Historia de la Salud Publica en Buenos Aires

Historia de la Salud Pública en Buenos Aires Hospitales Argentinos - Argerich

Capítulo 2: LA SALUD PÚBLICA EN ARGENTINA

Quienes leían los diarios en la última década del siglo XIX encontrarían profusamente detalladas las noticias sobre los arribos de los barcos cargados con inmigrantes.

La Argentina estaba cambiando y la impresionante cantidad de extranjeros que llegaban a nuestro país para radicarse y probar fortuna era una inequívoca señal de ello.

El caso más significativo de crecimiento urbano en la Argentina se observaba claramente en Buenos Aires: de menos de 200.000 habitantes que se estimaba en 1870, el censo de 1904 da una población cercana al millón de habitantes.

Era obvio que la capacidad para alojar semejante cantidad de personas fue brutalmente rebasada, pues Buenos Aires no poseía la infraestructura indispensable (ni viviendas, ni agua potable, ni servicios de limpieza) para los recién llegados.

Estas condiciones iban a ser parte de un cóctel peligroso y explosivo.

Las autoridades empezaban a tomar cuenta del problema sanitario que la situación podía provocar y empiezan a organizar las primeras respuestas.

La zona anegadiza donde desembocan en el Río de la Plata las aguas del Riachuelo, había estado durante muchos años deshabitada.

Recién hacia 1850 comienzan a instalarse familias genovesas y se construyen astilleros navales, almacenes y “barracas” donde se almacenaban diferentes productos, en especial cueros.

Debido a que el barrio era lugar de entrada de los buques cargados con inmigrantes, fue uno de los puntos donde se concentró la población de recién llegados.

Para 1895 La Boca, se había convertido ya en la segunda circunscripción de Buenos Aires y contaba con cerca de 39.000 habitantes, de los cuales 17.000 eran argentinos, 14.000 italianos, 2.500 españoles y el resto de otras colectividades.

Pero el sector que se concentraba aquí era uno de los más humildes de la ciudad, y uno de los que más iba a sentir la falta de una infraestructura habitacional y sanitaria adecuadas: la Asistencia Pública sería la respuesta a sus requerimientos.

Esta institución contaba con una Oficina Central y se apoyaba en varios Hospitales Municipales y algunas Estaciones Sanitarias y Consultorios Barriales.

Haremos una breve síntesis de sus orígenes: en la Ciudad de Buenos Aires, la Comisión Municipal en su sesión del 31 de enero de 1833, por moción de su Presidente, Torcuato de Alvear, designó a Ramos Mejía para desempeñar el cargo de Director General de la Asistencia Pública.

Como veremos, por lo menos en esta etapa, la idea de ayuda y atención se va a mezclar con la idea de control social y dominio poblacional.

El mismo Ramos Mejía dice: “si los inmigrantes necesitan más ayuda, también necesitan controles especiales”.

También es opinión de las autoridades que se necesita una absoluta centralización y concentración del poder en manos de un “Gran General del Ejército de los Médicos” para tomar las decisiones apropiadas:

controlar las infecciones, las epidemias y controlar socialmente a los inmigrantes, que prácticamente “invadían” la ciudad.

Por lo tanto, Ramos Mejía, al hacerse cargo de la Asistencia Pública, recibe todos los establecimientos que dependían directamente de la Municipalidad. Según su criterio, la Asistencia Pública Municipal permitiría “centralizar, reorganizar y fiscalizar bajo un plano armónico todos esos establecimientos de asistencia que antes, cuando dependían de la Comisión de Higiene de la Corporación Municipal, marchaban sin orden ni concierto”.

Ramos Mejía, primer Director de la Asistencia Pública, era hombre de su tiempo y miembro de la elite gobernante; político, hombre público y profesor universitario, estaba convencido que la comunidad era aquella que formaba la sociedad porteña tradicional, el resto era una masa de personas indiscriminadas que el Estado debía controlar.

Durante el período 1888-1896 se intentaron distintas soluciones para atender las urgencias y emergencias de los accidentados y de los más humildes. Sin embargo, a pesar de la inversión económica, no se lograba una buena coordinación para la atención del público.

El Consejo Deliberante había suprimido el Servicio de Asistencia a Domicilio que efectuaban los Médicos de cada Sección de la Ciudad, proyectando sustituirlos por las Casas de Socorro, pero en su mayoría no llegaron a instalarse y se volvió al sistema anterior.

También se había tratado de mejorar el Cuerpo de Inspectores Sanitarios afectado al control de los inmigrantes, sospechosos de estar contaminados por alguna enfermedad exótica.

Se impulsa el dictado de leyes que obliguen a denunciar los casos de enfermos “infectados” y también la obligatoriedad de desinfectar sus casas.

Se aspiraba a mejorar el Servicio de Asistencia Médica Nocturna, encomendando a médicos particulares que espontáneamente debían inscribirse para brindar esos servicios por llamado directo de los clientes a sus casas; este sistema tampoco llegó a prosperar.

Se llega a 1896 con el Dr. Juan B. Señorans a cargo de la Asistencia Pública.

Entre sus ideas había varias que afectaban especialmente a los habitantes de La Boca, por ejemplo, el aislamiento obligatorio de todo habitante de conventillo afectado de una enfermedad exótica, el aislamiento de las personas que habitasen esa casa, o la construcción de un Hospital para el aislamiento de enfermos, llamados “Hospitales Barracas”.

Asume como Intendente el Dr. Francisco Alcobendas, quien nombra en noviembre de 1896 al Dr. Telémaco Susini para el puesto de Director de la Asistencia Pública y su gestión va a ser la responsable de la construcción del primer Hospital Seccional de La Boca, que con el tiempo se convertiría en el Hospital Dr. Cosme Argerich.

El Dr. Susini, a diferencia de los directores que lo precedieron era un miembro nato de la Asistencia Pública, por lo tanto conocía la repartición, lo que le permitiría los cambios que iba a llevar adelante.

Una de sus primeras intervenciones fue en el sistema de atención de los servicios para los enfermos pobres, las urgencias y los primeros auxilios para toda persona que lo demandara.

Para esto, dividió la ciudad en dos partes: Servicio de los Suburbios, en la cual se incluiría La Boca, y la otra parte Servicio del Centro. Estableció tres Hospitales Vecinales el de Flores, La Boca, y Corrales.

Cada uno cuenta con cuatro o cinco camas, Botica, Consultorio a cargo de un médico que había de atender a domicilio, más dos Practicantes, un Enfermero, y el Personal de Servicio.

La instalación, las provisiones y gran parte del personal pertenecían a los Hospitales próximos, de donde se les sustraía.

El primer paso hacia el “Hospital Argerich” había sido dado.

La Salud de los porteños: La asistencia pública

Sobre fines del s. XIX, lo que llamaríamos la “Salud Pública de Buenos Aires” era responsabilidad de la “Asistencia Pública”, la cual dependía de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires. Antes de continuar hablando de este tema convendría explicar qué se entendía en esos años por Salud Pública, cuáles eran los problemas sanitarios más comunes de la población y cuáles eran las expectativas de ésta en cuanto al tipo de respuestas que esperaban de la Asistencia Pública.

Veamos algunos aspectos de la Asistencia Pública correspondientes al año 1897.

En el mencionado año se había decidido intentar realizar algunas economías en el Presupuesto Municipal Médica; siendo que en 1896 la atención de la población menesterosa se había realizado con 21 médicos, en 1897 la misma se realiza con 10, lo cual ha significado un ahorro de $ 3.000.- y no pocas protestas de la población. Más adelante veremos que estas protestas van a promover de alguna manera la instalación del Hospital Vecinal de la Boca, precursor del Hospital Argerich.

Entonces, la Dirección Sanitaria crea para la atención médica en los suburbios los Hospitales Vecinales de Belgrano, Corrales, Floresta, Flores, Barracas y La Boca. La idea es que estos centros se ocupen de la asistencia urgente y que cuenten con personal de Guardia las 24 hs. del día.

Estos hospitales tienen un Médico Director que atiende las consultas y hace las visitas domiciliarias; cuenta con el apoyo de practicantes y enfermeros que hacen el servicio de Guardia.

Durante 1897 se han atendido cerca de 100.000 enfermos, de los cuales 15.000 corresponden a visitas a domicilio.

De acuerdo a las instituciones que congregaban a los médicos municipales, la importancia fundamental de estos servicios era la atención médica de urgencia, y es la misma la que presta un gran beneficio al público.

Este servicio se realiza por medio de ambulancias, pero en caso de no contar con las mismas, se usan coches u otros vehículos prestados.

La ambulancia a caballo

“El tipo de ambulancia que utiliza la Asistencia Pública es de dos modelos, el tipo liviano con llanta de goma y el pesado con llanta de acero.

Para distribuir este material rodante se ha tenido en cuenta el pavimento en que debe circular, es decir el primero en la parte céntrica, dejando el segundo para los barrios apartados.

La ambulancia de tipo liviano ha sido construida en Norte América siguiéndose instrucciones de la Dirección General y es arrastrada por un caballo.

El segundo construido en el país generalmente es arrastrado por una yunta. La caballada de raza mestiza es toda seleccionada exigiéndose para su adquisición ciertas condiciones de talla y adiestración en el tiro.

Además de las ambulancias anteriormente mencionadas la repartición posee en hospitales y casas de socorro el número suficiente de carruajes para el personal de médicos encargados de la asistencia domiciliaria y los carros de transporte para los servicios administrativos de las dependencias citadas:

Ambulancias de auxilio 40
Puestos de socorro 3
Para trasporte de enfermos especiales 3
Para trasporte de enfermos comunes 6
Para trasporte de alienados 2
Para trasporte de infecciosos 3
Fúnebres 4
Carruajes 20
Carros y chatas 8
TOTAL 89

Con el fin de aumentar la rapidez en el servicio de primeros auxilios se ha ensayado el sistema de ambulancia automóvil (eléctrica o nafta) llegándose a la conclusión de que con buenos caballos bien descansados la tracción a sangre es siempre preferible por la menor cantidad de inconvenientes que presenta al concurrir a los llamados:

1.- Porque las mencionadas máquinas no han llegado a un grado de perfección que ofrezca seguridad absoluta, habiendo ocurrido casos en que mientras se concurría a un auxilio la ambulancia automóvil quedó descompuesta a la mitad del camino, siendo necesario pedir a la casa central el envío de una ambulancia de tracción a sangre y perdiéndose de esa manera un tiempo precioso.

2.- Porque en una ciudad de tanto tráfico como la de Buenos Aires la velocidad a que puede marcharse, en la parte céntrica no es mayor que la que lleva una ambulancia a sangre.

3.- Porque en los suburbios, que es donde podían marchar a mayor velocidad, la naturaleza del pavimento no lo permite aumentándose las dificultades en los días de lluvia.

Completan estos inconvenientes el precio elevado de las máquinas, máxime si se tiene en cuenta el número que tendría que adquirirse para atender los múltiples pedidos diarios.”

Es interesante la descripción de este servicio según la Memoria de la Intendencia Municipal presentada al Consejo Deliberante de la Capital Federal correspondiente a la Asistencia Pública. Veamos una síntesis de la misma:

“Inmediatamente de recibirse aviso de un accidente, el telegrafista de guardia anota el sitio en que se ha producido, hace sonar una campana de alarma que repercute en toda la casa; el cochero, que está con su ambulancia lista toca el timbre, sale el Practicante o el Médico que está de guardia y en la calle, despejada por los agentes de policía recorre la distancia a una buena velocidad.

Entretanto, se dispone una nueva ambulancia para no ser sorprendidos por falta de vehículos o de personal ante un nuevo pedido de auxilio”.

De esta manera, se ha llegado a atender hasta cinco llamados de urgencia en 5 minutos.

El informe destaca que la labor desarrollada ha permitido salvar de la muerte segura a un buen número de personas.

Se describe también cómo se complementa el Servicio de Urgencia Central y el Servicio de Urgencia de los Hospitales, y la preparación ante catástrofes.

Como ejemplo, se detalla el caso de la explosión de la Fábrica de pólvora ocurrida en el mes de noviembre de 1897. Hemos podido verificar que los diarios de esa fecha destacan la atención brindada por la Asistencia Pública.

Encontramos que el Hospital de La Boca era mencionado en la profusa documentación consultada, indistintamente como “Casa de Socorro”, “Unidad Sanitaria”, u “Hospital Vecinal”

En verdad, cuando el Dr. Susini comienza a implementar estos cambios, los vecinos de La Boca se asustan, y piensan que pierden la atención médica gratuita, por lo que elevan protestas que los diarios de la época recogen.

El jueves 14 de enero de 1897, el diario La Nación da a conocer la respuesta del Dr. Susini, quien explica la habilitación de mejoras en el consultorio de la calle Brandsen y la promesa de instalar otros consultorios para la mejor atención de los vecinos.

En la misma nota, adelanta que los vecinos de La Boca se reunirían para dar forma a la idea de recolectar fondos, a fin de comprar un terreno y donarlo a la Municipalidad para que construya allí el Hospital Seccional que tiene proyectado y cuyos fondos ($ 26.000.-m/n) han sido ya votados por el Consejo Vecinal. Este terreno medía 87 m. de largo por 23 de ancho.

inicios del hospital argerich

Autor: Roberto Litvachkes de su Libro Historia del Hospital Argerich

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• AMPLIACIÓN DEL TEMA

CRÓNICA DE LA ÉPOCA
NOTA A CARGO DE DIEGO ARMUS Historiador
Periódico El Bicentenario Período 1910-1929 Fasc. N°6

[...] El paludismo es epidémico en el noreste y endémico en el noroeste. Vastos sectores de la población rural lo aceptan como un dato inevitable de la vida.

Políticos , médicos higienistas hablan de aplicar quinina, contra el mosquito , sanear los depósitos de gua, mejorrar la vivienda rural y alentar la educación sanitaria.

Cuando se llevan a la práctica , estas iniciativas son erráticas, repitiendo lo que se hace en otros lugares sin considerar las especificidades locales.

Como en muchos otros lugares, también en la Argentina la Fundación Rockefeller impulsó campañas antipalúdicas que revelan el hegemónico rol -no siempre vinculado con intereses económicos- de EE.UU. en la salud pública internacional.

En las grandes ciudades las novedades en materia de salud son más ostensibles.

Muchas de las enfermedades infectocontagiosas están controladas, en gran medida como resultado de las obras de saneamiento.

La tuberculosis, la sífilis y las enfermedades gastrointestinales son las patologías que en esta década se transformaron en problemas públicos.

Si en las ciudades del Litoral la tuberculosis continúa haciendo estragos pero no aumenta, en algunas del interior la mortalidad tuberculosa es similar a la de Buenos Aires tres décadas antes.

Como sea, tanto en el Litoral como en el interior, los esfuerzos por dominarla siguen siendo impotentes, porque no se dispone de curas eficaces y porque se entiende que sus causas son muy variadas, desde los diferentes niveles de inmunidad colectiva o individual a las condiciones de vivienda, trabajo y alimentación.

La tuberculosis es la enfermedad que más atención concita como problema público.

Pero esa atención no logra producir instrumentos legales que permitan impulsar políticas duraderas.

Hay, de todos modos, iniciativas que si bien no curan a los tuberculosos al menos apuntan a tratar de asistirlos.

El reconocimiento de las enfermedades gastrointestinales revela cierta preocupación por la mortadad infantil acoplada a la importancia de criar correctamente a los niños en tanto futuros ciudadanos.

Pero esas preocupaciones nunca logran materializarse en iniciativas significativas.

La lucha contra las enfermedades venéreas tomó cierta envergadura cuando las estadísticas indicaron que estaban decayendo.

En verdad, se trata de campañas marcadas por preocupaciones por el futuro de la raza nacional y de reacciones moralizantes frente a una sexualidad que, se dice, tiene efectos degenerativos en la herencia.

Estas novedades resultan en parte de la consolidación de grupos profesionales, en primer lugar los médicos, que muy pronto incidirán en la dirección en que el Estado se involucre en las cuestiones de salud pública.

Así, irán emergiendo las modestas bases de una red de instituciones de atención y también un renovado esfuerzo por difundir en la sociedad una conciencia higiénica moderna.

En el corto y mediano plazo ambos alimentan unaumento de las expectativas de la gente por acceder a esos servicios que muy pronto resultarán insuficientes.

La historia del hospital urbano expresa bien estos cambios.

Si a fines del siglo XIX era visto como un lugar donde se iba a morir, este año ya se lo reconoce como una institución donde es posible la cura y la asistencia y al que concurren pobres y sectores medios.

El número de camas por habitante aumentó, se renovaron instalaciones y se multiplicaron los consultorios externos y de urgencias.

Gestionado por el Estado, por asociaciones mutualistas o por sociedades de beneficencia, el hospital urbano se hizo un lugar en las ciudades del Litoral y en las del interior situadas en regiones bien integradas al mercado nacional o internacional. Incluso ciudades alejadas de la expansión agroexportadora tienen sus modestos hospitales.

Sin embargo, y a pesar del paso firme con que el proceso de medicalización renovó el cuidado de la salud individual y colectiva, este año y desde foros médicos y periodísticos se denunció la proliferación de modos de atención alejados de la medicina diplomada.

Tales denuncias revelan que al momento de atender su salud -y especialmente frente a malestares para los que la biomedicina no ofrece respuestas eficaces- la gente considera una variedad de ofertas, del hospital a los medicamentos de venta libre en la farmacia, de los herboristas a la medicina hogareña.

Fuente: Periódico El Bicentenario Período 1910-1929 Fasc. N°6

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