Biografia de Vespasiano Emperador Romano

Biografia de Vespasiano Emperador Romano

Con Vespasiano comenzó una nueva dinastía de tres emperadores, los Flavios. Se llamaba Flavio Vespasiano, y descendía de modestos propietarios de Italia. Su abuelo había sido centurión; su padre, recaudador de contribuciones. Había hecho su carrera como oficial del ejército y tenía ya sesenta años cuando fue proclamado.

Nunca renegó de su origen. Se burló de los cortesanos, que le decían descendientes del dios Hércules, y tuvo empeño en conservar intacta la casa rural en que sus padres habían vivido y en la que había pasado su infancia.

Vivía con sencillez, sin ningún lujo, trabajaba parte de la noche, tenía siempre la puerta abierta para cualquiera que viniera a hablarle y atendía gustoso los consejos que se le daban.

Se negó a dejar que se persiguiese a las gentes que hablaban mal de él y no confiscó los bienes de los hijos de los partidarios de Vitelio.

Vespasiano cierra la primera crisis política de cierta gravedad que había registrado el régimen establecido por Augusto y asegura la continuación del Principado y de la diarquía.

Con su persona llegan al poder, de un lado, la pequeña burguesía italiana, y, de otro, la aristocracia provincial, o sea, los elementos más sanos del. mundo romano.

Biografia de Vespasiano Emperador de Roma

Tito Flavio Vespasiano, conocido como Vespasiano, fue emperador del Imperio romano desde el año 69 hasta su muerte. Fue el fundador de la dinastía Flavia, que gobernó el Imperio romano desde el año 69 hasta el año 96

Quizá se hallen desprovistos de penetrantes ideas políticas; pero, en cambio, aportan al Estado cualidades tradicionales de orden, tenacidad, honradez y buena administración, que salvan el régimen comprometido por las veleidades de un Nerón y por la intromisión de las legiones en asuntos políticos.

Tito Flavio Vespasiano pertenecía a esa pequeña burguesía italiana, de la que era prototípica encarnación.

Había nacido en Reate, el 18 de noviembre del 9, en las montañas de Sabina. Su abuelo era un centurión, su padre, Tito Flavio Sabino, un republicano, y su madre, Vespasia Polla, hermana de un centurión.

Habiendo ingresado en el ejército, se distinguió muy pronto por sus servicios, su honestidad, su prudencia y su recta administración.

Después de servir en las legiones de Tracia, fue nombrado cuestor para Creta y Cirene y luego revistió el edilato y la pretura.

Por esta época se desposó con la hija de un ecuestre de Roma, Flavia Domicila, que le había de dar dos hijos: Tito y Domiciano.

Durante el reinado de Claudio, Vespasiano progresó en su carrera, pues fue protegido por uno de los libertos de aquel emperador, el todopoderoso Narciso.

Mandó fuerzas en el Rin (43-44) y la II legión Británica bajo Aulo Plaucio.

Fue elegido cónsul en el año 51; pero más tarde, al triunfar la emperatriz Agripina, Vespasiano se halló postergado en la corte imperial.

No obstante, era tal la capacidad que se atribuía a su persona, que en 61 fue nombrado procónsul de África y en 66 Nerón le designó para el mando del ejército que había de sofocar la insurrección judía.

Desempeñaba este cometido, con notable acierto, cuando se produjeron los sucesivos asesinatos de Nerón y Galba, la proclamación de Otón y la revuelta de Vitelio con las legiones del Rin.

Pero apenas este general había tenido tiempo de gozar de los frutos de su victoria (16 de abril del 69), que ya las legiones de Oriente, las cuales hasta entonces no habían intervenido en el conflicto sucesorio, proclamaron a su vez otro emperador, en la persona de su caudillo.

Tito Flavio Vespasiano (1º de julio). La proclamación se efectuó en Alejandría, y muy pronto se adhirieron a la causa de Vespasiano las legiones de Siria, las del Danubio e incluso algunos cuerpos itálicos.

Vespasiano no era ambicioso. Aceptó el título a causa de las instancias de su hijo Tito y del gobernador de Siria, Muciano.

Este se encargó de la lucha contra Vitelio. Pero quien dio el golpe decisivo a las legiones del Rin fue Antonio Primo, jefe de las del Danubio, el cual cruzó los Alpes, derrotó al ejército de Vitelio en Bedriácum, saqueó Cremona y tomó Roma al asalto después de vencer una encarnizada resistencia (20 de diciembre del 69).

Al día siguiente el Senado proclamaba a su vez a Vespasiano bajo los resplandores del incendio del Capitolio.

Restablecido el orden en Roma por Muciano, el nuevo emperador no se trasladó a la capital hasta el verano del 70, después de confiar el mando de las legiones de Judea a su hijo Tito.

Llegó en el momento preciso de reorganizarlo todo, y pocas personas, incluso de inteligencia más despejada, hubiesen sido capaces de rehacer el Imperio como aquel vigoroso administrador, dotado de condiciones medianas, pero armónicas, completas y eficaces.

Vespasiano triunfó en su dura tarea por su gigantesca voluntad, su amor al trabajo, su honradez, su tacañería (casi mezquindad) y su indudable capacidad organizadora.

Con firmeza tranquila restauró el Imperio y la autoridad imperial.

En primer término aseguró las fronteras; la insurrección judía fue sofocada por su hijo Tito (70, caída de Jerusalén) y en el mismo año las legiones de Petilio Cerealis pusieron fin a la insurrección de los bátavos y germánicos, los cuales, acaudillados por Civilis, se habían apoderado de las provincias del Rin y habían arrastrado a parte de los galos en su lucha contra Roma.

Restablecida la hegemonía romana en la periferia del Imperio, Vespasiano dedicóse a asegurar el normal funcionamiento de las instituciones constitucionales.

Con algunas modificaciones, exigidas por el cambio de los tiempos, restableció el sistema diárquico, pues el Senado era el único contrapeso al poder militar.

A tal fin tuvo que depurar el Senado de los elementos indeseables que se habían introducido en él en los últimos tiempos, en particular los libertos.

Revestido de la censura, que rehabilitó para esta solemne ocasión, dio ingreso al Senado a la aristocracia ecuestre italiana y a la aristocracia municipal de las provincias. Medida de gran futuro, ya que sobre ambas clases había de recear el mando del Imperio en la época de su apogeo (siglo 11).

Vespasiano consagró sus desvelos a los problemas financieros, en completo desorden por las prodigalidades de Nerón y las perturbaciones de la guerra civil.

Declaró la guerra a los gastos inútiles, revisó el catastro, restituyó al dominio público los campos de que se habían apropiado los particulares y creó nuevos impuestos.

Constantemente vigiló la administración de las provincias y evitó toda clase de abusos.

Al morir (23 de junio del 79) en los baños de Cutilia cerca de Reate, las miserias del 69 eran sólo un recuerdo.

Este es el elogio mayor que puede hacerse al hombre cuya energía se halla resumida en la frase que se le atribuye, pronunciada en su última enfermedad: «Un emperador debe morir de pie.»

ALGO MAS SOBRE SU GOBIERNO: Restableció el orden reprimiendo las sublevaciones y acostumbrando de nuevo a los soldados a la disciplina.

Se ocupó mucho de las provincias y en ellas estableció colonias de ciudadanos.

La mayor parte de las antiguas familias nobles habían desaparecido y ya no había número suficiente de senadores.

Vespaciano hizo el censo, determinó la lista del Senado e hizo entrar a muchos senadores nuevos. Creó también, con las familias principales de las provincias, sobre todo de España y de la Galia, una nobleza nueva, más honrada y menos ambiciosa que la antigua.

Necesitaba mucho dinero para hacer reparaciones en Roma, para reedificar el Capitolio, para restaurar los acueductos y construir el Coliseo, para los caminos y los ejércitos. Fue muy económico. Sus enemigos se burlaron de lo que llamaban su avaricia.

Cuentan que había establecido una contribución sobre los urinarios, y que su hijo le censuró por ello. Vespasiano le mostró el dinero recogido y le preguntó: "¿Huele mal este dinero? ".

En diez años había restaurado la hacienda del Imperio. Trabajó hasta sus últimos momentos. "El empe rador, decía, debe morir de pie". Murió esforzándose para levantarse (79 a.C).

Su hijo Tito, que llevaba el título de César, le sucedió. Había jurado conservar las manos limpias de sangre, se negó a perseguir a nadie por delitos de lesa majestad y perdonó a dos nobles condenados a muerte por haber conspirado contra él.

Trató con respeto al Senado, dio al pueblo juegos magníficos y manifestó en el teatro que el gusto de los espectadores, no el del emperador, había de decidir. Se hizo querer de todos y sus amigos le llamaron delicias del género humano.

Murió al cumplir dos años y dos meses de reinado.

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