Uso de Armas Químicas en la Primera Guerra Mundial:Gas Mostaza
Uso de Armas Químicas en la Primera Guerra Mundial:El Gas Mostaza
GUERRA QUIMICA: Se conoce con este nombre en el mundo de la estrategia y acción militar el empleo de sustancias químicas y organismos productores de enfermedades utilizados como armas de guerra.
La guerra química comenzó con el uso del cloro durante la Primera Guerra Mundial.
Desde entonces se han desarrollado muchos otros agentes químicos que pueden ser usados con tales fines.
Al mismo tiempo, también se han estudiado métodos para difundir enfermedades entre el enemigo.
Pero muy pocos de estos agentes han sido utilizados realmente como armas, porque su uso está condenado por los organismos internacionales, y porque siempre subsistió el temor de que el enemigo replique con armas semejantes.
También se evalúa la posibilidad de que no puedan controlarse tales elementos de modo que sus efectos recaigan contra los mismos que los emplean.
Los agentes químicos que más se han usado hasta este momento son los gases, llamados lacrimógenos, que provocan lágrimas y vómitos.
Se los ha usado como arma de guerra y para reprimir tumultos.
El más antiguo gas venenoso empleado como agresivo químico, el cloro y el fosgeno, actúan sobre los pulmones y causan shock.
Se han elaborado gases más nocivos aún, pues se absorben por la piel, de modo tal que las máscaras antigás no brindan protección contra ellos.
Pertenecen a este grupo los vesicantes, como el gas mostaza, que provoca ampollas, y ciertos gases que, al actuar sobre el sistema nervioso, provocan contracción muscular, y con ello la muerte por asfixia.
Estos gases se cuentan entre las sustancias químicas más venenosas que se conocen. Son líquidos volátiles y una gota muy pequeña, casi invisible puede resultar letal.
Las armas biológicas incluyen microorganismos como bacterias y virus, al mismo tiempo que las toxinas venenosas que algunas de dichas bacterias producen.
El peligro más grande de usar bacterias como armas radica en el hecho de que pueden causar epidemias incontrolables.
Entre los microorganismos que pueden ser usados para provocar enfermedades cuéntase, por ejemplo, los agentes del ántrax y la brucelosis.
Las armas químicas son fáciles de usar.
Pueden ser enviadas en bombas, proyectiles y cohetes explosivos.
En la Primera Guerra Mundial se permitió que los gases venenosos fueran arrojados sobre posiciones enemigas.
Pero un simple cambio de viento podía volverlos contra los agresores.
En cambio, las armas biológicas resultan de difícil uso porque deben agregarse al suministro de agua y alimentos o rociadas en forma de aerosol para ser respirada.
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Uso de Armas Químicas En La Primera Guerra Mundial
Se ha insistido en este trabajo en la íntima relación entre las hambrunas, las pestes y las guerras.
La Gran Guerra, basada en la lucha de trincheras que culminaba en peleas hombre a hombre, tuvo episodios de altísima mortandad.
Sólo en la batalla de Verdún —titulada como "el Infierno"—, que enfrentó a Francia y Alemania entre febrero y diciembre de 1916, murieron 338.000 soldados alemanes y 364.000 franceses.
Además, las técnicas armamentísticas modernas basadas en recientes descubrimientos científicos realizados en interés del bien de la humanidad confirieron a la guerra su rostro más cruel, con el uso de gas tóxico y de armas selectivas contra la población civil.
Para el empleo de armas químicas se recurrió a proyectiles de gas."El alto peso específico del cloro —señala la Crónica del siglo XX— hace que no se eleve a más de un metro y medio y, por lo tanto, penetra fácilmente en las trincheras.
Los soldados —o las personas afectadas— se ponen azules, escupen sangre al toser, y expulsan espuma por la boca y la nariz.
Los ojos se salen de las órbitas y cada intento de respirar profundamente desata una fuerte crisis de tos, hasta que pierden el sentido o mueren por asfixia."
Aunque los aliados denunciaron a Alemania por su uso, como una contravención de las disposiciones adoptadas en La Haya en 1899 y 1907, también ellos comenzaron a emplearlo desde fines de 1915.
En total, ambos bandos utilizaron un total de 113.000 toneladas métricas de armas químicas entre las cuales se encuentra el fosgeno (carbónico, un gas extremadamente tóxico) y el gas mostaza, que produce graves quemaduras.
Poco después se desarrollaron también gases nerviosos como el sarín, que, incluso aplicado en pequeñas cantidades, puede causar muerte o parálisis.
Las bajas en los combates terrestres ascendieron a 37 millones, y casi 10 millones de personas pertenecientes a la población civil fallecieron indirectamente a causa de la contienda.
De ellos, 3,5 millones se reparten entre Alemania y Rusia.
La I Guerra Mundial duró cuatro años, tres meses y catorce días.
El conflicto representó un costo de 186.000 millones de dólares para los países beligerantes.
Los pueblos, llevados a una lucha por intereses ajenos, fueron arrastrados, cuando no a la muerte, a una vida miserable, al hambre y a las enfermedades.
Sin duda, estos gravísimos padecimientos y pérdidas fueron los hechos desencadenantes de la triunfante Revolución Rusa de 1917, como así también de otros movimientos revolucionarios producidos poco después en Italia, Alemania y Hungría.
Además de la caída del odiado régimen zarista, la guerra provocó la abdicación del kaiser Guillermo II —último soberano de la dinastía de los Hohenzollern reinante desde 1701— y el ascenso al poder de los socialistas en Alemania y el desmembramiento del Estado plurinacional austro-húngaro y el consiguiente surgimiento de nuevos Estados: Checoslovaquia, Hungría y el reino de las naciones Sudeslavas —Servia, Croacia y Eslovenia—.
La caída del emperador Carlos I, el último "monarca del Danubio", puso fin a seiscientos años de soberanía de los Habsburgo en la región. La autocracia rusa encarnada en la dinastía de los Romanov, gobernaba el país desde 1613.
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LA DEFENSA CONTRA EL EFECTOS DE LOS GASES QUÍMICOS:
Perfeccionamientos progresivos desde la primera máscara de algodón empapado:
Aunque era desconocida la naturaleza de los primeros gases, fueron fácilmente analizados y reconocido el cloro, un cuerpo simple que contiene la sal común.
Las autoridades militares consultaron entonces con los químicos, ideándose caretas o máscaras formadas de algodón en rama o almohadillas empapadas en varias soluciones, que, sujetas frente a la nariz y la boca, protegían en cierta medida en el campo.
En este tipo primitivo están basados todos los modelos hasta llegar al último y más eficaz, ha parte esencial de la careta era la cestilla metálica donde se colocaban los preparados químicos capaces de absorber los varios tipos de gases mezclados con el aire respirado por los soldados.
Los granos de estos ingredientes tenían que presentar superficie absorbente apropiada, sin ofrecer demasiada resistencia o impedir la respiración, así como también era preciso tener en cuenta su tendencia a coagularse, endurecer y sobre todo su eficacia.
Con la introducción de los nuevos gases, especialmente los lacrimosos, hubo necesidad de modificar los absorbentes, tanto en su naturaleza como en la manera de aplicarlos, en vista de que los varios químicos se formaban de partículas imperceptibles en el aire, lo que requería el uso de potentes microscopios para determinar su naturaleza física y buscar dispositivos eficaces para detenerlas en la cestilla.
Se hicieron primero de algodón, después de fieltro, evitándose así penetrasen estos vapores y humos dentro de la máscara.
Fueron consultados fisiólogos para estudiar las formas más apropiadas, de manera que ajustase la cestilla a las líneas de la cara y tan cerca de ella como fuese necesario para evitar posibles accidentes.
Se llevaron a efecto diversos ensayos, teniéndola colocada los hombres mientras hacían diferentes trabajos para determinar los efectos y su eficacia durante la lucha.
Viose la necesidad de suprimir las piezas de la boca y de asegurarla en la nariz, características de los primeros tipos, con objeto de aumentar su comodidad, puesto que el soldado tenía que llevar puesta la careta muchas veces durante horas y horas.
Fue también necesario estudiar la manera de que toda máscara, su soporte, esqueleto o cestilla, las piezas diversas y tubo de goma, fuesen impermeables a los gases, pues cualquier pequeña avería podía dar fácilmente lugar a consecuencias fatales.
Al principio se utilizaron preparaciones especiales para evitar se empañasen las piezas frente a los ojos y a causa de la respiración; pero más tarde se encontró el medio conveniente para hacer salir el aire directamente a través de estas mismas piezas oculares, como puede verse en la máscara Tissot.
La terrible historia de la guerra de exterminio por medio de los gases:
Había, además, que resolver el problema de fabricar las máscaras de modo que pudieran colocarse rápidamente a la menor alarma.
Aunque parezca extraño, a a pesar de que los soldados conocían perfectamente la peligrosa naturaleza de los gases utilizados contra ellos y la necesidad, por tanto, de evitar respirarlos y colocarse la máscara, fue una de las más difíciles tareas de los oficiales encargados de este servicio enseñarles cómo habían de ajustar estos aparatos y el conseguir los conservaran puestos en las ocasiones precisas.
Sólo cuando se castigó duramente por las faltas de cumplimiento a las instrucciones recibidas respecto a este particular, se pudo alcanzar algún resultado.
Después del primer ataque, en abril, los alemanes no emplearon gases durante el verano y otoño de 1915, lo que permitió, afortunadamente, a los aliados estudiar los métodos de defensa antes del otro ataque, en 19 de diciembre, con nuevo gas, cuya acción, particularmente engañosa, era debida al hecho de que cualquier persona atacada débilmente por él, y en apariencia libre de peligro, al moverse poco después sentía sus efectos, que por veces fueron mortales.
Aunque el ataque duró sólo una hora, fue preciso usar los cascos por algún tiempo después, en vista de la persistencia del gas a permanecer en las zanjas y trincheras.
La disciplina en general fue en extremo buena, y los casos, notablemente pocos, y éstos acaecidos principalmente por no observar las indicaciones dadas para tomar las medidas defensivas necesarias.
Este segundo ataque fue particularmente importante, porque dio a conocer muchos principios en que se basó en lo futuro el empleo de los gases: primero, aumento de concentración, conseguida reduciendo el tiempo empleado en el ataque; segundo, utilización de nueva substancia, el fosfógeno, y tercero, elemento de sorpresa.
Este último se efectuó preparando el ataque en la semioscuridad del amanecer, cuando los aliados estaban menos preparados y en la hora que mejor satisfacían las condiciones del viento.
A no ser por el silbido producido al salir los gases de los depósitos cilíndricos y el olor, hubiera sido cosa imposible darse cuenta del gas.
Desde esta época, prácticamente todos los ataques con gas se hicieron de noche.
Se emplearon evidentemente algunos gases encerrados en granadas en los dos fuertes ataques de 1915.
En presencia del bromuro de jilito (producto de la destilación de la madera) fue descubierta por este tiempo.
Esta substancia produce copioso lagrimeo, aunque se presente en tan pequeña proporción como una parte en volumen por un millón de aire.
No tiene acción permanente, sirviendo tan sólo para poner fuera de combate durante algún tiempo a los hombres.
En 1916 los alemanes utilizaron también otro gas lacrimoso y varios más venenosos, con los que aumentaron el número de heridos, accidentes y muertos.
Los aliados comenzaron a comprobar la extensión del plan enemigo en el empleo de los gases asfixiantes, y dieron un marcado ímpetu a las medidas protectoras contra dichos gases.
Este año de 1916 fue el de mayor actividad por parte de los alemanes en el empleo de gases; se hicieron cinco grandes ataques contra los ingleses y muchos otros contra Francia y Rusia.
Caracterizaron estos ataques el empleo de gases más concentrados y mayores cantidades del venenoso fosgeno (oxicloruro de carbono).
La nueva táctica consistió en ocultar por todos los medios posibles los preparativos previos, la utilización de nubes de humo para desviar la atención y el lanzamiento de los gases a intervalos variables.
Esto último fue en realidad tristemente eficaz, pues la segunda emisión, después de la calma que seguía a la primera nube, cogía desprevenidos a los hombres.
Protector completo contra el gas moztaza
En agosto de 1916 se verificó el último ataque contra los ingleses con gases asfixiantes.
Aquí se lanzó una espesa nube de fosgeno durante el momento de relevo y cuando era prácticamente doble el número de hombres en las trincheras.
Fue tan fuerte, que se precisaron las máscaras contra los gases nueve millas a retaguardia del punto donde descargaron.
El empleo se abandonó a causa del limitado número de gases que podían ser utilizados, y también por el reducido número de cilindros para lanzarlos a la vez, la dificultad de efectuar los ataques por sorpresa, debida a los trabajos y tiempo que se precisaban en los preparativos, y, finalmente, por los accidentes ocasionados a los mismos que los utilizaban.
El empleo de granadas cargadas de gas aumentó rápidamente, debido a que no hay limitaciones en cuanto se relaciona con la cantidad de proyectiles lanzados y gases utilizados.
También con ellos es mucho más fácil alcanzar el campo enemigo.
Se tomaron cuidadosas medidas para evitar excesivas bajas en las trincheras, donde era evidente la persistente naturaleza de ciertos gases; se establecieron también cubiertas protectoras, sistemas especiales de alarma, rapidez en la colocación de las máscaras (seis segundos) y métodos eficaces para hacer desaparecer los gases.
Un ataque extraordinario se llevó a efecto en Arras, por el mes de diciembre de 1916.
Enormes cantidades de granadas cayeron en los alrededores, saturando los pisos y muros de las casas.
Como era muy intenso el frío, se evaporaron lo gases lentamente.
Al siguiente día, cuando aparentemente habían desaparecido, muchos soldados se quitaron las máscaras; pero debido a un aumento de la evaporación al subir la temperatura atmosférica en las horas de sol, fue muy grande el número de atacados.
Equipo completo de protector de la caballería
La utilización de la mostaza (sulfocianato de alilo) para producir gases ha sido evidentemente el más sencillo, pero también el mayor perfeccionamiento en la preparación de estas substancias para los suministros militares en la gran lucha, originando un cambio radical en las ideas que se tenían desde el principio, pues se creyó que la eficacia de estos productos dependía de la mayor o menor presión del vapor o, en otras palabras, de su mayor tendencia a extenderle.
El gas de la mostaza es realmente un líquido, cuyo punto de ebullición es le 220 grados centígrados y tiene una presión de vapor muy baja.
Es, sin embargo, bastante persistente, teniendo la propiedad peculiar de formar vejigas en la piel, y cuando los vapores presentan so concentración máxima, las quemaduras requieren mucho tiempo para su curación.
No fue, a pesar de esto, el más eficaz ni mortífero de los gases empleados en la guerra.
En Nieuport se dispararon más de 50.000 granadas en una sola noche, inundando prácticamente la andad.
Se calculó que en el otoño de 1916 los alemanes lanzaron más de un millón de granadas conteniendo aproximadamente 2.500 toneladas de este gas.
Una gran parte de este mismo año lo emplearon los aliados en estudiar vanas disposiciones destinadas para proteger a las tropas contra sus efectos, y suministrando nuevas telas especiales, guantes botas y diferentes ungüentos.
Es seguro que en los futuros suministros militares el gas de la mostaza desempeñará un importantísimo papel, y se conseguirán perfeccionamientos que permitan arrojarlo desde aeroplanos.
La «lewisita» es un derivado del arsénico, otro tóxico muy enérgico que se descubrió al estudiar el gas de la mostaza
En un fuerte y tenaz vejigatorio, aunque menos persistente que el gas anterior, actúa en cantidades muy pequeñas.
Se dice que después de la guerra, tanto los, alemanes como los japoneses han mejorado extraordinariamente esta substancia.
Otra materia de gran valor táctico fue la que obligaba a los atacados a estornudar.
Era la «onifenolclorina», un sólido que pulverizado en partículas diminutas se esparcía al estallar las granadas.
Sencillas «humaradas», desde las inofensivas a las que producían los olores más desagradables, también se emplearon extensamente, y claro que ofrecen ancho campo para perfeccionamientos futuros.
Se desconfiaba tanto de ellos, que obligaban a colocarse las máscaras, y desde luego pueden ser líquidos o mezclados con substancias tóxicas y producir unas cuantas bajas.
En el comienzo de la guerra dieron un gran resultado algunos tipos de materias incendiarias. Los alemanes producían el líquido inflamable en un depósito portátil dividido en dos compartimientos uno de ellos lleno de nitrógeno comprimido y el otro de petróleo.
Pronto fue descartado este aparato, pues su acción se reducía sólo a distancias de 22 a 27 metros.
La llama se enroscaba hacia la parte superior, siendo posible defenderse de ella en las mismas trincheras, y como la acción duraba aproximadamente un minuto, los lanzafuegos quedaban a merced del enemigo.
Fuente Consultada:
Grandes Pestes de la Historia Cartwright - Biddiss
Colección Moderna de Conocimientos Universales - Tomo II W.M. Jackson, Inc.
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