Momificación en el Antiguo Egipto Embalsamamiento Técnicas
Momificación o Embalsamamiento el Antiguo Egipto - El Culto a los Muertos en Egipto
La convicción egipcia en la supervivencia del alma al lado de cuerpo, trajo consigo las medidas para la conservador de éste, o sea la momificación.
Por esta causa religiosa, el embalsamamiento fue una de las más poderosas industrias del antiguo Egipto, llegandoa constituir también una de las más perfectas técnicas.
Las creencias relacionadas con la vida de ultratumba, generaron un complicado ritual que iba desde la acción de embalsamar el cadáver a la preparación del ajuar y del recinto funerario, pues era creencia general que en el reino de la muerte, se repetían los mejores momentos de la vida terrena.
Por ello, el egipcio no temía la llegada de la muerte y seleccionaba cuidadosamente los objetos y utensilios de uso particular que le acompañarían a la otra vida, según sus posibilidades.
El culto de los muertos fue uno de los aspectos más destacados de la religión egipcia es el de haber considerado al alma humana como un elemento inmortal.
Creían que el hombre estaba formado por tres elementos: uno carnal, el cuerpo, y dos espirituales: el alma y el ka o doble.
El ka es un espíritu, una imagen-sueño, un doble o reproducción idéntica del individuo, especie de "otro yo" que lo dirige y protege. En cambio, el alma es sólo una parte, algo así como el corazón, que representa el verdadero asiento de una fuerza vital.
Embalsamadores egipcios trabajan en la momia de un faraón. El maestro de ceremonias de la Corte vigila el procedimiento mientras entona cánticos sagrados. Pueden observarse los tres vasos sagrados, donde han sido depositadas las visceras del difunto soberano.
Para un embalsamiento de primera clase se procedía en esta forma: con un gancho extraían el cerebro por la nariz y llenaban la cavidad con una especie de betún. Los ojos eran reemplazados por otros artificiales. Luego le quitaban las visceras y llenaban el vientre con sustancias aromáticas.
El cuerpo, así preparado, era sumergido durante setenta días en sal común, que resumía las carnes. Al término de ese lapso, el cadáver—con la piel ennegrecida y pegada a los huesos— era envuelto prolijamente con telas engomadas.
Transformado así en momia, era depositado en un ataúd de madera o yeso, cuya tapa, profusamente adornada, reproducía la cara del difunto. Para la gente menos pudiente, existían procedimientos más sencillos y menos costosos.
En el Reino Antiguo (2.670-2.150 a.C.) los procesos funerarios o destinos de ultratumba están muy diferenciados: sólo el faraón, su familia y algunos altos dignatarios son merecedores de la inmortalidad.
Paulatinamente, esta idea de inmortalidad fue calando en las diversas capas sociales hasta llegar al pueblo, y ya en el Reino Medio (2.100-1.750 a.C.) las creencias del rey y las del pueblo se van mezclando; ya no son celestes para el rey y terrestres para el pueblo, se mezclan los destinos, todos participan en el mismo Más Allá.
Este cambio empieza en el Primer Periodo Intermedio (2.150-2.100 a.C). Sin embargo, no todo el mundo podía costearse un entierro completo en el que estaba incluida la momificación.
Aún así, en el más mísero entierro o tumba que hemos encontrado, se refleja el deseo de llegar a la vida de ultratumba con algunos objetos considerados importantes.
La preparación del sepulcro no era suficiente para pasar adecuadamente al reino de Osiris. Periódicamente, debían realizarse ciertos ritos funerarios en honor del fallecido.
Para asegurarse la realización de esta continuidad el egipcio reservaba una parte de sus bienes a financiar fundaciones, atendidas por sacerdotes.
Esto fue lo que fomentó el poder del clero, que controlaba y administrada grandes propiedades y riquezas, que exentas de impuestos iban creciendo y creciendo.
Cuando se producía una muerte, los familiares iniciaban un luto de sesenta días, pero antes debían entregar el cadáver a los embalsamadores, que pese a su sagrado oficio, eran poco apreciados.
Vivían en la "casa de la muerte" (en egipcio per-nefer, curiosamente su traducción es "casa hermosa").
Allí recibían los cuerpos que debían embalsamar y que, concluido el proceso, devolvían a los familiares.
El tiempo empleado en la labor estaba supeditado a la mayor o menor complicación del trabajo, dependiendo del destinatario (persona rica o pobre).
Había obreros de tres clases, gobernados y guiados por los sacerdotes.
Unos estaban a sueldo, otros eran prófugos de la justicia y unos terceros eran condenados por la Ley a este tipo de trabajos. «Sólo la gente maldecida por los dioses y los criminales se contrataban como embalsamadores para escapar de la justicia y se les reconocía desde lejos por su olor salobre y a cadáver.
De manera que todo el mundo los evitaba y no eran admitidos en las tabernas ni en las casas de placer», así los describe Waltari en su obra Sinuhé el egipcio.
Para el antiguo egipcio era fundamental conservar el cadáver con su forma perfecta y lo más reconocible posible, como base sustentadora de la existencia en el Mas Allá.
Todas las complicadas técnicas de embalsamamiento no tienen otro fin. El muerto debe tener la forma perfecta de la que gozó en vida.
Se le introducirá en un determinado momento en un sarcófago antropoide (con forma humana) y se le enterrara en una tumba que será su casa, donde vivirá su "Ka", o doble etérico, que es la energía cósmica o parte espiritual.
SOBRE LA MOMIFICACIÓN: La creencia fundamental de la supervivencia del alma al lado del cuerpo en la tumba inspiró y desarrolló las medidas de protección del cuerpo, el arreglo de la tumba y el servicio de ofrendas.
El rito principal en la protección del cadáver fue la momificación, destinada a volverlo incorruptible.
En efecto, su descomposición entrañaba, en el pensamiento de los egipcios, el anulamiento del alma, que debía reencarnarse en su cuerpo para alimentarse con las ofrendas.
En época prehistórica, el contacto con la arena del desierto alcanzaba para producir un desecamiento que conservaba los despojos humanos.
Pero, con el desarrollo de la fosa en cuevas, el contacto forzoso del cadáver con un poco más de aire trajo como consecuencia que las cualidades del terreno cesaran de actuar eficazmente y fue necesario encontrar otros medios contra la corrupción.
De este modo nace el arte del embalsamamiento en época tinita. Sus primeros ensayos, mediante aplicación de natrón sobre los cuerpos cubiertos con sudarios o mediante envoltura en vendas impregnadas con resina, testimonian una práctica poco segura aún de sus medios.
Las pocas momias del Imperio Antiguo llegadas hasta nuestros días se encuentran en un precario estado de conservación. Las momias del Imperio
Medio, tratadas con resina, estén delicadamente embalsamadas, pero son siempre frágiles. Sólo bajo el Imperio Nuevo, con el afluir de aromas y de esencias asiáticas en el mercado egipcio, el arte del embalsamamiento alcanza su apogeo y elabora prácticas cuya descripción recogida más tarde por los historiadores griegos.
De esta época clásica del embalsamamiento datar las hermosas momias indestructibles, con la carne apenas contraída y la piel moderadamente ennegrecida.
El procedimiento creado por los embalsamadores tebanos dura hasta el fin de la civilización egipcia. Se degrada rápidamente en época romana y fue reemplazado por la práctica, más radical en sus efectos, pero grosera, de la mace-ración de los cadáveres en betún hirviente.
Herodoto y Diodoro Sículo describieron las operaciones de la momificación, que podía ser de tres clases, la más lujosa de las cuales costaba un talento de plata (5.500 francos oro) en el siglo I a. C.
Remitido el cadáver a los embalsamadores, un escriba trazaba con un pincel sobre el abdomen la incisión que debía practicarse.
El parasquisto abría entonces el flanco con un sílex. El tariqueúto retiraba las visceras a excepción del corazón y de los ríñones, las lavaba con vino de palma y las hacía reposar en aromas.
Luego llenaban la cavidad del abdomen con mirra, canela y otros perfumes, cosían el cuerpo y lo dejaban macerar durante setenta días en un baño de natrón.
Luego de lo cual lo lavaban y los coáquitas comenzaban a envolverlo, poniendo aromas en las vendas y mortajas de lienzo impregnadas en goma arábiga.
Una vez hecho esto, completaban la protección física del cuerpo por medio de la protección mágica.
Cada venda o pieza de lienzo se colocaba con una oración que la identificaba con una divinidad protectora. Se trazaban al instante bocetos simbólicos con pincel en los sitios previstos por el ritual. Se colocaban amuletos entre las vendas o se cosían al sudario.
El principal era un escarabajo grande, colocado sobre el pecho a la altura del corazón que llevaba una fórmula que conjuraba al corazón a no testimoniar contra su señor delante del tribunal de Osiris.
Tratado en esta forma, el cadáver se encontraba identificado por los ritos al de Osiris mismo y el difunto recibía en las fórmulas el título de Osiris; el osiris Fulano.
Este privilegio había sido inaugurado para los reyes bajo el Imperio Antiguo y luego se había extendido progresivamente a todos los difuntos.
No se trataba allí de una identificación producto de una doctrina según la cual la personalidad del difunto habría sido absorbida por la del dios.
Nada era más extraño al pensamiento egipcio.
Se trataba, como en toda la literatura funeraria y mágica, de una identificación jurídica; el muerto participaba de los privilegios de Osiris y estaba soberanamente protegido por él contra sus enemigos más temibles, contra la destrucción y los espíritus dañinos.
El equipo de la momia, para estar completo, requería por lo menos un sarcófago, decorado, también él, con fórmulas mágicas. Según la época, éste fue un sarcófago en forma de cofre o un estuche que reproduclu el aspecto general de la momia.
Los despojos de los personajai adinerados se rodeaban, como pro tección más eficaz aún, con muchos sarcófagos o ataúdes antropoides encajados los unos en los otros.
Acompañaban al sarcófago vasos llamados "canopes", que contenían las visceras retiradas del cuerpo para el embalsamamiento.
A partir del Imperio Nuevo, estos vasos, gener.il mente ejecutados en alabastro, es taban cubiertos con tapas que reproducían, cada una de ellas, la cabeza de uno de los cuatro hijos de Horus, protectores de las vísceras; Amset, con cabeza humana: Hapi, con cabeza de cinocéfalo; Duamu tef, con cabeza de chacal y Qebeb senuf, con cabeza de halcón.
Drioton, Etienne y Vandier, Jacques.
Historia de Egipto.
Buenos Aires, 1977.