La Guerra de los Treinta Años:Guerras de Religion y Paz de Westfalia
Causas de la Guerra de los Treinta Años - Guerras de Religión
Este conflicto religioso y político internacional asoló Alemania en la primera mitad del siglo XVII. Un nuevo equilibrio surgió con el fin de las aspiraciones universales de los Habsburgo y el ascenso de otras potencias
La Guerra de los Treinta Años fue un complejo conflicto religioso y político ocurrido entre 1618 y 1648.
En esencia, fue una lucha de poder entre los reyes de Francia y los gobernantes Habsburgo del Sacro Imperio Romano.
Por entonces, el imperio era un compendio de estados autónomos, la mitad de ellos católicos y la otra mitad protestantes.
La mayoría se acabaría uniendo para fundar Alemania.
Las diferencias religiosas derivaron en rivalidades, como la desatada entre el estado calvinista de los Palatinos y la Baviera católica.
Cuando Federico IV, elector del Palatinado, formó una alianza con Inglaterra, Francia y los Países Bajos contra España, Maximiliano de Baviera fundó la Liga Católica y la guerra acabó estallando entre ambas facciones.
La Guerra de los Treinta Años fue la primera guerra en la que se vio sumida toda Europa, incluidas las potencias de Suecia, Dinamarca yTransilvania.
Durante su desarrollo fueron múltiples las alianzas y los conflictos.
El derrumbe final de España supuso una amenaza para el Imperio de los Habsburgo y, en 1648, con la Paz de Westfalia, la Guerra de los Treinta Años concluyó a favor de los franceses.
• Orígenes
En esta larga guerra se combinaron una serie de factores diversos.
La división religiosa del Imperio, ratificada en la paz de Augsburgo (1555), era todavía fuerte de tensiones.
El elector palatino Federico IV fundó la Unión Evangélica (protestante) en 1608, y Maximiliano I de Baviera respondió con la Santa Liga al año siguiente.
La situación se complicaba con la pugna entre el emperador y los príncipes por el dominio en el Imperio.
Por otro lado, los esfuerzos de los Habsburgo vieneses por introducir la contrarreforma católica y germanizar sus dominios patrimoniales encontraron gran oposición, particularmente en Bohemia.
Habría que añadir la tradicional pugna franco-española por la hegemonía europea, resuelta en el siglo anterior a favor de España al precio de la secesión de las provincias protestantes de los Países Bajos (Holanda).
Por su parte, Inglaterra, Dinamarca y Suecia esperaban sacar partido de la inestabilidad centroeuropea.
Por último, la crisis general del siglo VII, con el enfrentamiento entre las estructuras socioeconómicas del feudalismo y el capitalismo emergente, añadió la crispación social a la política y la religiosa.
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La guerra de los Treinta Años fue una de las más devastadoras que la historia ha conocido, principalmente para Alemania, cuya tierra quedó arrasada y dividida en cerca de 350 estados.
La lucha estalló, al cabo de una tensión prolongada, por el trono de Bohemia. Un católico había sido elegido para ceñir la corona imperial y con ella la corona de Bohemia; los protestantes de este reino pidieron ayuda exterior y los dos bandos se declararon la guerra bajo la advocación de sus respectivas religiones.
No hubo, sin embargo, un exceso de lealtad religiosa en este feo conflicto. Por un lado, la católica Francia luchó junto a los poderes protestantes de Suecia y Holanda, mientras que los luteranos alemanes apoyaban a los poderes católicos de España y Austria
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Los Primeros éxitos de los Habsburgo
En estas circunstancias, el Habsburgo Fernando de Estiria, elegido rey de Bohemia (1617), trató de implantar por la fuerza el catolicismo en sus dominios.
Los protestantes bohemios se rebelaron y, tras defenestrar a los consejeros imperiales en Praga (23 de mayo de 1618), eligieron como nuevo soberano a Federico y del Palatinado, destituyendo a Fernando II, emperador desde 1619.
Este contó con el apoyo de sus parientes españoles y de la Santa Liga, mientras la Unión Evangélica era neutralizada en un primer momento por el tratado de Ulm, impuesto por Francia e Inglaterra.
(imagen: El rey Gustavo II Adolfo de Suecia, líder de la Europa protestante murió en la batalla de Lutzen en 1632 frente a los católicos)
Sólo Gábor Bethlen de Transilvania apoyó a Federico y los bohemios, cuyas fuerzas fueron aplastadas por el general Tilly en la Montaña Blanca, cerca de Praga (noviembre de 1620), mientras los españoles invadían el Palatinado.
Hacia 1624, Bohemia había sido sometida al absolutismo habsbúrgico, Maximiliano de Baviera se había adueñado del alto Palatinado y del título de elector, y las tropas españolas controlaban Renania.
Francia, ante estos éxitos de su rival, intentó infructuosamente cortar las comunicaciones entre la Italia española y el Imperio (ocupación de la Valtelina, 1625) y recurrió entonces a la guerra interpuesta, animando las aspiraciones de Cristián IV de Dinamarca.
Este, interesado en extender sus dominios a costa del Imperio, y temeroso del avance católico en el norte, se alió con Inglaterra, Holanda y Federico y, refugiado en este último país (1625).
Pero su ofensiva fue rápidamente desbaratada en Dessau (abril de 1626) y Lutter (agosto) por los imperiales Wallenstein y Tilly, respectivamente.
Cristián IV vio invadidos sus propios territorios y tuvo que firmar la paz de Lübeck (mayo de 1629).
Al mismo tiempo, España lograba vencer a holandeses e ingleses.
La victoria parecía completa para las fuerzas católico-imperiales, pero Fernando II desaprovechó la ocasión de pacificar el Imperio, con la anulación de las secularizaciones de bienes eclesiásticos tras la Reforma (Edicto de Restitución, 1529) y el intento de imponer la sucesión hereditaria en el trono imperial (dieta de Ratisbona, 1630). Esto enconó la oposición de los príncipes alemanes y prolongó el conflicto.
Suecia y Francia entran en el conflicto
La derrota danesa propició la entrada en la guerra de Suecia, cuyo rey, Gustavo II Adolfo, luterano convencido, deseaba tanto apoyar a sus correligionarios alemanes como afianzar su dominio en el Báltico, disputado por Dinamarca y Polonia.
El cardenal Richelieu, valido de Luis XIII de Francia, favoreció la firma de una tregua entre Suecia y Polonia (1629) y concedió subsidios de guerra al soberano sueco este organizó un ejército popular, bien armado y lleno de entusiasmo por su rey y su religión.
Con el apoyo de los príncipes protestantes tras el saqueo de Magdeburgo por Tilly (mayo de 1631), Gustavo Adolfo venció a éste en Breitenfeld (septiembre).
Dueño del norte de Alemania, ocupó Renania y avanzó sobre Baviera (1632). Fernando II tuvo que llamar de nuevo a Wallenstein, caído en desgracia en 1630, que logró expulsar a los sajones de Bohemia y contener a los suecos en el sur de Alemania, aunque fue derrotado por Gustavo Adolfo en Lützen (noviembre de 1632); el soberano
La momentánea desorganización sueca permitió a los imperiales rehacer sus fuerzas, a pesar del asesinato de Wallenstein (febrero de 1634), sospechoso de conspirar contra el emperador.
El regente sueco Oxentiern logró organizar la liga protestante de Heilbronn (abril de 1633), pero fue finalmente derrotada en Nórdlingen por los hispano imperiales (septiembre de 1634), que lograron acceder al Báltico.
Los suecos tuvieron que retirarse al este y Sajonia firmó con el emperador el tratado de Praga (mayo de 1635), que preveía la disolución de las ligas.
Esta nueva oportunidad de paz fue frustrada por la intervención directa de Francia en el conflicto, temerosa de la supremacía de los Habsburgo.
Se alió con los suecos, Holanda, Saboya y Sajonia en contra del Imperio y desarrolló también su particular guerra contra España (1635).
de En un principio, los hispano imperiales llevaron la mejor parte en esta nueva fase las hostilidades, con la toma de Corbie y la amenaza sobre París del cardenal-infante Fernando de Habsburgo (1636).
Pero la ofensiva francosaboyana logró cortar el paso de la Valtelina entre Italia y el Imperio (1637) y la victoria en Rheinfelden permitió a Bernardo de Sajonia-Weimar tomar Breisach (1638), interrumpiendo las comunicaciones entre Italia y los Países Bajos.
El aislamiento entre las fuerzas habsbúrgicas se complicó con las victorias francesas en los Países Bajos y holandesas en las Dunas (1639) y las colonias (1640).
Por otra parte, España sufrió en 1640 las rebeliones de Portugal y Cataluña, que abrieron nuevos frentes bélicos en el centro de sus dominios.
Francia aprovechó la ocasión para penetrar en Cataluíca, donde Luis XIII fue proclamado conde de Barcelona (1641), y atacar al debilitado ejército español de Flandes en Rocroi (1643).
A partir de ese momento España luchó por mantener sus posesiones, mientras la liga de Heilbronn y los franceses derrotaban a los aliados sajones y bávaros del emperador, que abandonaron la lucha en 1645 y 1647.
En 1644 se habían iniciado conversaciones de paz en Münster (entre Francia y el emperador) y Osnabruck (entre el emperador, Suecia y los príncipes alemanes), simultáneas a los combates, por lo que las propuestas de cada bando cambiaban según los resultados en el campo de batalla.
Pero la apurada situación de los Habsburgo aceleró las negociaciones, que resultaron en un conjunto de tratados conocidos como paz de Westfalia (octubre de 1648).
La Paz de Westfalia (imagen abajo)
Como consecuencia de estos tratados, Francia logró importantes ventajas territoriales en Alsacia y la frontera renana, Suecia se quedó con Pomerania occidental y diversos enclaves alemanes del mar del Norte y el Báltico, convirtiéndose en miembro del Imperio.
Brandemburgo se expandió en Pomerania oriental y obtuvo algunos territorios en Alemania occidental, mientras el duque de Baviera retenía el alto Palatinado y la condición de elector, restituida no obstante —junto al bajo Palatinado— a los herederos de Federico y, hecho que se tradujo en el aumento del colegio electoral imperial a ocho miembros.
Por su parte, la independencia formal de Suiza fue acatada por el Imperio.
Esta institución fue la más perjudicada, pues el reconocimiento de la soberanía de los príncipes y las ciudades vaciaba de contenido el título imperial.
La consagración de la libertad religiosa de los príncipes, que impondrían su fe en sus Estados se extendió al calvinismo y puso fin al ciclo de guerras religiosas que habían ensangrentado Europa desde el siglo XVI.
Los Habsburgo vieneses, a pesar de algunas concesiones, fortalecieron el control sobre sus posesiones patrimoniales, gobernadas desde Austria.
La gran perdedora de este prolongado conflicto fue Alemania en su conjunto, sometida a terribles devastaciones durante tres décadas —especialmente en regiones como Renania, que perdió dos tercios de su población— y afectada por pérdidas materiales que tardaron decenios en ser reparadas. Por su parte, Inglaterra y Holanda se afianzaron como potencias marítimas, condición que posibilitaría un gran desarrollo comercial y colonial futuro.
Francia se confirmó como la nueva potencia europea, aunque todavía tenía que dirimir su conflicto con España.
• Epílogos
La monarquía española, tras reconocer la independencia de Holanda en Münster (1648), se había retirado de las negociaciones para continuar la guerra con Francia, que mantuvo la ventaja (victoria de Lens, 1648) en un principio.
No obstante, el estallido de la Fronda y el fin de la guerra de secesión de Cataluña (1652) permitieron una cierta recuperación española.
Pero los recursos de España estaban exhaustos, y la entrada en el conflicto de Inglaterra al lado de Francia (1657), decidió, tras la segunda batalla de las Dunas (1658), el resultado de esta guerra de desgaste.
Por la paz de los Pirineos (1659) España cedió a Francia Rosellón, Cerdaña, Artois y algunas plazas flamencas, además de aceptar la presencia francesa en Alsacia. Con ello se confirmaba el paso de la hegemonía continental a Francia.
En el Báltico, el nuevo rey sueco Carlos X, en una serie de brillantes campañas, venció a polacos, daneses y brandemburgueses en su empeño por dominar esa región (1658).
Pero sus éxitos provocaron el recelo de las demás potencias, ante la posibilidad de que Suecia se convirtiera en dueña absoluta de un espacio vital desde el punto de vista del comercio.
La intervención de Holanda, Austria, Francia e Inglaterra forzó la firma de la paz de Oliva (1660), que reconocía ventajas a Suecia, pero también salvaguardaba los intereses de Polonia, Brandemburgo y Rusia.
Con éste se cerró la serie de tratados que configuraron el nuevo sistema europeo de equilibrio entre las potencias.
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La firma de los tratados de Westfalia (1648), en Münster y Osnabrück, señala no sólo el fin de la Guerra de los Treinta Años: marca, al mismo tiempo, la terminación de un largo proceso de desintegración de Alemania y el comienzo de la decadencia de los Habsburgo de Austria.
Había en el Sacro Imperio más de trescientos Estados que existían desde hacía siglos, y que habían afirmado su poder durante la Reforma, alrededor de cien años antes.
Por los tratados de Westfalia obtuvieron libertad religiosa y derecho para formar alianzas y actuar como unidades soberanas, aun en el nivel internacional.
Por otra parte, en sus territorios (principalmente Austria y Bohemia), los Habsburgo pudieron extirpar momentáneamente el protestantismo, mientras Baviera anexaba el Alto Palatinado, tornándolo católico. Suiza y las Provincias Unidas confirmaron su independencia.
Los limites demarcatorios dieron a las Provincias Unidas el control del estuario del río Escalda, que fue cerrado a los navíos que buscaban el océano. Esto favoreció el progreso del puerto de Amsterdam, pasando el de Amberes a segundo plano.
Suecia recibió el arzobispado de Bremen (no así la ciudad libre), Pomerania occidental y el obispado de Verden, controlando los estuarios del Elba, Wéser y Oder. El Báltico se convirtió, en la práctica, en un lago sueco.
Francia vio confirmada su posesión de los tres Obispados -Metz, Toul y Verdún- y se anexó parte de Alsacia. Los límites fijados fueron, en grandes líneas, conservados hasta la Revolución Francesa.
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PARA SABER MAS...
La Guerra de los Treinta Años, en la que se enfrenta toda Europa, provocó una destrucción como el continente no veía desde la caída del Imperio Romano y la peste negra.
Se calcula que aproximadamente un tercio de la población de Europa central murió en ese período, como consecuencia de la guerra.
La destrucción en bienes, ciudades y cosechas fue de tal orden que algunos recurrieron al canibalismo.
Inglaterra, que consiguió mantenerse fuera del conflicto continental, se beneficiará por ello, de la misma forma que los Cantones suizos.
Entretanto, en la propia Europa, existe un centro donde, a pesar de la intensa destrucción producida por las luchas emancipadoras la economía renace: son los Países Bajos.
El Renacimiento había tenido como escenario inicial a Italia, y en especial a las señorías del Centro.
Mas esa península cayó, en su mayor parte bajo el yugo alternado de Francia y España y no comenzó a progresar hasta más tarde.
En Praga y en Bohemia los estratos medios y los labradores se irguieron contra los señores feudales.
Pero el Sacro Imperio los aplastó y restableció la servidumbre de la gleba.
En los Países Bajos, durante el siglo XVII, las clases medias crearon por primera vez un Estado moderno europeo, en el cual el comercio era la principal actividad y los burgueses el sector más importante.
Se justifica plenamente el llamar al siglo XVII "la edad de los holandeses", porque por todos los mares navega su gigantesca flota, que transporta cerca de 80 por ciento de las mercaderías que se venden en Europa, creando así un imperio diferente, el comercial —no territorial— cuyo antecedente fue el de Portugal.
Holanda es el país con más elevado nivel cíe vida y la mayor libertad de expresión.
Esa riqueza confiere gran poder a la República, reforzada en su determinación de asegurarse la independencia.
Cuando Luis XIV intenta dominar el país, el pueblo hace saltar los diques e inunda sus tierras, prefiriendo ahogarse a perder sus derechos.
Eso jamás había ocurrido antes y fue harto significativo. Las contiendas entre las naciones jóvenes son muy diversas de las que habían separado a la Iglesia del Imperio.
Principalmente España, Francia, Inglaterra y Holanda se disputan en los mares la supremacía comercial y en el continente los mercacados.
Comienza la era del mercantilismo, de los monopolios concedidos por el Estado, de la continua acumulación de dinero por parte de las grandes Compañías de las Indias que, en Inglaterra terminaron produciendo una revolución y la reforma del Estado por la fracción puritana de los calvinistas.
La Revolución de 1688 confirmó que Inglaterra nunca más sería una monarquía absoluta.
En América, los puritanos ingleses crearon una sociedad que no conoció el feudalismo.
Pronto las colonias norteamericanas de Gran Bretaña se independizaron y la "Revolución Americana" dio un modelo ideal a los estratos medios europeos.
En Francia el ejemplo estadounidense —que abrevara sus ideas en los enciclopedistas franceses—, el espíritu de iluminismo (o la "ilustración") de la libre crítica y del libre pensamiento corroerán las bases del absolutismo.
Finalmente, los estratos medios, aliados a los populares, cortarán la cabeza del monarca para establecer un nuevo tipo de Estado, precursor del Estado moderno.
Surgidos entre los dos estamentos hereditarios del Medioevo, estos estratos medios se insertarán entre ellos como cuña y harán cambiar todo el antiguo sistema.
Ellos crearán un mundo nuevo, aunque las viejas estructuras hayan perdurado hasta hoy.
Fuente Consultada:
Historia Universal - María de la Luz Vázquez Segura - Gomez Sañudo - Lugo Vázquez - Editorial: High School
Civilizaciones de Occidente Tomo A y B de Jackson Spielvogel - Editorial: Thompson
Historia Universal 7º Edición de Navarro-Gárgari - González-López-Pastoriza- Portuondo Editorial Pearson