de Kennedy a verdaderos delirios salvacionistas, en los que se visualizaban grandes batallas ganadas mediante gases soporíferos que tumbaban sin más consecuencia que un corto sueño reparador, a ejércitos enemigos, sólo por el tiempo necesario para hacerlos prisioneros.

Frente a la destructividad sin limite de las armas nucleares —que nunca cesaron de desarrollarse y perfeccionarse— o de las nuevas armas convencionales —cada vez más mortíferas— la farmacología, la toxicología y la microbiología modernas aportaban teóricamente una posibilidad de diseño de dispositivos efectivos pero carentes de letalidad.

Además, uniendo lo útil con lo agradable, los gastos de producción e investigación en farmacología, toxicología y microbiología son ridículamente bajos si se los compara con los del desarrollo de armas nucleares.

Las Ventajas:

El “U. S. Army Field Manual FM3-10” titulado “Empleo de agentes químicos y biológicos” dice textualmente:

Capacidad de búsqueda (search capacity): Los agentes biológicos «anti personales» puede ser diseminados, en concentraciones efectivas para producir bajas, sobre superficies extremadamente amplias. Muchos kilómetros cuadrados pueden ser efectivamente cubiertos por un solo avión o misil.

La «capacidad de búsqueda»

de las nubes de agentes biológicos y la dosis relativamente pequeñas se necesitan para causar infecciones entre la tropa dan a las municiones biológicas la capacidad de cubrir grandes áreas donde los objetivos militares no están precisados con exactitud pero donde los informes de los servicios de inteligencia hacen suponer que pueden existir tropas enemigos..

Ausencia de aviso:

Un ataque biológico puede ocurrir sin dar ningún aviso ya que los agentes biológicos pueden ser diseminados, mediante sistemas de armamentos que no llaman la atención, un área considerablemente alejada del blanco ya que se cuenta con el movimiento del aire para llevar el agente a su objetivo.

Los agentes biológicos no pueden ser detectados por los sentidos sin ayuda de instrumentación adecuada.

La detección y la posible identificación de los mismos requiere por lo general una apreciable cantidad de tiempo y técnicas de laboratorio complicadas (que por supuesto no están a disposición de unidades guerrilleras).

"Penetración de estructuras":

Las nubes de agentes biológicos pueden penetrar fortificaciones, refugios y otras estructuras (incluyendo bunkers y túneles subterráneos) desprovistos de filtros adecuados.

Esta capacidad provee un medio para atacar tropas que se encuentran en fortificaciones tales que constituyen un blanco difícil para municiones dotadas de explosivos de alto poder o para armas nucleares de potencia reducida.

"La no destrucción de material y estructuras":

Los agentes biológicos antipersonales llevan a cabo su cometido sin destruir físicamente —o afectando muy poco— sus blancos. Esto constituyen una ventaja en (. .) operaciones de combate, donde puede ser necesario conservar esas estructuras para las fuerzas amigas.”

Los antecedentes:

Cuarenta años duró la soledad, el cruel aislamiento en que vivían los militares y científicos  del “Army Chemical Corps” (ACC), ignorados por el Estado Mayor, despreciados por las universidades y amenazados cotidianamente solución como organismo.

Hartos ya de tantas postergaciones, decidieron en 1959 de la ofensiva lanzando en combinación con la Anned Forcas Chemical Association” -un grupo de militares e industriales directamente subvencionados por las principales corporaciones químicas norteamericanas— una campaña publicitaria denominada “Operación Cielos Azules”.

Era el momento del auge de los psicofármacos, y por radio y televisión y la prensa  sescrita estos profetas de la guerra química predicaron el evangelio de las armas "incapacitantes", con su sloganhacia una guerra sin muerte”. Los grupos de presión parlamentarios de la industria química completaron el movimiento de pinzas (la muy importante Comisión de Ciencia y Aeronáutica de la Cámara de Representantes se. puso de su lado) y en 1961 el “Army Chemical Corps” se vio súbitamente sumergido en dólares, constituyéndose en el núcleo central de un programa interdisciplinario en “Chemical Andbiologícal Warfare” (Guerra Química y Biológica).

De ahí en mas, nadaron literalmente en dinero.

El presupuesto inicial (1961) fue de 57 millones de dólares; en 1965 habla ascendido a 155 millones, pero esta cifra es parcial ya que en concepto de “adicionales” había recibido otros 117 millones;

En 1969, el monto de “adicionales” había sido candorosamente sumergido en el rubro de secreto militar.

Y además de este presupuesto líquido, están los  fondos suplementarios para la construcción de edificios y su equipamiento.

El instituto más importante --y más publicitado-- de la “Army Chemical Corps” era Fort Detrick, en Maryland, que ocupaba un área de 1.300 acres y tiene un complejo edilicio evaluado en 75 millones de dólares.

De acuerdo con el folleto editado por Fort Detrick para atraer investigadores, el establecimiento era “una de las granjas de animales más grande del mundo” donde los equipos para estudiar los organismos patogénicos (serán) los mejores del mundo.

A fines de 1970, Fort Detrick fue desmantelado como parte de la campaña con que el gobierno del presidente Nixon pretendió publicitar sus aperturas pacifistas”.

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Lo peculiar de Fort Detríck no residía en su tamaño ni en sus equipos. Mientras un reducido número de sus 600 científicos trabajaban en temas de microbiología básica, el resto del equipo se dedicaba a programas que tenían la cualidad de invertir el principio fundamental de la medicina y la salud pública: en forma coordinada se buscaba reforzar, perfeccionar, la capacidad patogénica de ciertos microorganismos cuidadosamente elegidos; y entre los casos en que se investigaba la producción de vacunas protectoras contra ciertas infecciones, los resultados eran, del más clasificado secretos militar.

Sólo el 15 por ciento de los resultados científicos recogidos anualmente en Fort Detrick aparecieron publicados en revistas científicas convencionales, accesibles.

El resto forma parte de la literatura secreta administrada por el Departamento de Defensa y sólo accesible en parte para otras agencias gubernamentales y firmas que realizan trabajos para el gobierno.

Fuente Consultada: Enciclopedia de los Grandes Fenómenos del Siglo XX Tomo 3

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