Biografia de Amilcar Barca, General Cartagines

Biografia del General Amilcar

AMÍLCAR (270-229? a. de J. C.): Si hubo alguien en Cartago que se irguiera contra la humillación infligida a su patria por el tratado de paz de 241, clausurando la primera guerra púnica, éste fue, sin duda alguna, el general Amílcar Barca.

Y nadie como él con más motivos ni más derecho. Porque durante la lucha en Sicilia, él había sido el único general que no había cedido a las legiones romanas ni una pulgada de terreno.

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En circunstancias críticas para su patria, había sido designado para dirigir la resistencia en Sicilia. Aun no contaba 27 años, pero el joven Bárquida habíase ya granjeado una reputación de bravura sin igual.

Desde 247, atrincherado en los poderosos reductos de la ciudadela del monte Heircté (Pellegrino), cerca de Palermo, y luego en el monte Eryx, había sabido conducir una sabia guerra de posiciones contra los romanos.

Guerra agotadora, en que, más de una vez, estuvieron a punto de partirse las garras de las águilas romanas.

Pero la derrota naval de las islas Egates (242) hizo estériles los esfuerzos de Amílcar. Cártago había sido vencida v era preciso capitular.

El mismo Amílcar recibió la dolorosa misión de decidirse por la paz o por la continuación de la guerra. Y con amargura infinita se decidió por la paz. Con el cónsul Lutacio Cátulo concertó la evacuación de Sicilia por los cartagineses.

Ya en Cártago, Amílcar se convierte en el campeón de la idea de desquite. Es preciso reforzar y aumentar el poderío cartaginés para vengar la derrota y destruir la orgullosa Roma.

Pero para ello es preciso, primero, imponerse al partido pacifista, el partido de los comerciantes, y dominar los conatos de subversión interna del Estado. Estos provienen de los mercenarios, quienes exigen el cumplimiento de las promesas hechas por Cartago en el curso de la lucha.

Viendo denegadas sus peticiones, los mercenarios, gente de todas partes, pero con predominio de bereberes, se apoderan de Túnez, exigen de Cártago condiciones imposibles y atacan las principales ciudades dependientes del imperio, como Hippo y Utica.

Hannón el Grande, jefe del partido pacifista, fracasa en sus campañas para domeñar la sublevación (240). Amílcar, que lo substituye, es más afortunado. La lucha entre cartagineses y mercenarios se libra a muerte, sin cuartel.

El general cartaginés entra en Túnez sobre los cadáveres de 40.000 revoltosos. Luego, en 237, caen Hippo y Utica. La sublevación ha sido vencida.

Cártago confiere a Amílcar los honores del triunfo. El caudillo bárquida ejerce una dictadura virtual. Este es el momento para imponer sus ideales de desquite.

A fin de atacar a Roma engrandecerá los dominios de Cártago, irá a España en busca de hombres y riquezas, y luego asestará a su odiada rival un golpe del que no se recobrará.

En 237, la Gerusia aprueba su plan con entusiasmo, y poco después el ejército de Amílcar desembarca en la Península Hispánica para restaurar, con su conquista, el decadente poder de Cartago en el Mediterráneo.

Desde Cádiz, el Bárquida inicia las operaciones sistemáticas de conquista. Su ejército destruye la oposición de los turdetanos andaluces — los antiguos tartesios — y sofoca la resistencia de Indortes e Istolacio, primeros caudillos de la independencia hispánica.

Compagina las medidas de rigor con otras de magnanimidad. Asegurada Andalucía, Amílcar pasa al Sudeste, foco de la pujante civilización ibérica.

Allí funda una fortaleza, Akra Lenca (Alicante), que le servirá de base para con solidar su dominio; porque la lucha es dura, el guerrero español muy bravo y Roma está vigilante (en 231 sus embajadores reclaman que no rebase los límites estipulados en las convenciones anteriores).

En una de las campañas contra los iberos, Amílcar avanza sobre Hélice (Elche).

Cerca de la ciudad, muere en una refriega librada contra las tropas del régulo de los orisios u oretanos que acudía en socorro de aquélla. Este suceso acaeció en el invierno del año 229 al 228 antes de nuestra Era.

La figura de Amílcar ha sido eclipsada por la de su hijo Aníbal. Sin embargo, históricamente no desmerece de ella. Aníbal es el genio brillante e improvisador; Amílcar, el realizador clarividente.

De éste son los planes y las ideas que luego trató aquél de poner en práctica en su desesperada tentativa de acabar con Roma en la misma Italia.

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