Morfologia Terrestre:Cambios de la Superficie y Factores Externos
Morfologia Terrestre Cambios de la Superfie y Factores Externos
La parte superficial de la corteza terrestre, aquella sobre la cual transcurre nuestra vida cotidiana, se presenta a nuestra observación como una sucesión de montañas y valles, de llanuras y cursos de agua, de aspectos y perfiles siempre nuevos y distintos, como se indica en la figura de abajo.
La configuración del suelo y sus mutaciones no son debidas a la casualidad, ni han sido siempre las mismas.
Las fuerzas y los fenómenos del subsuelo, que constituyen el objeto de la geología, y principalmente las actividades volcánica y sísmica, han dado forma al esqueleto fundamental de la corteza terrestre, o litosfera; y en distinta medida siguen modificando todos los días su conformación externa.
Pero a estas fuerzas y a estos fenómenos hay que añadir otros, no menos importantes y decisivos, que también alteran de continuo, profundamente y sin cesar, la configuración del relieve terrestre, contribuyendo de forma determinante a darle el aspecto general que cae bajo nuestra inmediata y directa observación.
Los agentes atmosféricos y climáticos, o sea la temperatura, la humedad, el viento, las precipitaciones atmosféricas, los cursos de agua, las heladas, la vegetación, la fauna y hasta la obra del hombre, contribuyen poderosamente a cambiar de manera incesante, y a menudo también profunda, la configuración del suelo, de modo que la forma general de la superficie de la Tierra no es estática sino que, por el contrario, es el resultado de un gran número de fuerzas que actúan en el espacio y en el tiempo.
Una resultante que varía a cada instante, como varían, en intensidad y eficacia, cada uno de los elementos modeladores (fuerzas geológicas, climáticas, químicas y orgánicas), aunque a menudo los cambios de aspecto que ocurren en las más distintas zonas geográficas del globo nos parezcan pequeños e insignificantes, hasta el punto de no tomarlos en cuenta.
Sin embargo, no debe olvidarse que al modelar la forma de la corteza terrestre, las fuerzas de la naturaleza actúan durante tiempos muy dilatados (incluso millones de años), y que no hay acción, por débil que sea, que repetida durante siglos o milenios no acabe por obtener grandiosos resultados; como precisamente ocurre con la fuerza erosiva del viento y de las aguas, que en el curso de extensísimas eras geológicas han demolido por completo grandes cadenas montañosas.
Pero también se registran fenómenos rápidos y violentos que modifican profundamente incluso el aspecto de toda una región, a veces en un solo día.
Grandes erupciones volcánicas, que en muy poco tiempo hacen surgir montañas enteras o nuevas islas oceánicas; colosales corrimientos de tierra y terremotos ruinosos, que agrietan y trastornan de forma definitiva los relieves montañosos preexistentes; inundaciones graves, que alteran extensísimos valles.
Desgraciadamente, con frecuencia, estos fenómenos forman parte de la crónica de nuestro tiempo; un tiempo en el que también el hombre demuestra que está en condiciones de modificar y variar, a menudo de forma tangible, la configuración de la superficie terrestre.
El estudio de estos fenómenos, de sus causas y sus consecuencias, forma parte de la morfología terrestre, una parte de la geografía física de extremado y apasionante interés, puesto que se ocupa de una cosa que nos concierne de cerca; es decir, de la superficie terrestre sobre la cual nos movemos, edificamos casas, carreteras, puentes, ferrocarriles; en una palabra, en la que actuamos de todas aquellas maneras que en conjunto constituyen nuestra vida de hombres civilizados.
Dilataciones y contracciones térmicas
Entre los agentes exógenos (o sea los que actúan desde el exterior) que modelan la superficie de la corteza de la Tierra se encuentra en primer lugar la radiación térmica.
Por efecto de la misma las rocas de la litosfera tienden a dilatarse; pero puesto que la dilatación es mayor en la superficie que en la profundidad, y en general es distinta para cada uno de los varios minerales que componen una misma roca, las sucesivas dilataciones y contracciones producidas por la elevación y el descenso de la temperatura (alternancia del día y de la noche, de las estaciones caudas y de las frías) y sus diversos efectos, acaban agrietando la roca, originando en ella, según su composición específica, hendiduras o grietas de distinto tamaño; fragmentos cada vez más pequeños que incluso pueden convertirse en minúsculos granos de arena; desgastes mas o menos importantes.
La acción disgregadora debida a los cambios de temperatura es mayor, de manera evidente, en las rocas de composición heterogénea que se encuentran en zonas sometidas a fuertes oscilaciones de temperatura entre la noche y el día y el verano y el invierno.
A este efecto tiene también mucha importancia la presencia o la falta de vegetación que, en líneas generales, además de suavizar la rigurosidad de los factores climáticos, protege la roca en la que vive, preservándola de la acción directa de los rayos solares e impidiendo asimismo, gracias al estrato de humus producido, que la roca sufra oscilaciones de temperatura demasiado rápidas, que a la larga la disgregarían.
La acción mecánica del viento
También es muy importante la acción del viento, que no es otra cosa que un desplazamiento de masas de aire a velocidades más o menos grandes.
Como todo lo que se mueve, el viento es portador de energía mecánica, energía que transporta el material rocoso ya disgregado, desplazándolo a otro lugar, a menudo muy lejano, dando con ello ocasión a los depósitos eólicos: dunas continentales, dunas fijas (en las que el material, detenido contra un obstáculo, acaba estabilizándose), dunas litorales, formaciones de loess (material a base de cuarzo, arcilla y otros elementos), muy abundantes sobre todo en China.
Pero la acción del viento no se limita a desplazar el material rocoso ya disgregado por efecto de otras causas (deflación).
Al transportar arenas y diminutos granos de roca, el viento también ejerce una especie de esmerilado en las rocas que encuentra durante su camino, puliéndolas o excavando en ellas característicos cauces, de acuerdo con su composición y su dureza.
Esta acción de esmerilado, a la que los científicos dan el nombre de corrosión, transporta también cierta cantidad de material de las rocas ya existentes, con el doble efecto de modificar (con el transcurso del tiempo) el aspecto de las rocas locales y de transformar, a la vez, la apariencia y la configuración general del lugar en el que finalmente se depositan los materiales transportados.
Además, al desplazar los materiales disgregados, el viento pone la roca al desnudo; cosa que favorece la ulterior disgregación debida al calor, puesto que capas siempre más profundas son expuestas paulatinamente a la acción directa del sol.
Para tener una idea de la importancia que tiene el viento como agente transformador y modelador de la superficie terrestre, basta pensar en las enormes extensiones desérticas que precisamente el viento ha recubierto de arena, cuyas dunas alcanzan a veces hasta 100 m de altura.
Las transformaciones químicas
A la acción transformadora del aire debida a los efectos mecánicos hay que añadir la debida a los efectos químicos.
El aire contiene grandes cantidades de oxígeno que transforma los metales en óxidos y los sulfuros en sulfatos, cambiando profundamente las propiedades físicas de las sustancias.
Algunos metales, por ejemplo, debido al efecto de su transformación en óxidos adquieren consistencia incoherente, polvorienta, convirtiéndose de esta forma en fácil presa del viento.
Pero las transformaciones químicas que ocurren en contacto con el aire no son sólo debidas a la presencia del oxígeno; también existen el vapor de agua y el anhídrido carbónico, que transforman el carbonato de calcio, insoluble, en bicarbonato de calcio, soluble.
Este último, desplazado por el agua de la lluvia, se precipita en los valles y en las hendiduras de las rocas, donde se sedimenta lentamente, convirtiéndose en carbonato insoluble y dando lugar a la formación de las célebres estalactitas y estalagmitas, tan frecuentes en las cuevas.
Mientras tanto, la roca de origen sufre empobrecimiento en su material y presenta la típica "caries", frecuentísima, por ejemplo, en las rocas dolomíticas.
La caries es debida a una lenta desaparición del carbonato de calcio (mientras que el carbonato de magnesio permanece inalterado) acompañada de surcos en la roca de origen.
El anhídrido carbónico y el agua también atacan a las rocas compuestas por silicatos, transformándolas en caolín o en productos arcillosos, según las condiciones en que se verifica el fenómeno.
Después, los productos arcillosos son transportados a los valles o al mar por los ríos, donde forman sedimentos y granos finísimos.
La acción mecánica de las aguas
Como puede verse, entre los agentes transformadores y modeladores de la superficie terrestre, el agua es sin duda uno de los más importantes.
Ante todo ésta desarrolla una acción análoga a la de las dilataciones y contracciones térmicas de las rocas, debidas a los cambios de temperatura, mediante la sucesión alterna de las heladas y del deshielo.
En estado líquido, el agua penetra en las hendiduras y en las grietas de las rocas, impregnándolas de humedad.
Cuando la temperatura desciende por debajo de cero, el agua se transforma en hielo y aumenta de volumen, produciendo un sensible aumento de las cavidades primitivas, hasta dilatarlas tanto que provoca la fragmentación de la roca que la hospeda en una serie de detritos grandes y pequeños que, debido a la gravedad o arrastrados por las aguas que corren por la superficie de la tierra, se depositan al pie de las paredes rocosas.
Además de transportar los detritos insolubles el agua disuelve también los minerales solubles, por lo que, cuando combina ambos efectos, ejerce una enérgica acción erosiva, tanto si penetra profundamente (aguas de infiltración) dando lugar a la formación de canales subterráneos, algunas veces grandes como ríos, como si corre por la superficie (aguas de escurrimiento) dando lugar al proceso de formación de torrentes y de ríos, o, finalmente, si ataca el suelo en pendiente en grandes masas animadas por un movimiento turbulento (aguas salvajes o de arrastre) que provocan grandes fenómenos erosivos.
Las aguas en su descenso transportan los materiales disgregados de la cobertura poniendo al desnudo las rocas duras de debajo; excavan los lados de los relieves y originan incisiones cada vez más profundas, aislando con frecuencia grandes rocas que quedan abandonadas en precarias condiciones de equilibrio (rocas oscilantes), sobre otras piedras, o bien arrastrándolas, a fuerza de sucesivos empujones, lejos del lugar de procedencia.
Entre los fenómenos debidos al agua de infiltración hay que citar los derrumbamientos, que pueden alcanzar proporciones considerables, determinando la caída a los valles de enormes cantidades de materiales rocosos disgregados, causandc a menudo daños muy considerables a la labor del hombre, el cual ve destruidos sus campos, e incluso sus viviendas sin poder hacer prácticamente nada para evitarlo.
Encauzamiento natural de las aguas
En la morfología terrestre las aguas que se deslizan por la superficie determinan una serie de transformaciones muy importantes debidas a los efectos de su encauzamiento natural.
Las aguas de lluvia y las procedentes del deshielo de las nieves y de los glaciares se recogen principalmente en las cavidades naturales, a menudo muy grandes, formando cuencas y lagos.
Cuando esto no ocurre, éstas avanzan formando cursos de agua cada vez mayores hasta llegar al mar o a un gran lago.
En la parte superior del curso el río suele tener régimen torrencial, discurre en pendiente rápida y ejerce una sensible acción erosiva en las paredes y sobre el fondo de su lecho, transportando detritos que pulen las rocas hasta convertirlas en cantos rodados.
En la parte media del curso el río se ensancha, pierde velocidad debido a la menor pendiente y las aguas, más lentas, depositan sobre el fondo materiales más pequeños, tales como arena y pedrisco grueso, pequeñas piedras y finalmente barro arcilloso.
Con la disminución de la pendiente el curso se vuelve más sinuoso, se forman islas fluviales y brazos de agua que discurren por terrenos anegadizos y que acaban por queda- aislados del curso del río.
De tal forma se liega al final del curso fluvial, a la desembocadura, que puede estar constituida por un ensanchamiento en forma de embudo (estuario) o una serie de canales menores que llegan al mar (delta).
En él se depositan los materiales finísimos e impalpables que, debido a la acción combinada del mismo río y de las mareas, producen una elevación del fondo (barra de desembocadura si se trata de un estuario, cordón litoral si se trata de un delta) que también puede dar lugar a la formación de una laguna (extensión de agua salada limitada, por su lado más cercano al mar, por relieves bajos y arenosos).
El encauzamiento natural de las aguas, con la erosión de los relieves, los depósitos aluviales y los depósitos de desembocadura, puede tener importantes consecuencias, tales como la destrucción y la profunda incisión de las montañas, la formación de extensísimos territorios en los cuales los sedimentos han llenado extensas cuencas marítimas, o el avance de las tierras emergidas en relación con el mar.
Las aguas subterráneas
Finalmente diremos que también tienen destacadas consecuencias las aguas subterráneas, o sea las aguas que se filtran a través del terreno hasta alcanzar una capa impermeable formando las llamadas capas acuíferas, que son las que dan lugar a la formación de fuentes, manantiales, sifones naturales, fuentes intermitentes, y de cuencas y ríos subterráneos.
La fuente es debida al afloramiento de una capa acuífera, llevada por el estrato impermeable sobre el cual corre; fenómeno análogo al que ocurre en relación con los manantiales.
Otro fenómeno característico de las aguas subterráneas es el de las fuentes intermitentes debidas a una cuenca subterránea unida al exterior por un sifón; cuando el nivel de la cuenca supera la altura del sifón, el agua fluye hasta que la cuenca se vacía y la fuente queda seca, para manar de nuevo apenas el depósito interno vuelve a llenarse.
Finalmente hay que recordar las fuentes de desbordamiento, debidas a la existencia de obstáculos impermeables que obligan a las aguas subterráneas a elevar su nivel hasta aflorar, desbordándose al aire libre.
Las aguas subterráneas, potables cuando no contienen sustancias nocivas, constituyen las conocidas aguas minerales si en ellas hay disueltos gases o sustancias minerales, que a menudo son de enorme eficacia curativa, lo mismo que las aguas termales, cuando brotan a temperatura más o menos elevada.
Los glaciares y la erosión glacial
En relación con la morfología terrestre tiene también gran importancia el agua solidificada en hielo.
A determinadas latitudes y por encima de determinada altura (límite de las nieves perpetuas) las precipitaciones de nieve se acumulan en capas de vario espesor que los sucesivos aumentos de temperatura no consiguen fundir por completo.
Entonces se forman neveros permanentes en los que las capas de nieve se asientan y se endurecen paulatinamente hasta transformarse en hielo.
Los glaciares están, pues, constituidos por sucesivas capas de hielo (menos compactas cuanto más cerca están de la superficie) que tienden a desplazarse juntas resbalando lentamente por la pendiente de la cuenca en que se encuentra el glaciar, de cuya parte inferior manan las aguas de fusión.
La parte más avanzada se llama lengua y está dotada de un movimiento más rápido en el centro que en los bordes y en el fondo, por lo que, debido a las distintas velocidades de traslación, el hielo se abre formando grietas, o sea, hendiduras que a menudo toman el aspecto de impresionantes abismos.
Por efecto de los varios movimientos y de las grietas suelen formarse grandes bloques de hielo sobresalientes, los séracs, perfectamente conocidos por los apasionados de las exploraciones alpinas y por los escaladores.
Al avanzar hacia el valle el hielo presiona sobre las paredes rocosas de su álveo, a las que estría de una manera característica, provocando en ellas una erosión capaz de arrancar de las mismas rocas de distintas dimensiones que son incorporadas a la masa helada.
El material erosionado, los detritos caídos en el hielo desde las cumbres circundantes, el polvo atmosférico, que también se incorpora al mismo, el barro y otros materiales, constituyen el material morrénico, o morrena, que el glaciar arrastra consigo hasta el valle.
Durante el buen tiempo, cuando se funde la parte más avanzada del glaciar o bien éste se retira, empequeñeciendo paulatinamente, los materiales de la morrena quedan a la vista formando depósitos morrénicos de considerables proporciones.
A menudo el glaciar arrastra hasta el valle enormes masas errantes que luego quedan aisladas, constituyendo ciclópeos restos de la glaciación pasada. Debido a sus características y a sus movimientos los glaciares excavan valles que a veces son muy profundos, que presentan un típico perfil en U (que los distingue de los valles de origen fluvial, cuyo perfil tiene forma de V) y trazan cuencas de tipo característico, dejando atrás, cuando se retiran, grandes depósitos morrénicos.
La acción transformadora del mar
Por tanto, el agua, en sus distintas formas y acciones, es el principal agente transformador de la superficie de la Tierra. Ahora sólo quedan por explicar los efectos a que ella da lugar cuando actúa en su forma más grandiosa y característica, o sea el mar.
En las costas altas, el movimiento ondulante provoca continuas abrasiones y choques que excavan las rocas más blandas y aislan las más duras (formando escollos y torreones aislados), o bien socava la roca a nivel del agua adentrándose cada vez más bajo la pared rocosa hasta derribarla.
Los materiales erosionados sobre el lugar son lentamente desmenuzados, elevando paulatinamente el fondo, con lo que dan lugar a una plataforma costera cada vez más elevada que acaba por lograr que el mar se retire.
Pero, en general, la costa elevada favorece la penetración del mar en el continente, formando costas recortadas, ricas en bahías, golfos y ensenadas.
Por el contrario, en las costas bajas, la acción acumulativa supera la de la erosión, y se forman playas cada vez más anchas, cordones litorales, barras de desembocadura y lagunas, que favorecen la sedimentación y elevan sin cesar el nivel del fondo hasta hacer que emerja de una forma estable, con el subsiguiente retroceso del mar.
En el ambiente marino se desarrolla también una lenta acción constructora llevada a cabo por miríadas de organismos que, fijando las sales de calcio de las aguas del mar y depositando sobre los grandes fondos sus esqueletos óseos (conchas, etc.), calcáreos o silícicos, construyen auténticas cadenas submarinas (las barreras coralinas de los mares del Sur).
En efecto, el mar fue la cuna en la cual se formaron la mayor parte de las rocas organógenas que hoy día vemos a la luz del sol.
La Geología
La corteza terrestre, o litosfera, está constituida por una capa sólida, muy delgada en relación con la longitud del radio terrestre, caracterizada por su baja densidad (2,7-2,8) y por el predominio, en la composición química de sus constituyentes, de elementos muy ligeros tales como sílice y alúmina.
Con la palabra Sial, obtenida combinando entre sí las sílabas iniciales de sílice y alúmina, los investigadores indican precisamente la capa rígida superficial del globo, distinguiéndola de la capa que se encuentra por debajo de la misma, el Sima (de sílice y magnesio), más denso (alrededor de 4) y que no aflora a la superficie.
Los materiales sólidos de la corteza siálica toman el nombre de rocas, y cada una de ellas está constituida por uno o más minerales; como por ejemplo la roca simple cuarcita, formada por un solo mineral, el cuarzo, que es bióxido de silicio; y la roca compuesta granito, formada por cuarzo, ortosa, mica y cierto número de minerales accesorios.
El estudio de las rocas siálicas que componen la litosfera comprende: el estudio y la clasificación de dichas rocas como tales (litología o petrografía); el estudio de la estructura de los estratos rocosos, de sus movimientos y de su disposición actual (tectónica) y el estudio de las transformaciones, y posiblemente de sus causas, sufridas por la corteza terrestre a lo largo de los tiempos (geología histórica).
El conjunto de tales disciplinas en particular y el de sus recíprocas relaciones es objeto de una sola y gran ciencia, la geología, que es de importancia fundamental para el conocimiento de los complejos fenómenos que han dado lugar a la actual estructura de la corteza terrestre, asi como de las poderosas fuerzas que han actuado y siguen actuando todavía, transformando sin parar la capa sólida del globo en el que nosotros, junto con todos los demás organismos animales y vegetales, desarrollamos nuestra vida cotidiana.
Pero la geología no es sólo importante por el amplio e interesantísimo panorama de conocimientos teóricos que nos ofrece; también lo es por sus aplicaciones prácticas; aplicaciones que conciernen a muchas actividades humanas, esenciales no sólo para el progreso civil sino también para la misma supervivencia del hombre.
De las capas del subsuelo se extraen grandes cantidades de minerales útiles (minerales metálicos, carbones, petróleo y otros parecidos); en el suelo se excavan pozos y galerías, se apoyan las estructuras de sostén de las grandes obras de ingeniería (puentes, pantanos, canales).
Para todas estas actividades, el conocimiento de la composición de las rocas, de la estructura de sus estratos, de las fuerzas y los movimientos a que están sometidos, es condición indispensable para obtener un buen resultado.
Nacida del arte de la minería, con el que los hombres, desde los tiempos más remotos han obtenido minerales para diversos fines o para acrecentar las fuentes de energía, la geología actual no es tan sólo la ciencia principal en la que se basan las investigaciones mineras, sino que también otras muchas actividades (teóricas, prácticas, tecnológicas, científicas) tienen que basarse en ella para obtener preciosas enseñanzas y una guía segura.
Ver: Formación de las Rocas y Clasificación
Fuente Consultada:Biblioteca Temática UTEHA - El Mundo que nos rodea - Tomo I - La Corteza Terrestre - Editorial Hispano-Americana