La Cena Cuentos Pendientes Mi Juego de Javier Mendez

La Cena Cuentos Pendientes Mi Juego de Javier Mendez

Estaban cenando como todas las noches. Como todas las noches, visita; esta vez los tíos.

Como todas las noches, sus hermanas conversaban animadamente con su madre.

Como todas las noches, el padre ausente, la mesa cuadrada, el mantel de hilo a cuadros azules y blancos, el hule transparente, las banquetas largas y apretadas contra la pared, de modo tal que sentarse primero implicaba una difícil maniobra, consistente en recorrer todo el largo de la mesa hasta el sitio indicado, con el cuerpo echado hacia atrás, casi sentado en el aire, las piernas debajo de la mesa, dando pasos laterales, las manos sobre la tabla, como tocando un piano sin teclas, porque estaba secretamente prohibido, de eso estaba seguro, girar el torso y apoyarse contra la pared en el dificultoso avance.

Hubiera sido más fácil correrse lateralmente hacia el lugar por medio de sucesivas sentadas, pero eso era de mujeres.

Arroz caliente mezclado con zanahoria rallada fría. Horrible.

¿Cuantas veces tendría que decir a su madre que no mezclara lo frío y lo caliente?

En ese pensamiento estaba sumido cuando levanto la vista y sobre la pared de enfrente vio el cuadro. ¡Nadie hacía nada y el cuadro estaba ahí! Espantoso, cada vez más rojo, latía a punto de estallar.

¡Y todos seguían hablando como si nada ocurriera!

Abrió la boca para gritar, pero no tenía voz, apenas un sonido ahogado, forzado, que sin embargo fue suficiente para llamar la atención de los comensales que lo miraron sorprendidos.

El cuadro era cada vez mas aterrador, bordó, con esas sombras, emanando maldad.

Saltó sobre la mesa con un estrépito de vajilla y cubiertos hechos trizas, resbaló tirando casi todo el mantel sobre su banqueta, lo alcanzó y gritando horrorizado le pegó trompadas con toda la fuerza que nace del pánico.

A cada golpe, del cuadro saltaba sangre, pero eso no era suficiente. Golpeó y golpeó, a pesar de los gritos del resto, que se oían muy lejanos.

Nadie podía detenerlo. Sólo paró cuando quedó exhausto y afónico.

Eso ya no lo recuerda bien. Hoy come en el patio, en la soledad, donde no hay lugares estrechos que recorrer para sentarse, ni paredes donde colgar cuadros espantosos.

Cuentos Pendientes - Javier Mendez


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