El Eje del Mal Sudamericano para EE.UU. Alianza Chavez-Castro

El Eje del Mal Sudamericano para EE.UU. Alianza Chavez-Castro

Los cada vez más frecuentes encuentros entre Hugo Chávez y Fidel Castro son vistos con gran preocupación por la administración Bush.

Más preocupado por Medio Oriente, mira de reojo cómo Venezuela se convierte en una cabecera de playa cubana en Sudamérica.

El acercamiento del presidente venezolano a Irán y el poder del petróleo.

El fantasma de la crisis de los misiles por Cuba en los ‘60 vuelve a sobrevolar Washington.

Bolivia, una zona convertida en botín de guerra.

chavez y fidel castro sobre un auto

La Sociedad Chavéz-Castro

La lucha eterna entre el Bien y el Mal es la trama misma de todos los mejores melodramas. De los más duraderos también.

Hace tres años, el presidente George W Bush reveló al Congreso norteamericano la existencia de un "Eje del Mal” compuesto por Irak, Irán y Norcorea y proclamó que sería el más mortal de los pecados dejarle desarrollar armas nucleares.

Después de la invasión de Irak en 2003, se descubrió el fiasco de la inteligencia norteamericana: el brutal régimen de Saddam carecía de cualquier arma refinadamente siniestra.

Y lo que fue peor, la agresión anglonorteamericana significó un aliciente para iraníes y norcoreanos en sus renovadas carreras en el armamentismo atómico.

Acaso Dios castigue a los falsos profetas.

Hace un par de meses, al teológico Bush le tocó soñar una de sus peores pesadillas, y la menos anticipada en sus propios términos.

El presidente venezolano Hugo Chávez, en una feria de tecnología iraní en Caracas, anunció provocativamente que su país desarrollan tecnología nuclear.

En el lenguaje de Washington, por momentos tan poco refinado como las armas de Saddam, esto quiere decir: la bomba atómica en manos de Fidel Castro.

El enemigo de siempre, al que los norteamericanos habían desahuciado, ganó sin un solo es fuerzo propio dirigido a ese fin aquello por lo que murió el Che Guevara. Hoy Cuba tiene un pie firme en Sudamérica.

Una cabecera de playa: mucho más, mucho mejor que un foco.

Ya había renunciado Bush a su retórica del eje maligno cuando Chávez se postula como candidato para antagonizarlo. Y aspira a su lugar de honor en la liga mayor de los malvados.

Mientras que los ayatolas iraníes, no menos teológicos que el presidente norteamericano, rechazan con indignación cualquier acusación de malevolencia, el líder de la revolución bolivariana (cuyo color simbólico es el rojo) reclama para sí ese lugar.

El melodrama sigue.

Ya la secretaria de Estado norteamericana Condoleezza Rice dijo, con metáfora algebraica esta vez, que Chávez era la “influencia negativa” en la región.

Y el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, celebró a fines de julio “la importancia estratégica” de la firma del CAFTA, el tratado norteamericano de libre comercio con América Central.

“Un voto de seguridad nacional”, explicó Rumsfeld. Voto estratégico, porque busca apartar, con la diplomacia de los dólares, a las pobres naciones centroamericanas de la peor tentación: el dinero y el petróleo —lo uno por lo otro— de Chávez. Hacía tiempo que no se veía a los republicanos hacer tanto lobby por un tratado internacional.

Como lo reprimido, el fantasma de la crisis de los misiles retornó al continente americano.

Allá por principios de los ‘60, un Fidel Castro amenazante permitía la instalación de misiles soviéticos en la isla, a 90 millas de Estados Unidos.

Las dos K de entonces, Kennedy y Kruschev, resolvieron en el último minuto la cuestión más caliente que conoció la historia de la Guerra Fría.

Ahora, el presidente de un país riquísimo en petróleo, posando montado en una bicicleta de fabricación iraní, se declaró preocupado por la futura escasez de hidrocarburos e interesado en las fuentes alternativas de energía.

Y anunció un plan nuclear.

Claro que no es “para hacer bombas y lanzárselas a una ciudad, matando a un millón de personas como hicieron los norteamericanos”.

En su anuncio, tocó una por una todas las fibras de la administración Bush.

Señaló que Brasil ya tiene un programa avanzado y que la Argentina está en camino de resucitar el suyo (lo que fue después nerviosamente desmentido por la Cancillería argentina).

Y después agitó el espectro bolivariano y peronista y tercerista de una Latinoamérica potente. Y unida contra Estados Unidos.

El anuncio de Chávez se dibujaba sobre el fondo de otros que resultan menos espectaculares, pero cuyo cumplimiento parece más inmediato e inexorable.

En marzo, su República Bolivariana informó de la compra a Rusia de 100 mil fusiles AK-47 Kalashnikov y 40 helicópteros, a España de cuatro corbetas misilísticas, a Brasil de una flotilla de aviones de combate Superlucanos, y a Chinade un satélite de comunicaciones, un sistema de radares, y uniformes y botas para su ejército.

En ese momento, el gobierno norteamericano ya tenía lo que le faltaba para demonizarlo una vez más en el escenario mundial.

Pero Chávez fue más lejos, e invitó a Caracas al iraní Mohammed Jatami, el presidente de un posible blanco futuro en la guerra, o la justicia infinita norteamericana.

Allí lo condecoró, firmó 22 acuerdos de cooperación bilateral y se hizo abanderado del programa nuclear de Irán. ‘Irán tiene todo el derecho, así como lo han hecho muchos otros países, de desarrollar su energía atómica, de continuar sus investigaciones en ese campo”, dijo en aquel momento.

El anuncio del futuro plan nuclear bolívaro-venezolano lo hizo Chávez desde su programa radiotelevisivo Aló Presidente, que ese día, por provocación, se emitía desde plena feria iraní.

El programa es largo como los discursos habaneros de Fidel (dura más de cuatro horas), pero es interactivo y nunca mono-lógico.

Es la revolución en formato de talkshow.

Y, a diferencia de Fidel, como los norteamericanos reconocen a regañadientes, Chávez fue elegido en elecciones democráticas.

O, acaso mejor, en un plebiscito permanente.

Nunca dejaron de aclamarlo con nítidas mayorías los votantes de un país de 26 millones de habitantes que lo hizo presidente en 1998.

Después lo respaldó para reformar la Constitución y adoptar un texto socialista, lo votó de nuevo como presidente con la nueva Carta Magna en 2000, lo defendió del efímero golpe de 2002 y lo confirmó en un referéndum en 2004.

En las plazas y mercados caraqueños se venden llaveros y otras efigies de Chávez en rigurosa boina y uniforme militar.

Los que las compran son los mismos que ya desde 1992, cuando fracasó en una intentona golpista contra el gobierno, ven a este ex oficial de paracaidistas como “abanderado de los humildes”.

No es una ilusión de los sentidos.

El gasto social del gobierno de la revolución bolivariana es enorme, y aun sus opositores, como el intelectual Teodoro Petkoff (un gran referente de la izquierda setentista) que habla de "gran fraude”, admiten que los efectos del gasto llegan a sus legítimos beneficiarios.

Los programas sociales son llamados “misiones”.

En los más célebres, se da asistencia médica gratuita a un país en el cual los años de la “Venezuela saudita” generaron una pésima distribución de la renta nacional.

Entre 16.000 y 30.000 médicos cubanos (las cifras varían, los opositores se quejan de que los planes no se pueden monitorear) realizan cirugías todos los días hábiles, dan medicamentos gratis a sus pacientes, visitan enfermos en sus domicilios.

A cambio, Venezuela vende petróleo subsidiado al país de Castro.

El régimen de Caracas ha llegado a convertirse para Cuba en el mejor amigo después del abandono del de Moscú.

La alianza de Chávez con Castro ha subvertido el embargo comercial norteamericano.

Es un golpe fuerte a la permanente ofensiva de Washington contra su inclaudicable enemigo en la región.

Así como la negativa de Chávez a colaborar en la guerra colombiana contra las drogas y las guerrillas es un duro golpe al mejor aliado de Washington en Sudamérica.

Entretanto, Cuba respondió de otro modo ante los estragos y sufrimientos provocados por el huracán Katrina: 1.100 médicos duermen en el aeropuerto de La Habana, esperando una luz verde —que todo hace pensar que nunca llegará— para ir a atender a las víctimas en los mortuorios hospitales públicos norteamericanos.

Las clases medias venezolanas dicen que los médicos cubanos, como los entrenadores deportivos también importados, son agentes de difusión del comunismo.

A esas mismas clases medias, sin embargo, no les repugna hacer sus compras en los supermercados Mercal, una empresa estatal creada por Chávez para que a nadie le falte comida.

Es una empresa comercial como cualquier otra, sólo que algunos precios están subsidiados por el gobierno. Un pollo congelado brasileño, por ejemplo, cuesta 1.900 bolívares por kilo (algo así como 0,90 dólares).

El subsidio de Mercal cuesta al Estado 25 millones de dólares por mes.

Un pueblo sano y alimentado ha de educarse.

Tampoco le han faltado planes educativos al gobierno de Chávez: de alfabetización de adultos, de educación primaria y secundaria, de inserción en la universidad.

Existen planes de capacitación (y por cierto créditos) para el lanzamiento de pymes, generalmente bajo la forma de cooperativas.

La aplicación de ley de expropiación de las tierras improductivas ganará campos de pastoreo, cría y labranza a los “sin tierra” venezolanos.

Es la “guerra al latifundio” lanzada por Chávez (los analistas comentan que si el vocabulario de Castro es o era revolucionario, en el del presidente de la Bolivariana las metáforas predilectas son militares).

Hasta ahora sólo dos grandes propiedades, una de la empresa británica Vestey, han sido parcialmente expropiadas. Pero la productividad de cientos de otras ya se encuentra bajo examen.

Este es el modelo que Washington teme que se expone.

Y el gobierno de Chávez, que sueña el sueño bolivariano de unión o al menos de una hegemonía latinoamericana que le disputa a Brasil, quiere exportarlo por todos los medios.

Una de las maneras de difundirlo en la misma que sirvió, no sin probada eficacia para el american way of life: la televisión.

El 24 de julio inició sus emisiones piloto Telesur la respuesta bolivariana a CNN. Con un costo inicial de 10 millones de dólares, pagado ev sus tres cuartas panes por el petróleo venezolano, y la participación de Cuba, la Argentina y Uruguay, el canal propone que los latinoamericanos puedan verse “con sus propios ojos,,.

Cuando Castro quiso exportar su modelo, el modo elegido, aunque no siempre abiertamente endosado por el Líder Máximo, fue el foquismo guevarista.

Que llevó a la muerte del héroe en Bolivia, ya la posterior y explícita renuncia castrista a toda exportación por esos métodos.

Si hoy Venezuela puede exportar su modelo, a nadie se le esconde que lo debe al petróleo y sus altos precios actuales.

En 2004, año del que se conocen ya las cifras totales, las exportaciones llegaron a los 29.000 millones de dólares (85 por ciento de total de las exportaciones venezolanas), 7.000 millones más que en 2001.

Apenas menos evidente resulta la extrema vulnerabilidad de la economía venezolana a cualquier caída de los precios internacionales del crudo, que significaría una espiral en el infierno de la inflación y la recesión.

Todo invita a creer que nada de esto ha de temerse, sin embargo, antes de diciembre de 2006, cuando en nuevas elecciones Chávez gane otros seis años de presidencia.

Entretanto, en 2004, a través de la estatal PDVSA (Petróleos de Venezuela), el gobierno obtuvo directamente el 52 por ciento de sus ingresos, unos 25.000 millones de dólares.

Y además, PDVSA entregó unos 4.000 millones adicionales para programas sociales.

A través del petróleo, de explícitas alianzas petroleras, también se consolida el sueño bolivariano de unificación o regionalización.

En mayo, bajo el nombre de Petrosur, ministros del área energética de la Argentina, Brasil y Venezuela anunciaron que colaborarán en proyectos comunes en sus tres países —los más importantes la exploración petrolera en el Orinoco y la construcción de una refinería en el tradicionalmente pobre nordeste brasileño—.

En junio, Venezuela estableció Petrocanbe, que vende petróleo barato, con créditos generosos, a los países caribeños —y de paso gana su voto casi automático en todos los foros internacionales—.

A fines de julio, Chávez propuso la creación de Petroandina, en la que los países productores de petróleo de los Andes colaborarán en oleoductos y refinerías.

El único posible rival de Chávez como líder de la izquierda latinoamericana era el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, el primer obrero que llegaba a la primera magistratura en su país.

Pero a la falta de cohesión estructural entre Brasil y el resto del subcontinente (Mercosur excluido), a la barrera lingüística, se sumaron los primeros pasos de Lula en la presidencia, que lo sumieron en un descrédito que ahora debe remontar.

En primer lugar, una política económica que si bien no desatendió los planes sociales y las promesas del “Hambre Cero”,

sumió al país en una reestructuración, saneamiento del Estado, aumento de los impuestos, y otros aprietes que fueron benditos por el FMI y otros organismos internacionales desafectos a la izquierda.

A eso se sumó el escándalo por la corrupción en el gobernante Partido de los Trabajadores y por las coimas para comprar votos en el Congreso.

La respuesta de Chávez fue divertida, o irónica, o insolente: ya se ha convertido en el sponsor de una escola do samba para el próximo carnaval de Río.

El tema de la escola será:

“Viva la Revolución”.

“La doctrina Maisto ya no corre”, declaró el halcón norteamericano Tom Shannon, analista senior del Consejo de Seguridad Nacional, especialmente bien escuchado en la Casa Blanca.

Se refería a John Maisto, representante norteamericano ante la OEA y partidario de atender a lo que Chávez hace, nunca a lo que dice. “Hoy no hay opción militar contra Chávez, salvo que cruce la línea”, agregó.

Es decir que la hipótesis siempre existe, y las compras de armas de Chávez se dirigen a intentar contrarrestarla. Los viejos FAL belgas irán a un ejército de reserva que siempre crece, aunque los norteamericanos (y acaso también el presidente colombiano Álvaro Uribe) teman que vayan a manos de la guerrilla de las FARC en el país vecino.

Castro tiene 78 años, y a su muerte en los próximos años el comunismo en Cuba vivirá cambios seguramente dramáticos.

Chávez no es comunista y, contra lo que dice Washington, su única ayuda efectiva y probada en América va a manos de partidos políticos legales que operan en democracias, como el sandinismo nicaragüense y el MAS (Movimiento al Socialismo) boliviano.

Justamente con la presencia de Evo Morales, líder campesino cocalero y líder del MAS, y con la de Castro, Chávez lanzó un área de libre comercio ALBA como alternativa contra el agonizante ALGA de los norteamericanos.

En noviembre, en la cumbre de las Américas que se celebrará en Mar del Plata, George W Bush, todavía preocupado por Irak, desolado y victimizado por el huracán Katrina, acudirá, una vez más, con las manos vacías para Latinoamérica.

No podrá reprochar un defensor de la lógica del mercado que la atención de los otros invitados a la cita balnearia se dirija a quien practique, con menos inconsecuencia o improvisación de la que le reprochan, una adecuada diplomacia con unos petrodólares que por entonces valdrán aún más caros, gracias, entre otras cosas, a Katrina.

Para noviembre, otra pesadilla norteamericana podría haberse hecho realidad: la presencia chavista en Bolivia, apoyando al cocalero socialista Evo Morales y conduciéndolo, o al menos acompañándolo, a una firme victoria en las elecciones presidenciales de diciembre.

Cuarenta años después, el aniversario del asesinato del Che en Bolivia sería recordado con todos los honores por un gobierno socialista en La Paz.

Y acaso Fidel y Chávez podrían ser los oradores más facundos, o los más extensos. La CNN estaría proscripta, y en la Casa Blanca tendrían que sintonizar Telesur.

POR ALFREDO GRIECO Y BAVIO


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