Origen de las Corridas de Toros:Su Significado y Desarrollo
Origen de las Corridas de Toros:Su Significado y Desarrollo
La lidia de toros es la más espectacular de las fiestas populares que se conoce en el mundo: el coraje y la elegancia, hermanados en ella, le dan un lucimiento insuperable.
Se atribuye su origen a los árabes invasores de España.
Durante la Edad Media, caballeros moros y cristianos alanceaban toros en las grandes solemnidades.
Las primeras plazas de toros datan del siglo XV, pero entonces las corridas eran un deporte sólo de los nobles.
Se hicieron populares a comienzos del siglo XVIII, cuando Felipe V prohibió su práctica a los nobles.
La técnica actual de las corridas data de mediados del siglo pasado, hacia 1840, pero la tradición se remonta a los sangrientos y cruele juegos romanos donde se mataban decenas de animales para divertir a un público sediento de sangre y fuertes emociones.
Ya el famoso historiador romando Plinio el Viejo cuenta como Julio César permitió la lucha entre el toro y el torero en los juegos circenses, usando una espada y un escudo.
Respecto a su significado una corrida de toros no es y no ha sido en ningún momento un espectáculo concebido para matar o ver sufrir y morir un toro bajo al algarabía de un público apasionado; es todo lo contrario, es un rito religioso que pretende agradecer a lo más divino las alegrías vividas por su comunidad.
Desde las mas primitivas religiones, como la de la antigua Sumeria, de la India, de Egipto (el buey Apis), de Creta, inclusive de la antigua Roma, en todas, estos fuerte animales ha sido venerado por el hombre como fuente de poder y fertilidad, de una potencia física de la que el hombre ha intentado siempre apropiarse.
En las corrida de toros el hombre se enfrenta cara a cara con el bravío toro....solos en el ruedo, donde el toro y el torero escenifican una lucha única entre la racionalidad e inteligencia del ser humano y la fuerza de la Naturaleza con la que tiene que convivir.
La tauromaquia, nombre con que se designa el combate de toros contra hombres, se practicó antiguamente en Tesalia y en Roma donde esas lidias integraban el programa de los espectáculos circenses.
En la actualidad, la tauromaquia se redujo a la corrida de toros, espectáculo típicamente español en el que, desde hace siglos, un hombre provisto de una capa y una espada enfrenta, en la arena, a un toro enfurecido.
No debemos confundir el toro doméstico con el toro de combate, descendiente directo de las antiguas razas salvajes.
Un toro de lidia es un animal indómito, sumamente feroz y de fuerza extraordinaria; tiene el cuerpo brillante, la cabeza relativamente pequeña pero provista de astas punzantes, y un cuello poderoso.
El hombre, durante la corrida, se empeñará con toda su fuerza y su astucia en debilitar los músculos de ese cuello para que el animal, obligado a bajar la cabeza, pueda recibir la estocada, de arriba hacia abajo y entre los omóplatos.
Los toros de lidia son criados en las “ganaderías”, amplios espacios de campo donde vivirán hasta el día en que se los lleva a la arena.
Se acostumbra marcar al toro de un año de edad; esa operación consiste en imprimir sobre la piel del animal y con un hierro al rojo una señal distintiva.
Cada ganadería posee sus colores que el toro ostentará el día de la lidia.
La corrida no es, como se acostumbra decir, un deporte; es más bien una tragedia donde la inmolación del animal es segura y la vida de muchos hombres corre peligro.
El matador es el hombre que, por su ciencia, inteligencia y habilidad dominará la fuerza bruta de la bestia.
Para que ese espectáculo sea hermoso deberá ser un alarde de gracia y valor.
En las corridas modernas se inmolan, generalmente, seis toros que serán sacrificados por tres toreros distintos.
Los animales elegidos deben tener astas muy afiladas y no más de cinco años, y no padecer ningún defecto físico.
Antes del espectáculo, cada animal debe ser minuciosamente examinado por un veterinario.
La corrida se efectúa en un gran circo (arena, coliseo) cuya construcción es, por lo general, de inspiración romana y al que los españoles llaman “plaza de toros”.
No existe en España ninguna ciudad de cierta importancia que no posea su “plaza”.
No debemos confundir el toro doméstico con el toro de combate, descendiente directo de las antiguas razas salvajes.
En el centro del recinto está el redondel, espacio circular donde se desarrolla el espectáculo; el suelo está cubierto de arena fina para facilitar la acción del torero.
El diámetro del “redondel” no pasa de 50 metros.
Alrededor se levanta la “barrera”, sólida empalizada de madera que lo separa del resto de la plaza.
En la empalizada existen varias entradas.
Dos de ellas están custodiadas por hombres siempre listos a intervenir en caso de peligro, otra es la salida de los toros encerrados en el toril, donde permanecerán hasta el momento de salir al redondel.
La cuarta entrada, la del patio de caballos, está reservada a la cuadrilla o sea la formación de toreros y auxiliares.
Los espectadores están ubicados en los palcos y en las gradas.
Constituyen una muchedumbre abigarrada y heterogénea, ávida de sensaciones.
Una banda de música alegra el ambiente y, a medida que la hora se acerca, los ruidos se acallan.
Todas las miradas se dirigen hacia la puerta del patio de caballos por donde saldrán los picadores (a caballo) y los toreros (a pie):
Llegada la hora, el presidente, desde un palco, agita un pañuelo. Es la señal esperada.
Se oyen las notas agudas de una trompeta. y aparecen dos jinetes ataviados con centelleantes trajes.
Seguidamente se escuchan los acordes de un típico paso doble, la puerta del patio se abre, el cortejo aparece y avanza para presentarse al público.
Al frente marchan los toreros, orgullosos, serenos, erguidos.
Sus brillantes trajes bordados de oro (traje de luces) hacen resaltar la agilidad del cuerpo.
Detrás de ellos siguen, por orden de edad, los banderilleros y los picadores.
Llegados frente al palco del presidente los toreros se inclinan reverentemente y se descubren; luego se quitan la capa torera y la confían a un amigo o a un admirador quien la coloca sobre el parapeto de la primera fila de espectadores.
El matador que habrá de enfrentarse con el primer toro recibe una capa de percal, rosa por fuera y amarilla por dentro, provista de un amplio cuello rígido.
Ahora los dos jinetes ataviados a la antigua reciben del presidente las llaves del toril mientras que unos peones alisan la arena y borran las huellas de la comitiva.
Breve Descripcion del Espectáculo
Llegó el gran momento.
El silencio se hace profundo y todos los espectadores miran ansiosos hacia la puerta roja del toril.
El presidente da otra señal con su pañuelo, suena una trompeta, y un anciano, grotescamente vestido de torero, abre la puerta del toril de donde saldrá el primer toro.
Los asistentes del torero lo reciben agitando sus capas a su alrededor; lo obligan así a correr para descubrir eventuales defectos y, sobre todo, para apreciar la velocidad de la embestida.
El torero, inmóvil como una estatua, sólidamente plantado sobre sus piernas, observa y se prepara.
Luego, con andar pausado avanza hacia el toro.
Su cuerpo está disimulado tras una pesada capa roja, y es justamente hacia esa capa que el toro se dirige buscando al hombre que se escuda detrás de ella.
El torero no se ha movido: ha desplazado solamente su brazo con él la capa.
Después, es un verdadero duelo del que se entabla entre el hombre y la bestia: son los pases, movimientos rápidos, elegantes, precisos.
El toro, al principio desorientado, está ahora furioso.
Es el momento en que recibirá la primera herida, tarea ésta confiada al picador.
Ese auxiliar, generalmente hombre de gran estatura y fuerza, está montado en un caballo protegido por una coraza erizada de puntas metálicas.
Su arma es una lanza de tres metros de largo llamada garrocha cuya punta, corta, no puede penetrar profundamente.
En cuanto el toro avista el caballo, creyéndolo fácil presa, se precipita sobre él; pero en cuanto las astas poderosas rozan la coraza del caballo, el picador clava su arma en el cuello del toro, inmovilizándolo por un momento.
Seguidamente una sorda batalla se entabla entre el picador y el toro.
A menudo el agudo dolor que le produce la herida le obliga a desistir de la lucha, pero, otras veces, en un esfuerzo desesperado, embiste y desmonta al jinete buscando destrozarlo con sus astas.
Entonces se acercan los toreros agitando sus capas para distraer el toro y obligarlo a abandonar sus victimas.
Llegó ahora el momento de las banderillas.
El toro se halla en el centro del redondel, inmóvil, sorprendido; un hilo de sangre surca su oscuro cuerpo.
De pronto un hombre a pie se le acerca, sin la ilusoria protección de la capa.
En cada una de sus manos tiene un palo delgado cubierto de cintas y provisto en uno de sus extremos de garfios de hierro.
Levanta el hombre sus banderillas, se yergue sobre los pies, corre hacia el animal provocándolo con gritos y ofreciendo su cuerpo indefenso a la temible embestida cuyas consecuencias son imprevisibles.
Sin titubear, el toro se le arroja encima resoplando furiosamente.
El espectador, que asiste por primera vez a una corrida de toros, cree que nada ni nadie podrá salvar al banderillero. Las astas punzantes están tan cerca del frágil cuerpo humano!
Pero el hombre, con la rapidez de un rayo, clava sus banderillas en la cerviz del toro, cerca del lugar donde la lanza del picador había producido la primera lastimadura.
Tras lo cual comienza el último acto.
La atención del público alcanza su punto culminante.
El diestro o torero entra en función con su capa roja fija a la ”muleta” y la espada de acero templado. Con los ojos inyectados de sangre el toro ha llegado al paroxismo del furor.
El torero se dirige, solo, esta vez, hacia el palco del presidente, se descubre, hace una profunda reverencia y mira hacia la persona a quien habrá de ofrecer su victoria.
Después levanta la muleta y se acerca al animal para el duelo final.
Un buen trabajo de muleta consiste en exponerse lo más posible, pues la única manera de provocar la arremetida del toro es darle la ilusión de que alcanzará fácilmente al hombre.
Durante la última fase, el toro y el torero se encuentran frente a frente a corta distancia.
El hombre se yergue, baja la muleta y coloca la espada a la altura de los ojos. Su inmovilidad ahora es total.
Luego la muleta ondea, el toro baja la cabeza y toma impulso para atacar.
Las cintas de las banderillas revolotean en el aire, los espectadores retienen el aliento temerosos por la vida del hombre, pero, súbitamente, el toro queda clavado en su sitio, la mirada vítrea.
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¿Qué ha ocurrido?
El torero, apartándose ligeramente, ha hecho penetrar la hoja de su espada entre los omóplatos del toro, clavándola certeramente en el reducido espacio que separa dos vértebras, para alcanzar así el corazón del animal y traspasarlo.
Ultimos momentos de la vida del toro
A los últimos momentos de la vida del toro, se los llama así: la hora de la verdad, porque el torero, entonces, con el arte más depurado, se arriesga al máximo.
El maestro no engaña, sino que "consiente" con su propio cuerpo. Manejando la muleta con la mano izquierda, ejecuta diversos y elegantes pases: naturales, de pecho, de rodilla, molinetes, etcétera, y hasta algunos adornos (dar la espalda al toro, acariciarle el testuz, etc.).
En cada varonil y elegante actitud, pone en riesgo su propia vida.
En el último instante, las, trayectorias del hombre y de la fiera tienen que encontrarse. En un postrer impulso de furor, el toro embiste por lo bajo al torero.
Este mantiene horizontal, con firme pulso e insuperable valor, el agudo estoque, que la bestia, con el impulso ciego de su última embestida, hace que se le clave en su propio corazón.
El toro cae, vencido. (A veces, el torero no espera la embestida final, sino que va él hacia el toro, para clavarle el estoque "a volapié").
Una buena estocada mata instantáneamente.
En todo caso, el puntillero reduce a segundos la agonía.
El público, que se ha mantenido en suspenso durante esos minutos, estalla en entusiastas aplausos y exclamaciones de admiración.
Suena, entonces, la banda de música, y llegan las mulillas, arreadas por los monosabios, para llevarse a la rastra el cadáver del toro, la magnífica bestia que mu rió oponiendo su fuerza bruta a la habilidad, astucia y coraje del diestro torero.
Enlace Externo:• Los toros sienten dolor?