Purismo Libertario en la Produccion Dramaturgica

Purismo Libertario en la Producción Dramaturgica

Los libertarios y su relación con los intelectuales: “Nuestros hijos o Los enemigos”:

El movimiento ácrata en la Argentina tuvo una relación pendular con los intelectuales.

Su posición nunca fue unánime y fomentó discusiones de alto vuelo en las sesiones de diferentes congresos y encuentros en Ateneos culturales a partir de 1910.

En trabajos anteriores comencé a desarrollar esta singular situación en el campo libertario y es objetivo de este ensayo profundizar mi investigación al respecto.

A raíz de la normatización de las bibliotecas en los centros y escuelas racionalistas se sucedieron duros debates sobre el tenor de los textos a ser elegidos para poblar sus estantes.

El punto de disputa estaba centrado en la pureza doctrinaria de los autores y en especial en el compromiso que éstos habían demostrado en su vida pública.

Al inaugurarse en Rosario una serie de centros y círculos con motivo de las huelgas portuarias en la primera mitad de la década del veinte somos testigos de un enfrentamiento entre los sectores afines a las posiciones teóricas de Kropotkin y los que respondían a los editoriales conciliadores del órgano porteño La Protesta.

El 1º de mayo de 1922 luego de los discursos de rigor y al ser representada por cuadros filodramáticos locales la obra Germinal de Zola la reacción del sector purista no se hizo esperar.

Los chiflidos, primero tibios y luego estruendosos, motivaron la suspensión del segundo espectáculo, una serie de escenas sueltas de piezas de Florencio Sánchez.

Pedro Berilos, líder panadero decidió convocar a los diferentes grupos para el día siguiente en la sede del sindicato portuario para acercar posiciones.

Comenzó el encuentro con las palabras del propio Berilos que hizo una reseña de la actividad del sector ácrata en el país y la importancia de las instituciones educativas por él creadas.

“Pero a pesar de tan graves defectos fue considerable la labor desarrollada por el anarcosindicalismo para despertar a grandes masas de productores de la indiferencia o del embrutecimiento vulgar y del mundillo político caciquil.

El movimiento anarcosindicalista ha hecho surgir del vivir cotidiano a una nueva clase beligerante. La arrancó de los antros del vicio, de la superstición religiosa, así como de la demagogia política.

Esta innegable evolución intelectual (es proverbial la inclinación del anarquismo militante por las bibliotecas, las publicaciones, las escuelas y los ateneos) es la propia obra de la organización obrera.

No se la debe a las elites intelectuales que limitaron su revolución en la cátedra y en la literatura. Se puede decir de estas elites lo que dijo Osorio Gallardo de los reformadores políticos “que se movieron siempre dentro del ámbito de los problemas políticos y apenas si alcanzaron a presentir los sociales”.

El movimiento pedagógico popular de Ferrer y Guarda, que fue inseparable de la empresa creadora ácrata, fue denostado por los faros de la intelectualidad como Miguel Unamuno.

Otros hicieron peor, explotando para fines electorales el trágico fin del fundador de la Escuela Moderna.

Resolver cuestión de tanta trascendencia, como es la de la enseñanza, es en extremo difícil y a la vez urgente el hacerlo, por basarse toda la labor sindicalista encaminada a la emancipación económica y social en la conciencia de los individuos, en la convicción despertada por la divulgación científica y de las cuestiones sociales.

Considerando que el individuo no sólo tiene el deber sino el derecho de adquirir cultura, entendemos que la creación de escuelas ha de ser a base de gratuitas.

Lo entendemos así, además, por interés a nuestra obra, porque así tendríamos un medio de evitar, o por lo menos contrarrestar las influencias perniciosas de las escuelas del Estado y escuelas católicas.

A pesar de reconocer que la graduación de la enseñanza es la forma más aceptable pedagógicamente, nosotros hemos de aceptar la creación de escuelas unitarias por imposibilidad económica de implantar las primeras.

Creemos que a manera de ensayo pueden crearse en la capital de la provincia cinco escuelas unitarias, más una graduada con un Ateneo de Cultura.

Preconizamos, como medios esenciales de nuestro mejoramiento y nuestra emancipación, la instrucción y la cultura de los trabajadores, la enseñanza racional y científica moderna para nuestros hijos, obligatoria y a la vez indemnizada, en las familias obreras necesitadas, como única solución al problema de la exclusión del trabajo de la infancia o menores de edad.

Por otra parte los anarcosindicalistas mantienen por toda la geografía del país escuelas racionalistas y Ateneos, costeados por las cotizaciones de los adherentes.

En muchas barriadas, y a veces en las aristocráticas, de las principales ciudades, existen y han existido Ateneos libertarios donde, fuera del fragor de las luchas, son abordados los problemas constructivos con espíritu de verdadera superación individual y colectiva.

Ningún otro movimiento dispuso o dispone, de tantos órganos de propaganda y expresión, de tantas editoriales populares.

Los libros, folletos, revistas, periódicos, editados por los libertarios, hasta el último día de su vida pública, forman legión, y su solo recuento exigiría nutrido catálogo.

El anarcosindicalismo conservará hasta su fin su constitutivo carácter ascético.

En los medios propios se hace propaganda contra el alcohol, el café, el tabaco, el juego, los prostíbulos y el baile, que era señalado a los jóvenes como la antesala de la prostitución misma.

Se divulga el amor libre, hablándose de entender por esto, no la indiscriminada promiscuidad amorosa, como a veces se ha afirmado indocumentadamente, sino la relación, del hombre y la mujer, al margen de todo vínculo, ya oficial, ya religioso.

Confirma Juan Maestre Alfonso al respecto:

“Se hacían campañas a favor de la abstención del juego, del alcohol, del café y del tabaco. En muchas revueltas en que se proclamó el comunismo libertario las primeras medidas que se tomaban fueron la inmediata prohibición de todo esto. Se inculcaba el respeto a la mujer y a todo ser viviente. Se fomentó el vegetarianismo, creándose muchas sociedades de partidarios de esta modalidad dietética”.

Y he conocido campesinos y obreros que se privaban de tabaco, placer excepcional para cotizar cada mes dos pesos, a fin de sostener y mantener la escuela.

El maestro iba, al mismo tiempo, formándose y adquiría una cultura que más tarde serviría al militante.

Quiero también recordar el trabajo de los narradores y titiriteros que llevan a través de las viadas las palabras de la causa. Y en particular mi profundo respeto por la hercúlea misión didáctica de los cuadros filodrámaticos que siguen surgiendo a lo largo y ancho del país. Con su compromiso constante las ideas nobles del anarcosindicalismo llegan más claras, sin confusiones, con la pasión del que no representa sino vive las obras en las improvisadas tablas.

Decenas de bibliotecas en localidades de desigual importancia numérica atestiguan una titánica y desigual labor contra las fuerzas de la ignorancia y la reacción. Y deseo para cerrar mi introducción que reflexionemos antes de agraviarnos porque el enemigo está agazapado esperando nuestra defección.

Antes de abrir el debate quisiera agradecer la donación de miles de libros de nuestros compañeros españoles y franceses.

Excelentes textos de Balzac, Zola, Ibsen, Strindberg y Bernard Shaw, entre otros, que enriquecerán el patrimonio cultural del movimiento”.

Al dejar abierta la discusión participó en primer lugar el ruso Andreev Kirsky, un notable maestro seguidor de las ideas de Malato, aunque un purista extremo.

Su labor fue reconocida en nuestro país donde fundó numerosos centros y escuelas racionalistas y también en Chile y Uruguay.

Enfrentado al ala conciliadora del movimiento había verbalizado su renuncia en el encuentro en el círculo “Luchadores del ideal” que reseñé en investigaciones previas. Comenzó su arenga con tono seguro hablando de sus experiencias en la escuela racionalista de Luján para continuar diciendo:

“Como obrero, agradezco al ciudadano Carlos Marx de no haber aceptado la delegación que se le ofrecía. Haciendo esto, el ciudadano Marx ha demostrado que los congresos obreros sólo deben estar compuestos de obreros manuales.

Si admitimos aquí a hombres pertenecientes a otras clases, no faltará quien diga que el congreso no representa las aspiraciones de las clases obreras, que no está integrado por trabajadores; y creo que es útil demostrar al mundo que estamos suficientemente avanzados para poder obrar por nuestros propios medios.

Decidióme (sic) a esta resolución (retirarse del movimiento) el no tener callos en las manos, que para algunos alucinados abnegados debe ser el sello de garantía en las filas internacionales, llévense los años que se lleven de constante y entregada labor.

No podía resignarme a levantar suspicacias que podían redundar en daño y entorpecimiento de la buena acción.

De los intelectuales, de las minorías selectas poco se puede esperar; tan sólo la traición. Sus cuellos almidonados no les permiten ver con claridad el sufrimiento del compañero.

Sus hábitos burgueses les impiden abandonarlo todo y entregarse a la lucha. Son mero figurones que cargados de culpas creen que con una novela o una obra de teatro salvan la causa obrera.

Ayer vimos una pieza del autor de Yo acuso. ¡Cuánto compromiso! Díganme donde estaba el señor Zola mientras miles de compañeros eran masacrados en guerras coloniales. Y quieren que nuestros obreros aprendan de estas catarsis llevadas al papel cuando la representan los cuadros filodramáticos.

No se engañen, yo he trabajado con ahínco con los jóvenes creando reales instrumentos de crítica para el entendimiento no de las masas sino del individuo en el colectivo. Y tampoco me ofrezcan a los autores vernáculos. Otro grupúsculo de vendedores de humo que se acercan por moda y huyen despavoridos ante la lucha a poner sus obritas en los teatros capitalistas, donde las gordas burguesas lloran por el niño huérfano.

No pueden ni quieren ocuparse de iluminar la liberación del oprimido porque ellos mismos se atan a sus comodidades y privilegios.

El obrero no debe esperar un acto volitivo de estos intelectuales porque sus conveniencias en un punto chocarán con este mandato moral superior. El trabajador tiene la obligación de instrumentar por sí mismo los mecanismos que le permitan la crítica de la sociedad que lo explota y descubrir los caminos hacia la revolución.

Desde luego, se echa de ver que nadie puede tener interés en la emancipación de los trabajadores fuera de estos mismos, por cuanto esa emancipación es de carácter económico y conseguida la cual caen forzosa e inevitablemente todos los privilegios, todas las ventajas de que en el actual régimen social disfrutan cuantos no son obreros.

El dogma de que la revolución tiene que ser dirigida por intelectuales profesionales constituye no sólo una afrenta contra la dignidad del proletariado, sino también una falsificación de la historia.

Sí es cierto que los intelectuales han aprendido mucho más de los obreros.

No es la praxis obrera que nace de las teorías de los intelectuales, sino a la inversa, son las teorías de los intelectuales que nacen de la praxis obrera.

Cuando la teoría, como ocurre hoy, se aleja e independiza de la praxis obrera formando un cuerpo extraño y artificial –es decir, intelectualista- los trabajadores se vuelven de espaldas a ella”.

José Orengo, español director de varias publicaciones ácratas del litoral y amigo de Arango de La Protesta de Buenos Aires, terció: “Yo provengo de un movimiento libertario que aceptó a los que luchaban contra la reacción, sin requerirles un test de pureza. Y a pesar de que en nuestras filas no abundaron los hombres de letras y ciencias debido a múltiples causas desde las geográficas hasta las de la historia del propio cuerpo social sabíamos hacerle un lugar.

Desde Mateo Morval hasta Miguel de Unamuno con sus contradicciones. Y me enorgullezco de fundar varios círculos con bibliotecas que poseen los textos de autores que mi compañero recién acaba de denostar.

Cómo no apreciar el llamado al combate en Hauptmann o en Sánchez. Y quiero rescatar el nombre de Zola.

La crítica burguesa destrozó los estrenos de “Los cuervos” y de “La parisina”de Henri Becque, sólo por aventurarse a un compromiso social siguiendo a su maestro, el autor de “La taberna”. He ayudado en varias representaciones de cuadros filodramáticos de estos autores y la emoción con espíritu crítico colmó el corazón del obrero”.

Pero su coterráneo Enrique López Obrador señaló a los gritos con el puño en alto: “Cuántas particularidades tiene mi movimiento en España.

El compañero parece desconocer la soledad yerma de los fusilados de Barcelona o los ahorcados en Sevilla, todos dejados de lado por sus “amigos” intelectuales filoanarquistas.

Otra de las peculiaridades del anarquismo español es su actitud ante el problema cultural.

Nunca militaron en sus filas hombres del relieve intelectual de un Tolstoi o un Bakunin; jamás contó en su estado mayor con el núcleo de profesores y literatos que enaltece al partido socialista; la composición de la conducción de la fuerza ácrata es netamente obrero.

Tal vez estos hechos, el recuerdo de algunas frases de Bakunin y la influencia del sindicalismo francés hayan engendrado la corriente anti-intelectualista que a veces se nota en él, no más intensa ciertamente que la de otros sectores proletarios”.

Juan Jiménez, líder portuario conciliador siguió en medio de un estruendoso coro de insultos: “El pensamiento anarquista, antielitista y antiintelectual, tuvo otra consecuencia funesta, pues no pudo crear el medio viable que proveyera la seguridad a su sociedad durante el período revolucionario de transición del capitalismo a la utopía anarquista.

Aunque es cierto que las comunas tempranas y los posteriores sindicatos urbanos son y han sido históricamente para los anarquistas las bases de esa transición, no se logró elaborar en Europa ni en Argentina una tesis durable sobre la forma en que el sindicato y la comuna sobrevivieran el crítico período de violencia inherente a una revolución.

Se confiaba en la milicia obrera y en las unidades de defensa aldeana, pero ambas demostraron en repetidas ocasiones su incapacidad para conducir una compaña contra ejércitos disciplinados o policías de represión.

Se oye hablar de la clase de los tecnócratas de alto nivel, de los que ponen sus conocimientos altamente especializados al servicio del partido único o del trust industrial, de los que se sirven de estos conocimientos para disponer, fríamente y anónimamente de la vida de toda la sociedad.

Se trata de la llamada “clase meritocrática” que, caso de que no suceda bien pronto una revolución con fuertes dosis anarquistas hará cada vez más pronunciada la división de la sociedad y, de la otra parte, los trabajadores intelectuales que aumentarán cada vez más su especialización técnica y científica que pondrán al servicio de ellos mismos.

Todas las sociedades autoritarias, no importa el régimen en el que se basan, necesitan, para sobrevivir, una gran cantidad de técnicos meritocráticos.

Pero el advenimiento de la meritocracia comporta, por otra parte, un proceso de deterioro moral y físico que es causado por el marginamiento de una gran parte de la población dedicada solamente a los trabajos manuales y ello se proyecta en forma irreversible y peligrosa para toda la humanidad”.

Giusseppe Mori, delegado del ferrocarril y miembro de la FORA local analiza: “Es cierto el problema que describe mi amigo pero creo que si continúa hablando terminaré escuchando una obra de Chejov y lloraré con sus personajes burgueses.

La situación es peligrosa pero no podemos esconderlo, ésta no es la realidad que observamos todos los días.

En una sociedad forcejeada por un parto tan difícil, en una estructura económica que no logra superar las antinomias de un capitalismo avanzado basado en un consumo siempre mayor de los bienes producidos en una tradición política de izquierda, donde finalmente se da cuenta de los partidos revisionistas; el intelectual considera que debe conservar todavía, su pequeño y miserable privilegio.

Inmigrantes en el puerto

No deseo limitar mi crítica a los Palacio o a los doctorcitos que llenan las universidades burguesas formando líderes de la opresión, siempre escondidos en sus trajes tan limpios y sus inmaculadas camisas.

Ni quiero siquiera reparar en los supuestos héroes de la reforma cordobesa que sólo pasearon su porte de dandies protestones. Querían reemplazar el minué por el foxtrot, en ello consistió su fiero accionar.

Tampoco perder el tiempo con los autotitulados intelectuales de izquierda o más aún los que resisten el mote de filoanarquistas.

Alguno de ustedes puede aclararme qué significa este apodo porque yo lo desconozco salvo que sea sinónimo de prestidigitadores de las palabras.

No he visto a Sánchez en las revueltas de 1905 ni a González Castillo enfrentando a la policía cosaca en 1909.

Tal vez estaban disfrazados y no los reconocí. Tampoco he oído del martirio de Antoine y sus escritores mimados.

Creo que un Rostand con algo de pimienta está a la altura de un Zola en combatividad; por lo menos en Cyrano hay luchas de capa y espada.

Dejo entonces a esos indignos pensadores de pacotilla hablan bien y hacen poco.

Y al decir esto no es posible olvidar que los obreros llamados intelectuales sufren en su mayoría penurias parecidas a las de los manuales, pero como entre ellos se reclutan los políticos, los vividores de toda especie, escalando no pocos de los puestos de privilegio, en general no tienden a la destrucción del régimen y antes bien lo consolidan y aún procuran servirse de los manuales para esos encumbramientos que les hacen placentera y grata la vida.

No hay relación entre los intelectuales y las masas populares, suscitando una fenomenología de distanciamiento y de falta de sincronización de indudables repercusiones en la dinámica social contemporánea.

El divorcio entre intelectuales y masas proletarias afectará muy pronto la orientación misma del movimiento obrero, creando unas prevenciones anti-intelectuales en buena parte de sus dirigentes, especialmente en el sector mayoritario no marxista.

Estas prevenciones, sin embargo, no pueden valorarse debidamente sin tener en cuenta la escasa “disponibilidad” de los intelectuales para encajar en las perspectivas de base de los militantes de la clase obrera”.

A la hora de la verdad el condicionamiento burgués frenaría la adhesión intelectual, incluso en el mero terreno de los planteamientos teóricos”.

Como llegaba la noche y la seguridad no estaba garantizada se pasó a un cuarto intermedio hasta el día siguiente. Para aumentar aún más la presión en el círculo acuerdista “Dignidad” un elenco filodramático que había llegado recientemente de Montevideo interpretó “El jardín de los cerezos” de Chejov y un payador oriental ácrata de nombre Ruiz entonó rimas hasta el amanecer.

En la mañana las distintas facciones se acercaron al local sindical que sin dudas quedaría pequeño para tal debate. Luego de la presentación de rigor Emilio Martínez, maestro de la escuela racionalista de Berisso inició su discurso:”De la misma forma, los intelectuales que se consideran los legítimos dirigentes del mañana, afirman su superioridad espiritual. Forman una clase que aumenta rápidamente, funcionarios y trabajadores independientes formados en las universidades, especializados en los trabajos de la mente, en el estudio de los libros, en las ciencias, y se creen provistos de más inteligencia que los demás.

También están destinados a dirigir la producción mientras que la masa poco dotada está destinada a ejecutar el trabajo manual, para el que no es necesaria la inteligencia. No son los defensores del capital, no es el capital, sino la inteligencia quien debe dirigir el trabajo.

Tanto más cuanto que la sociedad actual es una estructura muy complicada, basada en ciencias abstractas y difíciles, de tal suerte que sólo una elevada inteligencia puede poseer una visión de conjunto de la sociedad , comprenderla y dirigirla.

Si las masas trabajadoras, por falta de perspicacia, dejan de reconocer la necesidad de esta autoridad de la inteligencia superior e intentan estúpidamente jugar un papel dirigente, el caos y la ruina sobrevendrán inevitablemente.

Tampoco queremos excluir, al contrario, pedimos su concurso a los obreros llamados de profesiones intelectuales, que, como nosotros también son explotados y cohibidos por el capital.

Por lo tanto, aceptamos a los intelectuales con placer y sin suspicacias cuando éstos se funden con la clase trabajadora, cuando se mezclan con el pueblo sin pretensiones de mando, no con el aire soberbio de quien se rebaja y se digna, sino con el alma abierta de quien está entre sus hermanos para pagarles la deuda que ha contraído instruyéndose y cultivándose, como es el caso general, con medios sustraídos a la educación de los hijos de aquellos que produjeron esos medios con el trabajo de sus brazos”.

Enrico Mucci de la delegación local de cocheros le respondió:”Ya tuvieron muchas chances de incorporarse.

En Rosario hemos invitado en varias ocasiones a escritores y dramaturgos pero su relación fue, en el mejor de los casos, intermitente y de corta duración en el tiempo.

Más tarde se trató en la FORA de organizar los sindicatos de Profesiones Liberales e intelectuales y con ello quedaron abiertas las puertas a la materia gris.

De todos modos esos hombres vieron difícil su acomodo en esta institución a causa de su propia mentalidad especial como por el recelo de los demás.

Los que se aproximaban con la premeditación de encontrar en ella una granjería comprendieron pronto que a causa del ambiente crítico dominante y el poco espíritu mesiánico de la FORA no era lo que andaban buscando.

Piquete Obrero

Por lo que respecta a los técnicos altamente calificados su retraimiento obedecía a otras causas que las meramente especulativas. Una organización en lucha constante sólo podía ofrecerles el galardón de la cárcel o el tributo de la sangre.

De ahí que los trabajadores de cuello blanco se recluyeron en sus plácidos reductos “autónomos”.

Quedó, por tanto, reducida a sus propias elites.

A aquellos intelectuales que se habían formado en su seno a base de una voluntad de hierro, alternando las peripecias de la lucha con furtivas lecturas.

Estos héroes autodidactas dirigían y redactaban periódicos y revistas, hacían pininos en el libro, la novela, la poesía y en la escuela”.

Como no se lograba ningún punto mínimo de consenso las sesiones se suspendieron definitivamente y los dos sectores en pugna abandonaron el local con gesto triunfal pero sin logros concretos.

Pero esa tarde ambos grupos decidieron recordar la huelga de inquilinos de 1905 y se reunieron en diferentes reductos.

Los acuerdistas lo hicieron en el sindicato gráfico y luego de la internacional se repitió una obra de Chejov, en este caso “Tres hermanas”.

La facción purista se encontraron en el sindicato portuario y en el círculo ácrata “Dignidad negra” donde la escuela racionalista de Luján, a través de su cuadro filodramático, deleitó al público con la obra de autor anónimo “La verdad sin discusión”.

Más allá del arduo debate queda nuevamente claro que los libertarios desplegaron un fuerte sentido de lo comunitario que conjugó la lucha económica con una decidida militancia de integración cultural alternativa a la del Estado.

Integración desigual, discontinúa, muchas veces efímera, contradictoria en sus apropiaciones, pero cohesionada frente a la percepción de la dominación.

El énfasis revolucionario, las formulaciones intransigentes de su discurso y su autoconsideración como la encarnación misma de la revolución social configuraban la pretensión del anarquismo de constituirse como alteridad total del orden existente a la vez que explica el gesto revolucionario del que eran imbuidas cada una de sus intervenciones

Todo en el marco de una tradición de fe en la ciencia y el progreso propia del clima de la época.

El cambio propuesto por el anarquismo supone, sobre todo, un salto cualitativo cultural, “una mutación cultural” hecha de cambios éticos estructurales y de comportamiento, de transformaciones individuales y colectivas.

Desde esta matriz es posible explicar de qué forma el anarquismo logró construir nuevas formas de sociabilidad e interpelación a partir de la construcción de una cultura alternativa (finita pero significativa), de rasgos singulares (aunque nos siempre originales), que permitió estructurar realidades diversas en torno a un cuerpo ideológico, pero también de sentimientos, valores y expectativas, sino homogéneos al menos fragmentariamente compartidos y discutidos.

La anarquía sin adjetivos busca mantener el debate, la discusión esencial para no caer en la rigidez del dogma.

Ya que no se pueden prever los desenvolvimientos económicos, los cuales pueden variar de acuerdo a las característas particulares de cada región, la organización económica debe ser determinada de acuerdo a los análisis de las condiciones locales y al igual que el anarquismo debe estar en constante autocrítica y evolución.

Y citando a Malatesta “...el espíritu libertario no puede permitir al presente poner la mano sobre el porvenir...”;”...el porvenir debe permanecer sin adjetivos, como la vida misma”.

La disputa nunca se zanjó pero la producción de ambos sectores fue destacada y tuvo su última manifestación en 1927 en oportunidad de la lucha internacional encarada por el movimiento libertario ante el juicio a Sacco y Vanzetti.

En esa ocasión un centro en Barracas puso a través de un cuadro filodramático “Los enemigos”de Gorki, un autor odiado hasta entonces por su vinculación con la revolución soviética.

Con sus contradicciones a flor de piel pero con su capacidad de creación intacta el anarcosindicalismo expresó una de las páginas más destacadas de la vida cultural y política en las primeras décadas del siglo XX.

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Revistas y periódicos

Protesta La , colección completa

Cultura obrera, colección completa

Solidaridad obrera, colección completa

Hombre Nuevo (Segunda época) N° 55 y 56, Rosario enero-diciembre 1922


La Historia del Mundo en Imágenes


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