Los Años Locos en América - Origen Estilo de Vida Americano Consumo
Los Años Locos en América - Origen y Estilo de Vida Americano - Consumo
Cuando finalizó la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos se había convertido en acreedor de las grandes potencias europeas y aparecía como gran potencia mundial.
La deuda contraída por Europa con los Estados Unidos ascendía a unos 7 mil millones de dólares, a los que se sumarían, algo más tarde, 3 mil millones más para la reconstrucción del viejo continente.
En marzo de 1920 el Senado norteamericano se opuso a los acuerdos alcanzados por el presidente demócrata Woodrow Wilson en Europa, y rechazó el Tratado de Versalles y el Pacto de la Liga de las Naciones.
Comenzaron las presidencias republicanas: Harding (1921-1923), Calvin Coolidge (1923-1929) y Hehert C. Hoover (1929-1933. Éstos adoptaron una política aislacionista, que durante veinte años mantuvo a Estados Unidos alejado de los acontecimientos europeos y del Extremo Oriente.
La población norteamericana, de acuerdo con esta política, deseaba tener el menor compromiso posible con Europa y con los inmigrantes entre 1920 y 1924, la inmigración disminuyó notoriamente.
El nacionalismo, alimentado por el conflicto, continuó terminado éste, y potenciado por la Revolución Rusa, se dirigió contra los políticos reformistas y los dirigentes y militantes sindicales.
Estos últimos estaban, en su mayoría, integrados por inmigrantes que no eran considerados auténticos norteamericanos
Una breve crisis (1918-1920), acompañada & numerosas huelgas, aumentó miedos y rencores.
Profesores universitarios y realizadores cinematográficos fueron objeto de todo tipo de agresiones y denuncias.
Muchos inmigrantes fueron deportados.
La comunidad negra fue hostigada El Ku Klux Klan (organización secreta racista terrorista) no sólo actuó en el sur de los Estado Unidos (donde había sido creada a la finalización de la guerra de Secesión), sino en el oeste, y su víctimas fueron, además de personas de raza negra, miembros de la comunidad judía y católica.
Sin embargo, la década de 1920 en los Estados Unidos no es recordada por nada de esto.
Ha ingresado en el imaginario colectivo, no sólo de los norteamericanos, sino de latinoamericanos y europeos, por la ley seca, los gángster, las polleras por la rodilla, el jazz, el charlestón, las películas hollywoodenses, las estrellas del espectáculo, el béisbol, los ídolos del box y el desborde de una vida urbana y alocada.
Los años 20 dieron comienzo a la presencia del consumo masivo en los productos culturales. Nacía la cultura de masas.
El 17 de octubre de 1920 fue prohibido el consumo de alcohol.
La llamada ley seca hizo millonarios a muchos hombres que se dedicaron a la venta clandestina de alcohol y socavó la autoridad del gobierno norteamericano.
En realidad fue una concesión del gobierno a la población de las pequeñas ciudades del campo, que no participó de la prosperidad general.
El sur rural, sosteniendo los antiguos valores de la americanidad, culpaba al alcohol de numerosas enfermedades, desde la parálisis hasta la epilepsia.
Adhirieron grupos feministas y las iglesias protestantes.
En las grandes ciudades, beber ilegalmente se convirtió en una aventura, y las bandas de gángsters lo transformaron en un floreciente negocio.
Fue la década de la publicidad, el automóvil, la energía eléctrica y el confort generalizado.
En el avance de la publicidad, mucho tuvo que ver la radio y los diarios populares que, en formato de tabloides, multiplicaron sus ventas.
En 1919, aparecieron los programas comerciales, con el fin de estimular la venta de aparatos de radio.
En ese año ya funcionaban 606 estaciones y circulaban 6.750.000 automóviles.
Diez años después, los automotores se cuadruplicaron y había un vehículo cada cinco personas.
Comenzaron las ventas a crédito y, hacia fines de la década, el 60 % de los vehículos eran vendidos en cuotas.
Los efectos de la producción automovilística se extendieron a toda la economía.
Esta industria requería de gran cantidad de acero, plomo, cuero y textiles para los interiores del automotor.
La política de créditos baratos facilitó las compras, pero el dinero en circulación se duplicó, hizo posible la emisión de nuevas acciones y la especulación en el mercado inmobiliario.
Los sistemas de ventas frieron modificados para poder satisfacer una demanda en aumento.
Aparecieron las cadenas de almacenes especializados en la venta de productos alimenticios y farmacéuticos.
El aumento del número de automóviles posibilitó la compra en los centros comerciales.
Hacia 1929, la mitad de las ventas se hacían directamente y al contado.
La oferta era variada y novedosa: refrigeradores, lavarropas, motocicletas, aspiradoras. Hollywood, con sus películas, publicitó la vida confortable y urbana.
La expansión del sector servicios multiplicó el empleo urbano y determinó el crecimiento de las ciudades.
Éstas lo hicieron para arriba, gracias al ascensor y a las estructuras de acero.
La abundancia de rascacielos evidenció la existencia de un extraordinario desarrollo económico.
En 1929 finalizó la construcción del edificio Chrysler, de 77 pisos, en Nueva York, y en 1931 fue inaugurado el Empire State, de 102 pisos, que, con 381 metros de altura, pasó a ser el edificio para viviendas u oficinas más alto del mundo. (foto mas abajo)
De todos modos, los años 20, «the rooring twenties», quedaron como años extraordinarios en el recuerdo de los americanos: aquella fue la era del jazz, del cine, del music-hall.
Todo el mundo especulaba y compraba acciones que subían regularmente. Se creía que bastaba emplear 15 dólares semanales, para encontrarse, al cabo de veinte años, dueño de un capital de 80.000 dólares, con 400 dólares de renta mensual.
Los agentes de inmuebles hacían fortunas.
En unos años, la península pantanosa de Florida se cubrió de playas, de hoteles, de residencias: el burgués neoyorquino no hablaba más que de sus vacaciones en Miami.
Grandes multitudes asistían a los combates de boxeo importantes, a los partidos de fútbol americano y de base-ball, cuyos campeones profesionales eran ídolos fabulosamente pagados, como las «vedettes» de Hollywood.
La victoria de Lindbergh sobre el Atlántico fue como la coronación simbólica de aquella era triunfal.
PARA SABER MAS...
En esta década, las películas empezaron a alcanzar el éxito que verdaderamente merecían (incluso empezaron a hablar), y ricos y pobres hacían cola en los cines para tener la oportunidad de ver a antiguos obreros haciendo de millonarios y a millonarios haciendo de obreros.
Fue la época de las chicas liberadas (flapper) con la falda por encima de la rodilla, un cigarrillo en una mano y una petaca de whisky de contrabando en la otra.
Y sobre todo fue la época del jazz.
Millonarios blancos obreros, gángsters, intelectuales y jovencitas atestaban los bares nocturnos de Nueva York, Chicago y Kansas City para escuchar a intérpretes geniales como Duke Ellington y Louis Armstrong.
Desde San Francisco hasta Berlín, la gente bailaba el charlestón y la música de raíces negras.
Los llamativos y grandiosos cines de los años veinte, con capacidad para cientos de espectadores, encarnaron no solo la fascinación por las películas sino también el espíritu heterogéneo, característico de la reciente cultura de masas.
El teatro de la Quinta Avenida de Seattle , construido en 1926, resultaba emblemático. Presentaba espectáculos deslumbrantes (producidos por compañías muy importantes) y exotismo «auténtico» (el techo era una réplica el doble de grande del original de uno de los del salón imperial del trono de Pekín).
Los espectadores podían sentarse aquí para disfrutar de su magia y sentirse como emperadores.
Lo que diferenció a los años veinte de cualquier década anterior fue la llegada de la cultura de masas.
La cultura popular se vio afectada por la producción en cadena, el consumo y los medios de comunicación.
La cultura de masas, en su afán de novedad, tiende hacia la inclusión y aporta la materia prima de las minorías de la sociedad a las corrientes principales; además, busca un público más amplio (o mercado) para sus productos.
Cuenta con el poder para cambiar no sólo la cultura popular sino también la marginal y la alta cultura.
Algo tan revolucionario pudo establecerse firmemente sin un cataclismo social importante.
En realidad, el acontecimiento que configuró los años veinte fue la Primera Guerra Mundial.
En muchos aspectos, el primer ejemplo perfecto de héroe de la cultura de masas fue una figura de la guerra. Thomas E. Lawrence, conocido como Lawrence de Arabia.
Lawrence, hijo ilegítimo de un lord irlandés adúltero, surgió de la oscuridad para encabezar una fuerza de guerrilleros beduinos en la guerra contra los turcos.
Se convirtió en un nombre familiar en Gran Bretaña y en Estados Unidos a través de los escritos y conferencias de Lowell Thomas, periodista sensacionalista norteamericano que se percató del irresistible encanto romántico que poseía la idea de un hombre blanco vestido como un príncipe árabe liderando a un grupo de hombres «salvajes» y oscuros contra un enemigo mucho más fuerte.
Pero lo que realmente convirtió a Lawrence en una estrella fueron imágenes del camarógrafo de Thomas, Henry Chasse.
La historia de Lawrence era visual y no hubiera tenido tanto éxito entre el gran público si no lo hubieran podido ver montando camellos a través de las arenas del desierto y haciendo estallar trenes turcos. Lawrence de Arabia se convirtió en el primer héroe de los medios, en un mundo que iba haciéndose cada vez más pequeño.
Se erigió como la celebridad de los años veinte.
Un héroe ambivalente en una época ambivalente.
Fue un hombre de acción que se sintió deshonrado por sus acciones; un soldado dolorosamente consciente de ser tanto un agente del imperialismo británico como de la liberación árabe; un escritor que buscaba la fama (sus memorias de 1926 Los siete pilares de la sabiduría contribuyeron a asentar su leyenda), pero lo suficientemente repelido por ella como para buscar el anonimato alistándose como soldado raso bajo un nombre falso.
Como el Jake Barnes de Hemingway en También sale el Sol (The Sun also rises) la novela que encarna el desencanto de la Generación Perdida, Lawrence quedó físicamente destrozado por los horrores de la guerra y por la traición de sus ideales.
Sobre todo personificó la disolución de las jerarquías sociales victorianas en el crisol de la guerra.
El poder de las películas para transformar un hecho histórico en un mito popular ya se había demostrado con El nacimiento de una nación (1915) de D. W. Griffith.
Con él, el cine dejó de ser un mero entretenimiento para convertirse en un arte sofisticado aunque su película glorificaba al Ku Klux Klan del siglo XX y seguía siendo fiel a la idea victoriana de la pureza racial.
Por el contrario, Lawrence, con sus orígenes sociales ambiguos, su amistad íntima con los árabes y su alistamiento como soldado raso después de la guerra, simbolizó la igualdad de la sangre.
Fue un héroe que se hizo a sí mismo y era descaradamente impuro: una nueva clase de hombre para la época de la cultura de masas.
Fuente Consultada: Historia El Mundo Contemporáneo Polimodal A-Z de Felipe Pigna y Otros