Reinado de Carlos X de Francia Biografía y Gobierno
BIOGRAFÍA Y GOBIERNO DE CARLOS X DE FRANCIA
La restauración monarquica en Europa de 1815, sufrió una leve transformación al morir Luis XVIII en 1824 y llegar al trono Carlos X. Carlos X (1757-1836) era nieto de Luis XV y hermano menor de Luis XVI, y fue rey de Francia durante 6 años, desde 1824-1830. Se le conocía como Carlos Felipe, conde de Artois, hasta que fue proclamado rey. Fue uno de los líderes durante la Revolución Francesa.
Posteriormente residió en Gran Bretaña (1795-1814). Tras la ascensión de Luis XVIII al trono francés (1814), Carlos regresó a Francia, donde encabezó al reaccionario partido ultramonárquico. El favoritismo hacia la Iglesia católica y la aristocracia que caracterizó su reinado levantó un gran rechazo en el pueblo. Atacado internamente por todos, pensó que una aventura guerrera fuera de Europa afianzaría su poder, sin enemistarlo con los demás soberanos europeos.
Así concibió la expedición a Argelia y al norte de África. Sin embargo, para realizarla debió desafiar la amenaza de Inglaterra, cuya posición era predominante en el Mediterráneo. De todas maneras, el resto de Europa veía con benevolencia esta acción francesa que, cualquiera que fuera su resultado, limitaría el absorbente y cada vez más extenso poderío inglés.
La aventura no fue secundada por el pueblo francés y la burguesía mantuvo su oposición al rey, quien limitó más la libertad de prensa, lo que condujo a la revolución en 1830, conocida como la Revolución de Julio. La revolución ganó la calle, se enarboló nuevamente la bandera tricolor y Carlos X debió huir del país.
Revolución de 1830: En la ciudad de París estalla un movimiento revolucionario que obliga a abdicar al rey francés de la Casa de Borbón, Carlos X, antes de extenderse a otros países europeos. Aunque los dirigentes más radicales propugnan la instauración del régimen republicano, los liberales defienden la continuación de la monarquía, si bien limitada en sus poderes, en la persona de Luis Felipe, duque de Orleans, que poco después será proclamado rey de Francia por la Asamblea Nacional.
El rey francés Carlos X sucedió a su hermano Luis XVIII en 1824 y acentuó la política reaccionaria de la restauración monárquica. En el retrato aparece Carlos X con la vestimenta propia de la consagración regia.
Carlos X a sus 67 años de edad, como nuevo rey conservaba del gran señor del Antiguo Régimen los modales y los principios. Su esbelta figura, sus aristocráticas maneras y su elegancia eran legendarias. Aferrado a las prerrogativas reales más que a nada, se hizo consagrar en Reims con el mayor ceremonial.
Contrario a toda reforma, estaba completamente decidido a continuar con la política reaccionaria; pero su falta de inteligencia, su mediocridad y su testarudez terminarían por perderle. Villéle siguió en su puesto y trató de consolidar la mayoría ultra para satisfacer a su nuevo soberano. Ligó más estrechamente el clero al Gobierno, haciendo votar la ley sobre el sacrilegio, que penaba severamente los ultrajes a la Iglesia. Y se aseguró el apoyo de los defensores del Antiguo Régimen haciendo votar la ley de los mil millones en favor de los emigrados, que indemnizaba a todos los que habían visto confiscados sus bienes por la Revolución.
Estas leyes irritaron a la oposición, que manifestó su hostilidad de diversas maneras: los entierros de liberales como el general Foy, Manuel y La Rochefoucault-Liancourt sirvieron de pretexto para que se reunieran inmensas multitudes, que chocaron violentamente con la policía.
En la Cámara, los constitucionales, con Royer-Collard a la cabeza, formaron un bloque con los liberales, los galicanos, e incluso con «la punta», grupo de oposición de extrema derecha, dirigido por La Bourdonnaye y Chateaubriand. Villéle pensó poner fin al desorden que provocaban, disolviendo la Cámara «retrouvée» para anticipar las elecciones, pero éstas arruinaron sus esperanzas: todos los oposicionistas se habían unido en la sociedad denominada «Ayúdate a ti mismo, y el cielo te ayudará», dirigida por Guizot; su propaganda fue tal, que consiguieron sacar 250 diputados contra los 200 que obtuvieron los partidarios del Gobierno.
Considerando lo ocurrido, Villéle presentó su dimisión al rey, en enero de 1828. Carlos X se halló, pues, ante una Cámara ingobernable, la mayoría de cuyos diputados le era hostil. Comenzó por contemporizar, y puso en el ministerio del Interior al vizconde de Martignac, un constitucional de derecha, partidario del acercamiento a los liberales. Todos sus proyectos de ley fueron rechazados por la Cámara de Diputados, y Carlos X se sirvió de estos fracasos para destituir a Martignac, en agosto de 1829, y confió el ministerio a uno de sus amigos ultras, el príncipe de Polignac. El nuevo ministro, hijo de la favorita de María Antonieta, y jefe de la emigración, se rodeó de ultras, todos hostiles a la Carta Constitucional.
1830: LAS «TRES GLORIOSAS»
Junto a los republicanos, que atacaban al régimen en sus periódicos «La Tribune» y «La Jeune France», apareció una nueva corriente de oposición, formada alrededor del duque de Orleáns; sus partidarios, entre los que se encontraban Talleyrand, Carrel, Mignet y Thiers —estos dos últimos, directores del periódico «Le National»—, eran realistas moderados, preocupados, sobre todo, por los intereses de la burguesía; la República les atemorizaba tanto como la vuelta del Antiguo Régimen, y soñaban con una monarquía a la inglesa, en la que el poder estuviera repartido entre el rey y las Cámaras. Ante la amplitud de la agitación, el soberano acabó por convocar a las Cámaras en marzo de 1830.
Las acusaciones y las amenazas proferidas por él en el discurso de la Corona contra los oposicionistas, no intimidaron en absoluto a éstos; en la contestación, votada por 221 diputados, se proclamaba solemnemente el derecho de los franceses a discutir los intereses públicos, y se acusaba al rey de violar abiertamente la Carta. Ante tanta jactancia, Polignac hizo disolver la Cámara y fijó la fecha de las nuevas elecciones para el mes de junio o julio.
Raras veces una campaña electoral conoció una animación semejante. El Gobierno depuró los ministerios, censuró los periódicos, hizo que interviniese el clero e incluso el rey, que dirigió un solemne llamamiento a los franceses. Pero la oposición no se mostró menos activa, y, pese a los obstáculos, consiguió un triunfo sin precedentes, obteniendo 274 diputados.
El Gobierno no tenía más que una alternativa: aceptar lo ocurrido, o apelar a la fuerza. Carlos X hizo que se recurriera al artículo 14 de la Carta, que le permitía promulgar ordenanzas con fuerza de ley; así, el 25 de julio, firmó, en el castillo de Sainr-Cloud, las cuatro famosas ordenanzas que iban a desencadenar la revolución.
La primera de ellas sometía la prensa, «instrumento de desorden y de sedición», a una censura rígida, y ningún periódico podría publicarse sin autorización previa, renovable cada tres meses, bajo pena de ser secuestrado. La segunda decretaba la disolución de la nueva Cámara, debido a las maniobras que «habían engañado y extraviado a los electores».
La tercera concedía el derecho de voto sólo a los ciudadanos franceses que pagasen contribución territorial y el impuesto personal y mobiliario, descartando así a muchos comerciantes, industriales y miembros de profesiones liberales juzgados muy hostiles al régimen. Por último, la cuarta disponía que las nuevas elecciones se celebrasen en septiembre.
Los periodistas fueron los primeros en reaccionar: el 26 de julio, firmaron un llamamiento redactado por Thiers, en el que declaraban que publicarían sus periódicos sin petición de autorización previa, «ya que el Gobierno había perdido el carácter legal que obliga a la obediencia». Aquel atardecer, se manifestaron obreros, impresores y estudiantes al grito de «¡Abajo los ministros!». Al día siguiente, obreros y artesanos de los barrios populares se unieron a ellos, y se levantaron las primeras barricadas en las calles de la capital. Cuando, el día 28, llegó a París la noticia del nombramiento del mariscal Marmont (que había traicionado al emperador en 1814) como jefe del ejército, miles de hombres y mujeres se echaron a la calle, y, portando banderas tricolores al frente, ocuparon el barrio de Saint-Antoine, y después el Ayuntamiento y Notre-Dame.
El joven republicano Cavaignac se apoderó, con ayuda de los alumnos de la Escuela Politécnica, de varios cuarteles y distribuyó armas a la población. Los regimientos reales que no se habían pasado al lado de los insurgentes fueron aplastados en pocas horas; el Louvre y las Tullerías fueron sitiados; Marmont, derrotado, tuvo que evacuar París. El pueblo por sí solo, y en tres jornadas —las «tres gloriosas»—, había barrido a una monarquía execrada.
LA VICTORIA FINAL DE LOS ORLEANISTAS
Cuando la victoria del pueblo fue indudable, los diputados de la oposición comprendieron que no era posible ningún compromiso con Carlos X; así, cuando éste, consciente, al fin, de los peligros que corría, les envió emisarios para darles cuenta de que retiraba las ordenanzas promulgadas, aquéllos se negaron a recibirlos. Hostiles a Carlos X, estos ricos burgueses no lo eran menos a la república democrática. Supieron aprovecharse, hábilmente, de una situación que les era favorable; en efecto, el partido republicano no tenía ni jefes de prestigio, ni un programa coherente, ni arraigo profundo en el pueblo.
Ellos, en cambio, tenían un candidato y un programa, pero era necesario actuar con rapidez; reunidos en la tarde del 29, en casa del banquero Laffitte, con los jefes orleanistas nombraron una comisión municipal de cinco miembros, encargada de administrar provisionalmente París; después, por la noche, hicieron cubrir las calles de la capital con carteles donde se trazaba un retrato elogioso del duque de Orleáns, partidario de las conquistas de la Revolución, de la Carta Constitucional y de la bandera tricolor. Y les fue fácil, en las primeras horas de a tarde del día 30, convencer a los diputados y a los pares de que enviaran una delegación a Luis Felipe para ofrecerle la lugartenencia general del reino, hábil solución que descartaba la República y no imponía aún la monarquía.
Aunque Carlos X no había abdicado todavía, Luis Felipe respondió favorablemente a la proposición. Aprovechándose de las rivalidades entre los republicanos y los bonapartistas, los orleanistas organizaron, el día 31, un gran cortejo que, a través de las calles de París obstruidas por las barricadas, condujo a Luis Felipe, triunfalmente, de su residenica del Palais Royal al Ayuntamiento. Aunque primeramente hostil, la masa acabó por dejarse convencer y aplaudió hasta con entusiasmo cuando el príncipe, acompañado por el viejo La Fayette, ganado por el partido orleanista, apareció en el balcón, envuelto en una bandera tricolor.
Para evitar lo peor, Carlos X abdicó en favor de su nieto, el duque de Burdeos, hijo póstumo del duque de Berry, y rogó a Luis Felipe que asumiera la regencia; pero éste se negó e hizo un llamamiento a los parisienses para que marcharan sobre Rambouillet, refugio del viejo soberano. Entonces, el rey huyó a Inglaterra, dejando el trono vacante. El 3 de agosto, las Cámaras ofrecieron a Luis Felipe el título de rey de los franceses, a condición de que aceptara la revisión de la Carta y que prestara juramento ante ellas. Así terminó el período de la Restauración.
La toma de Argelia, unos días antes de la revolución, la excelente situación económica de Francia, la paz mantenida desde hacía quince años, no habían sido bastantes para salvar a un régimen cuyos excesos le habían hecho muy impopular.
Fuente Consultadas:
Todo Sobre Nuestro Mundo Christopher LLoyd
HISTORAMA La Gran Aventura del Hombre Tomo X La Revolución Industrial
Historia Universal Ilustrada Tomo II John M. Roberts
Historia del Mundo Para Dummies Peter Haugen
La Revolución Industrial M.J. Mijailov