Consecuencias de la Erosión Sobre El Suelo Fértil
Consecuencias de la Erosión Sobre El Suelo Fértil
La constante actuación de los agentes de erosión sobre las formas del relieve terrestre se lleva a cabo en tres etapas distintas que se conocen con los nombres de erosión, transporte y sedimentación. Cada una de ellas tiene sus propios agentes y sus características particulares. Al hablar de erosión se alude en esencia al conjunto de procesos que contribuyen al desmantelamiento del relieve terrestre.
Erosión viene del latín erodere, que significa roer, y se refiere al lento y continuo desgaste del suelo, provocado por una sutil combinación de mecanismos naturales, tecnológicos y sociales. Porque la naturaleza va royendo todo el tiempo las rocas y los suelos. La fuerza del agua, el roce del viento, la acción de los seres vivos; los microorganismos sobre las rocas, el pisoteo de los animales sobre la tierra, todo eso gasta la materia sólida de la que está hecho nuestro planeta, y los geólogos están acostumbrados a pensar que no hay nada más mudable que la tierra.
Pero, cuando hablamos de erosión estamos poniendo el acento en la pérdida de tierras de cultivo y de pastoreo, provocada por desajustes entre la forma de usar ese recurso natural y lo que el recurso puede resistir.
El suelo resiste mal el estar descubierto, es decir, sin ninguna vegetación. Cuando llueve, las plantas amortiguan el impacto de las gotas de lluvia. Sus hojas se cargan de agua, la van cediendo lentamente y el agua va deslizándose hasta el suelo, sin golpearlo.
Si no hay plantas, el suelo desnudo recibe las gotas de lluvia en forma directa y se compacta. Pierde su calidad de esponja y se endurece. Allí, las semillas tendrán dificultades para germinar, los microorganismos no podrán fijar el nitrógeno del aire. Sobre esa masa compacta, el agua ya no infiltra, humedeciendo el subsuelo y recargando las napas subterráneas. El agua de lluvia correrá en superficie, inundando, a veces, terrenos aguas abajo.
El agua que corre sobre un suelo sin vegetación que lo retenga, va arrastrando partículas de esa capa superficial en la que reside la fertilidad. El suelo se empobrece aún más, lo que aleja las posibilidades de recuperación. Alguna vez deja de llover y el terreno, que no ha absorbido suficiente humedad, se reseca. Al hacerlo, se pulveriza.
Pasada la época de lluvias comienza la temporada seca y, cada vez que sopla el viento, se lleva más y más partículas de suelo. De este modo, la erosión hídrica y la erosión eólica pueden potenciarse mutuamente. En ocasiones, se producen fenómenos espectaculares, llamados voladuras de suelos: el viento se encarga de formar grandes nubes de tierra, llevándose lo que queda de la capa fértil.
La novela "Las uvas de la ira", de John Steinbeck, sobre la que se basó la película "Viñas de ira", describe ajustadamente este fenómeno:
"Un viento suave, un viento que batía dulcemente al maíz, siguió a las nubes cargadas de lluvia, llevándolas hacia el norte. Pasó un día y aumentó el viento, firme, sin soplos violentos. El polvo de los caminos se elevó poco denso, y se extendió y cayó en las malezas al borde de los campos y, en pequeña cantidad, en los campos mismos.
El viento se hizo más fuerte y atacó la costra dejada por la lluvia en los trigales. Poco a poco, el cielo se oscureció con el polvo y el viento cayó sobre la tierra, soltó el polvo y volvió a llevárselo. El viento creció con fuerza. Se deshizo la costra formada por las lluvias y el polvo se levantó por encima de los campos y formó a la atmósfera nubes grises, como una especie de humo flojo.
El trigo se opuso al viento y produjo un ruido seco, impetuoso. El polvo más fino no volvió a asentarse sobre la tierra, sino que desapareció en el cielo, cada vez más oscuro.
El viento se hizo más fuerte, se metió debajo de las piedras y arrastró briznas de paja y hojas secas, dejando una estela al atravesar los campos. Se oscurecieron el cielo y la atmósfera, y el sol brilló a través de ella con resplandor rojizo, y se sintió un picor en el aire. Durante una noche, el viento sopló con más fuerza, rompió la tierra que cubría las raíces de las plantas de trigo, y el trigo, con sus hojas debilitadas, luchó contra el viento hasta que el viento intruso liberó sus raíces, y entonces cada tallo se inclinó, cansado, hacia la tierra, señalando la dirección del viento.
Llegó el alba pero no el día. Un sol rojizo apareció en el cielo gris, un círculo opaco que daba poca luz y al avanzar el día, del crepúsculo se volvió a la oscuridad, y el viento silbó y lloró sobre el maíz caído".
Después de esta catástrofe, las voladuras de suelos parecieron desterradas de la práctica agronómica, hasta que retornaron en ios últimos años, de la mano del cultivo de soja.
Bajo el impulso de una demanda internacional en alza, en toda América Latina se deforestan tierras para destinarlas a la soja. Pero esta planta —quizás por estar fuera de su medio originario— es enormemente frágil y la atacan todas las plagas imaginables. Así, se llena el suelo de pesticidas y se lo destruye con innumerables pasadas de tractor, muchas más de las que el suelo puede resistir.
Otra forma de arruinar el suelo es mediante el sobrepastoreo. Poner en un campo más animales de los que caben equivale a destruir su cubierta vegetal, simplemente porque vacas, cabras y ovejas se la habrán comido. El efecto es el mismo que cuando esa cobertura vegetal se destruye por deforestación, por ejemplo.
Sin embargo, hay otros efectos concomitantes, como el enmalezamiento. En una pradera, los pastos compiten eficazmente con las malezas, crecen con rapidez, aprovechan bien la luz solar y los nutrientes del suelo. Pero el sobrepastoreo provoca un desequilibrio en su relación con el medio. Al comerse los animales todo el pasto que asoma apenas unos centímetros del suelo, queda mucho sol libre para el que lo quiera aprovechar.
Las malezas hacen precisamente eso, ahora que el pasto ya no les hace sombra. Como para el ganadero, maleza es precisamente aquella planta que el ganado no puede comer, está claro que esto lleva a que los camposqueden más y más cubiertos por plantas inútiles y, a menudo difíciles de erradicar.
Las malezas leñosas son un caso. Son arbustos, generalmente espinosos y absolutamente incomibles. Salvo situaciones aún más perjudiciales, como aquéllas en que la maleza tiene frutos o vainas comestibles y el propio ganado contribuye así a diseminar sus semillas.
Cuando esto ocurre, es fácil ponerse nervioso y contaminar suelos y aguas con herbicidas, en vez de preguntarse sobre las causas del enmalezamiento.
¿Cómo podemos darnos cuenta si un suelo está deteriorado? Hay un descenso en su productividad, pérdida de materia orgánica y otros indicadores técnicos que no pueden verse desde afuera. Pero, en cambio, hay algunos indicios que pueden darnos pistas sobre lo que tenemos delante.
Proliferación de malezas: las malezas nos permiten ver el sobrepastoreo. Son campos donde el pasto parece cortado como en una cancha de golf, y, de tanto en. tanto, sobresalen plantas que no tienen nada que ver con el resto: ésas son las malezas. Reconocidas cuáles son, vale la pena observar en otros campos próximos. Posiblemente encontremos algunos en tal estado de enmalezamiento que la abundancia de plantas nocivas nos dará la
impresión de una selva o de un cultivo.
Arbustos en pedestal: la erosión es el suelo que se fue. ¿Cómo vemos lo que no está? O mejor, ¿cómo intuimos que estuvo? El suelo no se va de un modo uniforme: donde haya algo que lo retenga, se queda. Ese algo suelen ser las raíces de los arbustos. El resultado es la imagen de unos arbustos sobreelevados, como si estuvieran parados sobre una columnita. La altura de ese pedestal es, precisamente, el suelo que se perdió.
Cárcavas de erosión: la erosión se lleva el suelo en forma despareja, dijimos, influida también por la pendiente del terreno. Donde haya más pendiente, el agua correrá más rápido y por eso mismo tendrá mayor poder erosivo. Allí, en las pendientes, el agua "comerá" una porción mayor de terreno en cada lluvia. Las cárcavas, especie de zanjas irregulares dejadas por el paso del agua, son una forma de erosión.
Pero, si erosión viene de roer, los seres humanos somos grandes roedores del suelo. La sedimentación que afecta los embalses, ríos, canales, lagunas, puertos y estuarios, es consecuencia directa de la erosión de los suelos. Cada año, los ríos de todo el mundo llevan hacia los mares unos veinticuatro mil millones de toneladas de suelo superficial.
Una parte es de origen natural, pero una proporción creciente se origina en nuestro continuo roer a la Madre Tierra.
No hay estimaciones confiables sobre qué alcances tiene la erosión a escala de América Latina, pero sabemos que la mitad de la superficie de México o el 35% de la de Uruguay tienen niveles preocupantes de erosión.
El deterioro de suelos tiene diversos grados, efectos y matices. Por una parte, la deforestación agrava las inundaciones, con lo cual éstas suelen ser un indicador del mal estado de los suelos. Pero, además, la tierra que se pierde por erosión tiene que ir a alguna parte.
Va a colmar los diques y embalses, cuya vida útil se reduce, y a dificultar la navegabilidad de los ríos.
El último tramo del proceso de deterioro de suelos es la desertificación. Es decir, la pérdida completa de la capa fértil y la inutilización de ese suelo para todo fin agropecuario. Lamentablemente, buena parte de esta destrucción se hace en nombre de tecnologías calificadas como modernas.
Algunos ecosistemas, por sus peculiaridades, son más vulnerables que otros al deterioro.
Fuente Consultada:Ecología y Medio Ambiente de Antonio Elio Brailovsky - Editorial Larousse - "Roedores de Suelos", Pag. 117