Biografia de San Pedro,Apostol de Jesus:Historia Biblica
Biografia de San Pedro, Apostol de Jesus:Historia Biblica
Pedro fue su apodo, de llamaba Simón y fue el mas destacado apóstol de Jesucristo y primer jefe de su Iglesia.
Supuestamente nacido en Galilea sin conocerse su año.
Murió crucificado aproximadamente entre 64 y 67 en Roma, luego de ser capturado en las persecuciones de Nerón.
Era un pescador del mar de Galilea , sin estudios, generoso, impulsivo y dotado de una gran personalidad que logró transformarse en el portavoz de la palabra de Jesucristo.
Pedro es un sobrenombre el propio Jesús le colocó, para señalarlo como "piedra", piedra sobre la cual edificará su iglesia.
Al morir Jesús se convirtió en el principal vocero de la palabra sagrada: dirigía las oraciones, respondía a las acusaciones de herejía lanzadas por los rabinos ortodoxos y admitía a los nuevos adeptos
La Iglesia romana considera a San Pedro el primero de sus papas. Hacia el año 44 fue encarcelado por orden del rey Herodes Agripa, pero consiguió escapar y abandonó Jerusalén, llevando la palabra de Cristo a otra zonas del oriente.
Esta es su historia biblica, junto a otros apótoles....
«Hemos encontrado al Mesías.»
Con estas palabras Andrés comunicó a su hermano Simón, el pescador del lago de Genezaret, el vendedor de pescado en Betsaida y Cafarnaúm, la buena nueva, la noticia esperada durante tantos años por el pueblo de Israel.
Cuantas veces los hijos de Jonás con los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, habrían hablado, descansando de la fatigosa labor del día, de la redención de Israel y de las predicciones contenidas en las profecías bíblicas.
Una vez llegó hasta ellos la noticia de la predicación del Bautista; y recorrieron muchas leguas para oír aquella palabra que clamaba en el desierto por la llegada del que sería el Salvador.
Hombres sensibles y entusiastas, educados en el afecto a la vieja Ley, Simón y Andrés esperaban el cumplimiento de los tiempos… "Hemos encontrado al Mesías.» ¿Por qué dudar más?..."Llévame a El", dijo Simón.
Con tan pocas palabras se inicia la trayectoria inmensa de los seguidores de Cristo, hasta su encuentro.
El Hijo del Hombre conquista su espíritu en el mismo instante en que reconoce su presencia.
Después de mirar a Simón, de ver en él el corazón puro, el alma sensible y la fe ciega capaz de los mayores sacrificios, le dice con aquellas sus palabras de suavidad infinita: «Tú eres Simón, hijo de Jonás; en adelante te llamarás Cefas.»
Palabras de conquista, que más tarde se completan con ocasión de la pesca milagrosa de Cafarnaúm.
"Maestro — replicó a Jesús el buen pescador cuando Aquél, después de haber predicado la nueva de su reino a una ingente multitud, le había ordenado que se internara en el lago y echara las redes— después de trabajar toda la noche no hemos sacado ni un pececillo; no obstante, confiando en tu palabra, voy a obedecerte."
La pesca fue milagrosa y las mallas de las redes se rompían con tanto peso.
"Señor, apártate de mí — exclamó Simón arrojándose a los pies del Maestro—; un pecador como yo no es digno de tener un profeta en su barca.»
Y ésta fue la respuesta de Jesús, el divino e inigualable Doctor: «Ven conmigo, cree en mi palabra, y yo te haré pescador de hombres.»
A través de un duro aprendizaje, hecho con humillaciones de cada día, Simón va elevándose a la categoría de jefe de los doce, que le merece su amor inquebrantable a la persona del Maestro y el reconocimiento de su misión redentora en la Tierra.
Pero en su naturaleza de rudo galileo, y, por tanto, en su franqueza, impresionabilidad e inconstancia, se dibujan a cada paso las más flagrantes contradicciones: pasa del temor a la temeridad, de la cobardía al entusiasmo, de la ceguera intelectual a los más vivos destellos de inteligencia, de la sencillez a la petulancia.
Pero Simón es siempre él mismo: un ser tan humano que se capta las simpatías de cuantos ven desfilar su persona al lado de la de Jesús.
Incluso cuando en los momentos culminantes de la Pasión niega tres veces a su Maestro, comprendemos el terrible drama en que se reflejan los avatares mismos de la Humanidad frente a su Creador.
Luego, aparece como otro hombre.
En él la fe de Pascua, la firme creencia en la resurrección del llamado Maestro, hace extinguir toda vacilación, toda duda, todo temor.
Es el primero en correr en busca del Resucitado, el primero en encontrarle.
Y más tarde, se rehabilita por un triple juramento de amor. «Señor — dice al Maestro—, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo.»
En recompensa de aquel afecto, Jesús le establece doctor infalible, juez supremo, pastor universal de la Iglesia.
«Apacienta mis ovejas» — ésta es la frase de consagración de su jerarquía suprema. «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra estableceré mi Iglesia.»
► La Iglesia de Cristo
En efecto Iluminado por el Espíritu Santo, Pedro organiza la naciente iglesia de Cristo.
Su palabra, llena de los efluvios de la Divinidad, convierte a miles de personas de extrañas lenguas .
Con fe apasionada resiste las persecuciones de los fariseos.
Ya no niega, ni teme.
Tiene su misión y ha de cumplirla.
Bautiza a los paganos, y cuando en Antioquía surge la cuestión de las supervivencias judaicas acepta el criterio de Pablo de Tarsis en acto de suprema modestia.
La tradición relata que después del concilio de Antioquía Pedro recorre el Asia Menor, predica en las orillas del Mar Negro, navega por el Mediterráneo y llega hasta la capital del Imperio.
Es el fundador de la iglesia romana, el primer vicario de Cristo en la Tierra y el primer pontífice de la Cristiandad.
Habla a todos con sencillez y claridad, y a nadie excluye del futuro reino.
Los que tienen sed de justicia, los que lloran las afrentas de cada día, los que buscan una vida más pura y un ideal sublime al que servir, se unen alrededor de su persona.
Así se forma el primer contingente de mártires cristianos en Roma.
En medio de la persecución desatada por el emperador Nerón en julio del 64. Pedro escribe sus epístolas de consolación y de fe.
Según la tradición, también él vacila ante la prueba definitiva.
Abandona Roma.
Pero a su paso le sale el Maestro. «Señor, ¿adonde vas?» «A ser crucificado de nuevo.»
Pedro comprende y regresa a la Ciudad Eterna, donde le espera, con la palma del martirio, la gloria suprema de su tránsito a la nueva vida prometida por Cristo.
De esta manera, la sangre vertida por el Apóstol en Roma, regó la temprana raíz nacida de la semilla que sembró su palabra, y la hizo crecer hasta convertirse en el frondoso árbol de la Iglesia de Cristo.
Por aquel acto de una trascendencia singular, el Príncipe de los Apóstoles vinculaba su jerarquía a la ciudad de los Césares, dándole su nuevo y más substancial primado: el de convertirse en la sede de los pontífices de la Catolicidad, guías espirituales, por voluntad divina, de los pueblos del Ecumene.
Porque con el sacrificio de aquel pescador, hecho a imitación del que sufrió su Maestro en el Gólgota, se desplomaban los muros de la orgullosa Roma del paganismo, para que por sus hendiduras pasara la luz de la Redención.
Fresco de Perugino, (en la Capilla Sixtina del Vaticano) donde Cristo entrega las llaves a San Pedro. Según el catolicismo Jesús designó a San Pedro como heredero de los apóstoles y primer papa, creando un lazo denominado sucesión apostólica. Jesús entregando a san Pedro las llaves del Reino de Dios.
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