Hugo Capeto:Política de su Gobierno en Francia, Biografía
BIOGRAFÍA DE HUGO CAPETO REY DE FRANCIA: SU GOBIERNO
Hugo I Capeto (c. 938-996), rey de Francia y fundador de la dinastía de los Capetos. Era hijo de Hugo el Grande, conde de París, a quien sucedió en el año 956.
Su señorío sobre diversos feudos alrededor de París y de Orleans le convirtieron en virtual monarca de Francia, y cuando Luis V, último rey de la dinastía Carolingia, murió en el 987 sin dejar heredero. La dinastía de los Capetos, que gobierna en Francia desde el 987 hasta 1328, fortalece el poder real al reafirmar los principios de la herencia, la primogenitura y la indivisibilidad de las tierras de la Corona.
HISTORIA: Al morir Luis V, mortalmente herido a consecuencia de una caída del caballo, deja otra vez el destino de Francia a discreción de la casa otoniana de Alemania, donde reina el nieto de Otón el Grande.
Por la línea sucesoria, la corona francesa seria para el último pretendiente carolingio, tío de Luis V, llamando Carlos, duque de la Baja Lorena, quien pronto es separado de la sucesión, pues la corte alemana desconfía de él; el hijo de Hugo el Grande, Hugo Capeto, casado con una carolingia, Adelaida de Poitiers, es elegido rey de Francia, gracias al apoyo del arzobispo de Reims, Adalberón, a sueldo de la casa otoniana (987).
Hugo Capeto sólo dispone, en el momento de su subida al trono, de una autoridad muy reducida, a menudo puramente nominal, sobre la mayor parte de las provincias del reino.
Francia está entonces en el apogeo del régimen feudal; se reparte entre una quincena de grandes dominios, verdaderos principados provinciales, gobernados por dinastías hereditarias.
Estas unidades territoriales escapan a la acción real, y se subdividen, a su vez, en una multitud de señoríos vasallos, cuyos titulares han usurpado, asimismo, los derechos de la Corona.
De este modo, en el norte, los condados de Flandes y de Champaña y el ducado de Borgoña se anexionan numerosos condados vasallos, más o menos autónomos.
El azar de las sucesiones y de las particiones ha provocado situaciones complicadas; el conde de Champaña es, al mismo tiempo, vasallo del duque de Borgoña por su condado de Troyes.
El oeste se encuentra repartido entre una serie de principados, algunos ya muy firmes: el ducado de Normandía, al que se ha ligado la mayor parte de los condados; el vizcondado de Tours; el condado del Maine; el condado de Anjou, que, bajo el gobierno de Fulco Nerra, se convertirá en uno de los grandes feudos del oeste; la Bretaña, codiciada por los principados vecinos, repartida entre los condes de Nantes y de Rennes.
Al sur del Loira, se distinguen cinco Estados principales: el ducado de Aquitania, que sólo impone su autoridad sobre el condado de Poitiers, pues los otros condados y señorías viven de manera absolutamente independiente, a pesar de los lazos de vasallaje; la Gascuña, que pretende ser un ducado, compuesta por un conjunto de condados y de vizcondados autónomos; la marca de Toulouse; la marca de Gothia, que difícilmente hace respetar sus derechos por los condes vasallos; y la marca de España, completamente extraña a los asuntos del reino.
Además de estas grandes unidades principales, sobre las que Hugo Capeto no tiene más que una soberanía ilusoria, la Iglesia representa una fuerza con la que hay que contar.
De 77 diócesis, el rey no designa más que 20 ó 25 titulares, pertenecientes casi todos a las provincias eclesiásticas de Reims y de Sens.
Su poder sobre la Iglesia es, pues, limitado. Los obispos gozan, además, de una verdadera independencia, pese al poder de los grandes señores, dueños de los obispados.
LA POLÍTICA DE HUGO CAPETO
El poder real sigue muy borroso, bajo la estrecha dependencia del feudalismo y de la Iglesia.
Le falta una sólida base territorial, sin la que le es difícil triunfar en caso de un conflicto con los señores feudales.
El dominio real, constituido, a la vez, por las tierras que Hugo posee personalmente y por la herencia carolingia, sólo comprende las regiones de París, Senlis, Poissy, Etampes y Orleans, con algunos anejos excéntricos, las comarcas del Aisne y del Oise, con Compiégne, Reims y Laon.
Sin embargo, el obispo de Reims es el amo de su ciudad, así como de la de Laon, concedida por Hugo Capeto; también buen número de pequeños vasallos laicos, sin contar los señores de menor importancia, ejercen el poder auténtico en sus dominios.
En tales condiciones, todo el esfuerzo de los primeros Capetos va a centrarse sobre el engrandecimiento real.
Aunque, en la práctica, los grandes vasallos son los iguales del rey, jurídicamente le son inferiores, y aquél puede exigirles el servicio de corte y convocarlos en asambleas; sólo él puede promulgar ordenanzas comunes a todo el reino; su justicia es superior a cualquier otra.
Además, por su consagración, adquiere un prestigio y una autoridad moral que lo diferencian de sus vasallos.
Desde el primer año de su reinado, Hugo Capeto se apresuró a asegurar el porvenir de su dinastía, resucitando, en provecho propio, una costumbre carolingia: asocia a su hijo mayor, Roberto, a la realeza. Repetida de generación en generación, esta práctica asegura la herencia por la vía de la costumbre.
Así, Roberto asociará a su hijo Hugo, muerto prematuramente, luego a Enrique I, el cual hará consagrar, en vida, a su hijo Felipe, aunque es todavía menor de edad.
Desde entonces, ya no es necesaria ninguna elección; más aún, no se vuelve a considerar la idea de un reparto entre los hijos del difunto. Cuando uno de los reyes desaparece, el otro hereda todo el poderío real y todo el reino.
Sin embargo, la nueva dinastía se enfrenta, desde el principio, con el pretendiente carolingio, Carlos de Lorena, tío del rey precedente.
Hugo Capeto sólo le vence después de varios años de esfuerzos, gracias a la traición del obispo de Laon, Ascelino.
Este último le entrega a Carlos de Lorena, así como a su mujer y sus dos hijos, instalados en Laon gracias a las intrigas mantenidas con un bastardo carolingio, Amoldo.
Desembarazado de su competidor, Hugo Capeto se vuelve contra Arnoldo, a quien, con la esperanza de atraérselo, había nombrado obispo de Reims, a la muerte del titular.
Hace que un concilio lo deponga, cosa que provoca cierta emoción en la corte pontificia, pues no podía reprochársele a Amoldo ninguna falta de orden eclesiástico que justificara este proceso.
El papa interviene en la disputa y quita la razón al rey.
El hijo de éste, Roberto, arreglará la cuestión.
Para evitar la excomunión que lo amenaza, a causa de su «unión incestuosa» con su prima Berta, hace restablecer a Amoldo en su cargo; pero no le valdrá de nada, y le alcanzará un anatema por este matrimonio contrario a los cánones.
Sin embargo, Hugo Capeto se ha mantenido firme contra el papa, y prohibe a sus prelados acudir a Roma cuando aquél los convoca.
Además, fija la orientación de la política capeta en relación con sus vasallos.
Se esfuerza en aumentar el dominio real, a favor de la extinción de las dinastías locales, y se anexiona así Dreux.
Interviene, como arbitro, en la guerra que opone a dos de sus grandes vasallos, el conde de Anjou y el conde de Blois.
Hugo Capeto muere en 996, le sucede su hijo Roberto el Piadoso.
Fuente Consultada:
HISTORIA I José Cosmelli Ibañez Editorial Troquel
HISTORAMA La Gran Aventura del Hombre Tomo III edit. CODEX - La Dinastía Capeto de Francia
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