Biografia de Alejandro I Zar de Rusia:Gobierno de Paulovich

RESUMEN VIDA Y GOBIERNO DEL ZAR DE RUSIA ALEJANDRO I PAULOVICH

Alejandro I había nacido en San Petersburgo en 1777. Era hijo de Pablo I y nieto de la gran zarina Catalina II. Su educación estuvo en manos de preceptores occidentales, especialmente de La Harpe, un coronel suizo que le puso en contacto con el pensamiento de la Ilustración y con los ideales nacionalistas en boga en la Europa del siglo XVIII.

Al comenzar el siglo XIX, Rusia era abrumadoramente rural, agrícola y autócrata. Al zar aún se le consideraba monarca por derecho divino con poder ilimitado. Alejandro I (1801-1825) se había criado en la tradición y las ideas de la Ilustración y tenía toda la voluntad para realizar reformas.

Con la ayuda de su consejero liberal, Michael Speransky, aflojó la censura, liberó prisioneros políticos y reformó el sistema educativo, creó escuelas y universidades. Prohibió los castigos crueles tan comunes eb aquella época, ordenó la administración pública creando ocho ministerios y mejoró la calidad de vida de los siervos, quienes representaban el 90% de la población rusa y vivían en condiciones de absoluta pobreza.

Alejandro I zar de rusia
Alejandro I Pavlovich (1777-1825), zar de Rusia (1801-1825) e hijo del zar Pablo I

Inicialmente fue enemigo de Napoleón, pero en 1807 se alió con Francia hasta 1812, cuando el emperador de los franceses toma la nefasta decisión de atacar Moscú, acción que concluyó con la pérdida de su ejército.

Luego de la derrota definitiva de Napoleón Bonaparte fue una de las fuertes personalidades que acudieron a Viena con la intención de reorganizar Europa de acuerdo con su propio criterio y según las conveniencias de sus respectivos países. Junto con el príncipe Metternich, supo sacar mejor partido del congreso de paz.

En 1815, fundó la Santa Alianza con Austria, Rusia y Prusia, con el objetivo de implantar el cristianismo en las potencias europeas, pero que fracasó a corto plazo. Los últimos años de la vida y reinado de Alejandro I se caracterizaron por un talante reaccionario y despótico. Le sucedió su hermano Nicolás I.

El temperamento autoritario y la formación intelectual acorde con los principios del Siglo de las Luces hicieron de Alejandro un perfecto arquetipo del déspota ilustrado, en el que se combinaban el absolutismo monárquico y la ideología progresista.

Alejandro subió al trono en 1801, tras la muerte de su padre, asesinado después de la conspiración de Pahlen. No están muy claras las relaciones que existían entre Alejandro y los regicidas, aunque parece cierto que, si bien al principio participó en el complot, éste escapó pronto de su control y el príncipe no tuvo intervención en el asesinato de su padre.

Desde los primeros años de su reinado, Alejandro puso en marcha una serie de reformas encaminadas a lograr la liberalización de las estructuras políticas de Rusia. De acuerdo con un equipo de consejeros que se inspiraban en las instituciones inglesas, abolió la censura, la policía secreta y la tortura como método judicial; aumentó las funciones de la Cámara Alta y colocó bajo su competencia el control de la justicia y de la administración.

En 1803, un decreto (ucase) del zar autorizaba a los señores territoriales a que pudieran liberar a sus siervos agrícolas, a los que debía entregárseles un lote de tierras a cambio del pago de una cuota. Todas estas medidas -así como una reforma de la enseñanza en 1804- debían desembocar en un proyecto de reorganización de las instituciones políticas presentado por Sperenski y apoyado por el monarca, en el año 1809. En el proyecto de Sperenski aparecían como órganos de gobierno cámaras representativas a nivel local o nacional, cuyos miembros deberían haberse elegido según un sistema censatario.

La puesta en práctica de estas medidas se vio dificultada por la oposición de la nobleza y por las repercusiones que los acontecimientos de Europa tenían en la política interior rusa.

Alejandro I no siguió una línea política fija en sus relaciones con las potencias europeas. Las alianzas de Rusia con Napoleón o con los enemigos del emperador francés se sucedieron a una velocidad vertiginosa desde 1801. En julio de ese año, el zar había firmado un tratado de paz con Gran Bretaña.

En octubre firmó con Bonaparte un acuerdo secreto que selló la alianza ruso-gala hasta 1805, año en el que Rusia participó en la coalición antifrancesa, junto con Gran Bretaña, Austria, Prusia y Suecia. Tras las victorias de Napoleón en Austerlitz, Eylau y Friedland, Alejandro firmó el Tratado de Tilsit (1807), por el que aceptaba el nuevo orden europeo y se adhería al bloqueo continental contra Inglaterra.

Tras la derrota de Napoleón, Alejandro se volvió más reaccionario, y su gobierno regresó a una estricta y arbitraria censura. No tardó en surgir la oposición proveniente de un grupo de sociedades secretas. Una de estas sociedades, conocida como la Unión del Norte, estaba compuesta por jóvenes aristócratas que habían servido en las guerras napoleónicas y se habían percatado de la existencia de un mundo fuera de Rusia.

La alianza con Francia proporcionó a Alejandro I ciertas ventajas territoriales, a costa de los países enemigos de Napoleón, como Suecia y Austria, pero significó el renacimiento de Polonia -apoyada por Napoleón- e importantes pérdidas comerciales, debido a que Gran Bretaña era el principal cliente de los productos agrícolas rusos.

El "matrimonio austríaco" de Napoleón señaló un nuevo cambio en las relaciones ruso-francesas, caracterizadas desde este momento por una hostilidad creciente que desembocó en la guerra abierta de 1812. Desde este año Alejandro I se convirtió en el principal enemigo de Napoleón y dirigió la coalición europea contra Bonaparte.

En 1814, de acuerdo con Talleyrand, apoyó la restauración de los Borbones en el trono francés y firmó con Luis XVIII un tratado en el que se reconocían a Francia las fronteras de 1789. Después de los Cien Días se opuso al reparto de Francia entre las potencias vencedoras y para garantizar el orden tradicional en Europa, fue el promotor de la Santa Alianza.

Durante este período estaba bajo la influencia de la viuda Krüdener y, de acuerdo con sus teorías, la Santa Alianza "pretendía mantener en el interior de los estados el orden tradicional y modelar sus relaciones exteriores de acuerdo con los principios de paz y concordia inspirados por el cristianismo".

Después de su victoria sobre Napoleón, Alejandro I orientó su política de acuerdo con los principios religiosos de la viuda Krüdener. Prestó su apoyo a las Sociedades Bíblicas, que preconizaban la unidad de todos los cristianos, y reanudó la política liberal que había caracterizado los primeros años de su gobierno, en pro de la liberación de los siervos y de la organización de un gobierno constitucional.

Pero hacia 1820, reaccionando frente a los movimientos revolucionarios que agrupaban a las clases más progresivas -sobre todo a grupos de oficiales jóvenes en contacto con el liberalismo europeo-, el zar cambió su política y tomó una serie de medidas autoritarias: restableció la censura, prohibió las asociaciones políticas; apoyó a la Iglesia ortodoxa, el mejor sostén religioso de la monarquía absoluta, y favoreció el régimen señorial autorizando las deportaciones de siervos a Siberia sin previo juicio.

En 1825, mientras efectuaba un viaje por tierras de Crimea, Alejandro I murió de forma inesperada. Rumores diversos, difundidos poco después de su muerte, afirmaban que había sido envenenado. Otra leyenda pone en duda que la muerte del zar fuese auténtica y se afirmaba que vivía como un ermitaño en algún lugar del Cáucaso. De esta manera, las contradicciones que habían caracterizado la actuación del zar Alejandro perduraban incluso después de su desaparición.

PARA SABER MAS...
A la muerte de Pablo I, le sucedió su hijo Alejandro (1801-1825). Tal vez éste llegó a estar al corriente de la conjuración para destronar a su padre; pero, en todo caso, su asesinato le causó profunda impresión. ¿Fue ello el motivo de aquella tristeza, de aquel «mal del siglo», que hicieron que se le llamase «el Hamlet del Norte»? Al igual que el héroe de Shakespeare, el nuevo zar de Rusia dio muestras siempre en su conducta de una gran indecisión.

Este autócrata no creía en la autocracia: quería liberar a los siervos y concedió nuevamente a los rusos el derecho de ir a estudiar en el extranjero. Con la ayuda de su ministro Speransky, intentó insuflar nuevas fuerzas al gobierno, siempre lento e ineficaz, de su vasto imperio. Speransky preparó una serie de reformas inspiradas en el Código napoleónico, llegándose a crear una Duma del Estado, especie de asamblea legislativa de Rusia.

La vida interior del país se vio influida entonces por la política exterior del zar. Después de Tilsitt (1807), Alejandro no podía dudar de que su acuerdo con Napoleón le abriría numerosas perspectivas. De todos los vecidos, él era el único que había tenido derecho a la admiración y hasta a la amistad del emperador de los franceses. Este primer reconocimiento de su valor y el reparto del mundo decidido en Tilsitt hicieron creer al zar que podría grabar su nombre en la historia de su país con el mismo brillo que Pedro el Grande.

Creía que su valor y el genio de su pueblo le permitían alimentar las mayores ambiciones. Y, bajo esta óptica, emprendió grandes reformas. Pero el fracaso de la política reformadora de Speransky habría de condenar —justa reacción de los hechos— la alianza con Napoleón.

Era, en efecto, dicha alianza maldita con el usurpador, con el advenedizo, lo que los nobles atacaban más. Pues para ellos, las tentativas reformistas del zar se debían a la contaminación francesa:  la Santa Rusia no debía ser tocada por la Revolución.

Además, el bloqueo lesionaba considera blemente los intereses de la nobleza. Ciertamente, Rusia dependía, de modo esencial, de sus exportaciones de trigo, pero también de las de madera, pieles y materiales para la marina, como telas de lino, cáñamo y cuerdas. Ahora bien, era Inglaterra la compradora del trigo o quien lo transportaba; era la marina inglesa la mejor cliente de Rusia.

El bloqueo perjudicaba, pues, tanto a Rusia como a los demás países europeos, pero los rusos podían pretender que su poderío les dispensara de dejarse arrastrar a una aventura contraria a sus intereses económicos más fundamentales. ¡Y si aún esos inconvenientes económicos se vieran compensados por ventajas políticas sustanciales!

El bloqueo paralizaba el Báltico, pero los rusos y Alejandro esperaban poder abrir una segunda ventana sobre un mar mucho más internacional: el Mediterráneo. Desde siempre, la política rusa había intentado lanzarse hacia el sur. El Imperio turco parecía una presa fácil, sobre todo contando con el apoyo de Napoleón, que podía paralizar toda amenaza contra los flancos de Rusia. Pero Napoleón no tenía prisa por intervenir en Oriente.

Estimaba, en efecto, y no sin cierta razón, que la mejor manera de mantener a Rusia en su alianza y dentro del espíritu de Tilsitt, consistía en no concederle ventajas más que con cuentagotas. Sabía bien que, en cuanto Rusia alcanzase lo que pretendía, corría el peligro de que se convirtiera en demasiado poderosa, y entonces aumentarían  sus exigencias.

Fuente Consultada:
Historia Universal Tomo 16 El Impacto de la Revolución Francesa Editorial SALVAT
Civilizaciones de Occidente Tomo B Jackson J. Spielvogel
Hicieron Historia Biografías Tomo II Alejandro I de Rusia  Editorial Kapelusz
HISTORAMA La Gran Aventura del Hombre Tomo IX La Caída del Imperio Ruso

Ver: Zar Alejandro III de Rusia


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